El «primer exorcismo en vivo de Crónica TV, los tragicómicos experimentos del «obispo» Acuña y la verdadera historia de «El exorcista» (1973), la película con la que Hollywood nos convenció de que la llamada «posesión diabólica» era una realidad más allá de la religión.
Era un exorcismo más. Pero salió en la tele y Crónica HD le puso un título de película: El exorcismo de Laura. ¿La verdad? El periodista Marco Bustamante, presentador de “el primer exorcismo en vivo”, sobrevendió la historia. Para acentuar su dramatismo tuiteó el mismo día (23 de marzo) que estaban “pasando cosas raras con las cámaras” poco antes de la emisión. Miles y miles de personas vieron el programa. Pero la repercusión mediática no fue la que Marco esperaba. “Hacen las mismas diez notas una y otra vez todos los días. Cuando aparece algo copado como el #ExorcismoDeLaura miran para otro lado”, refunfuñó una semana después en Facebook, en un post que sólo recibió un Me Gusta.
La que sufrió “una extracción demoníaca de su cuerpo” (sic) hubiese podido ser tanto una chica con problemas mentales como una buena actriz. De ella se supo poco y nada, salvo que tenía 22 años y que ni siquiera se llamaba Laura. El exorcista, protagonista indiscutido de la transmisión, era el “Obispo Luterano” Manuel Acuña. De él sabemos (un poco) más. Que su capilla en Santos Lugares, La Parroquia El Buen Pastor, es parte de una Iglesia Carismática Luterana Independiente de la Argentina creada por él mismo y no reconocida por los luteranos “oficiales”, a lo que el Obispo Acuña (quien hasta hace poco se hacía llamar “Reverendo”), contesta que la suya es “la primera expresión carismática de la tradición luterana del país”. Él se hizo conocido en el programa de Animales sueltos que conduce Alejandro Fantino, desde donde hace un par de años copó la atención del conductor hablando de fantasmas, supersticiones y exorcismos y tuvo oportunidad de enfrentar a Claudio María Domínguez cuando otros dudaban si era el momento adecuado para hacerlo. También tuvo prensa a favor gracias al abono que tiene en Diario Popular, propiedad de Raúl Kraiselburd, donde es promocionado abusivamente. De hecho, ese diario fue quien instaló la dudosa afirmación según la cual es “el exorcista favorito del Papa Francisco” solo porque Acuña usa en sus páginas web y otros espacios promocionales una fotografía donde se exhibe junto a él.
Acuña no sólo es lo que parece, lo es, y basta recorrer los comentarios en los blogs donde publican algo sobre él para darse cuenta que su prestigio tiende a cero. “Curró y sigue currando con lo de los exorcismos. Dudo que se haya topado alguna vez con un espíritu impuro, el cual se avergonzaría de compartir la misma habitación con semejante mamarracho.” (…) “¡A mí también me daría vergüenza salir en una foto con ese salame! Pero es una persona con contactos, salió más de una vez en el programa de Fantino, y trabajó en política…” Y otros por el estilo.
Acuña –nacido el 7 de abril de 1962 en la capital de la Provincia de Corrientes– estuvo a cargo en 1989 de la Oficina de Culto del Municipio Tres de Febrero, la misma que, desde 1992, se transformó en la Dirección de Cultos Religiosos, dependiente de la Secretaría de Gobierno, “primera repartición de este tipo –dice– que tuvo un Municipio en toda la República Argentina”.
En audiencia, la transmisión del exorcismo fue todo un éxito. Recargado si consideramos el modesto despliegue publicitario previo al debut. Según Bustamante, en la página la emisión había recibido hasta la semana pasada 214.000 vistas. Sólo la Segunda Parte del video tuvo 251.0000 visitas en Youtube. El impacto, sin embargo, no fue completo. Las repercusiones en la prensa local fueron módicas. No así en el exterior: en su muro en Facebook, Acuña anunció cada nota como una pequeña victoria. Su página tampoco experimentó un crecimiento notable.
Es sugestivo. El exorcismo es un fenómeno con un notable anclaje social. Parece que a la producción de Crónica HD le faltó cerrar un detalle crucial: conseguir un exorcista que fuera tomado en serio.
Qué dice la ciencia sobre el exorcismo
La posesión espiritual, para funcionar, necesita de creyentes en la existencia de entidades capaces de meterse en el cuerpo de los vivos. Las cualidades de esas criaturas es otro aspecto de la misma fe. A la posesión diabólica, claro, no le cabe una sola interpretación. Hay diablos adorables ante ojos ajenos al catolicismo. Y demonios repugnantes ante el escrutinio científico, que se atropella por clasificar y refutar fenómenos de difícil comprensión.
Los atributos morales con que investimos a esos “espíritus” varían según la confesión religiosa. Así, los evangélicos pentecostales y neo-pentecostales tienden a creer que las fuerzas que se apoderan de ciertas personas son “malignas” sólo porque éstas, alguna vez, han concurrido a un templo umbanda. Y no pocos católicos crucifican como “diabólico” a un devoto en trance de la Escuela Científica Basilio, cuyo único “pecado” fue incorporar el espíritu de don José de San Martín.
Estas etiquetas son tan arbitrarias como movimientos religiosos hay sobre la Tierra: tal vez el rechazo que a los católicos les inspira el espiritismo, al que consideran una superstición cualitativamente inferior a su culto, se parece a la antipatía que muchos agnósticos sienten hacia el exorcismo católico, ritual que requiere dar un salto de fe que permita aceptar que existe una criatura infernal capaz de intervenir directamente en la vida de las personas y guiarlas a su autodestrucción.
La creencia en el trance de posesión (al margen de la categoría moral de las presuntas entidades que “interfieren” en la consciencia del creyente) alcanza a todos los grupos étnicos, las clases sociales y tradiciones religiosas.
La realidad de sus efectos es también una representación compartida por millones de personas. Cientos de miles de sud y centroamericanos acuden a templos de religiones afroamericanas, donde los adeptos afirman ser poseídos por entidades espirituales. Entre los millones de practicantes del espiritismo kardecista, gran parte de ellos aseguran ser, a la vez, médiums. Y eso sin a contar los millones de evangélicos pentecostales, neopentecostales y católicos carismáticos, cuyos fieles afirman entrar en trance por intercesión del Espíritu Santo.
Así como los espiritistas afirman convocar el espíritu de los difuntos y las religiones afrobrasileñas a se sirven de sus santos, los católicos y los evangélicos intentan expulsar a los demonios. El exorcismo de Jesús, según las escrituras, sucede durante el bautismo. En el Exorcismo Solemne, un obispo (o un sacerdote con el permiso del obispo) libera a una persona del “influjo demoníaco” en nombre de Jesús. En la tradición religiosa judía el procedimiento es parecido. La Kabbalah enseña cómo exorcizar un espíritu maligno (un dybbuk) que se apropia de aquellas personas más propensas a ser poseídas: un rabino, junto a 10 personas con algún poder espiritual, debe recitar el Salmo 91 tres veces mientras el rabino sopla un cuerno de carnero; este sonido desorientará a la entidad y será posible guiarla por el camino de la salvación.
El exorcismo católico fue renovado en 1999. Desde entonces, el Rituale Romanum incluye el apartado De exorcismis et supplicationibus quibusdam (Sobre los exorcismos y ciertas súplicas), aprobado por el Papa Juan Pablo II, quien apelaba, como si decirlo fuera suficiente, a “no confundir posesiones con enfermedades psiquiátricas”. La aceptación del texto no fue pareja. Muchos católicos consideran que en Occidente circula una idea muy estereotipada sobre lo que cabe esperar del exorcismo. Algo parecido sucede con los escépticos. Hay quienes apuestan a arduas interpretaciones psiquiátricas, cuando, con frecuencia, son innumerables los casos explicables a través de complicidades involuntarias con el exorcista, autoengaño o meras actuaciones.
Hollywood poseído por el diablo
Ese ritual donde el sacerdote lucha contra la fuerza que controla el cuerpo del poseso ingresó en la cultura popular gracias a William Friedkin, director de El exorcista (1973), la película basada en una novela de William Peter Blatty.
Ninguna película de terror causó un impacto tan sostenido como El Exorcista. El film dejó huellas en espectadores sugestionables, quienes temblaron, se desmayaron o lanzaron el contenido de sus estómagos en las salas de cine, y religiosos, para quienes la película era un catálogo realista del tipo de monstruosidades que el diablo es capaz de cometer.
La película también cristalizó los clisés que se aplicaron para evaluar un “exorcismo real”, particularmente por las escenas donde la endemoniada (Linda Blair) habla y maldice con una voz ronca y ajena, vomita un moco verde y comete actos de blasfemia que podríamos calificar de grotescos. Otras situaciones, como cuando gira la cabeza 360 grados o levita, no prosperaron en los “casos reales”.
En 1971 la novela se convirtió en un best seller. El libro, según el propio autor, estaba basado en el diario del padre Raymond J. Bishop, asistente del sacerdote jesuita que hizo lo humanamente posible por exorcizar a un joven de 13 años residente en Cottage City, Maryland, EE.UU.
El chico fue por años un N.N. Recién en 2000, al cabo de una investigación detectivesca, fue identificado por el periodista Mark Opsasnik. El adolescente que había enloquecido a familiares, psiquiatras y curas a lo largo de casi cuatro meses se llamaba Ronald Edwin Hunkeler. Desde enero de 1949 comenzaron a oírse ruidos extraños en la casa y a aparecer en su cuerpo palabras escritas con las uñas. Ronald sufría extrañas contorsiones (relatadas por él mismo o testimonios de segunda mano, como supuestas peroratas en latín), había demostrado tanta ferocidad como para herir a un sacerdote, cuando él estaba “las camas y otros muebles cambiaban misteriosamente de lugar”, el registro de su voz se alteraba y volaban cosas por el aire, al mejor estilo Poltergeist. Durante sus ¿pataletas?, lo debían sujetar entre dos y sucedían otros fenómenos asombrosos.
Finalmente, los investigadores que siguieron el caso –entre ellos el estudioso jesuita Walter Halloran, único testigo vivo de los exorcismos– precisaron que los trucos de Ronald Hunkeler eran fáciles de reproducir, su latín imitaba al de los sacerdotes durante el rito, nadie notó nunca que la voz del niño cambiara y su fuerza era compatible con la de un joven de su edad. Otras señales, como los escritos donde el diablo pedía “No ir a clases”, también arrojaban luz sobre los curiosos objetivos satánicos…
Todo esto sucedía en un ambiente turbulento, como un horno donde se cocinaban creencias e intereses cruzados. Ronald quería escapar de la escuela, pero también tenía una madre y una amada Tía Tillie enroladas en el espiritismo. Tras una prematura muerte de su tía, el joven quiso comunicarse con ella usando un tablero ouija, lo cual llevó a su madre a pensar que los problemas con Ronald podían ser causa del diablo, pero también de la tía Tillie.
Hunkeler pasó inadvertido por cincuenta años. Cuando Opsasnik lo halló, él se negó a ser entrevistado. A esa altura poca falta hacía para conocer el veredicto: Hunkeler se rio una larga temporada de los creyentes en la posesión diabólica.
“Para los psiquiatras, (Ronald) padecía una enfermedad mental. Para los sacerdotes era un caso de posesión demoníaca. Para escritores y productores de cine, una gran historia para explotar con fines de lucro. Cada uno de los involucrados vio lo que estaba preparado para ver”, escribió Opsasnik, quien dirigió su última crítica a los medios, los cuales “manipularon los hechos y pusieron el acento en arreglo a sus propias agendas”.
Escaner de un cerebro endemoniado
En tiempos bíblicos, así como en la Edad Media, nadie sabía nada sobre los estados mentales intensos o patológicos. Naturalmente, en los ámbitos religiosos el desconocimiento de estas causas llevó a considerar “demoníacas” a enfermedades neurológicas que hasta entonces no habían sido descubiertas o comportamientos inusuales que no habían sido descritos.
La idea de que las personas pueden ser controladas por fuerzas externas surgió con la creencia de que ciertas “entidades espirituales” podían apoderarse de nuestro cuerpo contra nuestra voluntad.
Tales estados, convulsivos como ataques de violencia, anormales como la insensibilidad al dolor o incluso autoflagelaciones o autolesiones, como presuntas “estigmatizaciones”, interpelan directamente a la psiquiatría, que diagnostica a estos episodios como Trastorno de Identidad Disociativo (TID), según el DSM IV.
El psiquiatra español Francisco Orengo entiende que entre las religiones existen formas no psicopatológicas de posesión. Y que, en los casos psiquiátricos, es un trastorno que “sirve como mecanismo de control adaptativo frente al abuso infantil prolongado, severo y traumático”. Si bien tiende a darse en la primera infancia, los síntomas suelen explotar durante la adolescencia o en los primeros años del adulto. Es un trastorno que se da más en mujeres, que pierden la memoria o la consciencia y a veces “oyen” voces interiores.
Hacia comienzos del siglo XX, el freudismo achacó estas “aberraciones” a brotes de esquizofrenia e histeria. Al margen del psicoanálisis, los tres trastornos cerebrales más citados son la epilepsia, la migraña y el síndrome de Tourette (que hace poco desató un episodio de contagio en los EE.UU.).
Otros autores vieron más allá del cerebro e incluyeron el contexto social. El psicólogo Robert A. Baker ha considerado que ciertos posesos actúan un papel. Así, presentar tales cuadros les permite expresar eventuales frustraciones sexuales (caso emblemático: las monjas endemoniadas de Loudon, Francia), manifestar rebeldía ante restricciones impuestas por el medio social, escapar de compromisos desagradables (el caso que inspiró a El Exorcista), llamar la atención o satisfacer otras funciones útiles para el individuo.
“La posesión es tan sencilla de falsificar que hasta un niño puede hacerlo”, opina el prestigioso detective de fraudes paranormales, Joe Nickel. El antídoto contra estas manifestaciones, según el psicólogo Baker, también era simple. Él aseguraba que tenía una técnica infalible para echar espíritus maléficos de casas embrujadas. Había diseñado un vistoso equipo que irradiaba música estridente y un potente juego de luces estroboscópicas para expulsarlos. No usaba este despliegue de efectos tanto para aterrorizar a los fantasmas como a los dueños de casa, que, según el psicólogo, eran “curados de espanto”.
Por lo demás, la imaginación de los creyentes está bajo fuelle de las autoridades de los diversos cultos, cuyas directrices refuerzan la idea de que Satanás, El Maligno, Lucifer, Dybbuk o como se le llame es alguien real y que, si no aceptás su existencia, “no sos un verdadero creyente”. Bajo estas presiones, a muchos les daría gusto dejar de serlo para zafar de la amenaza de acabar en el infierno.
REFERENCIAS
Skeptical Inquirer Volumen 25.1, enero / febrero 2001
Trance y posesión : la complejidad de una experiencia Por Alejandro Frigerio (27 -11-2010).
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