Hay muchos jugadores provenientes del África en el equipo francés que va a jugar la final. Unos cuantos en otro de los representantes del buen juego: Bélgica. Pero ese lugar estelar es apenas un destello en el rechazo europeo a la inmigración, en el fomento de las potencias en las guerras civiles que asolan el continente, en la pobreza extrema y las hambrunas. El fútbol no ayuda a olvidar, a lo sumo es un descanso a desgracias que amenazan con perpetuarse.

En el imaginario popular mundial, África es el continente negro, donde turistas de gran nivel económico y en su gran mayoría blancos van de safaris de caza, y en el que también se mezclan guerras civiles, hambrunas e historias de tráfico de diamantes muy bien explotadas por Hollywood. Lo que tal vez mucha gente no sepa es que África sufrió (y aún se prolonga ese sufrimiento) además de un sistemático saqueo de sus recursos, una colonización sumamente cruel que comenzó con los tristemente famosos barcos negreros, que traficaron nativos hacía las nuevas colonias de América para usarlos como mano de obra esclava.

Uno de los primeros libros que leí en mi niñez se llamaba La caverna de los suspiros. Relataba la historia de un misionero en un rincón perdido del continente africano. Pero no todas las visitas fueron humanitarias, las potencias colonialistas europeas fueron impiadosos en su “misión”, y al saqueo también hay que agregar las divisiones que crearon dentro de sus poblaciones y tribus y que derivaron en terribles matanzas étnicas que aún están latentes.

En uno de mis viajes al continente, un europeo me dijo algo así como “nosotros los europeos inventamos el reloj, pero el tiempo lo tienen ellos, los africanos”. Parecería que esa es la herencia del paso del colonialismo por el continente. Mucho tiempo para no hacer nada, mucho tiempo porque es difícil encontrar en la región una sociedad que regule su tiempo y planifique su vida en torno a un trabajo estable.

Hoy Europa trata de cerrar sus fronteras a todo tipo de inmigración, pero los africanos intentan todo lo que esté a su alcance y hasta arriesgan lo único que les queda, sus vidas, para poder entrar a ese “paraíso” de consumo donde si tienen la suerte de ingresar seguirán siendo marginados y en muchos casos deportados a sus países de origen. Una maldición que se prolonga en el tiempo, África parece abandonada a su suerte mientras el resto del mundo observa.

El Mundial Rusia 2018- que está llegando a su fin- tiene una característica muy particular, de los cuatro finalistas que llegaron a jugar los siete partidos, tres son países con una presencia muy fuerte en África desde hace muchísimo tiempo y han dejado su impronta cultural en el continente. Europa trata de “protegerse” de la invasión que ella misma generó, pero no siempre lo ha logrado. Tal vez por ese relativo éxito es que hoy pueden jactarse de poseer muy buenos equipos, sobre todo Francia y Bélgica en donde pueden apreciarse nombres ajenos a los que estábamos acostumbrados a ver y oír en otras disciplinas como por ejemplo el cine o la música. Lo dicho, para un muy pequeño y reducido puñado de inmigrantes o sus descendientes, el podio, la gloria, la fama y todo lo que eso conlleva, para otras inmensas mayorías, discriminación y la más terrible de las posibilidades reales, quedar flotando en el Mar Mediterráneo sin nombre ni país de origen y ser sólo un número estadístico en las páginas de la prensa internacional.