El diarista de “El oficio de poeta” y “El oficio de vivir”, el narrador de “La luna y las fogatas”, el poeta de “Trabajar cansa”, el autor del inclasificable “Diálogos con Leucó”, durante años resultó objeto de una popularidad singular en la Argentina. Fue, también, escritor para escritores. Maestro para más de una generación. Sin embargo, “Vida colinas libros”, de Franco Vaccaneo, es la primera biografía suya que se publica en el país.
Son notables las huellas de Pavese en las obras de varios autores argentinos —representantes de diversas estéticas— que comenzaron a publicar por la década del ´60. En el primer tomo de los Diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, se destaca un ensayo acerca de El oficio de vivir, uno de los diarios del escritor italiano nacido en 1908 y muerto por mano propia en 1950. Piglia propone que, pese a la variedad, cantidad y calidad de la producción de Pavese, los diarios serían lo fundamental de ella. Ese texto acerca del diario de un escritor muy admirado, incluido en su propio diario, funciona como espejo y máquina del tiempo, como ejemplo y proyecto. Piglia especula –y en los diarios propios abundan las entradas que así lo refieren- con que esos textos se constituyan de modo análogo en centro de su obra. Si el suicidio de Pavese puede leerse como una forma de dar sentido a la vida al someter la muerte a la propia elección —en la línea del bel morir postulado por Dante Alighieri en su Commedia, pero con signo inverso—, en Piglia hay un decisionismo análogo, pero con otro objetivo: decidir hasta el fin sobre sus diarios. En vez de legarlos para que otro los edite, como sucedió con esos escritos de Pavese a quienes dio su forma final Italo Calvino, su protegido en la editorial Einaudi y hasta cierto punto su discípulo. De dirigir la muerte para abolir el azar, a dirigir el sentido de la escritura propia como destino. También pueden hallarse bastantes similitudes entre algunas escenas epifánicas en novelas de iniciación de Pavese, y momentos de los diarios de Piglia o de sus novelas. Quizás las más destacables sean las referidas al intenso, enigmático Cacho Cárpatos. Por ejemplo, cruzando a toda velocidad alguna noche de la Mar del Plata de los ´60, siempre en autos robados, mientras Emilio Renzi le aconseja leer a Brecht. Ese interlocutor así nombrado, era nada menos que Juan Carlos Scarpati, comandante montonero que logró fugarse de Campo de Mayo, donde lo mantenían como detenido desaparecido tras recibir ocho balazos durante su captura, y desde Europa denunció ese centro de exterminio.
Un autor modelado sobre Pavese, en vida y obra, es Haroldo Conti. Muy presente en los diarios de Piglia a propósito de una literatura del río, hecha de lentitudes—como la narrativa de pueblos y colinas de Pavese—, y en la discusión alrededor del populismo. Conti, muy consciente de ese influjo, siempre declaró que había aprendido la narrativa como construcción de ambientes en novelas como El compañero. Esa construcción elusiva a partir de matices —presente en Sudeste y en los cuentos “Con otra gente”, “Todos los veranos”— no agota las correspondencias. Ambos autores se acercaron a lo popular por fuera de los moldes del historicismo y de la sociología. Ambos —aunque en diverso grado de método y de conciencia— tuvieron una teoría y una práctica del mito paralela a la de T.S. Eliot, pero no como panacea conservadora ante el caos del mundo moderno, sino como posibilidad de comprenderlo para refundarlo. El italiano se había licenciado en letras con una tesis acerca de Walt Whitman que el profesor correspondiente a literatura en lengua inglesa no quiso considerar; y tradujo “Moby Dick”, “Benito Cereno”, “Paralelo 42”, “Hombres y ratones”, “El villorrio”. El de Chacabuco tuvo a Faulkner y Hemingway como faros. En el señalamiento que hizo Pavese acerca del ideal de Melville —alguien capaz de remar durante horas con sus compañeros de tripulación detrás de una ballena, para después sentarse al pie del palo mayor a leer a Platón— puede cifrarse el vitalismo de Conti. Si el autor de las colinas piamontesas se dedicó en sus últimos años a indagar en la etnografía, el autor de La balada del álamo Carolina la ejerció de modo salvaje para aprehender los territorios que le interesaban y las lenguas de los oficios vinculados a ellos. En ambos operó la tensión entre el pueblo chico -mitificado- que es el origen, la tierra, la infancia, y la gran ciudad, que es la adultez, la lucha por sobrevivir, pero también la escritura, la discusión intelectual y política. Es similar el tratamiento de los objetos como núcleos narrativos: “testimonian la permanencia, son instrumentos en los que míticamente se reúnen pasado y futuro” puede leerse en Vida colinas libros respecto a Pavese, pero es perfectamente aplicable a Conti. Ambos cultivaron o padecieron una religiosidad desgarrada, tan lejos de lo institucional como de las certezas, abocada a re-ligar lo que la civilización burguesa escindió. Si Pavese cargó la culpa de no haber participado de la resistencia anti nazi como algunos de sus compañeros en la editorial, la pena de haberse quedado también “fuera de la vida” en eso, Conti no quiso perderse la oportunidad de participar en la militancia revolucionaria. Esa gran aventura que le endilga a Hemingway haberse perdido en la gran crónica – ensayo “La breve vida feliz de Mister Pa”, que resulta un ajuste de cuentas literario y político. Hasta el adjetivo rasposo, que se repite en la narrativa de Conti, parece tomado de las traducciones de Pavese en la Argentina: “aquel olor rasposo de colinas y de viñedos”.
Observaciones similares podrían hacerse a propósito de Miguel Briante, Antonio Dal Masetto, Aníbal Ford y muchos autores más. Dado que la mayoría de aquellos jóvenes no podían leer a Pavese en sus originales italianos, debe señalarse la importancia de las traducciones hechas y publicadas en la Argentina, mucho antes que editoriales de España coparan la parada con versiones al menos discutibles para lectores de estas latitudes. Ya en Sur el exiliado anti fascista Atilio Dabini había introducido a Pavese. La editorial Lautaro —del Partido Comunista Argentino, pero con importantes colaboradores extrapartidarios— publicó “El compañero”; y en 1957 —con traducción de los poetas Rodolfo Alonso y Hugo Gola— El oficio de poeta, cuyo éxito obligó a repetir ediciones. Y en 1961, con traducción de Alonso, apareció su poesía reunida: “Trabajar cansa” —único poemario publicado en vida— y “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Por entonces, poemas como “Los Mares del Sur” se hicieron cita repetida, contraseña, culto. El exiliado vasco Juan Goyanarte publicó en su editorial traducciones de Hernán Mario Cueva de “El hermoso verano” y “Allá en tu aldea”; y fue en la revista Ficción, vinculada a la editorial, donde continuó Dabini sus tareas de difusión de literatura italiana, al advertir los límites del proyecto de Victoria Ocampo. Siglo XX publicó La literatura norteamericana, con traducción firmada por Jorge Binaghi. Podría pensarse como un fin del primer ciclo pavesiano argentino la publicación en Ediciones Fausto de Poemas inéditos, poemas elegidos, con traducción a cargo de Horacio Armani. En un año tan significativo como fue 1978.
Condiciones objetivas y subjetivas
“En los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés, los más importantes de Occidente, experimentaron un crecimiento, una popularidad y un prestigio que pocos hubieran imaginado unos años antes, bajo la oscuridad del fascismo y la ocupación nazi. El hecho de que el efecto Stalingrado le devolviera a la Unión Soviética buena parte de la imagen que había perdido por el pacto con Alemania de 1939, sumado al aura de heroicidad, eficacia y entrega con que los comunistas legítimamente emergieron del periodo de la resistencia, tuvieron un efecto magnético sobre ambos partidos, del que los intelectuales no se sustrajeron (…) la historia del comunismo italiano luego de la derrota del fascismo constituye una página excepcional por el crecimiento y la influencia que alcanzaría”, señala Adriana Petra en El momento peninsular: la cultura italiana de postguerra y los intelectuales comunistas argentinos.
Pese a que Pavese no formara parte del P.C.I. ni tampoco activara entre los partisanos —como si hiciera Italo Calvino- resulta imposible obviar estas circunstancias históricas y políticas para comprender su recepción. No alcanzan, de todas maneras, para explicar las formas en que incidió sobre la literatura argentina. Y menos que menos para dar cuenta de una sostenida reaparición dentro del campo literario argentino en circunstancias de signo casi contrario, tanto a nivel nacional como a nivel global. ¿Qué puede leerse en Pavese cuando la palabra libertad ha sido apropiada por quienes proponen una teoría económica de hace dos siglos, con los condimentos de novedad aportados por los mundos virtuales, la tolerancia a lo diverso, el laissez faire social para todo lo que no implique desmedros para el gran capital?
Una patriada
Increíblemente, nunca se había publicado en la Argentina una biografía de este autor fundamental (tampoco en toda Latinoamérica, donde asimismo tuvo incidencia). Cesare Pavese: vida colinas libros, de Franco Vaccaneo, llega con traducción de Julio Cano y Rosario Gómez Valls, de la mano de la rosarina editorial Belbo (su nombre es toda una declaración de principios, ya que Belbo es el nombre del río que pasa por Santo Stefano Belbo, pueblo natal del biografiado). Aunque pueda pensarse que la muerte de Pavese, además de señalar lo candente de sus imposibilidades, marca el fin de una Italia campesina, Vaccaneo se niega lúcidamente a incurrir en lo que denomina “biografísmo decadente”. Esto sería, a trazar un itinerario desde atrás hacia adelante, con la decisión final alumbrando con su luz negra cada detalle. Sin dejar de tener en cuenta esa muerte, ni sus efectos, como así tampoco las circunstancias en que se lo leyó, y cómo se lo leyó, Vaccaneo restituye un Pavese vivo. Para lo cual recurre a citar y comentar fragmentos de sus obras, y a enhebrar cantidad de testimonios: de su pueblo, de su familia, de Turin, de roma, del mundo literario, del mundo editorial. Así como fragmentos de cartas o intercambios con figuras como Italo Calvio y Elio Vittorini. Así aparecen no sólo el escritor consagrado, sino también el niño, el joven tímido que gustaba perderse por le langhe, el alumno, el traductor, el organizador, el maestro, el incansable caminante urbano, el enamorado que se frustra.
Hay interesantísimas reflexiones acerca de un camino paralelo al de Pier Paolo Pasolini, en cuanto las críticas sin concesiones al consumismo, que Pavese auguró aunque no llegó a ver consumado. Y aparecen personajes entrañables del mundo pavesiano, como uno de sus grandes mentores: el profesor Monti, que les recomendaba “ser hombres antes que literatos”, así como leer por sobre todo a los clásicos. Monti, apresado por hacer propaganda anti fascista, se negó a aceptar una dispensa ofrecida por el régimen a causa de su edad y afrentó lo que pudiera sucederle. Si había alumnos suyos combatiendo, muertos o presos, él no aceptaría privilegios. La diferencia entre su actitud y la de su viejo profesor, así como el recuerdo de sus jóvenes compañeros de Einaudi muertos en la guerra —Leone Ginzburg y Giaime Pintor— atormentaron hasta el fin a Pavese. Algo injusto, ya que también él afrontó la cárcel al encontrarse en su casa papeles comprometedores para no delatar a la mujer a quien se los había guardado.
Cesare Pavese: vida, colinas, libros, viene a llenar un hueco cultural. Y se suma a una ola de nuevas traducciones en nuestro país: la excelente versión de La luna y las fogatas traducida por Silvio Mattoni; el poemario Trabajar cansa, por Jorge Aulicino; y muy recientemente, de nuevo a cargo de Silvio Mattoni, El compañero, y El diablo en las colinas. Aunque parezcan ignorarlo nuestros difusos legisladores, nuestros resignados gobernantes y buena parte de los emprendedores de nuestra menguada industria editorial, traducir y publicar en el país no es un “vicio absurdo”, es soberanía. Genera trabajos calificados y además tiene efectos sobre la lengua, y a través de la lengua —con sus mediaciones y sus tiempos, que no son los de la propaganda coyuntural o la agitación de las redes— incide en la sociedad, en la política. Como lo supo y lo practicó, en una época de correlación de fuerzas tan poco favorable como lo fue el auge del fascismo, el propio Cesare Pavese.