Con la excusa del comienzo de los Juegos Paralímpicos en Japón se hace un repaso en la mitología de los Olímpicos, en la que más de una vez en lugar de ser sanas competencias fueron verdaderos juegos sucios y tramposos.

El Peloponeso le debe su nombre a Pélope, primer deportista en competir valiéndose de una prótesis. Mucho más que una historia de superación, su vida fue un culebrón de violencia, mentira y muerte.

Sabido es que los juegos olímpicos deben su nombre a Olimpia, la ciudad donde se realizaron entre el 776 a. C. y el 393 d. C. Estamos al tanto, también, de que los juegos se celebraban cada cuatro años período que pasó a llamarse olimpíada. Se conoce, finalmente, que los juegos se realizaban en honor a Zeus, principal dios del panteón helénico. Pero pocos recuerdan que en los juegos olímpicos de la antigüedad se honraba a Pélope.

Pélope fue hijo de Tántalo, mesero en el Olimpo, residencia de los dioses. Cierto día, quizás por presumir, Tántalo invitó a todos los dioses a comer a su casa. Cuando faltaba poco para que llegaran los invitados, que eran tantos y de tan buen comer, Tántalo se empezó a angustiar pensando que la comida podía ser poca… Y no tuvo mejor idea que matar a su joven hijo, Pélope, descuartizarlo, y echarlo a la cacerola. Es cierto, hay gente capaz de cualquier cosa con tal de agradar a las visitas.

Pélope.

Ya sentados a la mesa, todos los dioses recelaron del estofado, todos menos Deméter, quien se mandó a bodega el hombro izquierdo del descuartizado muchacho. Zeus, que por algo era el mandamás entre los dioses, descubrió el escalofriante secreto de la receta y, con la ayuda de los demás comensales, reconstituyó al joven con un nuevo hervor en la olla. Lo que Deméter había devorado fue reemplazado por una prótesis de marfil, probablemente obra de Hefestos.

Como sea, la segunda cocción embelleció a Pélope, mucho. Tanto que, ni bien salió del caldero, Poseidón, todo un señor de los océanos, se enamoró de él. Así las cosas, el muchacho, que no ganaba para disgustos, esa misma noche fue raptado por unos musculosos sirvientes y, en un carro tirado por caballos de oro, arrastrado al fondo del mar. Allí Poseidón lo nombró su copero y compañero de lecho. En tales circunstancias, mientras era montado por Poseidón, Pélope vino a descubrir su prótesis de marfil.

Todo llega en la vida, y un buen día Poseidón se aburrió de los arrumacos y dejó en libertad a Pélope. Quiso el destino que a poco de salir del mar el muchacho se enamorase de Hipodamía, hija del rey Enómao, posiblemente, el más celoso de los suegros. Para tener la mano de la muchacha, cada pretendiente debía disputar una carrera con Enómao. SI ganaba el pretendiente, se casaba. Si ganaba el suegro, lo cazaba (sí, lo mataba de un lanzazo). Como el señor aquel resultaba invencible pues las yeguas que tiraban de su carro eran alimentadas con carne humana, las cabezas de trece noviecitos adornaban la entrada de la casa de Enómao cuando Pélope fue a pedir a su enamorada en matrimonio.

De cara a la competencia, Pélope recurrió a su antiguo amante, Poseidón, quien, gustoso, le prestó un carro tirado por caballos alados. Además, por las dudas, Pélope sobornó a Mirtilo, el cochero de Enómao, ofreciéndole el privilegio de pasar la noche de bodas con la novia. Tentado por semejante promesa, Mirtilo aflojó las ruedas del carro de Enómao quien, en la última curva, salió volando del carro y murió devorado por sus malacostumbradas yeguas.

Para festejar el triunfo Pélope, Hipodamía y Mirtilo, salieron a pasear sobre las aguas en el carro alado. Llegando al cabo de Geresto, Mirtilo, restregándose las manos, le recordó a Pélope su promesa sobrede la noche de bodas. La respuesta del joven novio fue un soberano puntapié que envió a Mirtilo de cabeza al mar. Antes de morir ahogado, el sirviente maldijo a Pélope y su descendencia para siempre.

El tiempo, que suele poner algunas cosas en su lugar, le dio la razón a Mirtilo: el hijo preferido de Pélope fue asesinado por dos de sus hermanos. Hipodamía, la madre de los fratricidas y la víctima, se suicidó. Pero el asunto no terminó ahí, nietos, bisnietos, choznos y demás descendientes de Pélope tuvieron vidas (y muertes) trágicas hasta llegar a la guerra de Troya y aún después. Si hasta hay quienes suponen que lo que hoy sufre Grecia a manos del FMI no es otra cosa que el anatema de Mirtilo actualizado.

Conclusiones

Pélope, en cuyo honor se celebraban los juegos olímpicos, fue descuartizado, hervido, recauchutado, raptado y llevado al fondo del mar: el deporte puede ser demasiado sacrificado. El mismo Pélope, tan sufrido, para ganar movió influencias, sobornó, trampeó y traicionó de lo lindo: el deporte no siempre es limpio. Pélope y otros fueron capaces de prometer cualquier cosa con tal de ganar (una noche de bodas, la revolución productiva, la pobreza cero y siguen las firmas): La mentira es el deporte más popular. Parece conveniente recordarlo especialmente ahora, en medio de los Juegos Paralímpicos y la carrera electoral.

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