Lacunza cerró el último acto de la era cambiemita. La cesación de pagos, anunciada bajo el ropaje de un improbable “reperfilamiento” de la deuda pública con el FMI y acreedores privados, abre una nueva etapa. El fin de ciclo, la desbandada oficial que apila problemas y algunas puntas para comenzar a pensar la difícil negociación que se avecina.

Llegaron para desatar las fuerzas del mercado y terminaron controlando el precio de la polenta. Pronosticaron una lluvia de inversiones y se van dejando una fenomenal sequía financiera. Hicieron dogma de la seguridad jurídica y rompieron los contratos. La gramática oficial diría que la mano invisible del mercado les jugó una mala pasada. Que pasaron cosas. Nada más alejado de la realidad. La conferencia de Lacunza fue el final anunciado de una película de terror y las causas no están en el resultado de las PASO. Tampoco en las declaraciones de Alberto Fernández.

El inútil sufrimiento social y productivo que provocó Cambiemos residió en lo sabido: aplicar recetas que nada tiene que ver con la estructura económica del país. Como sucedió con el programa de la segunda mitad de los ’70 y la convertibilidad, los acontecimientos se precipitaron y la bomba finalmente estalló. Lo peor es que lo peor todavía no ocurrió. La onda expansiva amenaza con consolidar crecientes niveles estructurales de pobreza y desempleo. Ni que decir de la inflación desbocada que orada ingresos, tensa la cadena de pagos y agrava la flagrante recesión.

En el plano financiero, la historia amenaza con repetirse. Es el fantasma del default. No el de una supuesta patria socialista, como agita el soliloquio de las repetidoras oficiales. El país se encamina a un escenario cada vez más complejo en un mundo cada vez menos amigable. Sólo en agosto, los grandes fondos de inversión con base en Wall Street y Europa retiraron 14 mil millones de dólares de los mercados emergentes. La mayor salida desde la llegada de Trump, según el Instituto de Finanzas Internacionales. Cambiemos, como se advirtió hace muchísimo tiempo, iba a contramano del mundo.

La segura reestructuración de la deuda pública bajo legislación local y extranjera que deberá discutir el Congreso, aunque se propicie desde el Ejecutivo sin quitas de capital, abrirá la puerta a viejos actores. Fondos buitres, jueces de Wall Street, cláusulas de acción colectiva, vencimientos acuciantes y desgracias varias retornarán a las crónicas periodísticas. Tal vez no lo hagan con la virulencia pasada, pero sin duda sobrevolarán las ruinas que dejará la economía cambiemita.

Mientras tanto, el mercado, ese dispositivo feroz que jugó al carry trade, continuará mostrando su peor rostro. Sus protagonistas escucharon en los últimos días lo que sabían. Hasta algunos del propio palo se lo advirtieron hace tiempo. El miedo, como era de esperar, terminó ganándole por goleada a la codicia. Plata en mano, culo en tierra, dirá alguno. Hoy, al gobierno no le quedan ni flores de papel. La bicicleta dejó de girar y se llevó puesto el mundo virtual que construyó la maquinaria duranbarbista.

El hilo se cortó por lo más delgado: los vencimientos de las Letras del Tesoro. Esos acrónimos casi inteligibles para los profanos que encierran obligaciones de cortísimo plazo en moneda local y extranjera con acreedores locales, especialmente bancos, fondos de inversión y compañías de seguro. El gobierno, incapaz de escapar a la lógica que prohijó, acumuló esas obligaciones en el segundo semestre del año y ocurrió lo previsible. El brazo financiero del deshilachado círculo rojo que apostó por Macri y perdió  le negó una última bocanada de oxígeno a un presidente virtual.

Son los mismos actores que en la previa de las PASO, montados en una operación de prensa, se jugaron una última ficha anunciando un falso voto positivo de los mercados. Ahora, que el vacío de poder adquiere una pesada y ominosa materialidad, nadie duda que Cambiemos es un malhadado paréntesis. Una pesadilla de la que costará salir. Los profetas del libre juego de la oferta y la demanda se notificaron tarde y mal del final de época. Lo mismo vale para el FMI, que apuntaló la apuesta geopolítica de Washington y se jugó a financiar la campaña presidencial del oficialismo.

Ahora, una vez más, la pelota quedó picando en la Casa Blanca. ¿El belicoso, alucinado e imprevisible Trump le concederá algo más a Macri? ¿Optará por condicionar al máximo al próximo gobierno? Lo que está en juego no es poco y la negociación será durísima. Tendrá hacia adelante un actor importante en David Lipton, el director gerente interino del FMI con línea directa con Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos. En ese terreno se jugará el destino de los 5.400 millones de dólares que el gobierno espera ansioso para aplacar con divisas frescas el incendio del mercado cambiario.

De haber luz verde no se encenderá hasta mediados de setiembre. Los fondos del desembolso llegarían quince días antes de las elecciones. Una eternidad. El cumplimiento de los objetivos monetarios y fiscales no sería un problema mayor. Se trata de las metas del segundo trimestre. A ojo de buen cubero, y para evitar males mayores, los técnicos del FMI las darían por aprobadas.

Eso no impedirá que la sangría de reservas siga su curso. Por lo pronto, la misión del FMI que encabezó Alejando Werner, el director del Departamento para el Hemisferio Occidental, fracasó con su objetivo político: arrancarle al candidato del Frente de Todos el compromiso de que no repudiará el acuerdo y que respetará las condiciones aceptadas por Macri.

Sin embargo, el reperfilamiento de los vencimientos del stand-by, patearlos para adelante en buen criollo, suena improbable. No imposible. El problema es que la alternativa no está en el manual del FMI. El detalle es importante. Si es necesario, la burocracia del organismo apelará al último inciso del articulado. Lo dice Claudio Loser, el argentino que ocupó la silla de Werner. No será palabra santa, pero conoce el paño. Según el hombre, el atajo sería dar por finalizó el acuerdo vigente y negociar otro. Sí, un nuevo programa. Tarea para Alberto Fernández en un verano que se anticipa caliente.

De ser así, el FMI volverá a la carga con los condicionamientos habituales. La agenda de siempre: equilibrio fiscal y las reformas previsional y laboral. La opción, vale aclarar, implicaría estirar los plazos e incrementar el capital adeudado. En otras palabras: FMI para largo rato.

En el caso los bonos emitidos bajo jurisdicción local y extranjera se trataría, en la mejor de la hipótesis, de una “reestructuración suave”. Así la definen los papers que circulan entre los clientes de los grandes fondos de inversión con activos argentinos. Suave o dura, lo concreto es que el camino no implica que en el mientras tanto dejen de caer los precios de los títulos públicos, la valuación de las empresas nacionales y las reservas del BCRA.

Obvio, cualquier déjà vu con el megacanje está justificado. Se dirá que no es 2001, que el sistema financiero es hoy más sólido y solvente. Tan cierto como que los actores que tendrán la palabra final no son los mismos. Es el único aspecto positivo.

Lo dicho, el panorama luce complicadísimo. Las advertencias no se hicieron esperar. Una muestra. Lo publicado por el Financial Times apenas terminada la conferencia de Lacunza. El artículo alerta sobre un “posible default”. Dice que sería el noveno en la historia argentina y agrega: “Los países pueden alargar sus cronogramas de pago sin incumplir si diseñan un intercambio voluntario de bonos viejos por nuevos a más largo plazo”. ¿La condición necesaria…? “Endulzando el acuerdo con intereses más altos para que el intercambio pueda ser considerado verdaderamente voluntario”, remata la nota del periódico británico. ¿Será suficiente?

Mientras tanto, Macri seguirá contando los días que le quedan en la Casa Rosada y obrará la letanía alucinada de lo que pudo haber sido y no fue. La desbandada de la tropa cambiemita solo apilará problemas que deberá resolver el próximo gobierno. Tarifas, inflación, pobreza, desocupación, recesión… y por supuesto, la deuda. Una lista casi interminable sobre un fondo de variables macroeconómicas descalabradas. La ilusión oficial de descomprimir la situación financiera, restituir la confianza y abrir la puerta a la reactivación con los adelantos del stand-by quedará en la historia. Duró un año. El tiempo que transcurrió desde que Macri lo anunció en Olivos. Era, entonces, el principio del fin.

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