Recuerdos vagorosos del paso de Maradona por Cataluña. Él y nueve más, cuando el Barça no era el club y el súper equipo futurista de “la escuela holandesa”. Turbulencias, un par de títulos, una página más bien olvidada en la historia del 10 y, cómo no, un lindo toque de racismo contra el sudaca insolente.

No da el ánimo, ni el tiempo, ni seguramente la capacidad para apurar una nota en serio sobre el Diego. Nada generalista ni profundamente humano que permita cruzar ni comprimir a modo de maldita necrológica la dimensión literalmente extraordinaria de Diego. Algo que trasciende muy largamente lo futbolero. Maradona se fue como lo que ya era: un personaje histórico, de una complejidad fascinante, intensa y hermosa. Se fue como tristemente era posible prever: demasiado temprano, hecho polvo y siempre peleándola, cayendo y levantándose, cayendo. Decadente y confuso en el decir, y sin embargo con una de tantas cruzas suyas: siempre haciéndose mierda, alegre, luchador, irónico, disfrutador y sufridor, incapaz de abandonar la pelea, vital, solidario, sensible, autodestructivo. Se fue como era de prever, mítico y un poco a lo Garrincha.

Duele la muerte de Diego, como era tan de prever, entre otras cosas por su incapacidad para saciar su voracidad de vida y plenitud. Con sus enormes dificultades para cuidarse y bajar un cambio. Duele imaginarlo dando una pelea callejera de siglos contra (lo que uno presupone eran) sus insatisfacciones. Consuela saber que la mayor parte de su vida fue fiel a sus orígenes, que la vivió a mega pleno, que con sus contradicciones dio batalla para el lado de los buenos, solemos decir “contra el poder” y eso simplifica. Es lindo postear sus fotos con Fidel y ubicarlo contra Macri, EEUU, la Iglesia o Havelange. Pero eso ahora a insuficiente y triste.  Libró sus batallas a lo lumpen porque era eso entre mil cosas –bienvenido-. Era ese el único modo de dar las batallas en alguien hecho de recontra abajo. Atorrante, desordenado, caudillo, incisivo, rencoroso, corajudo, de una inteligencia natural bellísima, pícaro, tornadizo en las relaciones con los otros. Decir “libró sus batallas a lo lumpen” identifica quizá mejor a quien así lo escribe: hombre de clase media con acceso desde bebé al agua potable, la educación, la vivienda digna y el morfi asegurado.

Los años catalanes

Elijo a partir de acá recordar como entre humos lejanos el paso de Diego por el Barcelona. Para cuando Maradona llegó al club ya mis viejos y amigos habían dejado de mandarme –hacía tiempo- algún ejemplar de El Gráfico y recortes con las tablas de posiciones de los diarios. Sí me llegaron por carta dos asuntos futboleros llamémosle fundacionales. La llegada a Buenos Aires de un relator uruguayo que decía ta ta tá. Y el surgimiento de un pibe que la rompía en la tercera o reserva de Argentinos Juniors, al que iban a ver hinchas de otros clubes. Esas cartas me las escribió un amigo, Enrique Batata Vázquez, hincha de Racing. En dictadura, Batata tuvo dos pibes. Al primero lo llamó Federico Gabriel por Federico Martul y Gabriel Dunayevich, ambos desaparecidos dentro del centenar y pico de nuestro colegio. Fede fue o sigue siendo el director de Futurock.

Para escribir esta nota me puse a ver unos videos en YouTube de sus años de entonces. Unas piernas del carajo, musculosas (una especie de Marlene Dietrich del fóbal), y él muy guapo, muy lindo. En la cancha una mística impresionante, un romperse el alma para triunfar, acaso un poco empeñado en la individual –como Messi joven o Messi frustrado-. Mi recuerdo es que ese equipo eran Maradona y nueve más, flojitos. Nueve y no diez porque el otro que era muy bueno era el alemán Bernd Schuster. Salvo con Schuster, Maradona no tenía con quien jugar. El técnico inicial fue Udo Lattek, otro alemán. Si al verlo por la tele me frustraba por lo de madera que me parecían los otros es posible que me sucediera por ser argentino y sudaca. Por argentino y sudaca, no conseguía identificarme con ningún equipo español. Faltaban eones para los galácticos del Real Madrid o “la escuela holandesa” en el Barça. El club me resultaba demasiado rico, catalán-conservador y prepotente. Al Español se lo identificaba con el franquismo. Yo oscilaba entre clubes pequeños. Alguno vasco, Las Palmas, el Celta de Vigo, el Valencia en el que Kempes se hizo leyenda.

Periodismo: un ex presidente del club, Nicolás Casau, espió a Maradona en Argentina en 1978. Diego tenía 17 años. El capo del Barça eligió esperar. Lo ficharon en junio de 1982, para cuando el Mundial de España. Diego hizo seis goles en sus primeros diez partidos. Luego tuvo hepatitis, larga pausa. Al Barça le iba mal. Cayó Menotti como DT. Diego recién volvió a jugar en marzo del ’83. Antes lo puteé internamente en un partido. Fue en una de las escasísimas veces que fui a la cancha en España. Brasil-Argentina por el Mundial ’82. Las cosas que no le salían al equipo y Diego terminó expulsado a lo bobo por pegarle un planchazo homicida a Batista. 1-3. Se supone que habíamos ido a la cancha con carteles de denuncia contra la dictadura. En el Barcelona Diego hizo 11 goles más en 20 partidos. Ganó no mucha cosa para lo que fue el futuro Barça: una copa de Liga y la del Rey, ambas contra el Madrid.

Después vino el célebre patadón de Andoni Goicoetxea, del Bilbao. El defensor se tiró arrastrándose en el pasto –símil Ruggeri contra Chilavert pero con mejor puntería- y le hizo pedazos un tobillo. Otra larga pausa para la recuperación. El último partido de Diego fue de nuevo contra el Bilbao, Copa del puto Rey y rencor. Lo cagaron lindo a patadas a Diego y la cosa terminó 1-0 en contra, con él y sus compañeros pegando unos patadones formidables, con escándalo. En YouTube parece una vieja peli de karatecas. Castigo al Diego de la Federación Española, tres meses afuera.

Adéu siau, Barcelona.

El Chincheta sudaca

Todo esto importa poco. En la historia de Diego los pocos años en Barcelona aparecen turbulentos, como siempre, pero grises. Lo que recuerdo entre la nebulosa y el rencor es la mirada hegemónica de cierta prensa catalana hacia el Diego y una expresión reiterada: “el clan Maradona”. Una cosa medio racista de mostrar a Diego y su gente como a un capo narco con su gente, un nuevo rico ostentoso, un caprichoso del orto. Diego vivía en el barrio más pijo (cheto) de Barcelona: Pedralbes, hoy horriblemente súper edificado. Decir “Maradona” entonces, en esa prensa, a la distancia me da “los negros”, “el kirchnerismo”, y no en términos estrictamente políticos sino de clase, de poder, de la Cataluña/ España que se nos estaban poniendo europeas, blanquitas, satisfechas consigo mismas.

Decir Barcelona y Maradona es decir para mí un recorte de una historieta a página que todavía conservo. Creí que era de la revista humorística El Jueves pero fui a buscarla y no, era de El Periódico. 26 de agosto de 1982. Una crítica jodona, más bien tierna, al desempeño del Barça de Diego (que era él y nueve más). En el primer cuadrito aparece un personaje que relata: “Eran las nueve y media, más o menos, no nos vamos a discutir ahora, cuando Gerardo centró y El Tapón Pampero, el Chincheta Milonguera, El Masita, El Champiñón Porteño, ¡ñaka!, marcó su primer gol como culé en el Nou Camp”. Cinco cuadritos después: “Al Mil Millones, Pelusa, Tap de Basa (enano), Chicharello, Eto son mi colore’, hay que decirle que mejore. Que la toca bien, pero eso no es todo. Último cuadrito de doce: Maradona parado en el pasto de la cancha señalándose lesiones, diciéndolas “en argentino”: “Mirá. Acá me pateó el Gentile!”. Y ayá me lustró el tobillo el Junior!”, Qué Mundial má boludo aquel, che!”.

Goitcoetxea aún no lo había partido abajo a Diego.

Tengo plena conciencia de lo chiquita que es esta nota al lado de la muerte del Diego. No puedo, no quiero, no me animo. No me animo mucho a ver los diarios y la tele. Una ex compañera de división del cole acaba de mandar por uasap el video de los hinchas despidiéndolo en la cancha del Bicho. Precioso y triste. Ella misma fue a despedirlo. La tristeza no terminar de formarse.

A modo de disculpas por no haber podido escribir algo mejor cierro con un párrafo muy bonito que escribió en Facebook Mariano Nicolás Donadío, colaborador habitual de Socompa. Algo muy lindo que habla de uno de los infinitos Diegos que dejé de lado:

“Los sujetos como yo, que somos insensibles a la belleza del fútbol, festejamos al Maradona verbal. El de los últimos años, el de las declaraciones. Un malabarista del lenguaje, un poeta involuntario, un creador de imágenes impensadas. La poética maradoniana -hecha de tortugas que se escapan, pelotas que no se manchan y gente que le toma la leche al gato- lleva a cabo una de las destrezas más bellas del lenguaje: la de crear felicidad con palabras”.

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