34 Puñaladas cumple dos décadas y está de retrospectiva. El recorrido incluyó presentaciones en La Plata, Mendoza y en el Club Atlético Fernández Fierro. El próximo sábado volverán al CAFF para revisitar los discos Bombay Buenos Aires y Slang. Socompa repasó toda la historia con Alejandro Guyot, el cantante del quinteto que se instaló con una propuesta rupturista y personal.
Esto de revisitar toda la discografía en un año es mucho laburo. Son siete discos. Hay veces que nos preguntamos: ¿uy, cómo era esto…? Un laburazo, pero está buenísimo. Por eso el premio nos viene bien. Nos obliga. Es como decir: bueno, laburemos muchachos, que vale la pena”, cuenta Alejandro Guyot. El quinteto, integrado por un trío de guitarras y un guitarrón, recibió el Premio Carlos Gardel al Mejor álbum de orquesta típica e instrumental por su último trabajo: Las historias del humo (2017). Una suerte de homenaje al nuevo repertorio tanguero con obras de La Chicana, Juan “Tata” Cedrón y Ciudad Baigón, entre otros referentes del género; pero que también avanza con versiones de temas provenientes de la vertiente roquera, como Porque hoy nací (Manal) y La mitad (Acorazado Potemkin).
La cita es en el bar El Libertador, en Dorrego y Corrientes. La mañana, fría y soleada, invita al diálogo. Afuera, algunos vecinos pasean por el parque que se extiende frente al paredón de la Chacarita y al Barrio Los Andes. Adentro, un puñado de parroquianos, café de por medio, hojea los diarios o sigue en el televisor las peripecias de la fecha mundialista. “El premio es como un palmadita después de yugarla durante tanto tiempo”, resume Guyot. No es poco. La historia de 34 Puñaladas arrancó en sitios del under, como la sala de laminados de la fábrica recuperada IMPA. Desde entonces viene construyendo una estética personal.
“El tango es un género que se maneja en los márgenes de la industria del espectáculo. En invierno, en el IMPA hacía un frío terrible. Repartíamos vino en damajuana en vasitos de plásticos, acomodábamos las sillas y después venía el show”, recuerda Guyot. Eran los primeros tiempos, cuando la agrupación sorprendió rescatando un repertorio tradicional y olvidado que sin embargo traía resonancias actuales. La crisis de 2001 había dejado una estela de represión, crisis económica y muerte. Buenos Aires no era la misma de la década del ‘30, pero las letras de Celedonio Flores, Carlos de la Púa y Discépolo sonaban cercanas.
“Fue una tarea de exploración, un intento por volver a poner en escena historias marginales –explica Guyot-. Letras que hablaban del precipicio, de la violencia, de la caída moral que produjo la crisis del ’30, y que nos servían para entender lo que nos estaba pasando como sociedad”. El recorrido de aquella primera etapa quedó plasmado en la trilogía Tangos carcelarios (2002), Slang (2006) y Argot (2007).
-El tango actual se apropió de una gran cantidad de recursos, incluso de formatos y texturas provenientes del rock. ¿Quedó superada la dicotomía entre tangueros y roqueros?
-Nuestra generación se encargó de unir las aguas, de pensar la música argentina como música popular y punto. Después elegís el formato. Soy de una generación que creció escuchando a Charly, Spineta, Don Cornelio, Los visitantes, Soda Stereo, Manal… Lo que hicimos fue parar y preguntarnos qué teníamos y qué podíamos hacer con lo que teníamos. Y lo que teníamos eran guitarras. El desemboque fue natural. Nos mandamos a hacer tango como lo hacían Corsini, Gardel, Magaldi y Nelly Omar. En ese revivir del tango hubo también un sentimiento de antiglobalización, de interrogarnos cómo habíamos llegado al quilombo político y social en el que estábamos metidos. La crisis nos obligó a repensarnos y reflexionar sobre cuál era la música de Buenos Aires que reflejaba las crisis sociales, políticas y económicas.
-El tango se había quedado viejo y el rock estaba en otro lado…
-Pasó que los poetas urbanos fueron seducidos por otras músicas. Poetas que hubieran sido netamente tangueros, que se habrían instalado en la zona de la poética y de la música urbana, derivaron por un montón de motivos hacia otro lugar, pero haciendo poesía urbana. Hay muchos ejemplos. Ahí tenés el blues de Manal, que es sumamente argento, muy porteño y suburbano. Cuando leo la poesía y escucho la música de estos artistas para mí es música popular.
-¿Cómo fue el proceso de apropiarse del lenguaje poético y musical del tango?
-Lo aprendimos y absorbimos para lavar nuestras penas y ponerle voz a nuestras quejas. Todo esto en torno al año 2000. Habíamos empezado a rodar en el ‘98, cuando ya estaba todo mal, cuando la crisis estaba ahí y se veía venir el estallido. Éramos jóvenes y nos pusimos el traje tanguero para ver cómo nos quedaba. Y lo hicimos con una formación clásica de la música popular argentina. Se trataba de experimentar, de buscar el marcato, la síncopa, de ver cómo se proyecta la voz, cómo se frasea. Fue una escuela porque nosotros no tenemos referentes tangueros por más que hayamos convivido con el tango.
34 Puñaladas, sin embargo, no se quedó en el revival. A la narrativa rescatada en los tres primeros discos, que pintaban una sociedad en descomposición, le imprimieron un giro con composiciones propias. “La experiencia con el tango lunfardo nos enseñó la forma de abordar ciertas atmósferas oscuras que retrataban una ciudad y sus personajes que no eran ya ni la ciudad ni los personajes de Gardel, de Troilo o Piazolla. Fue un punto de partida”, dice Guyot. El resultado fueron dos discos: Bombay Buenos Aires (2009) y Astiya (2014). El inicio de una segunda etapa. En lo poético: letras minimalistas. En lo musical, una ruptura con el acompañamiento tradicional de las guitarras.
-Fue una suerte de segundo debut…
-De alguna forma lo fue, pero con nueva música y con poesía del siglo veintiuno. Fue una decisión. No queríamos conformarnos con hacer una suerte de copiar y pegar, con hacer una parodia del viejo tango de guitarras. Salimos a buscar nuevas sonoridades, texturas, a laburar una poética distinta. En el caso de Bombay, el proceso de composición y conceptualización fue largo. Cada uno escuchaba lo que traía el otro y de ahí volvíamos a impulsarnos. Fue un trabajo muy colectivo que se dio en los ensayos y en la giras. Nos demandó tres años y pico. Mucho laburo.
-Bombay fue una fotografía de una ciudad dislocada, con imágenes muy fuertes. Hoy es una referencia casi obligada. ¿Cómo se decidieron por ese camino?
-Fue natural. Pasó una dictadura que borró a una generación, que trazó autopistas, que modificó el paisaje urbano, que demolió edificios. Luego nos pasó por encima el menemismo. Ya no era cuestión de cantarle a un viejo barrio que no existía. La música tenía que sonar y decir cosas diferentes. Si el tango se encargaba de contar las historias de la ciudad y de retratarla, dijimos: vamos por ese lado, pero hablemos del Buenos Aires actual. Lo bautizamos Bombay Buenos Aires un poco en contra de ese imaginario porteño que imagina a la ciudad como la París del Plata. Nos propusimos poner el dedo en la llaga. Juan Lorenzo, que además de guitarrista es artista plástico, terminó dándole forma visual a esa Bombay Buenos Aires un tanto futurista y distópica.
-En esa tarea de encontrar sonoridades y decir cosas diferentes hubo más rupturas que continuidades…
-La idea en Bombay y Astiya fue buscarle una nueva forma al tango canción. No queríamos caer en la típica. La cuestión pasaba por romper con la métrica y los formatos más esperados para crear otras posibilidades. El resultado fue una sorpresa para nosotros mismos. Desde lo musical, pero también desde la métrica de la poesía.
-En el tejido que construyen las guitarras hay un formato orquestal que rompe con el acompañamiento tradicional. ¿Los ves así?
-Creo que sí, pero eso que marcás está un poco desde siempre. El abordaje de los arreglos, ya desde los primeros trabajos, hace circular la primera guitarra. La línea protagónica no está anclada en ninguna. Los roles cambian. Eso hace que el sonido sea más camarístico y a la vez muy contemporáneo. Alguien puede no estar prestándole atención al guitarrón porque se supone que hace la base, pero de pronto el guitarrón pela una melodía con los graves y las guitarras se alinean detrás para acompañarlo. Eso está muy relacionado con el funcionamiento del grupo, con la forma en que laburamos. Si bien firmamos las ideas originales, 34 Puñaladas es un trabajo colectivo.
-¿Cómo componen?
-Algunos solos, otros lo hacemos a dúo. No hay un patrón. Algunas veces alguien compone una parte de una canción y luego esa canción se arma entre todos. 34 Puñaladas termina adueñándose de la sonoridad de las obras para imprimirles su propia impronta.
-Se viene un vinilo…
-El octavo disco y nuestro primer vinilo. Nos encante la idea. Nos provoca mucha curiosidad saber cómo suena 34 Puñaladas en ese soporte. Queremos que sea un objeto diferente. Va a ser el resumen de una presentación que hicimos en noviembre del año pasado en la sala sinfónica Laeiszhalle de Hamburgo, durante un concierto que se llamó Tango Nuevo aus Buenos Aires. La audición quedó registrada y ahora estamos en la etapa de la masterización. La posibilidad del vinilo surgió a partir de un subsidio que ganamos en el Instituto Nacional de la Música. Estamos viendo con qué empresa se hace.
-Los integrantes de 34 Puñaladas son de una generación que compraba música en vinilo y casetes. ¿Cómo viven la era online, de las plataformas como youtube y spotify?
-Los músicos tenemos que reflexionar sobre ese fenómeno; aunque no sé para qué, cuál sería el objetivo de esa reflexión, porque no creo que 34 Puñaladas ceda a estas nuevas leyes del mercado que te proponen temas cortos e híper pegadizos. A mí me sigue gustando escuchar un disco completo. Un disco es una obra en sí misma. Por más que no sea un trabajo conceptual siempre hay un hilo conductor. Soy de la época en que hasta que un disco te entraba lo tenías que escuchar tres, cuatro o cinco veces. Pienso en los discos de Pink Floyd, de Genesis, del flaco Spineta. Tenías que rumiarlos. Ahora, hay una búsqueda de la satisfacción inmediata con spotify o youtube. No se llega a esa profundidad, la música se desmaterializó.
-Antes, para conseguir un álbum había que ir al puestito del Parque Rivadavia…
-Ahora encendés la computadora y es una avalancha. Podés poner play y listo, pero cómo te enterás de quién compuso, qué músicos tocan… Pero bueno, hay que estar presentes en todos los formatos y aprovechar esa multiplicidad, que también es una forma de plantearle un desafío al oyente. Hay que rastrear, y eso es instinto.
-¿Cómo ves la escena del tango? Es claro que hay una nueva generación, o no tan nueva, que viene ganando espacio. Hay mucho de eso en Las historia del humo.
-El disco es una especie de homenaje y de alguna manera hasta una devolución de favores a un montón de grupos y compositores que versionaron temas nuestros, como La Fernández Fierro, la Orquesta Típica El Afronte y Hernán Fernández. Está muy bueno escuchar la interpretación de otros, es sorprendente. El disco incluye composiciones de la nueva generación, como el Sexteto Fantasma, una agrupación excelente que con trompeta, bandoneón, contrabajo, piano, guitarra eléctrica y cantor ponen en juego otra idea de la música, una nueva forma de combinar a Salgán y Fresedo, una música que suena a siglo veintiuno. Hay una generación que está redoblando la apuesta. Lo veo desde mi rol de docente en la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Hay muchos artistas de gran talento que no se queda con lo establecido.
-¿Por ejemplo?
-Entre las nuevas maneras o no tan nuevas de hacer tango tenés, por ejemplo, a la agrupación La Siniestra, que está por sacar un disco. Por momentos se van a zonas inexploradas por el tango, con estribillos pegadizos que rozan lo electrónico sin serlo. Hay mucha gente, como Natali Di Vicenzo, que tiene una estética bastante dark con canciones muy tangueras; o Altertango, una banda mendocina que hace tango con batería, bandoneón, contrabajo y piano. Suenan terrible, son tremendos. Ya no somos cinco gatos locos. Hay una escena instalada…
-Que sin embargo no deja de ser contracultural, que se mueve por fuera de la escena comercial…
-Es cierto, pero que está instalada. Me parece que el tango ocupó un lugar que dejó vacante el rock. Eso de circular por sótanos tenía algo de clandestino y emergente a la vez. El rock abandonó esos espacios para instalarse en el circuito principal auspiciado por gaseosas y celulares. Por supuesto que existe una movida roquera que es alternativa a ese circuito. Allí hay bandas como Acorazado Potemkin, un power trío que sigo y me encanta porque resumen muchas cosas que escuché, pero con una cuota renovada. Como músicos estamos obligados a buscar. Es nuestro trabajo.
34 Puñaladas está integrado por Alejandro Guyot (voz), Maximiliano Cortez, Edgardo González, Juan Lorenzo (guitarras) y Lucas Ferrara (guitarrón). La discografía completa incluye: Tango Carcelarios (2002); Slang (2006); Argot (2007); Bombay Buenos Aires (2009); De la bolsa el ruedo (2011); Astiya (2014); y Las historias del humo (2017).