La deuda que contrajo Macri en cinco minutos llevará una década pagarla. Un vistazo al nuevo crédito para refinanciar el viejo, los senderos fiscal y monetario anunciados, el tema de los subsidios a las tarifas y las promesas de Guzmán; además de las dudas sobre el futuro y la letra chica del memorándum que se conocerá a fines de febrero.
Trago amargo. El acuerdo “razonable” -del que habló Alberto Fernández- y que “sana el presente sin comprometer el futuro” -según Martín Guzmán- sabe a poco, a muy poco, pero es lo que hay. En la práctica implica un nuevo programa de dos años y medio durante el cual el FMI hará revisiones trimestrales de las metas acordadas y, en la medida en que se cumplan, hará desembolsos que la Argentina utilizará para cancelar cada uno de los vencimiento del stand by contraído por Macri. Luego se deberá volver a considerar la deuda de 44 mil 500 millones de dólares.
Puesto de otra forma: se pidió un nuevo préstamo por el equivalente al anterior para refinanciar el pasivo heredado del macrismo en el marco de un plan de facilidades extendidas de diez años. Algunos dirán que ganó el pragmatismo. Otros lo calificarán como una claudicación. Lo concreto es que el gobierno saltó el abismo que significaban los impagables vencimientos de este año y el próximo. Lo hizo montado en un Caballo de Troya. Los objetivos inmediatos son contener la inflación y reforzar las reservas del BCRA. No mucho más.
A juicio de este cronista se impusieron las condiciones objetivas. Sí, el mentado mal menor. Hasta China forma parte del FMI. Dudas sobre lo que vendrá sobran. El sendero de ajuste fiscal señala metas en materia de déficit primario del 2,5% para este año, del 1,9% para el próximo y del 0,9% para 2024. También una drástica reducción de la asistencia del BCRA al Tesoro Nacional, partiendo del 1% este año para alcanzar una desafiante 0% en 2024. “Que la asistencia no sea sistemática para evitar presiones adicionales al tipo de cambio”, matizó Guzmán.
Un sendero de por sí estrecho que, con el viento en contra, se convirtió en camino de cornisa. Allí están para confirmarlo un comercio internacional dislocado, la interminable pandemia y las inminentes subas de las tasas de intereses de la FED y el Banco Central Europeo; además de la relación de fuerzas en el Congreso, la sequía que amenaza con reducir el ingreso de divisas y el aumento del precio mundial de la energía que impacta ya sobre el monto de los subsidios energéticos (Ver: “Los subsidios en el centro de la escena”). La pregunta es obvia: ¿Sin los sesgos expansivos de las políticas fiscal y monetaria, la recuperación se verá amenazada? El Gobierno dice que no. La razón: que no habrá recorte de la inversión pública en términos reales.
La apuesta es clara. Salir de la encerrona por el lado del comercio exterior. La locomotora que debería traccionar al mercado interno. La que critica con dureza el kirchnerismo por larga y dolorosa en términos sociales, además de riesgosa en lo político de cara a las próximas presidenciales. En ese contexto, el Gobierno deberá maximizar el uso de las divisas para impulsar a los sectores que exportan. Los que aportan dólares, el bien más escaso. Otros dos interrogantes: ¿Alcanzará con el superávit del comercio exterior y lo que quede de los desembolsos para reforzar las reservas? ¿Será suficiente para satisfacer la demanda de insumos y bienes importados que demanda el aparato productivo? El Gobierno dice que sí.
Por lo pronto, en teoría, un acuerdo avalado por el Congreso debería despejar la incertidumbre financiera -asociada a los vencimientos de la deuda-, aflojar las tensiones cambiarias y favorecer una progresiva desaceleración inflacionaria. Nada dice de una mejora del salario real. Tampoco de las posibilidades de las empresas ancladas en mercado interno. Una a favor. El gobierno consiguió eludir las clásicas condicionalidades del FMI: liberalización de controles, salto devaluatorio y reformas estructurales. No es poco. Nobleza obliga.
Cierto que no da para la épica. Lo hizo ayudado por el corset que le impone al FMI el contexto pandémico y la larga lista de irregularidades en que incurrió al otorgarle al macrismo el stand by de 2018. Según el Gobierno, tampoco habrá tarifazo. El tema de los subsidios energéticos, al decir de Guzmán, quedó afuera del radar de las revisiones. No lo parece. El FMI ya lo desmintió, o al menos puso en duda su afirmación. Lo hizo después de la conferencia en el microcine de Economía. El comunicado afirma que se acordó una “reducción progresiva (…) fundamental para mejorar la composición del gasto público”. Es lo que explica la mayor parte del déficit primario. La misma piedra con la que tropezaron los tres kirchnerismos sobre los que escribió en su momento Matías Kulfas.
El Gobierno asegura que el acuerdo no comprometerá los objetivos centrales de garantizar crecimiento, creación de empleo formal y mejorar la distribución del ingreso. Pinta como muy optimista. Puede en el mejor de los casos que no juegue en contra, pero recortará la recuperación. Nadie espera que lluevan inversiones. Las que se concreten muy probablemente apuntarán, al menos en una primera etapa, al comercio exterior. La agenda de reindustrialización y autoabastecimiento energético, diversificación exportadora y salto tecnológico que maneja Kulfas.
En síntesis, el entendimiento maroeconómico alcanzado -“una plataforma”, según la definió Guzmán- es apenas un primer paso en el camino hacia la resolución completa de la reestructuración de la deuda. Lo dicho. Alcanza solo a las políticas que deberá llevar adelante el Gobierno en los próximos dos años y medio. La segunda parte, por ahora, está pendiente. Según Guzmán, tomará unas semanas más. Hasta fines de febrero, dijo Miguel Pesce. Allí aparecerá la letra chica del acuerdo final. Un caja que puede deparar sorpresas.
En pocas palabras: el problema de la deuda volvió para quedarse. Los que empujaban el camino del default entienden que tarde o temprano habrá que renegociar una vez más con el FMI y los acreedores privados. Enfatizan, en definitiva, que el entendimiento es tomar un nuevo crédito para saldar el anterior y, de esta forma, se validó el firmado en 2018. Puntualizan que el esquema mantendría al país al borde del default durante los próximos dos años y medio. Cuando operan los vencimientos más importantes. Ahogo político y financiero. El alivio llegaría después.
Descartada la opción del default con el FMI y abortada la posibilidad de cuestionar la legalidad del stand by macrista, la Argentina deberá bailar sobre la cuerda floja de la geopolítica mundial durante la próxima década. Lo hará en un mundo ya no tan bipolar, pero tampoco tan multipolar. Juan Domingo Biden no existe. Nunca existió. Ninguna concesión aliviará la carga. Ergo, se mantendrá la incertidumbre sobre las posibilidades objetivas de cumplir lo acordado.
A cuatro años de la vuelta de Argentina al FMI es imposible evaluar la dimensión del daño futuro que generó Cambiemos. El presente se vive todos los días. Se mide en términos de las calamidades sociales y productivas que ocasionó. Tan patente como que el plan de Trump para salvar a Macri y su agenda neoliberal fracasó en lo inmediato. No en el largo. Al mando del FMI están Washington y sus aliados. Un condicionante imposible desestimar. Funciona, además, como una señal de advertencia hacia el resto de la región.
Sí, justo en el momento en que Estados Unidos pugna con Rusia en Ucrania y en el sudeste asiático con China. Moscú y Beijing, los destinos en los que aterrizará Alberto Fernández en los próximos días. El FMI como herramienta de intervención geopolítica. Bretton Woods y los tratados que reorganizaron el mundo post bélico. En definitiva, no solo de ajuste fiscal vive el FMI. Algo de eso dejó entrever el propio Guzmán a principios de enero. Fue cuando expuso ante los gobernadores la marcha de la negociación con el FMI. Dijo que esperaba que la negociación siguiera en el plano geopolítico.