Este fin de semana se sucedieron en varios estadios las banderas reclamando la aparición con vida de Maldonado. En la AFA intentaron impedirlo, pero no pudieron. No es la primera vez que jugadores e hinchas hacen reclamos que los poderes de turno buscan acallar. Pasó en dictadura, pero la democracia no logró desterrar algunas costumbres.

No es la primera vez ni será la última. El fútbol, como caja de resonancia sin igual en la sociedad argentina, tampoco quiso quedarse afuera de la exigencia por la aparición con vida de Santiago Maldonado, pero como ocurrió históricamente en la Argentina, y como sucede en tantas partes del mundo, tiene que chocar con infinidad de obstáculos puestos desde el poder político o deportivo para que todo se embarre.

Todo comenzó el pasado jueves, cuando el presidente de San Lorenzo de Almagro, Matías Lammens -opositor a la conducción de Claudio “Chiqui” Tapia-, y su secretario, Miguel Mastrosimone enviaron una nota a la AFA para informar que el domingo, por la primera fecha de la Superliga, se mostraría una bandera para preguntar  dónde está Santiago Maldonado.

Para sorpresa de los dirigentes de San Lorenzo, no tardó en llegarles una arta en la que se denegaba ese derecho. Sería necesaria la intervención de  Marcelo Achile, prosecretario de la AFA, presidente de Defensores de Belgrano además de  subsecretario de deportes y Juventud de la Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires- para calmar los ánimos y hasta proponer a Lammens y a Mastrosimone acompañarlos personalmente durante el acto, en el partido ante Racing Club.

Al fútbol, a los hinchas de los equipos, pero también a los de la selección nacional y hasta a los propios jugadores, de acuerdo con las épocas, siempre le costó mucho poder manifestarse pero tarde o temprano siempre lo acabó consiguiendo, y quienes recuerdan los tiempos de la dictadura militar, lo saben muy bien.

No hace tanto tiempo, el 24 de marzo de 2016, la selección argentina debía jugar en Santiago ante la chilena por la clasificación al Mundial de Rusia. Los jugadores querían  salir a la cancha, el Estadio Nacional de la represión pinochetista, con una bandera que decía “Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia”. Pero entonces, una vez más, dirigentes de la FIFA hicieron mención al artículo 60 del Reglamento de Seguridad en los Estadios que dice “se prohíbe terminantemente la promoción o el anuncio por cualquier medio de mensajes políticos o religiosos o cualquier otro acto político o religioso en el estadio o sus  inmediaciones antes, durante y después de los partidos”.

Los jugadores no se amilanaron y de todos modos, acabaron mostrando la bandera en la antesala del vestuario y publicaron la foto en las redes sociales.

Tampoco este pasado fin de semana el tema quedó en la nada, pese a las rápidas negativas oficiales. Y no sólo una amplia bandera exigiendo la aparición con vida de Maldonado flameó en el Nuevo Gasómetro porque ya el viernes, en la tribuna Eliseo Mouriño de la cancha de Bánfield, apareció otra bandera con la misma exigencia, y el domingo por la noche, y al saltar al césped para jugar ante River Plate, los jugadores de Témperley posaron con una bandera del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba), con la frase “Santiago Maldonado, aparición con vida, ya”.

Y por si esto fuera poco, en la mañana del lunes, cuando el arquero Nahuel Guzmán llegaba a Ezeiza para sumarse a la concentración de la selección argentina para los dos partidos de clasificación mundialista ante Uruguay y Venezuela, lo hizo con una remera que pedía por la aparición con vida de Maldonado.

No es para sorprenderse: Guzmán llegó a atajar en Newell’s Old Boys de Rosario, en cada partido de los campeonatos argentinos, con una camiseta con un pañuelo, en su parte delantera,  que simboliza a las Madres de Plaza de Mayo.

Este cronista vivió una situación particular una mañana en la localidad peruana de Chiclayo. Corría el mes de julio de 2004 y la selección argentina de Marcelo Bielsa jugaba por la primera fase de la Copa América cuando, de repente, el jefe de Prensa, Andrés “Coco” Ventura, pidió a los periodistas que se pusieran en ronda para esperar la salida de los vestuarios del equipo nacional, dispuesto a otro día de entrenamiento corriente.

Al rato, salieron los jugadores y anunciaron que se haría un minuto de silencio en homenaje a las víctimas del atentado contra la AMIA, exactamente a diez años del hecho. Era el 18 de julio.

Pero si hay un tiempo que marcó al fútbol desde los Derechos Humanos, ése fue el de la dictadura cívico-eclesiástico-militar (1976-1983). Desde el mismísimo día del golpe y por dos vías: el debate interno de las tres fuerzas sobre qué hacer con el Mundial 78 (finalmente ganado por la Marina) y porque justo ese día, la selección argentina jugaba un amistoso en Chorzow, ante Polonia, en plena Cadena Nacional con marchas y proclamas militares. Se hizo una excepción y el partido pudo verse por Canal 7.

Era claro que el fútbol iba a jugar su gran partido, y que el Mundial serviría para tratar de tapar a lo que se llamó “la campaña anti argentina en el exterior” para la que trabajaron varios medios cómplices que bien señaló la histórica revista Humor como “la prensa canalla”.

La revista El Gráfico, en línea con  la complicidad de Editorial Atlántida con la dictadura, llegó a publicar una carta apócrifa del gran defensor holandés Ruud Krol a su hija en la que decía que los policías disparaban flores por la calle y que la Argentina era una tierra de paz, lo que derivó en un escándalo con la exigencia del embajador de Holanda de que se desmintiera  públicamente lo dicho en la nota. El jugador llegó a tildar la carta como “indigna, artera y cobarde”.

El EAM 78, el ente autárquico que manejó la organización del Mundial de la mano del hombre fuerte del fútbol de aquel tiempo, el contraalmirante Carlos Lacoste, proveniente de la Marina, aún debe la explicación del asesinato del general Omar Actis, del Ejército y hasta un libro de Eugenio Méndez, que investigó los hechos, cuenta en detalle cómo jamás pudieron ser los Montoneros, como se intentó explicar, bajo el sugestivo título de “Almirante Lacoste, ¿quién mató al general Actis?”.

Un día antes de la final del Mundial,  el 24 de junio de 1978, el canciller argentino Oscar Montes, que también provenía de la Marina, dijo en la séptima Asamblea General de la OEA que en la Argentina “no existen violaciones a los Derechos Humanos”.

Fue parte del intento de la dictadura de tapar lo que ocurría dentro del país hacia el exterior, mostrando, por contrario, un clima de algarabía, ayudado por algunos medios cómplices.

Todo lo contrario ocurrió con parte de la prensa extranjera que llegó al país para cubrir el Mundial. Un renombrado periodista holandés recordó en Ámsterdam a este periodista, al borde del llanto,  lo que le ocurrió con su compañero de revista en Mendoza, donde jugaba su selección en la fase de grupos. Cuando se dirigía a enviar un télex con su artículo en la Sala de Prensa,  una trabajadora le advirtió de los peligros que corría.  Fue entonces que tanto él como su compañero utilizaron nombres de jugadores para referirse a militares de la dictadura, en tono de clave. Luego, aparecieron sus fotos en la TV como buscados por haber participado un jueves en la marcha de las Madres en Plaza de Mayo.

Pero no todo fue el Mundial 1978. Al año siguiente, para el 22 de mayo, se organizó en Berna la llamada “Revancha de la final” entre las selecciones de Argentina y Holanda, y Canal 7 se encontró con una bandera que decía “Videla asesino”, que intentó tapar por todos los medios con un anuncio, que movía constantemente para que no se lo viera en la Argentina.

Fue en 1979, cuando la selección argentina ganó el Mundial juvenil de Japón, con aquel equipo recordado de Diego Maradona y Ramón Díaz, que José María Muñoz insistía en el “operativo” que había montado con Radio Rivadavia para cruzar al presidente de facto Jorge Rafael Videla con el Diez y con el DT César Luis Menotti.

Y fue el propio Muñoz  el principal promotor para que la gente fuera a la Plaza de Mayo “a demostrar a esos señores de la Comisión que los argentinos somos derechos y humanos”. Se refería a la Comisión Interamericana, que llegaba al país para constatar la lluvia de denuncias ante organismos internacionales.

Jorge Piaggio, que jugaba en Atlanta y formó parte del equipo juvenil argentino, comentaba años más tarde las rarezas de aquel regreso a la Argentina desde Japón, cuando fue trasladado de Ezeiza a la cancha de Villa Crespo, donde esperaban familiares y dos helicópteros trasladaron a los jugadores a la Casa Rosada, para saludar a los dictadores

Cuando Piaggio regresó a su pueblo, Conesa, se enteró de que un primo, conscripto en Santo Tomé, estaba secuestrado y su tía había sido reprimida junto a las Madres de Plaza de Mayo en una manifestación.

De los 35 deportistas desaparecidos, cuatro de ellos son del fútbol (Luis Ciancio, Gustavo “Papito” Olmedo, Eduardo “Gallego” Requena y Carlos Alberto Ribada), según consta en el libro Deporte, desaparecidos y dictadura del periodista Gustavo Veiga.

Por fin, el 28 de junio de 2008, una manta blanca recorrió el Monumental de Núñez, escenario de la final jugada treinta años antes, pero ahora eran las Madres, las Abuelas, Hijos y Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas los que dieron la vuelta olímpica tan esperada, acompañados por el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, liberado horas antes de aquel partido decisivo, y también por tres integrantes de aquel equipo campeón, Leopoldo Luque, Ricardo Villa y René Houseman.

De fondo, sonaba la inconfundible voz de Daniel Viglietti: “No son sólo memoria, son vida abierta…dicen que no están muertos, escúchenlos…cantan conmigo, conmigo cantan”.

Ese acto se llamó “La Otra Final”.

El fútbol sigue teniendo otra historia que contar, como cuando en 1983 proyectaron el torneo juvenil “Proyección 1986”, con entrada gratuita, y televisado por el Canal 11, entonces estatal, y en cada estadio se escuchaba el clásico “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Y no había forma de taparlo.

Ahora, tampoco pudieron con Santiago Maldonado y la exigencia de que aparezca con vida.