Cuatro décadas después del Mundial de España, Ezequiel Fernández Moores recuerda la cobertura que hizo. Las contradicciones y censuras por las que pasó. Las presiones recibidas por César Menotti y los jugadores en caso de tener que hablar de la guerra. Los colimbas siguiendo los partidos en las islas. El primo aviador de Ardiles muerto en combate.
Primero, permiso al lector, porque no puedo escribir del Mundial de España ‘82, a cuarenta años de su disputa, sin evitar algunas cuestiones personales que, estoy seguro, ayudarán a esta crónica. España ‘82 fue mi segundo Mundial como periodista. El primero había sido Argentina ‘78. Tenía veinte años, hijo de una familia semi acomodada de Palermo y cero militancia política. La dictadura parecía una más. Eran tiempos de golpes de Estado no sólo en Argentina, sino en toda la región. Hoy, con la democracia consolidada, sonará extraño para los más jóvenes, pero entonces, en 1978, los militares parecían un “partido político” casi como si habláramos de peronistas y radicales. Le decíamos “gobierno”, no dictadura. Cubrí entonces el Mundial ‘78 sin saber en ese momento que, a sólo setecientos metros del Estadio Monumental de River Plate, donde celebrábamos los goles de Mario Kempes, donde gritábamos “Argentina campeón”, la ESMA funcionaba como centro del horror, de tortura y desaparición, de mujeres embarazadas que parían niños que jamás verían y que otros detenidos eran subidos a los aviones de la muerte para ser arrojados vivos al Río de la Plata.
Me gustó siempre el fútbol y era imposible que no me sustrajera de aquella euforia colectiva. Pero ya era periodista. Me iniciaba como redactor de deportes en la agencia Noticias Argentinas (NA). Y me contuvieron parcialmente de esa euforia el pudor profesional por un lado y, por otro, esa sensación de que algo no cerraba. Claro, no sabía bien qué. Y mucho menos sabía cómo contarlo (en el caso improbable de que hubiese podido hacerlo). Cuatro años después, 1982, ya no podía alegar ignorancia. Era jefe de Deportes de la agencia DyN y viajé a España por el Mundial. Ya conocía, e incluso escribía, sobre la dictadura y su influencia en el deporte. Pero la novedad era la guerra. Malvinas. ¿Cómo podía estar yo viajando a cubrir un Mundial de fútbol si mi país estaba en guerra? ¿Cómo podía Argentina jugar un Mundial en medio de la guerra? Ya veníamos de jugar un Mundial en medio del horror de la represión. Ahora tocaba el de la guerra. Recuerdo haber escrito sobre la contradicción en pleno vuelo a Madrid. Con mi vieja Olivetti Lettera 80, verde. La nota jamás salió publicada.
La selección de César Menotti, la misma base del equipo campeón del 78, sumaba a Diego Maradona y a Ramón Díaz, es decir, tenía un plantel superior. Pero el grupo no tenía el mismo “hambre” de victoria. Con Carlos Ares (que se había exiliado en España y era corresponsal de DyN) escribimos algo de eso antes del debut, lo que provocó el fastidio de Menotti y la furia del capitán Daniel Passarella. Imposible olvidar la fascinación de los periodistas extranjeros que iban a la concentración de la selección Argentina campeón mundial y que debutaba con el país en guerra. Y algo más: “ustedes –me decía un colega italiano– tienen a dos intelectuales de derecha y a uno de izquierda y algo así es imposible en cualquier otra selección”. Se refería, primero, a Osvaldo Ardiles y Patricio Hernández. Ardiles me diría con los años (para un documental que hice para la TV argentina) que su cabeza había cambiado después de que fue transferido al fútbol inglés, tras el Mundial ‘78. Y que él, que tenía formación universitaria, creía efectivamente el slogan de que los argentinos éramos “derechos y humanos” y se indignaba con algunas preguntas de periodistas europeos. En Inglaterra, en cambio, pudo enterarse mejor de la represión. Tanto, que terminó afiliándose a Amnistía Internacional.
El filósofo Valdano
El intelectual de izquierda no era Menotti (que sí tenía formación de izquierda y una personalidad y conocimiento infrecuente en el mundo habitualmente más conservador del fútbol). El colega italiano se refería a Jorge Valdano, a quien “el Gordo” Muñoz, José María Muñoz, popularísimo relator radial de Rivadavia, le decía “el filósofo”, un apodo que terminó siendo despectivo. Valdano fue el primero que me contó, años después, que los jugadores habían recibido un instructivo de la dictadura sobre cómo responder en España cuando la prensa preguntara sobre la guerra. Le preguntó a Menotti qué debía hacer con ese instructivo. Y Menotti le dijo que no le diera bola y que respondiera según su conciencia. Valdano apreciaba mucho a Menotti. “Me hizo descubrir por qué juego al fútbol”, me confió alguna vez. El Menotti de España ‘82 tampoco parecía el mismo del ‘78 y la concentración argentina en Villajoyosa (cerca de Alicante), en un hotel pegado a una playa hermosa, sumaba al ambiente acaso más relajado.
Recuerdo que al llegar a España lo primero que hice fue llamar a la agencia DyN (eran tiempos sin Internet) y decir que la TV y los diarios ya hablaban de derrota y rendición inminente en Malvinas. Todo lo contrario al discurso triunfalista con el que me había ido de Buenos Aires. El periodista José Gómez Fuentes por ATC, las revistas Gente, Somos y todos los diarios en esa misma línea. ¿Cómo jugó en la cabeza de los jugadores todo ese clima? ¿Esa certeza, ellos ya también en España, de que la guerra terminaría mal? Es cierto. Los futbolistas, más en un Mundial, viven en una especie de submarino, superconcentrados en lo suyo. Pero son personas. Venían de la “fiesta” extraña del ‘78 y, ya no tan pibes, pasaban a vivir su segundo Mundial con su país en guerra.
Dejaron Buenos Aires con el torneo Metropolitano ‘82 al que la AFA llamó “Soberanía Argentina en las Islas Malvinas”. La revista Goles proponía jugar el Superclásico en las islas, el Gordo Muñoz decía que los remates de Gabriel Batistuta eran tan fuertes como los misiles Exocet, El Gráfico hablaba de “gesta heroica” y en los estadios se quemaban banderas inglesas y los hinchas cantaban que “el que no salta es un inglés” (aún hoy se sigue cantando). Todo fue distinto al llegar a España. Menotti tenía en su habitación un teletipo en la que recibía información de Argentina. En los entrenamientos Muñoz arengaba por un altavoz. Hablaba de argentinidad. Siempre obediente al poder de turno. Ardiles jugó el Mundial sin saber que un primo suyo, aviador, José Leónidas, había muerto en Malvinas. Su avión derribado en el Atlántico Sur. Antes de la guerra, Ardiles era casi el mejor jugador de la Liga inglesa. Tras Malvinas tuvo que irse del Tottenham Hotspur. Fue a Francia. Jamás volvió a jugar como antes.
El debut en España fue con derrota ante Bélgica (0-1). La selección jugó mal. Maradona estrelló un tiro libre en los palos sobre el final del partido. La rendición en Malvinas se conoció pocas horas después. Increíble enterarnos luego que, en plena batalla final, había colimbas muertos de frío y de hambre, y de miedo, claro, y desesperados también por saber cómo iba el partido de Argentina. Me lo contaron ellos mismos. Otro recibió la orden de sostener la antena de la radio elevada en pleno bombardeo, él debajo de una mesa, para que los altos mandos pudieran escuchar el partido. La derrota fue la gran sorpresa inicial del Mundial. Al partido siguiente, Argentina jugó en cambio una de sus mejores actuaciones mundialistas: 4-1 a Hungría. Los mismos soldados desolados de la trinchera celebraron el triunfo. Ya estaban presos en el buque Canberra. Los soldados ingleses temieron una sublevación. Hasta que comprendieron que era la alegría del triunfo futbolero. De haber sobrevivido. El triunfo final de la rueda inicial (discreto 2-0 contra El Salvador) ubicó a Argentina en una segunda rueda difícil. Derrotas 2-1 contra Italia y 3-1 contra Brasil, y con Maradona, que ya era anunciado como el nuevo Pelé, expulsado en los últimos minutos. Italia ganó el Mundial y Sandro Pertini, presidente mítico, antifascista, dejó una postal inolvidable celebrando con sus manos en alto.
En España recibí un informe con los gastos del Mundial ‘82. Al volver a Argentina, publicamos en la agencia DyN una investigación sobre los gastos de nuestro Mundial ‘78. Fue la primera de las investigaciones que pude realizar. Siguieron otras. Más sociales y políticas. Ya no había modo de mirar hacia otro lado. La caída de la dictadura ayudó también a obtener nuevas historias sobre aquel Mundial ‘82. Sobre jugadores que inclusive combatieron en Malvinas. Colimbas. Y que, al Mundial siguiente de España ‘82, en México ‘86, sintieron una “reivindicación” y lloraron cuando Diego lideró el histórico triunfo 2-1 contra Inglaterra en el Estadio Azteca. Con los pies de Dios y La Mano de Dios. Estuve también allí. Ya más grandecito. Más consciente de que el fútbol, aún manipulado por el poder, le pertenece a la gente. Que ni siquiera es una metáfora de la guerra. Porque en la guerra la muerte es en serio. Y en el fútbol, fábrica eterna de ilusiones, jugamos sabiendo que siempre habrá una segunda oportunidad.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Revista Haroldo del Centro Cultural Haroldo Conti.