Fue de uno de los escritores que dejaron huella en Latinoamérica. En 2015, la muerte ganó la pulseada que el uruguayo le venía disputando desde 2007. Desde entonces, las venas de América Latina quedaron más abiertas que nunca. (Foto de portada: Alejandro Amdan).

“(...)A eso, así de simple,

Se reduce todo:

Entre dos aleteos,

Sin más explicación,

Transcurre el viaje”.

Eduardo Galeano

 

La muerte es ingrata, porque al fin y al cabo, más tarde que temprano o más temprano que tarde, siempre llega. Silenciosa, arremete contra la vida convirtiendo al cuerpo en polvo,  devolviéndolo a sus orígenes.

En la tierra guaraní le dicen “jehekýi” que quiere decir desprenderse, porque cuando la cáscara se abre el alma se libera, trascendiendo a la muerte. Ella, que se creía un demonio invencible, se queda atónita ante semejante descaro de la vida. Es que aunque sea una especialista en detener el tiempo, no puede hacerlo con las historias, ellas corren con vida propia; y ya nos dijeron que somos un poco de cada cosa.

Cada día, las palabras van de un lado a otro, esperando encontrarse. Las hay mudas y estruendosas, también vacías y transformadoras. Pero cuando las atrapa el indicado povocan tras de sí una turbulenta estela que no desaparece: la historia. Hay una que abrió las venas de un continente entero, que nos mostró las almas de los más humildes; que nos contó con amargura la opresión y explotación de los pueblos; pero que también nos recordó nuestro origen común y nos hizo sentir ogullosos de ser latinoamericanos.

Esa historia produjo una huella imborrable en la construcción de Nuestra América, gracias a un escritor delirante que cansado de vivir en un mundo patas para arriba, dijo no y nos enseñó que teníamos el derecho de soñar. Una a una las aglutinó sobre el papel: palabras que acarician y abrazan, pero también las que oprimen y matan. Así nos regaló esos maravillosos libros, que una vez leídos transforman a la persona, porque enriquecen el alma.

Con agudeza mental y sensibilidad social, combinación difícil de encontrar en estos tiempos, fue capaz de hacer con las manos lo que nunca logró con los pies. Profeta de su tierra, recolectó la memoria de los pueblos olvidados y nos mostró la otra historia, la de los invisibles del mundo. Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Panamá, Argentina, Guatemala y México, fueron algunos de los países que recuperaron su identidad mediante la prosa rebelde de un escritor empedernido por ayudarnos a mirar.

En la cultura Maya, el Kab ‘awil es un ave sagrada. De doble mirada, mira de lejos, de cerca, hacia atrás y hacia adelante, pero todo lo logra unir para comprender el múltiple contexto. Desarrolladores del único lenguaje escrito conocido de la América precolombina, también creían que los vivos y lo muertos formaban parte de una misma comunidad, porque quienes ya no estaban en la tierra cumplía tareas fundamentales para el mantenimiento del cosmos.

Foto: Claudia Conteris,