La bicicleta financiera está llegando a su fin. Con ella, la experiencia liberal de Cambiemos. La crisis de la ceocracia, las dudas del círculo rojo, el almuerzo en el Jockey Club, la ausencia de un plan B y la bola de nieva de las Lebac. Un clima de fin de época que no se despeja con la ayuda del FMI. (Foto de portada: Joaquín Salguero).
La deuda fue siempre la herramienta preferida de la dominación. Desde el empréstito de la Baring Brothers en 1824 a hoy, el país la pagó en su totalidad. El ciento por ciento más intereses y punitorios. Con excepción de un breve paréntesis, que concluyó en 1862 con la asunción de Mitre, casi todos los presidentes fueron tomadores seriales. Lo fueron Avellaneda, Sarmiento, Roca, Celman y Pellegrini. También Luis Sáenz Peña, Uriburu, Quintana, Alcorta, Roque Sáenz Peña y De la Plaza. Además de representantes de los sectores más ricos de la sociedad, fueron hombres de confianza del capitalismo inglés.
Algunos representantes de la oligarquía criolla llevaron la fidelidad al paroxismo. Fue el caso de Manuel Quintana. En 1876, el entonces senador nacional e histórico abogado del Banco de Londres y Río de la Plata viajó a Londres para pedir que la marina inglesa bombardeara Rosario. ¿La razón? Santa Fe no había pagado en oro al banco londinense su vencimiento de deuda. En 1893, como ministro del Interior de Luis Sáenz Peña, pretendió nuevamente bombardear Rosario. En esa ocasión porque los radicales habían tomado la ciudad.
El caso de Victorino de la Plaza es paradigmático. Diputado, ministro de Hacienda de Avellaneda, Roca y Alcorta, además de vicepresidente y presidente de la Nación, De la Plaza fue un fiel exponente de la banca europea. También un inescrupuloso comisionista. Su correspondencia personal, hoy en el Archivo General de la Nación, contiene documentos notables. En una carta datada en enero de 1881 dirigida al titular del Banco d’Erlanger de París escribió:
“Haré señor mío, cuando de mi dependa en el sentido que Ud. me indica, y me será permitido anticiparle que podré servirlo cumplidamente no sólo en esas negociaciones sino en otras que pudieran producirse en condiciones ventajosas. Respecto de lo que Ud. me dice de manifestarle por lo que entiendo que debe asignarse por retribución de mis servicios, creo que lo podemos fijar como base de una cuarta parte de las comisiones o los beneficios que Ud. perciba en las operaciones”.
En pocas palabras: sus ganancias como comisionista eran directamente proporcionales al monto y a los intereses del crédito contraído. La deuda habría de ser religiosamente pagada por el pueblo argentino. Se sabe. Lo había garantizado Avellaneda: “Con sangre, sudor y lágrimas”.
La historia se repite
El 16 de diciembre de 2016, Alfonso Prat Gay anunció el fin del llamado cepo cambiario. En esa ocasión afirmó: “En tres o cuatro semanas ingresarán al país entre 15 mil y 20 millones de dólares”. Se quedó corto. Ingresaron unos 85 mil millones en apenas 27 meses. No como inversiones, sino como deuda para financiar el déficit fiscal.
El paralelismo entre la vieja oligarquía y la ceocracia gobernante se impone. Prat Gay fue jefe de la mesa de dinero del JP Morgan. Quien lo sucedió en ese puesto fue el mismo que lo reemplazó en Finanzas: Luis Caputo. La cantera de la banca Morgan también reconoce entre los suyos al renunciado Vladimir Werning. Antes de integrarse como enlace entre la Jefatura de Gabinete, el Banco Central (BCRA) y las carteras de Hacienda y Finanzas, Werning fue el jefe del JP Morgan para América latina. ¿Otro caso? Agustín Collazo. Un ex directivo del Morgan Stanley. Su rol no es menor. Actúa al frente de la Sub Gerencia General y como jefe de la Mesa de Cambios del BCRA.
Prat Gay, Caputo, y Collazo tuvieron y tienen un rol fundamental: garantizar que las condiciones de la banca internacional se cumplan. No es extraño que Macri pagara 9.300 millones de dólares a los fondos buitres que no quisieron participar en los canjes de 2006 y 2010. Menos extraño es que el pago quintuplicara la deuda original. Otras decisiones fueron en el mismo sentido. Un breve repaso. En diciembre de 2016, Cambiemos eliminó el Programa de Consulta de Operaciones Cambiarias de la AFIP. El objetivo: permitir que los adquiriente no tuvieran que demostrar el origen de los fondos. Por esa misma fecha elevó de 2 mil a 2 millones el monto máximo de dólares que podían comprar las personas físicas y jurídica; monto que luego elevó a 5 millones para, finalmente, eliminar toda restricción.
Las decisiones en el plano cambiario, que permitieron grandes ganancias a los bancos internacionales y a los fondos especulativos, se articularon con otras que beneficiaron a los holdings orientados al comercio exterior. A la eliminación del encaje obligatorio y del requisito de permanencia temporal mínima para los capitales especulativos siguió la determinación de otorgar a los exportadores un plazo de hasta 10 años para liquidar las divisas en el país.
Cambiemos buscó ocultar la realidad. Argumentó que la liberalización del mercado cambiario y el levantamiento de las restricciones sobre los capitales golondrinas garantizarían el flujo de divisas. No hubo inversiones. Sí una avalancha de deuda patrocinada por los grandes colocadores de títulos públicos. Un negocio multimillonario para los bancos JP Morgan, Merril Lynch, Deustche Bank, HSBC y Morgan Stanley. Los mismos que hicieron estallar la burbuja creada por Cambiemos cuando decidieron salir del país recomprando dólares baratos luego de sumar fuertes ganancias en pesos con Lebac y acciones.
El círculo rojo, sin plan B
Entre enero de 2016 y marzo de 2018, Cambiemos acumuló un déficit fiscal de 85 mil millones de dólares. Para financiar los gastos corrientes del Estado nacional, el Tesoro Nacional le vendió al BCRA las divisas que obtuvo con la colocación de deuda externa. Del total, la entidad que conduce Federico Sturzenegger vendió unos 39 mil millones a los bancos. Muchos de esos dólares fueron a dar a las entidades; otros, a sus clientes corporativos. Hoy, la situación no puede ser peor. A una deuda que crece exponencialmente se suma el descalabro macroeconómico.
Echemos una mirada. El déficit fiscal alcanza ya los 35 mil millones de dólares por año (6,36 por ciento del PIB). Si se tienen cuenta las provincias y los municipios, la relación asciende a un 9 por ciento del producto. Hoy, el déficit de la cuenta corriente trepa a casi 31 mil millones (5,6 por ciento del PIB). La conclusión es clara: la situación económica y financiera actual es peor que la que existía en 1989 y 2001. No sólo porque son mayores los déficit fiscal y comercial. En aquellos años, el país contaba con más reservas internacionales propias y era menos dependiente en deuda y plazos.
La fortaleza de Macri solo reside en la debilidad del campo popular. Es lo único que lo mantiene a flote. Esta vez, el círculo rojo no tiene plan B. En su momento, habló por boca de Héctor Magnetto, cuando el ceo del holding Clarín le dijo a Raúl Alfonsín: “Usted no entiende que ya estorba”. Necesitaban entonces un Carlos Menem para avanzar con las privatizaciones y hacerse con los recursos estatales. Sin embargo, que no tengan plan B no significa que no lo busquen. El almuerzo del 9 de mayo pasado en el Jockey Club es un ejemplo de sus desvelos.
En los salones de club convergieron el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, y unos cuarenta empresarios. Entre ellos estaban Eduardo Eurnekian, Jorge Brito, Juan Chediack, Daniel Funes de Rioja, Daniel Pelegrina, Cristiano Rattazzi, Gustavo Weiss, Claudio Belocopitt, Alejandro Bulgheroni, Adrián Werthein, Alejandro Macfarlane, Daniel Novegil y Fernán Saguier. Un mosaico de variada procedencia unido por el espanto. Saben que Macri va a la deriva y que depende cada vez más de los prestamistas.
La historia puede repetirse. En junio de 1890 gobernaba Celman. El cuñado de Roca endeudaba al país para sostener el creciente déficit fiscal. La rueda, finalmente, habría de detenerse. Argentina entró en cesación de pagos. La crisis económica se agravó. Hubo corrida bancaria y los precios de los artículos de primera necesidad se dispararon. L población se empobreció súbitamente. El descontento, canalizado por la Unión Cívica Radical, se expresó en la Revolución del Parque. La revuelta, aunque derrotada, puso fin al gobierno de Celman. Lo sucedió Pellegrini.
Está claro que Gabriela Michetti no es Pellegrini. Tampoco hay una conciencia social que vislumbre una patriada como la liderada por Leandro Alem. El círculo rojo, que poco y nada conoce de historia, sabe sin embargo que Cambiemos solo ganó tiempo. Los problemas no están resueltos. La vorágine está a la vuelta de la esquina. La escalada de los precios, el descontento social, el impacto de las tasas de interés sobre las pymes, la fragilidad de la cadena de pago y el freno en la actividad económica, además de las suspensiones, los despidos y el cierre de empresas, amenazan con vaciar de poder al macrismo.
El inverosímil mundo de Sturzenegger
Ante el derrape del precio de las acciones, y para defender el valor de los papeles, las grandes empresas, donde se destacan las energéticas, los bancos, las comercializadoras de granos y las constructoras, aprovecharon la liquidez que tienen para recomprar acciones. La estrategia por el momento le puso un piso a la crisis. Sin embargo, nada hace prever que no ocurra un nuevo hundimiento. El inverosímil de Sturzenegger lo presagia.
El monto de las Lebac en circulación es elocuente: 1 billón 252 mil millones de pesos. Unos 50 mil millones de dólares. Una cifra exorbitante de cara a una base monetaria que asciende a solo 1 billón de pesos y frente a reservas internacionales brutas que suman 54.428 millones de dólares, de las cuales solo 30 mil millones son de libre disponibilidad.
El resultado de la licitación del 15 de mayo pasado es catastrófico y augura males mayores. Con una tasa del 40 por ciento nominal anual a 36 días, el BCRA deberá en breve hacer frente a un nuevo vencimiento, que no solo incluye el renovado en mayo –unos 621 mil millones-, sino también los 226 mil millones que vencerán el 21de junio. Un mes más tarde, el 18 de julio, se agregará otro vencimiento: esta vez por 133 mil millones. Ahora, en un desesperado intento por evitar otro súper martes, el BCRA anunció que buscara canjear las Lebac de corto plazo por otras de más largo plazo. En palabras de Sturzenegger: reperfilar los vencimientos. En buen criollo: patear para adelante la deuda asumida.
Los que renovaron las Lebac en mayo especulan que el dólar no superara los 26 pesos a mediados de julio. El 35 por ciento estaba en poder de los bancos y otra porción importante en manos de la Anses. El resto se dividía entre fondos locales y del exterior, además de una pequeña porción en cabeza de inversores minoristas. Los grandes ganadores del 15 de mayo fueron los bancos: el BCRA les permitió modificar sus encajes. Mediante este ardid redoblaron la apuesta por la súper tasa. Lo hicieron con una parte de la suma que debían dejar inmovilizada en el BCRA. No fue el único negocio. Acuciado por la necesidad de divisas, el gobierno tentó a fondos buitres como Templeton y Black Rock con otro premio: los Bonos del Tesoro de la Nación (Botes). La colocación redundó en un nuevo ingreso de dólares y en nueva deuda; esta vez por un total de 73.249 millones de pesos a una tasa anual 20 por ciento.
Una bicicleta con poco pedal
Por ahora, la bicicleta financiera auspiciada por Cambiemos sigue rodando. El súper martes pasó, pero el problema dista de estar resuelto. El dólar, que suma una devaluación del 35 por ciento desde diciembre, ya impacta sobre los precios. Los ahorristas que tienen depósitos en dólares en los bancos seguirán retirándolos. El escenario presionará aún más al BCRA, que difícilmente pueda bajar el rendimiento de las Lebac. El efecto se extenderá a las tasas que pagan los bancos para captar depósitos y a las que cobran para financiar créditos y descubiertos. La dinámica se expresará en tasas cada vez más altas y fuertemente positivas.
En síntesis: Cambiemos escapó hacia el próximo vencimiento de las Lebac. Un horizonte muy cercano, de apenas 36 días. La devaluación, funcional a las exigencias del Fondo Monetario Internacional, ocasionará nuevas subas de precios y una caída del nivel de actividad. Esto, sumado a los sobresaltos mensuales, dará por terminada la experiencia liberal y reaccionaria de la ceocracia gobernante. Frente a este escenario, el círculo rojo busca ya un reemplazo para Macri. Los verdaderos factores de poder nunca confiaron demasiado en el mejor equipo de las últimas cinco décadas. Ahora saben que es peor de lo que imaginaban.