Un grupo de jugadoras de la selección de fútbol, entre ellas su máxima figura, Estefanía Banini, fueron excluidas del plantel que conduce el técnico Carlos Borrello. Justamente aquellas que plantearon las condiciones precarias en las que se juega fútbol femenino en la Argentina, a pesar de las declamaciones de los dirigentes de la AFA.
En un impactante giro de los acontecimientos, la selección nacional de fútbol de mujeres va a viajar a los Juegos Panamericanos de Lima sin su capitana, Estefanía Banini, unánimemente elogiada en el mundo futbolístico como una de las mejoras jugadoras de la pasada Copa del Mundo. Su exclusión no fue la única sorpresa para las hinchas del equipo. El director técnico Carlos Borrello también prescindió de Florencia Bonsegundo, Ruth Bravo, Gaby Garton, Sol Jaimes y Belén Potassa. En un primer momento, las y los hinchas se preguntaron si las jugadoras estarían lesionadas o impedidas de jugar por compromisos con sus clubes, pero en los últimos días quedó claro que el equipo técnico optó por castigar a las jugadoras que habían cuestionado el profesionalismo y la eficacia de los entrenadores. Las jugadoras que estuvieron presentes en las reuniones del equipo, realizadas justo después del último partido en la Copa del Mundo contra Escocia, confirmaron que las excluidas fueron precisamente las más activas en los reclamos por más recursos y nuevos métodos de entrenamiento. Por razones obvias, todas las jugadoras con las que hablamos prefieren permanecer anónimas.
Esta situación, sin embargo, no debería sorprender a nadie. Como todos y todas deberíamos recordar, el equipo nacional de fútbol de mujeres argentino estuvo inactivo durante dieciocho meses entre 2015 y 2017; las jugadoras hicieron una huelga en 2017 para obligar a la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) a reconocerlas y negociar las condiciones de trabajo. El equipo no tenía siquiera entrenador, pero para colmo los viáticos, en ese entonces de menos de diez dólares por día, estaban impagos. Las jugadoras más veteranas esperaban que la Copa América de Chile de 2018 y la clasificación potencial a la Copa del Mundo de Francia le diera nueva vida al programa de fútbol de mujeres. Cuando uno de nosotros entrevistó a Carlos Borrello, que había sido re-contratado como director técnico para la Copa, le señaló que él era uno de los pocos entrenadores sudamericanos que también entrenaba regularmente un equipo femenino de club. Borrello contestó: “Te podés imaginar la paciencia que tengo que tener”, y se rio. Este tipo de chistes son comunes entre el staff técnico y, aunque quizás pretenden ser inocuos, ponen de manifiesto una obvia falta de respeto por las jugadoras. En la Copa América de Chile, las jugadoras argentinas posaron para una foto grupal con las palmas de sus manos detrás de sus orejas, reclamando atención de la prensa y de la AFA. Las camisetas que vestían habían sido usadas previamente por el equipo masculino.
Sin haber recibido siquiera un llamado telefónico, las jugadoras excluidas se sintieron tan sorprendidas como heridas. Ellas creen que se han sacrificado enormemente, poniendo incluso dinero de su bolsillo para estar en condiciones de competir y retornar a los rankings de la FIFA –y a la Copa del Mundo. Y más importante aún es el hecho de que les fue negada la oportunidad de competir en otro torneo continental, que son muy escasos entre las mujeres sudamericanas. Sin este escenario para su juego, es difícil atraer la atención de los clubes, cuando son muy pocos los que ofrecen posibilidades profesionales reales.
Pero ¿cuál fue el carácter de las críticas de las jugadoras? Fueron excluidas después de una Copa del Mundo en la que impresionaron a los públicos de todo el mundo con su talento y tenacidad. Pero, a la vez, fue una Copa en la que comprobaron el tipo de recursos de los que disponían los otros equipos nacionales. Mientras los staff técnicos de selecciones como Inglaterra o Estados Unidos diseñaban planes individuales de entrenamiento y organizaban los itinerarios con muchos meses de antelación, las jugadoras argentinas recibían sus agendas escritas en servilletas de papel la noche anterior a cada jornada.
Mientras que la tecnología de GPS ha sido incorporada en los últimos cinco años incluso en el nivel de divisiones inferiores en los EEUU, el equipo argentino midió a sus jugadoras por primera vez pocos días antes de comenzar la Copa. Algunas de ellas, ya familiarizadas con la tecnología por haber jugado en el exterior o en universidades norteamericanas, estaban sorprendidas con el hecho de que el cuerpo técnico no sabía leer los datos. El GPS proporciona información sobre las cargas de trabajo, el esfuerzo y el posicionamiento para utilizar mejor a las jugadoras. De la misma manera, mientras que la menstruación es un tema tabú en el equipo argentino, las mujeres norteamericanas tienen protocolos específicos para controlar y responder a los cambios hormonales. La lista podría seguir largamente: pero estos ejemplos son suficientes para demostrar fallas concretas en el enfoque para preparar el equipo para la alta competencia.
El desprecio por las mujeres en el fútbol argentino tiene una larga historia. Las mujeres han jugado fútbol por más de un siglo, enfrentando siempre marginalización extrema tanto por parte de los clubes como de los programas de educación física o las federaciones. Al mismo tiempo, las presiones familiares y la vergüenza social restringieron el ingreso de las mujeres a la práctica. En años recientes, las Pioneras del fútbol femenino reclamaron un reconocimiento a esa trayectoria, incluyendo a las que jugaron en 1971 en el equipo representativo de la Argentina en la Segunda Copa del Mundo femenina en México –un torneo organizado sin aval de la FIFA.
Posiblemente, el origen del conflicto actual está en el carácter militante y feminista que tomaron las jugadoras desde ese momento. La exposición pública, una intensa participación en las redes sociales y el activismo de organizaciones sociales dedicadas al fútbol de mujeres, como “La Nuestra”, permitieron que esas condiciones fueran modificándose y obligaron, incluso, al presidente de la Asociación, “Chiqui” Tapia, a declararse “el presidente de la igualdad de género”. Sin embargo, el presidente de la Comisión de Fútbol Femenino de la AFA fue y es siempre un hombre. Ricardo Pinela, que ocupaba ese cargo hasta enero de 2019, ante la aparición de consignas por un “fútbol feminista”, proclamó que iba a ser, apenas, un fútbol femenino. En esa tensión se desplegó la clasificación a la Copa del Mundo, luego de un repechaje jugado ante Panamá en noviembre de 2018: la actuación del equipo llenó el estadio del Club Arsenal, pero el público no se limitó a alentar a las jugadoras, sino que también mostró las banderas y pañuelos verdes de apoyo a la campaña por el Aborto Legal.
Claramente, la relación de las jugadoras de fútbol en la Argentina y los dirigentes (casi todos ellos, hombres) se mueve en esa dinámica de reclamo-respuesta. Poco antes de la Copa del Mundo, la jugadora Macarena Sánchez hizo pública su exclusión del plantel del club UAI-Urquiza y su demanda laboral consecuente: esto obligó a la AFA a declarar la profesionalización del fútbol de mujeres, aunque se limitó a aportar una suma exigua de dinero a los clubes que no alcanza ni siquiera para pagar el salario mínimo legal a un plantel completo. Dado que la AFA apenas comprometió un año de apoyo económico, será interesante ver si las organizaciones civiles y los medios mantienen la presión para mejorar la situación de las jugadoras. No en vano, el equipo de UAI Urquiza, el más exitoso en el fútbol doméstico, fue conducido por Carlos Borrello por varios años. Una posibilidad para un cambio positivo podría ser la sindicalización de las jugadoras: afiliadas a un sindicato, podrían recibir algún tipo de apoyo frente las violaciones de las relaciones laborales que sufren. La Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFPro), junto con la red Football Against Racism in Europe (FARE), han tenido conversaciones en esa dirección durante el año pasado.
La exclusión de Banini y sus compañeras también debe interpretarse en esa dinámica. Las jugadoras más importantes del plantel (especialmente, las que juegan o han jugado en las ligas profesionales) han planteado que la gestión actual del equipo no es suficiente para aspirar a competir en el primer nivel internacional; que la experiencia de la Copa del Mundo fue satisfactoria en términos afectivos, pero insuficiente en términos deportivos. El pequeño suceso de haber ganado sus primeros puntos, con dos empates, o el empate heroico contra Escocia superando una desventaja de tres goles, les permitieron ganar mayor cobertura mediática y apoyo de las y los hinchas. Pero las jugadoras saben que eso no es suficiente para hacer explotar el fútbol de mujeres en la Argentina en términos masivos; que para eso precisan tanto de la continuidad de una actitud militante -las apariciones públicas, la convergencia con los reclamos ampliamente feministas y con las organizaciones sociales- como de los éxitos deportivos: en un país con la tradición deportiva argentina, los desempeños heroicos son necesarios, pero no suficientes. Hacen falta también los éxitos.
La dinámica implica también la resistencia de las dirigencias masculinas a dejar crecer el fenómeno. Y eso incluye al director técnico Borrello, que se sabe cuestionado…porque las jugadoras se lo han hecho explícito. En consecuencia, el conflicto devela una lucha de poder que, como no podía ser de otro modo, es de género: nuevamente, los reclamos de las jugadoras -que van por más- frente al patriarcado institucional -que no puede tolerar la demanda femenina, en tanto cuestiona el poder masculino. Y en este caso, para empeorar la situación, se cuestiona nada menos que el saber técnico-futbolístico masculino: para el director técnico Borrello y el presidente de la AFA Tapia, eso es moral e ideológicamente inaceptable. El mensaje es: “ustedes pueden ir hasta acá, no pueden ir más lejos”.
La exclusión de las jugadoras es, en este marco, una clásica operación de disciplinamiento: castigar para silenciar -y en el mismo movimiento, coartar la solidaridad del resto del plantel ante la amenaza verificada de la exclusión. Apenas un mes después de la Copa del Mundo, queda claro que las dirigencias masculinas no están precisamente dispuestas a alentar la “igualdad de género”: apenas, a declamarla un poquito.
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