Hay una convención por la cual la letra a designa lo femenino y la o lo masculino. Pero no se trata de letras, los significados van de una palabra a otra sin importar cómo termina, si no,  alcanza con fijarse lo que pasa cuando pasamos del singular al plural. El género atraviesa nuestra lengua y le hace decir cosas distintas cada vez. Aquí unos cuantos ejemplos.

Como todos bien sabemos, nuestros mejores gramáticos y lingüistas se han dejado la piel y los sesos argumentando contra la sinrazón de las estrategias de visibilización de la mujer en el lenguaje basadas en evitar el uso no marcado del masculino. Llegados a este punto, está claro que podríamos resignarnos a ver cómo los aspectos verdaderamente sexistas del lenguaje, presentes en nuestro acerbo léxico y en nuestro derroche pragmático de tópicos inconscientes, circulan a sus anchas y se ríen de una sociedad soberbia, que antepone la opinión políticamente correcta al rigor científico.

Pero no, no podemos resignarnos. Vamos a intentarlo, me digo, desde la perspectiva del morfólogo.

La verdad es que, personalmente, considero tan absurda la identificación de la vocal a con lo femenino como la de vestir rosa, comprar zapatos o llorar viendo Titanic.  Sin negar que haya una realidad estadística en que estos cuatro fenómenos formen parte de la identidad femenina, lo que está claro es que son hechos azarosos desde el punto de vista de la evolución del sexo, y deberíamos escandalizarnos de identificar el “ser femenino” con ellos en la misma medida al evaluarlos todos. De hecho, la postura respecto al uso del lenguaje inclusivo camina en la dirección opuesta en la que las mujeres nos movemos en el resto de flancos de la lucha por la igualdad: la de promover una identificación absurda. Pero mi objetivo no es divagar, sino poner en evidencia, con datos, por qué la identificación de a con la visibilización de la mujer en el lengua es absurda.

Para ello, voy a poner varios ejemplos de que hay dos tipos de morfemas, el de género (-a) y el de número (-s), que no guardan una correlación con la oposición, dada una realidad externa al lenguaje, entre macho/hembra y entre un individuo/varios.

Personalmente, creo que prefiero subir una pesa a subir de  peso. Aunque prefiero hacer una gesta a un mal gesto.

El latín tuvo la culpa de que en masculino vaya el árbol (olivo, manzano, castaño) y en femenino, la fruta (oliva, manzana, castaña) -o el fruto-. También de que un pobre leño (o madero) se quede en nada en comparación con la leña y la madera. Qué pena que no podamos sacar una generalización: un huevo es más grande que una hueva… y un puerto que una puerta (pero un caldero cabe en una caldera, y un charco en una charca)

Mujeres al poder, con mi suela te someto, suelo.  Tu pensando en comer (el cuchillo) y yo en la higiene (la cuchilla); Así luego, para no verte el careto, hay que ponerte una careta.

El dinero está claro que siempre lo manejamos nosotras: tenemos la banca y la bolsa, y tu, la espera en el banco, el sujetar el bolso. Entre tanto, mejor comerse un helado a que te caiga una helada…

Lo prometido es deuda: aquí vamos con la oposición singular/plural

Empezamos con una bien difícil: ¿Tú, cuándo comes más, cuando tienes gana de comer o cuando tienes ganas de comer? Desde luego, cuando tienes mala gana/*malas ganas, comes menos.

Tener buena vista es un requisito indispensable para disfrutar de unas buenas vistas (que por cierto, solo ves una cosa, como en vistas al mar)

Siguiendo con el tema de la comida, diría yo que es mucho más satisfactorio comer de sobra que comer de sobras. Si en el restaurante te sacan de lo primero, probablemente perderás la forma, si te sacan de lo segundo, probablemente perderás las formas.

Somos una cultura tan superficial… por eso tener buena planta importa mucho. Tener buenas plantas no tanto.

… Y desde luego que damos mucha más importancia a tener razón que a tener razonespor mucho que sean más de una.

Si te quedas a la puerta, tienes una esperanza de entrar, si te quedas a las puertas, ninguna.

¿Quién ha bebido más, el que tomó mucho vino o el que tomo muchos vinos? 

¿Y qué cuesta más esfuerzo, subir la escalera, o subir las escaleras? Depende de cuánto peses tú y/o la escalera.

Menos es más. Por eso te alaban el gusto, pero te dicen que para gustos están los colores. 

Hay más gemelos (8) si tienes un gemelo que si no lo tienes… Y eeco será menos que los ecos de algo, pero se oye más lejos.

Es más grande y satisfactorio dejar huella que dejar huellas…

Serán más, pero no obtendrás muchos bienes haciendo el bien. Un singular (el fin) justifica los medios, pero solo en el medio está la virtud. Dicen también los psicólogos que el sentido de pertenencia tiene mucha más importancia para nosotros que las pertenencias. 

Por muy aficionado al juego que seas, es mucho más grave quedarse sin blanca, que quedarse sin blancas. 

Y yo, definitivamente, prefiero que te quieran mucho, a que te quieran muchos.

Tenerle miedo a las alturas es razonable, ergo tenérselo a la altura debería sería también razonable, pero no.

Has leído más si has leído parte del trabajo que partes del trabajo.

Te dejo otros para que los pienses tú:

la ley del más fuerte/las leyes del más fuerte

la fuerza enemiga/las fuerzas enemigas

la dieta/las dietas

una obra/unas obras

tener mucha cara, tener muchas caras

Una vez leídos los ejemplos, que espero que hayan resultado entretenidos, invito a la reflexión que da título a la entrada: ¿Hasta que punto es legítima la identificación entre un morfema y un fenómeno cultural como el sexismo? ¿Hay alguna identificación entre el ideario individualista/socialista y el uso del morfema plural? En caso afirmativo, ¿No deberían las guías de lenguaje inclusivo promovidas por los sindicatos, entonces, empezar a eliminar los conceptos de “persona” “gente” y “ciudadanía” y favorecer los de “personas” “gentes” y “ciudadanías? Ya me veo venir el argumento… “Es que esos nombres, de manera inherente, se refieren a más de una persona”. “Pues claro”, respondería yo, “Eso es lo que llevamos intentando decirles los gramáticos todo el tiempo, que el masculino genérico se refiere, también, a todos y a todas…”