Por la publicación, en 1771, de El año 2440. Un sueño como no ha habido otro – best-seller de época pese a su prohibición-, a Louis-Sébastien Mercier se le atribuye el mérito de ser el padre de la utopía moderna. Una que no se desarrollase en alguna isla lejana sino en un tiempo perturbadoramente remoto.
¡Caramba!, me dije a mí mismo, resulta que me hice muy viejo sin darme cuenta: ¡que dormí 672 años!
Louis-Sébastien Mercier, El año 2440.
En 1771 se publicó por primera vez y con un falso pie de imprenta El año 2440. Un sueño como no ha habido otro, del escritor francés Louis-Sébastien Mercier. La obra invitaba al lector a un viaje en el tiempo, pues tras un sueño de casi 700 años, el propio Mercier despertaba en una París perfecta y futura cuyas costumbres contrastaban en su totalidad con las de la capital francesa de fines del siglo xviii. En efecto, tras deplorar los vicios de esta última en una conversación que Mercier mantiene con un anciano inglés, el joven protagonista se duerme para despertar, poco después, en una ciudad completamente transformada. Convertido en un anciano con dificultades para caminar, Mercier descubre que las calles son anchas, lo que facilita la circulación, y que los hombres y las mujeres que las transitan están cómodamente vestidos. Entre los muchos cambios advertidos por el protagonista, en la París del año 2440 la prostitución ha desaparecido, la ciudad está limpia y parece salubre y, más importante aún, el pueblo ya no se encuentra bajo la sujeción de un monarca despótico, sino de un soberano que gobierna según las leyes establecidas.
El «viejo» Mercier deambula por la ciudad futura mientras dialoga con un ciudadano de 2440 que, al igual que la figura del sabio anciano en relatos utópicos anteriores, permite poner en evidencia el atraso de la París dieciochesca en relación con las bondades que la capital ha alcanzado en ese presente perfecto. Cambia sus ajustadas ropas para vestirse según la costumbre, «simple y modesta», y observa que los edificios públicos han sido resignificados en sus funciones para servir al pueblo, siendo prioritarias las necesidades de los enfermos y mendigos.
En la utopía de Mercier, toda publicación es presentada a los lectores sin censura previa y los ciudadanos son escritores. También ha habido modificaciones sustantivas en las universidades, las academias, el ejercicio de la justicia, los impuestos y el comercio. Tras un largo periplo por la ciudad, hacia el final del día el protagonista acompaña a su guía a la casa de un amigo, ocasión que Mercier aprovecha para describir la vida doméstica de los parisinos de 2440. Allí, el viejo Mercier se entera de que el monarca no reside más en Versalles sino en el centro de París, donde se encuentra bajo el escrutinio de todos los ciudadanos. Deseoso de ver el palacio, llega a él en el último capítulo. Al caminar sobre sus ruinas encuentra a un anciano sentado sobre el capitel de una columna y descubre que se trata de Luis xiv, quien se lamenta de su propia creación. De forma un tanto abrupta, en ese preciso instante una culebra muerde su cuello y el protagonista despierta. La toma de distancia respecto de la sociedad presente y la presentación de una «sociedad-otra» cuyas costumbres y leyes son opuestas y mejores a las de la primera no eran en sí mismas una novedad. Un ejercicio de extrañamiento de similares características había sido propuesto por Tomás Moro con la publicación de Utopía en 1516. En aquella obra, a través del viajero Rafael Hitlodeo, el humanista inglés había descripto la vida de una sociedad ideal situada en una isla imaginaria tan remota como las muchas por entonces descubiertas. En la isla de Utopía, ubicada en las antípodas de la Inglaterra de su tiempo, se promovía la igualdad de bienes, la justicia y la distribución equitativa del trabajo, prácticas diametralmente opuestas a las costumbres y los valores ingleses del siglo xvi. El paradigma o modelo moreano se consolidaría en los siglos siguientes hasta convertirse en un dispositivo para la crítica social que, amparado en la presentación de un relato verosímil, escapó al escrutinio de los censores.
No será en la geografía, sino en el tiempo
En uno de los estudios más completos sobre la utopía en el período clásico, Alexandre Cioranescu definió el género como «la descripción literaria individualizada de una sociedad imaginaria, organizada sobre bases que implican una crítica subyacente de la sociedad real». De tomarse en cuenta esta definición, la obra de Mercier debería contarse entonces entre las muchas expresiones literarias del género inaugurado con el opúsculo de Moro. Para los estudiosos del caso, sin embargo, El año 2440 constituyó un punto de inflexión dentro del paradigma literario o género utópico. En efecto, según ha señalado Raymond Trousson, más allá de que a fines del siglo xviii en Inglaterra y Francia se describieran sociedades imaginarias en donde primaba la dimensión temporal por sobre la espacial, «el mérito de ser el padre de la utopía moderna debe adjudicarse a Louis-Sébastien Mercier».
¿En qué basaba Trousson tal aseveración? A pesar de que El año 2440 no es una ucronía en sentido estricto, pues no se trata de una novela histórica alternativa estructurada por la pregunta «qué hubiese pasado si…», la obra de Mercier dio cuenta de una diferencia sustantiva respecto de textos de tipo utópico anteriores. Con la publicación de El año 2440, la variable temporal se impuso al emplazamiento de una sociedad ideal en un «espacio-otro». La descripción de una sociedad imaginaria en la que la dimensión temporal primaba sobre la espacial, tal como Mercier proponía al describir una París 700 años en el futuro, se realizaba en un contexto atravesado por dos cambios estructurales. Por un lado, la clausura de la expansión ultramarina europea y la ampliación del mundo conocido iniciadas a fines del siglo xv. Por el otro, una renovación sin precedentes en la forma de concebir la historia y el progreso de la vida humana. Es en función de estas dos variables de cambio como a continuación serán analizadas las transformaciones atravesadas por el discurso utópico entre su momento fundador en 1516 y fines de la modernidad temprana europea. El examen de las transformaciones que el género y el concepto de utopía atravesaron en los siglos que siguieron a su creación permitirá delimitar, a su vez, las distintas fases o etapas en el proceso de politización del término y su implementación en el lenguaje político contemporáneo, aspecto que será abordado hacia el final del artículo.
Una sociedad ideal en un espacio-otro
El análisis del corpus de relatos de tipo utópico publicado desde la creación del opúsculo moreano hasta fines del siglo xviii revela dos momentos en la construcción del género o modelo: una primera instancia marcada por la publicación de Utopía y la creación del neologismo por parte de Moro en 1516, y un segundo momento signado por la publicación de El año 2440 de Mercier, en 1771. Tal como se señaló en el apartado precedente, la escritura y publicación de El año 2440 representó un punto de inflexión en la forma de concebir un modelo de sociedad perfecta o ideal pues, a partir de esta obra, el relato utópico dejó de anclarse en un «espacio-otro» para comenzar a ubicarse en un «tiempo futuro-otro».
Una breve caracterización del primer momento revela, en principio, que en 1516 Utopía fue dedicada a un círculo específico de intelectuales (el círculo de humanistas de Europa del Norte del que Moro también formaba parte) que comprendía a la perfección el carácter lúdico del texto. Moro escribió parte de la obra durante un viaje diplomático a Flandes y una posterior estadía en Amberes, en un periodo de franco ascenso de su carrera política. A través de un supuesto encuentro con el navegante portugués Hitlodeo, la obra presentaba al lector una forma de organización superior de la que, a la vez, Moro tomaba cierta distancia.
A los fines de este artículo, interesa particularmente que el texto fuera escrito en el periodo de los llamados grandes viajes de descubrimiento, cuando una parte considerable de la superficie terrestre no había sido aún explorada ni cartografiada por los cosmógrafos europeos. En efecto, desde mediados del siglo xv las coronas ibéricas habían iniciado un proceso de expansión transoceánica que se acentuaría a comienzos del siglo siguiente. Relaciones, mapas y compilaciones de viaje comenzaron a circular en Europa con cierta celeridad, lo que llevó a que tanto la industria editorial como los ávidos lectores de las principales plazas comerciales de Europa se alimentaran de las novedades del Nuevo Mundo. A partir de las informaciones sobre las nuevas tierras descubiertas que circulaban en centros comerciales como Amberes, Moro construyó un relato ficticio que, por los detalles del texto y los paratextos incluidos, no dejaba de ser verosímil. Al fin y al cabo, en la segunda década del siglo xvi las noticias de la vida en Utopía eran tan posibles o creíbles como aquellas provenientes de las costas de Terra Brasilis o Java la Grande.
Más allá de presentarse como un no-lugar (i.e. u-topos lo es por su propia definición), los usos estratégicos que Moro hizo del nuevo saber adquirido permiten ubicar a Utopía en alguna parte entre el Viejo y el Nuevo Mundo. A la vez, las referencias a los Antiguos hechas por el humanista inglés en el texto y su vínculo con los escritos de Luciano de Samosata (siglo ii d. C.) también ubican la escritura de Utopía en los intersticios del mundo antiguo y el moderno. La «utopía» se presenta así como una marca del lenguaje que, en tanto topónimo, apela a un fragmento del espacio. En términos de Louis Marin, la «utopía» es por ello un objeto geográfico, a la vez ético y político, al que solamente accedemos a través del lenguaje. Para el filósofo francés, el término no designa entonces un lugar inexistente o irreal sino un «no-lugar», pues es allí donde se sitúa todo lo que no se puede ubicar en el espacio geográfico, cartográfico, político o ético del mundo conocido.
A la vez, todo «no-lugar» es por definición propia un espacio escindido del tiempo de los humanos. Al no existir una relación real entre nuestro tiempo y espacio y el presente y espacio del «no-lugar» descripto, Utopía deviene una construcción sin pasado ni futuro. Tal como se establece en el libro segundo del opúsculo de Moro, a partir de la mítica separación de la isla del continente bajo el reinado del rey Utopos, su historia se encuentra inmovilizada, pues fue en el momento de su fundación cuando se establecieron los parámetros de su perfección presente. La coexistencia de un espacio real y un espacio imaginario o «no-lugar» perfectamente aislado, al que se accede por mar, anula el factor tiempo y su incidencia en ese espacio social. Por lo tanto, es posible afirmar que en un primer momento en la historia del género, solo en un mundo paralelo y por ello inaccesible pudo concebirse y desplegarse una sociedad ideal.
Clausura de la utopía clásica, apertura de la variable temporal
Antes de examinar cómo la introducción de una variable temporal modificó sustancialmente la naturaleza del relato utópico, conviene detenerse brevemente en el contexto de producción y circulación de la obra de Mercier. A pesar de haber sido rápidamente prohibida, tras publicarse en 1771, El año 2440 se reeditó en Francia y se publicó en Alemania, Inglaterra e Italia en los años siguientes. A su vez, nuevas ediciones aparecieron en Ámsterdam y en París, en 1786 y 1799 respectivamente. Muchas de ellas contaron con abundantes agregados del propio autor, lo que llevó a que en una de sus últimas versiones el libro fuera publicado en tres tomos. Además de lograr este éxito editorial en Europa, la propuesta de Mercier fue retomada por otros escritores del periodo, que hicieron sus propias versiones de la obra o adaptaron el argumento del viaje en el tiempo a sus propios fines. En términos de Trousson:
“En 1772, un tal M. de Semivol publicó un folleto de 16 páginas bajo el título L’Année deux mille quatre cent quarante ou Tout a sa place [El año 2440 o todo en su lugar]; en 1781, bajo los nombres de MM. Legopanow y Alethowits aparecieron los Dialogues entre le xixe et le xxe siècles [Diálogos entre el siglo xix y el xx], ficticiamente publicados en 2001; algunos años más tarde, una comedia de Restif de la Bretonne, L’an 2000 (1790), presentó los felices resultados de la Revolución bajo el reino del buen Louis-François xxii. Paradójicamente, el éxito de la obra no le granjeó a Mercier la admiración que deseaba dentro de Francia. El joven no era tomado con seriedad por los intelectuales ilustrados e incluso historiográficamente no se le ha reconocido más que el papel de escritor de segunda división o divulgador de los grandes temas de su época. Más allá de esto último, interesan aquí dos variables claves del contexto de producción de la obra. Por un lado, el hecho de que hacia 1771 el proceso de expansión transoceánica europea iniciado a mediados del siglo xv se encontraba ya en su última fase o etapa. Por el otro, el advenimiento del «progreso» como clave explicativa del cambio histórico.
En cuanto a la primera variable, la obra se editó el mismo año en que se salió a la luz el Viaje alrededor del mundo de Louis-Antoine de Bougainville. La publicación de este relato de viaje, que retomaba la experiencia de Bougainville en el que fuera el primer viaje francés de circunnavegación (1766-1769) ponía fin (al menos para Francia) a la etapa de las grandes navegaciones iniciada a mediados del siglo xv. La clausura definitiva llegaría algunos años después del viaje de Bougainville, cuando en el segundo de sus tres viajes de circunnavegación (1772-1775), por encargo de la Royal Society, James Cook atravesara el círculo polar antártico y descartara la posible existencia de un continente austral o pars quinta hasta entonces buscada. El hecho de que hacia 1775 todos los mares hubiesen sido ya descubiertos y en mayor o menor medida navegados condicionaba la creación de una isla ficticia pero teóricamente existente donde ubicar una sociedad ideal. En definitiva, desde el momento de su fundación, era condición del género utópico la creación de un escenario verosímil donde ubicar una sociedad ideal.
La clausura de ese espacio de experiencia hizo imposible situar a las sociedades utópicas en algún lugar del planeta, «por eso las utopías del siglo xviii se trasladaron a las estrellas o reptaron bajo tierra», cuando no se ubicaron en un tiempo imaginario pero posible. En términos de Reinhart Koselleck, a partir de Mercier todas las utopías se orientaron hacia el futuro, y se modificó con ello la estructura del relato. Este proceso de «temporalización» de la utopía se vinculaba directamente a la visión de futuro del autor de utopías, que por regla general era distinta del presente. Interesa aquí que, en la medida en que se impuso un «modelo de experiencia progresivo», el pasado y el presente se volvieron objetivables, pues se los comenzó a diferenciar de un futuro posible o deseado al que solo podía llegarse a través de un cambio.
Al imaginar la ciudad de París 700 años en el futuro, Mercier adscribía a una nueva concepción de la historia, en la que la vida de los seres humanos ya no estaba planeada por Dios sino que se producía y concretaba por la propia voluntad humana. Tal como la describe el escritor francés, la vida en París en 2440 es el resultado de la proyección de sus ideas presentes, donde la tolerancia, la equidad y el fin del despotismo resultan los puntos más destacados. Coincidentemente, es en este periodo cuando la historia comienza a ser «considerada una obra puramente humana y el encadenamiento de innovaciones que, por sus efectos acumulativos, aseguran al devenir colectivo una continuidad y una finalidad». Si en términos generales la idea de progreso comenzó a determinar la representación del tiempo, en el caso de los relatos utópicos el progreso también rigió los espacios imaginarios.
En la opinión de Koselleck, desde la publicación de El año 2440 en 1771 hasta 1780, el concepto de utopía adquirió un carácter político general, producto del proceso de temporalización atravesado por el propio término. Ha sido señalado ya cómo esta politización del concepto respondió tanto a un contexto geopolítico específico cuanto a una nueva concepción de la historia. La incidencia de otras variables contextuales no debe, sin embargo, descartarse. En principio, la posibilidad de pensar en un futuro (aunque solo imaginario) diferente del presente ocurrió en un momento de incipiente disolución del orden estamental y de aparición de nuevas formas de sociabilidad, tales como clubes, asociaciones y agrupaciones políticas. Por su parte, el progreso técnico también inspiró la creación de sociedades utópicas libres de las faenas propias del tiempo presente. Por último, la secularización creciente trasladó desde el más allá al futuro las promesas de una vida mejor. Tal como se evidencia en relatos de tipo utópico posteriores, a partir de la publicación de El año 2440 el presente se volvió perfectible en un futuro, lejano o inminente, pero inexorable al fin.
De la utopía a los utopistas
Tras haber analizado los cambios que atraviesa el modelo utópico con la inclusión de la variable temporal por sobre la espacial hacia fines del siglo xviii, es lícito preguntarse sobre las consecuencias políticas que esta transformación, a primera vista literaria, tuvo en el género. En principio, la irrupción del futuro en el relato utópico hizo de «utopía» una categoría sociopolítica que implicó, en alguna medida, una toma de posición sobre la transformación del presente en función del futuro deseado. A partir de 1792, los vocablos «utopismo» y «utopista» comenzaron a ser utilizados para designar el comportamiento (no necesariamente positivo) de determinados actores de la escena política. Se inició así lo que bien podría definirse como un tercer momento en la transformación de la noción de utopía. Su consolidación tendría lugar a mediados del siglo xix, con el uso que tanto Karl Marx como Friedrich Engels dieron al término. Si en 1848 Marx recurrió a él para diferenciar sus posturas de las teorías socialistas precedentes y, posteriormente, de las no marxistas en general, el uso peyorativo se acentuó en 1880, cuando Engels definió el socialismo «utópico» como aquel que por desconocer el materialismo histórico rechazaba el orden de cosas reales pero no podía proveer un análisis crítico de ese orden.
Poco quedaba del significado que Moro había otorgado originalmente al término. En esta transformación, la obra del denostado Mercier había tenido un papel capital. Al introducir la variable temporal en la creación de una sociedad utópica, la distancia existente entre el lugar de enunciación y el «no-lugar» propuesto dejó de calcularse en millas o kilómetros posibles para pasar a contarse en años y aun siglos. Sin duda, aquella irrupción del futuro en el relato utópico resignificó el ejercicio de extrañamiento propuesto inicialmente por Moro. Si en Utopía los males del reinado de Enrique viii coexistían con el buen gobierno de la isla de Utopía, en El año 2440 las máximas del pensamiento ilustrado allanaban el camino hacia una sociedad imaginaria pero futura. Como todo relato utópico, la contracara de la equitativa París del año 2440 tomaría forma en el Tableau de Paris, obra que Mercier publicó en 1782 y constituyó una dura crítica a la (no tan utópica) capital dieciochesca.
FUENTE: Nueva Sociedad.
Imágenes: Bart Heijlen, pintor contemporáneo belga.