Se puede contar la historia del fútbol en esta zona imprecisa del mundo siguiendo varios hilos que tienden a formar tramas cambiantes. Allí están los reglamentos, las instituciones, los hinchas, las idolatrías, los fanatismos, las teorías. Y un mundo que vale la pena reconstruir.
[É]sta es una historia de algo que no existe. Y, sin embargo, es una historia posible. El futbol latinoamericano no existe como narrativa unificada, como desarrollo homogéneo, como modo de jugarlo o de mirarlo, ni siquiera como origen común —y, mucho menos, como destino—. Algo similar ocurre con el futbol europeo, por cierto, pero al menos la unificación es institucional: hay una Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (Union of European Football Associations, la uefa), con 55 asociaciones, algunas cuya condición europea admitiría algunas discusiones (Turquía, Chipre o Kazajistán caben dificultosamente en esa categoría). Nuestro continente tiene dos asociaciones confederales, la Confederación Sudamericana de Fútbol, o Conmebol, y la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol, o Concacaf. La Confederación Sudamericana no incluye a todos los países del Cono Sur —excluye a las viejas Guayanas: Guyana, Surinam y la Guayana Francesa.
La Concacaf, a su vez, además de incorporar estos tres territorios sudamericanos —cuya lengua oficial no es ni el español niel portugués, y ni siquiera el quechua o el guaraní—, se subdivide en tres grandes zonas: la Norte, procedente de la vieja nafc, o Confederación Norteamericana, y que hasta su extinción incluía a Cuba; la Centroamericana, entre cuyos integrantes se cuenta la ex colonia británica de Belice, y la Caribeña, con 31 asociaciones nacionales, muchas de las cuales serían difícilmente clasificables como latinoamericanas (y que, en muchos casos, jamás han disputado un juego contra algún equipo sudamericano). Entre ellas se cuentan dos asociaciones con desempeños internacionales exitosos, Jamaica y Trinidad y Tobago, cuya lengua oficial y popular es el inglés y que representan, para cualquier imaginario latinoamericano, apenas una otredad pintoresca (pero que, a la vez, nos han legado alguno de los mayores corruptos de la historia de la dirigencia subcontinental, con peso decisivo sobre todo el continente, indiferentes al mayor o menor latinoamericanismo de su tierra natal).
Podríamos agregar: el futbol europeo despliega su hegemonía deportiva, la condición de deporte más popular, en todo su continente. El futbol latinoamericano compite, y no siempre con ventaja, con el béisbol fundamentalmente caribeño, pero también mexicano y venezolano.
Proponer una historia, entonces, es una decisión: proponer una historia de esa complejidad, de esas divergencias y desgarramientos que además se cruzan todos los días con otredades enfáticamente no latinoamericanas —la relación permanente de México con Estados Unidos y Canadá, por ejemplo—. Este libro existe, claro, porque tomamos esa decisión; porque postulamos que puede entenderse un fútbol latinoamericano en los pliegues de sus historias poscoloniales y sus desarrollos asimétricos; en los modos en que los distintos hinchismos —es decir, los estilos del ver y el alentar— dialogan y se contaminan, cuando no se imitan; en la manera como los héroes deportivos locales se vuelven continentales (desde Di Stéfano y Pelé a Messi, Neymar y Suárez, para apenas ejemplificar de manera arbitraria); y también, aunque más negativamente, en una dirigencia emparentada, ya no por sus afanes de hermandad sino por su corrupción desaforada.
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Las pocas historias del futbol latinoamericano que existen demuestran, paradójicamente, aquello que afirmo. No por pocas, sino por el modo en que postulan la existencia del objeto. Las tres —son sólo tres— fueron escritas por anglosajones, incluso considerando la doble ciudadanía de Andreas Campomar, un anglouruguayo. La primera, hace más de 20 años, la escribió el historiador inglés Tony Mason, profesor de la Universidad de Warwick: la tituló con una pregunta, Passion of the People? (¿Pasión del pueblo?) y la subtituló Football in South America (Futbol en Sudamérica), restringiendo así el campo de lo posible a una zona específica del continente. En realidad, para Mason, Sudamérica se limitaba a tres países (Argentina, Brasil y Uruguay), con lo que los debates geográficos, políticos o lingüísticos quedaron organizados por el mero exitismo deportivo: la pasión del pueblo se explicaba sólo por los triunfos y la gloria. Aunque en la introducción del libro afirmaba su esperanza de no ser etnocéntrico, no fue un deseo cumplido. En primer lugar, porque redujo Sudamérica a tres países, los “más exitosos”, pero que, como veremos, no permiten trasladar sus historias por homología a las de Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia o Venezuela, para no hablar del resto del subcontinente.
En segundo lugar, porque Mason no leía español, con lo que sus fuentes fueron reducidamente en inglés: no pudo encontrar, entonces, todos los matices que escapan a una visión colonialista y difusionista —según la cual, el futbol sudamericano se explica únicamente por la acción de la colonia británica local—.Por supuesto que, a despecho de los múltiples errores de unahistoria sudamericana escrita sin salir de Inglaterra, esa historia limitadasólo a las grandes potencias futbolísticas sudamericanas era y es posible. No es, por supuesto, el camino que tomaremos aquí.
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El aumento de las publicaciones sobre fútbol es enorme en todo el mundo: un aluvión de libros en los últimos 10 años, fenómeno que se vuelve casi meteorológico, con tono de aguacero, cada vez que se acerca una Copa del Mundo. Eso permitió en 2014 la aparición de un libro que en el original inglés se tituló Golazo!: The Beautiful Game from the Aztecs to the World Cup: The Complete History of How Soccer Shaped Latin America (¡Golazo!: del juego hermoso de los aztecas a la Copa del Mundo: la historia completa de cómo el fútbol moldeó América Latina, pero que en su edición en español cambió su subtítulo ligeramente a De los aztecas a la Copa del Mundo: la historia completa del futbol en América Latina), de Andreas Campomar.
Aunque uruguayo nativo, Campomar vive, trabaja y escribe en Inglaterra —para su investigación recorrió varios países de la región—, y quien hojee la traducción al español comprobará que también escribe en inglés: la traducción es muy mala. Pero, aunque Campomar cuida el trabajo con las fuentes (y las exhibe en una profusa bibliografía), su trabajo es básicamente periodístico, y no se cuestiona, en ningún momento, de qué hablamos cuando hablamos de América Latina. Su estrategia es la acumulación de anécdotas y mitos, con un criterio de selección organizado de un modo bastante discutible: de los aztecas a la Copa del Mundo supone un criterio cronológico (según el cual el juego de pelota, no sólo azteca, habría tenido algo que ver con el entusiasmo continental con el futbol) y a la vez geográfico, de norte a sur del subcontinente. Sin embargo, toda América Central está ausente del relato, no sabemossi por ausencia de futbol o de latinoamericanismo.
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En el mismo 2014 —la Copa desata, como dijimos, la temporada de libros ad hoc—, Joshua Nadel, un joven profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de North Carolina, publicó su Futbol!: Why Soccer Matters in Latin America (¡Futbol!: por qué el futbol importa en América Latina), libro que es, sin duda, el mejor de la serie que estamos presentando. Nadel tiene ventajas de las que carecía Mason: conoce la región y conoce sus idiomas, lo que le permite una profusión de fuentes examinadas con rigor. Aunque no se presenta como una historia, lo es: la historia completa prometida por Campomar, fatalmente incompleta, se transforma para Nadel en una selección de casos que permite mostrar problemas como la función de los mitos, la invención de las narrativas del estilo, lo que todo eso tiene que ver con la invención de las naciones, el peso desmesurado de lo racial como problema y una novedad radical, que es la preocupación por el género —es el único de los tres en preocuparse, y mucho, por el futbol femenino—. Pero Latinoamérica se presenta como casos, dijimos: Argentina, Brasil y Uruguay, por un lado; Chile y Perú, por otro; Paraguay, como ejemplo máximo de la corrupción que organiza el futbol de la región; México y Honduras, como casos mesoamericanos que le permiten analizar cosas distintas: en el mexicano, las discordancias entre las historias de la eterna promesa de futuro y las, finalmente, derrotas; en el caso hondureño, una narrativa de mestizaje que obtura la explicación de la presencia, indisimulable y mayoritaria, de afroamericanos en sus equipos. Y el futbol femenino, finalmente, como tensión permanente (y oculta) con los relatos masculinos de la patria soportados en las hazañas deportivas.
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El libro de Nadel es un hallazgo que repite los viejos esfuerzos de otro norteamericano, Joseph Arbena, historiador de la Universidad de Clemson, en South Carolina, que desde mediados de los años ochenta del siglo pasado hasta su muerte, en 2013, dedicó su trabajo a la investigación sobre el deporte —no sólo el futbol— del subcontinente. Además, no conforme con eso, compiló toda la producción bibliográfica sobre el tema, desde los tiempos en que era sumamente escasa —pero profusamente periodística— hasta los años más recientes, cuando nuevas generaciones de historiadores y científicos sociales se dedicaron intensamente a producir conocimiento sobre el tema. Para Arbena, América Latina significaba toda la región, de México a la Argentina: por eso, en uno de sus últimos libros, compiló estudios sobre algunas nimiedades —entre otras cosas desconocidas hasta entonces—, como la influencia de la Iglesia en el fútbol de Costa Rica (obra del gran investigador del deporte en América Central, Chester Urbina Gaitán).
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Repasemos los subtítulos de los tres libros: “pasión del pueblo” (aunque interrogada); “cómo el fútbol moldeó América Latina” (enel original inglés); “por qué el fútbol importa en Latinoamérica”. Los tres afirman como punto de partida una posible excepcionalidad: que el fútbol es clave en nuestro subcontinente, como en ningún otro. Nadel es el único que cuestiona las razones de esa condición. Aunque sus respuestas no son completas ni definitivas, vamos a recuperarlas en este libro.
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Una historia compleja de esa complejidad: básicamente, podría hablarse de cinco historias, a la vez paralelas y completamente entrecruzadas. Una es la historia institucional, legible en actas y reglamentos y fundaciones y afiliaciones. Con particularidades que trataremos de descifrar, cada país latinoamericano tiene una historia oficial de su fútbol, iniciado con la fecha de fundación de su Liga o de su Asociación o de ambas; cada zona geográfica, a su vez y como ya dijimos, tiene su o sus confederaciones, el momento en el que las asociaciones nacionales deciden pegar un salto internacionalista —a tono con la organización que el deporte fue tomando desde finales del siglo xix y con vértigo en el siglo xx— y constituir organismos supranacionales (donde destaca la antigüedad de la Confederación Sudamericana, anterior incluso a la europea). Pero es una historia a la vez sencilla —relativamente bien documentada— y que merece atención: porque es normalmente una historia de cómo las viejas élites locales toman a su cargo un fenómeno novedoso, a veces más popular —generalmente, menos—, y le imprimen rumbos particulares. Dije viejas élites: porque es también la historia de cómo esas viejas élites —más o menos burguesas, más o menos aristocráticas o militares— van siendo reemplazadas con las nuevas a lo largo del siglo xx, tejiendo lazos particulares con el mundo político y económico —y mediático, por supuesto, de modo decisivo—
Una historia institucional que es necesariamente política: cómo administrar un mundo que se vuelve radicalmente popular, con todos sus beneficios y también con todas sus amenazas. Otra es la historia deportiva, si puede hablarse de una serie estrictamente deportiva en un mundo caótico como el del fútbol latinoamericano. Es una historia que también puede reconstruirse estadísticamente —y que Wikipedia o las infinitas fuentes en la web permiten reconstruir con cierta precisión—. Cuántas veces ganó Paraguay la Copa América; cuántas veces clasificó Cuba a una Copa del Mundo; cuál fue el resultado del primer clásico entre Universitario y Alianza Lima. Pero esa historia estadística se teje con la anterior, porque depende de las instituciones para su organización y su despliegue, y a la vez nos permite —nos permitirá— ver las relaciones entre desempeños y desarrollos. Joshua Nadel afirma que los éxitos tempranos del fútbol uruguayo —que entre 1924 y 1930 gana las tres competencias mundiales, dos de ellas contra Argentina— son decisivos, no sólo para el desarrollo del futbol uruguayo sino para la misma construcción de sus narrativas nacionales como país. Inevitablemente, estas dos historias se entretejen con una tercera: la de la popularización del fútbol en cada sociedad latinoamericana. Ésta es la historia menos conocida y menos transitada, sobre la que es más difícil construir datos y a duras penas proponer hipótesis.
En todos los casos locales se produce una secuencia fija, que analizaremos: el futbol aparece —es incorporado, importado, trasplantado, aculturado— como deporte de élites, y en un momento —a lo largo de un proceso— se transforma en popular, no sólo en el sentido de su impacto como práctica y espectáculo de masas, sino en el de una práctica especialmente marcada por su apropiación por las clases populares —con más precisión: por los hombres de las clases populares—. La secuencia se repite una y otra vez, con cierta minucia, pero al mismo tiempo con pliegues locales especialmente distintivos: la historia de la incorporación de los afroamericanos, por ejemplo, implica historias y construcciones locales de lo racial que no se reproducen en otras sociedades (Argentina, Chile o México, por ejemplo, donde la historia de los futbolistas negros no es tan relevante). Pero esta secuencia es decisiva: porque si el fútbol nos importa, y por eso estamos presentando este libro, es exactamente por ese fenómeno. Sin esa popularización, posiblemente, el fútbol nos importaría mucho menos.
Esa popularización produce, y es uno de sus rasgos más destacados,la aparición de una figura clave: el aficionado (hincha, torcedor, fan, fanático, forofo). Toda la bibliografía latinoamericana coincide en que, en el momento en que la práctica se populariza, aparecen grupos de jóvenes (invariablemente jóvenes) que acompañan a los jugadores por razones de amistad o, mejor aún, por amistades territoriales o laborales —el caso de los clubes organizados en torno de espacios de trabajo como las fábricas o los ferrocarriles—. Son aquéllos a los que sus disposiciones corporales no les alcanzan para ser buenos practicantes, diferencia que se acentúa a medida que la práctica se especializa. Poco a poco, como iremos viendo, la relación con los jugadores será reemplazada por un mediador: el club, el equipo, los colores, que a su vez representan al territorio, al grupo, a la comunidad. Esos públicos se irán transformando en parte importante de la historia: una historia de los “hinchismos latinoamericanos”, aunque sea la que menos podremos desarrollar —porque merecería un libro autónomo, que no puede ser éste—.
Pero nos queda una quinta historia, más tramada con las últimas que con las primeras: es la historia de los héroes deportivos,casi todos ellos —las excepciones son mínimas— provenientes de esas clases populares que se adueñan de la práctica (no de la administración, como fue dicho) desde comienzos del siglo xx. Desde José Andrade, David Arellano (una de esas excepciones), Nolo Ferreyra o Leônidas hasta Hugo Sánchez, Carlos Caszely, Luis Suárez o el Pibe Valderrama, junto a esos clímax de la heroicidad y la idolatría que fueron Alfredo di Stéfano, Obdulio Varela, Garrincha, Pelé, Maradona. El futbol latinoamericano, aceptando provisionalmente que podamos postularlo, tiene una galería de grandes héroes, con repercusiones más locales o más internacionales, hasta la aparición de sus estrellas globales. Hacer su historia no es sólo la de sus hazañas o récords, sino —muy especialmente— la del modo como repercutieron en las narrativas populares extrafutbolísticas: el relato del ascenso social, del éxito económico, de la fidelidad a los orígenes, de la decadencia y la pobreza o el olvido. Los héroes son uno de los elementos clave en los que el futbol es mucho más que futbol: se vuelven modelos, argumentos, destinos, y a la vez mercancías, objetos transables, merchindising.
Esta tensión entre lo inolvidable y la mercancía nos reenvía a la primera historia —la relación entre un futbol popular administrado, llevado, traído y corrompido por sus élites—. Y demuestra que, para hacer esta historia, debemos tejer todas ellas.
Este texto forma parte del libro Historia mínima del fútbol latinoamericano que acaba de editarse.