La bicicleta financiera castiga a las inversiones. El frágil equilibrio financiero depende de la voluntad de los bancos. Los mismos actores ingresan y fugan divisas. El círculo vicioso, las ganancias rápidas y una soga que (por ahora) aprieta, pero no ahorca.
Mauricio Macri llegó a la presidencia con globitos de colores y un discurso vacío de contenido. Lo hizo cabalgando sobre el atraso ideológico de una gran parte de la población. Tuvo y tiene como objetivo manifiesto integrar el país al mercado mundial. La integración, sin embargo, está restringida a unos pocos sectores. El hidrocarburífero, la minería, el agro y algunas industrias vinculadas al campo. No mucho más. Mientras tanto procura retener a los grupos industriales representativos del capital concentrado. Un puñado de firmas como Techint, Arcor y Aluar, por mencionar las más conocidas. Al mismo tiempo, y aquí reside el rasgo más perverso de su política, instrumenta las condiciones para restaurar el modelo de valorización financiera del capital. Un mecanismo que permite obtener ganancias rápidas y muy superiores al promedio mundial, además de fugar capitales.
La propuesta inicial de Cambiemos consistía en un tipo de cambio elevado. Esa es la razón que explica la fuerte devaluación que Macri concretó a poco de asumir. Entre el 9 y el 16 de diciembre de 2015, el dólar pasó de $9,70 a $13,60. A la devaluación del orden del 40% se sumó la eliminación de todas las retenciones a los cultivos, con excepción de la soja que disminuyó un 5%. Esto provocó una brutal transferencia de ingresos a favor de los sectores más concentrados del campo. El Gobierno, que sostenía que el tipo de cambio se había sincerado y que los precios ya lo habían descontado, quedó desmentido. El salto cambiario alimentó la inflación. El proceso afectó a los asalariados y a los sectores con ingresos fijos. El resultado: el deterioro del mercado interno.
Hasta ese momento, las promesas de campaña hechas por Macri habían alentado la retención en silo bolsas de un volumen importante de la producción agrícola. Luego de las elecciones, la devaluación y la quita/reducción de las retenciones incentivaron a los productores para que liquidaran la cosecha gruesa. El ingreso de un importante flujo de divisas por las exportaciones agropecuarias frenó un mayor avance del dólar. El Banco Central, en un intento por detener la inflación con altas tasas de interés, completó la condición para la aparición del trillado y funesto camino del carry trade: el dólar creciendo por debajo de las tasas de interés. Sólo una vuelta de pedal hizo falta para que la famosa bicicleta financiera se echara a andar. Ciclistas no faltaron. Algunos veteranos, otros principiantes.
Lo sucedido por esos días contrastaba con las irresponsables declaraciones del entonces ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay, quien no dudó en pronosticar que estaba por llegar una “lluvia de inversiones”. Le puso número y plazo a la precipitación. “Entre 15 mil y 20 mil millones de dólares en las próximas cuatro semanas”, afirmó Prat-Gay el mismo día en que anunciaba la desregulación del mercado cambiario. En una larga conferencia de prensa, Prat-Gay aduló los oídos de una importante porción de la sociedad: “A partir de mañana no hay límite para adquirir divisas para importar, cualquier persona que quiera comprar moneda extranjera podrá hacerlo a través de su cuenta bancaria o en las casas de cambio en efectivo”.
Ese día, el Gobierno fijó un límite de 2 millones de dólares mensuales por persona. En mayo de 2016 lo elevó a 5 millones. En agosto eliminó el tope. A partir de ese momento cualquier empresa o persona pudo adquirir los millones que deseara. Sólo en mayo pasado se compraron en el mercado de cambio local 2.358 millones de dólares. Una suma similar a la que se viene registrando desde hace meses. ¿De dónde provienen esas divisas? Una parte corresponde al endeudamiento en el exterior. Otra parte son fondos que ingresan para aprovechar las altísimas tasas de interés que propone el Banco Central (BCRA).
En forma paralela y de manera persistente egresan dólares del sistema. No se fugan por la ventana. Lo hacen por la puerta principal. Es legal. Parte de la demanda la explica el llamado “chiquitaje”. La parte del león se la llevan los sectores más ricos que no piensan y nunca pensaron en invertir en el país. Son los que se benefician del trato preferencial de los grandes bancos y pueden depositar sus divisas en cuentas radicadas en el exterior.
La valorización financiera que premia Cambiemos castiga las inversiones reales, la que incrementan la capacidad productiva, las que pasan por “hundir los fierros”. Dichas inversiones dependen de un crecimiento que no se verifica y están condicionadas por una tasa de interés muy elevada. No se crece porque cae el consumo interno. Mientras tanto, las grandes empresas se enriquecen fijando precios. Las que no pueden hacerlo se ven impedidas de financiar su capital de trabajo por las elevadas tasas de interés, la base del carry trade.
En ese marco, Cambiemos concretó un importante “blanqueo” de capitales. El objetivo: llevar tranquilidad a los grandes evasores. “No tenemos que escondernos más”, sentenció Macri. No quedan dudas. Sinceramiento fiscal mediante, los evasores quedaron fuera del alcance de la Justicia y de la Afip. No hay acción civil, comercial, penal tributaria, penal cambiaria, aduanera o administrativas que los pueda afectar. Una liberación equivalente a la extinción de la acción penal. Tranquilidad para los evasores, pero también alivio temporal para el fisco por el ingreso de divisas concretado por las personas físicas y jurídicas que se acogieron al generoso beneficio.
Sobre la base de estos artilugios, endeudando al país y concediendo el “perdón” fiscal a los evasores, Cambiemos enfrentó hasta el momento una realidad inocultable: la incapacidad del país bajo el actual esquema de hacer frente al repago de la deuda. La devaluación combinada con la quita y/o reducción de las retenciones no implicó mayores exportaciones, pero sí una ampliación de los márgenes de ganancias que obtienen unas pocas empresas. Esas ganancias extraordinarias se orientan a la especulación financiera, o se traducen en una creciente fuga de capitales. Nadie invierte en un país que se achica y genera desempleo.
El horizonte es oscuro. Sin una política que promueva la sustitución de importaciones y que aumente el volumen de las exportaciones en procura de un saldo comercial superavitario, los crecientes pagos de los servicios de la deuda provocarán un aumento del déficit en la cuenta corriente y mermas en la cuenta de capital. La situación sólo puede ser atenuada, en un circuito perverso y de costo alcance, por el mayor endeudamiento.
Con la soga el cuello
En el informe monetario de junio del Banco Central se observa que los pases pasivos (1) se triplicaron en el último año y ascienden a unos 107 mil millones de pesos, mientras que el stock de deuda por Lebac en pesos alcanza los 893 mil millones. Entre los dos pasivos, la entidad asume una deuda de 1.000.652 millones de pesos –unos 59 mil millones de dólares al tipo de cambio del 30 de junio-. Las reservas internacionales a esa fecha sumaban 48.568 millones de dólares.
El equilibrio depende de la voluntad los bancos que le prestan al Estado nacional, de los pases y Lebac (2) que renuevan en las licitaciones del BCRA y de las Letras del Tesoro (Letes) (3) que adquieren en las licitaciones de la administración nacional. Son los mismos actores los que ingresan y sacan los dólares del país. De esta forma, gran parte del “ahorro” disponible se emplea para financiar al Estado nacional a tasas altísimas.
La situación se les fue de las manos. Las Lebac –instrumentos con vencimientos en su mayor parte en torno a los 28 y 35 días- representan ya el 120% de la base monetaria; es decir: superan la cantidad de billetes y monedas emitidos y puestos en circulación por el BCRA. El riesgo presente y creciente es que los pesos liberados por la no renovación de las Lebac terminen presionando sobre el dólar.
El Gobierno puede seguir con la ficción de sostener, e incluso incrementar, las confiscatorias tasas de interés que pagan el Estado, las pymes y los consumidores, estos dos últimos mediante las compras en cuotas con tarjetas de crédito o cuando asumen préstamos personales. Sin embargo, la pésima relación entre los pasivos financieros y las reservas internacionales, sumado a los déficits fiscal y cuasi-fiscal (del BCRA), y a un tipo de cambio de “libre flotación”, le ponen una soga al cuello al equilibrismo oficial. El estrangulamiento del crédito es una posibilidad. Las corridas bancarias y cambiarias del ’82 tras la Guerra de Malvinas, en el ’89 con Alfonsín y en 2001 con De la Rúa y el fin de la convertibilidad son experiencias a tener en cuenta.
La frágil situación financiera puede romperse con cualquier acontecimiento interno o externo que les demuestre a los grandes jugadores que el carry trade debe terminar. De ocurrir, la fuga masiva de divisas y la estampida cambiaria serán administradas por los grandes bancos, como el JP Morgan, el HSBC, el Santander Río y el Galicia, entre otros. Y lo harán desde ambos lados de la ventanilla. Sus ex empleados son hoy los principales funcionarios que deciden las políticas monetaria y financiera del Estado nacional.
Un país atendido por sus dueños y que, además, tiene el raro privilegio de contar con un centenar de familias que atesoran en el exterior activos líquidos por más de 100 millones de dólares cada una en promedio, y otras 45 mil con depósitos por más de 1 millón de dólares. Esto sin contar las propiedades. La suma de activos externos equivale hoy al Producto Interno Bruto. Dicho de otra forma: es similar al total de bienes y servicios producidos por la economía nacional en un año. Mientras tanto, un tercio de la población se encuentra bajo la línea de la pobreza.
Notas
(1). Operaciones de pases. Son aquellas en las que intervienen el Banco Central y las entidades financieras. Una de las partes vende títulos, bonos o certificados de depósito en bancos del exterior para recomprar una cantidad determinada de días más tarde a un precio convenido originalmente. En los pases pasivos, el Banco Central vende y luego recompra los instrumentos. En los pases activos, el Banco Central compra al contado y luego revende a las entidades financieras. El total simultáneo de este tipo de pases no puede representar más de un tercio de las reservas de libre disponibilidad del Banco Central. Algunas jurisdicciones eximieron a las entidades financieras del pago de Ingresos Brutos por estas operaciones.
(2). La licitación de Letras del Banco Central (Lebac) se concretan semanalmente. La autoridad monetaria emite deuda que es comprada por los inversores. El fin de la entidad es absorber pesos del mercado financiero. A cambio ofrece una tasa que hoy se coloca en torno al 26% anual a 35 días. Las Lebac están alcanzadas por los impuestos a las Ganancias y sobre los Bienes Personales, tanto para personas físicas como sucesiones indivisas.
(3). Las Letras del Tesoro (Letes) son títulos de deuda emitidos por el Gobierno nacional en dólares estadounidenses. Se puede comprar tanto en dólares como en pesos al tipo de mayorista correspondiente al día previo a la licitación. Están exentas de impuestos.