Pese a practicar un deporte de minorías en el que no son muchos los participantes, Scioli tuvo prensa desde el primer día. Algo que se explica desde sus conexiones con los medios y su circuito de influencias. Una carrera política que empezó sobre el agua.

Pasó, pasó a la punta el catamarán Frigidaire Turbo de Alba… Cómo vuela… Ganó, ganó, ganó Daniel Scioli, espectacular y vibrante victoria del campeón argentino”, dice como si fuera cierto y gritando más fuerte que el “Gordo” Muñoz el periodista de Nuevediario. La imagen, irrefutable, muestra a la Frigidaire absolutamente sola, con los rivales —si es que los hay— casi a kilómetros de distancia. “Esto ya supera lo que hizo Reutemann”, dice en estudios Enrique Moltoni. “Por fin —concluye Silvia Fernández Barrios— los argentinos tenemos un depor­tista ganador, como no ocurría desde los tiempos de Juan Manuel Fangio”.

Puede entenderse. El padre de Scioli es socio de Ale­jandro Romay en Canal 9. Y el acompañante de Scioli en el Campeonato Argentino de Motonáutica off-shore que concluyó el domingo pasado en la Costanera Norte fue el joven de 16 años Leandro Larrosa, hijo de Horacio Larrosa, nada menos que el productor de Nuevediario.

Solo así resulta lógico que el noticiero más visto de la TV argentina amenice sus crónicas villeras de violaciones, asaltos y miserias cotidianas dedicando cuarenta largos minutos a un deporte minoritario y para adinerados.

En Clarín, el matutino de mayor circulación en el país, el trámite resulta más sencillo. Allí Scioli escribe sobre sí mismo y todas las notas de motonáutica que aparecen en el diario llevan su firma. Y aunque en algunas ocasiones —como efectivamente ocurrió— haya corrido él solo dentro de su categoría, sus victorias suelen ser saludadas con grandes titulares.

Otros importantes medios —la revista El Gráfico y La Nación, entre ellos— se han acoplado a la moda y otorgan importantes espacios a un deporte y una categoría que directamente son ignorados por las grandes agencias in­ternacionales de noticias. Los servicios latinoamericanos de estas agencias suelen informar hasta los puestos lejanos de los tenistas del área de un torneo categoría cadete. El off-shore, en cambio, ni siquiera recibe una línea.

¿Cómo se explica semejante situación? Un hombre clave en esta historia es el jefe de prensa de Scioli, el aje­drecista Miguel Ángel Quinteros, quien podría recibir una suspensión de por vida por haber competido nuevamente en Sudáfrica, violando el boicot internacional implantado contra el régimen de Pretoria. Tres viajes a los dominios de los blancos le redituaron unos 200.000 dólares. Suele burlarse de quienes lo sancionan.

Asalariado de lujo —se dice que gana unos cinco mil dólares mensuales—, el “Negro” Quinteros mueve altas influencias en el ambiente de prensa, que suele ser aten­dido con artículos electrodomésticos —productos de la casa Scioli, por supuesto— y, en algunos casos, opíparas cenas, con alguna “sorpresita” en minifaldas para después de los postres.

Tamaño aparato de propaganda le permitió a Scioli adjudicarse el año pasado el Olimpia de Plata en moto­náutica, distinción que —según los especialistas de ese deporte— debió haber recaído en Oscar Rodríguez. El Círculo de Periodistas Deportivos (CPD) entendió que el subcampeonato europeo de Scioli tenía más méritos que el campeonato mundial que había conquistado Ro­dríguez en una categoría inferior, pero notablemente más competitiva.

Quienes defienden la honorabilidad de las habitual­mente polémicas distinciones otorgadas por el CPD suelen recordar que en el 85 se premió con el Olimpia de Oro al rugbier Hugo Porta, en detrimento de la otra gran candidata, la tenista Gabriela Sabatini. Los suspicaces creían que Gaby iba a ser la premiada, pues era modelo de la firma Topper, que había aportado 50.000 dólares para que el CPD pudiera celebrar ese año su tradicional fiesta. En las ternas de este año algunos deportistas notables —como el polista Gonzalo Pieres y el piloto Juan María Traverso— fueron excluidos por “inconducta”.

Y si nadie duda que Gaby Sabatini recibirá este año su segundo Olimpia de Oro, sí en cambio el ambiente de la motonáutica teme que en la fiesta que se celebrará ma­ñana por la noche en el Sheraton otra vez Scioli conquiste un premio que —según ellos— debería corresponderle a Dennis Taylor.

Con una decena de records mundiales acumulados en casi quince años de trayectoria, Taylor se coronó esta tem­porada campeón mundial de la clase III, 6 litros, según se encargó de promocionar por TV —aunque con menos in­sistencia que Scioli— la tabacalera Marlboro, auspiciante del piloto.

Taylor se coronó campeón mundial en una compe­tencia de tres días de regatas y compitiendo contra otras trece embarcaciones en una categoría cuya paridad está fijada por la cilindrada máxima establecida en los 6 litros y la exigencia de que los motores utilizados sean de serie, con una producción mínima de mil unidades.

En cambio, Scioli —condiciones al margen— compitió en ocho regatas en distintos escenarios y a lo largo de va­rios meses. Pero en la primera carrera de Saint-Tropez ganó corriendo él solo en la clase II. En la segunda de Venecia tuvo tres rivales, pero su victoria se vio facilitada pues él corrió con su habitual motor de 1100 caballos de fuerza, contra los de 850 HP de sus contrincantes.

Lo mismo ocurrió en la tercera fecha de Elba, y Scioli abandonó en la cuarta carrera de Catania, donde apenas dos pilotos sumaron puntos. Otra vez corrieron cuatro embarcaciones en la quinta fecha de Arendal. Solo dos fueron los competidores en la sexta fecha de Getingloppet. Scioli con sus 1100 HP, y el segundo con su motor de 850 HP. Faltando dos carreras, Scioli ya se había asegu­rado el campeonato. En total, a lo largo de las ocho ca­rreras, intervinieron en la clase II 19 pilotos, de los cuales 14 lo hicieron solo en una regata, 2 en dos, 2 en cuatro y 1 —Scioli— en seis, siempre con su motor más poderoso.

Así también, Scioli ganó el domingo pasado en la Cos­tanera superando sin esfuerzo a Lelio González Elicabe. “Para que te des una idea de las diferencias —dijo uno de los participantes de esa prueba— es como si enfren­taras a un Renault 12 con un Fiat 600”. No obstante, en su crónica del lunes en Clarín, Scioli se vanaglorió de haber contenido “el hostigamiento constante” de Gon­zález Elicabe.

Cuando ganó el campeonato mundial del 87, el argen­tino Oscar Rodríguez —asumiendo hasta dónde alcan­zaban sus posibilidades económicas— señaló que “si en la clase III surgiera el profesionalismo, no tendríamos nada que hacer, porque nos faltaría hasta para empezar. En la clase I de hasta 16 litros, el dinero es ilimitado y ya em­pezó a poner sus leyes. Fijate el caso de Stéfano Casiraghi, el marido de Carolina de Mónaco, que a pesar del respaldo de los bancos del principado no alcanza a terminar una carrera porque siempre rompe el motor”.

El ambiente del offshore mereció una vez la siguiente descripción de El Gráfico: “Príncipes hastiados, mujeres hermosas. Millonarios aventureros. Sponsors atrevidos. Pilotos ambiciosos. Guerras secretas y públicas. Nombres célebres que están dejando de serlo. Desconocidos capaces de matarse por ser célebres”.

Y entre estos últimos se encuentra Scioli, “un loco que se toma esto demasiado en serio”, según la descripción del millonario Casiraghi. Gracias a sus millones, a su profesio­nalismo y —muy especialmente— gracias a Nuevediario y a su aparato de prensa, Scioli —según admiten hasta sus enemigos— ya es ídolo de muchos pibes argentinos. Se habrá ganado el pan con el sudor de su frente.

Página/12, 18 de diciembre de 1988

 

Anticipo del libro Juego, luego existo, editado por Sudamericana.