En un mundo en el cual Trump es posible, a alguien se le ocurre filmar una película en la que el signo es la violencia. En realidad, se habla allí de lo que pasa cuando dejamos el cine, de una sociedad salvaje, donde la brutalidad es cotidiana, en la que la desigualdad es creciente y el poder una amenaza.

La noche del miércoles fui al Festival de cine de Nueva York y fui testigo de una obra maestra cinematográfica, la película que el mes pasado ganó el gran premio a la mejor película del Festival internacional de Venecia. Se llama Joker, y todos los estadounidenses hemos oído hablar de esta película de la que debemos temer y mantenernos alejados. Nos han dicho que es violenta, enferma y moralmente corrupta, una incitación y celebración del asesinato. Nos han dicho que la policía estará afuera de cada función en caso de que haya “problemas”. Nuestro país está en una situación de desesperanza, nuestra Constitución está hecha pedazos y un maníaco imprudente en Queens tiene acceso a códigos nucleares, pero por alguna razón, deberíamos estar asustados de esta película.

Yo sugeriría lo opuesto: el mayor daño a la sociedad podría ocurrir si NO vas a ver esta película, porque la historia que cuenta y los problemas que plantea son tan profundos, tan necesarios, que, si quitás la mirada de esta genialidad de pieza artística, te perderás el regalo del reflejo que nos está ofreciendo. Sí, hay un payaso perturbado en ese espejo, pero no está solo, nosotros también estamos ahí.

Joker no es una película de superhéroes, supervillanos ni de cómics. Está situada en algún punto entre los años 70 y 80 en la ciudad de Gotham, y los cineastas no intentan disfrazar la ciudad de otra cosa de lo que es: la ciudad de Nueva York, el cuartel central de todo lo malo, la de los ricos que nos gobiernan, de las corporaciones a las que servimos, y de los medios que nos alimentan con las noticias sin profundidad que ellos creen que tenemos que absorber.

Esta semana que pasó, la semana en que el presidente gobernante se acusó a sí mismo y –al más verdadero estilo de Joker– se burló de la incapacidad de Mueller y los demócratas de detenerlo, dándoles todo el material que necesitaban. Pero incluso así, diez días después de alardear de su culpabilidad, seguía sentado en la oficina oval, con sus códigos nucleares manchados por la grasa de un KFC, así que dio la orden de echar a andar el helicóptero. El sonido de las aspas acelerando sólo significaba un alerta para que los periodistas corrieran a la “conferencia de prensa” diaria. Trump salía hacia la cacofonía ensordecedora de la aeronave y de manera pública y criminal, le pedía a la República Popular de China que interfiera en las elecciones de 2020 mandándole información sucia acerca de los Biden. Él y la alfombra mágica que tiene por cabello se alejaron y excepto por el ciudadano que reclamaba “¿Puedes creerlo?”, no pasó nada más.

Mientras este fin de semana se estrena Joker, (en los días que llega a trabajar) Trump Jr. sigue sentándose en la oficina oval, soñando en sus nuevas conquistas y en su corrupción. Pero esta película no es sobre Trump, es sobre el Estados Unidos que nos dio a Trump, el país que no siente la necesidad de ayudar a los marginados y a los desprotegidos. El Estados Unidos en que los inmundamente ricos se vuelven más ricos e inmundos.

En esta historia hay una pregunta desconcertante: ¿Qué pasa si un día los desposeídos deciden pelear de vuelta? (Y no me refiero a aparecer con un portapapeles ofreciéndole a la gente registrarse para votar). La gente se preocupa de que esta película sea demasiado violenta para ellos. ¿En serio? ¿Considerando todo por lo que estamos pasando en la vida real? Permitís que tu colegio lleve a cabo simulacros de tiroteos con tus niños, dañándolos emocionalmente de manera permanente, mostrándole a los pequeños que esa es la vida que hemos creado para ellos.

Joker deja en claro que realmente no queremos llegar al fondo del asunto o intentar entender por qué hay gente inocente que –cuando ya no puede soportar más– se convierte en Jokers. Nadie quiere preguntar por qué dos jóvenes inteligentes se saltaron su clase de filosofía francesa avanzada en la secundaria de Columbine para asesinar a 12 estudiantes y un profesor. ¿Quién tendría el atrevimiento de preguntar por qué el hijo del vicepresidente de General Electric entraría a la primaria de Sandy Hook en Newton, Connecticut, para hacer explotar los pequeños cuerpos de 20 niños de primer grado? ¿O por qué el 53% de las mujeres blancas votaron por un candidato presidencial que ha revelado en público su talento como un depredador sexual?

El miedo y los gritos alrededor de Joker son una artimaña, una distracción para que no miremos a la violencia real que está desgarrando a nuestros compañeros humanos. Los 30 millones de estadounidenses que no tienen seguro de salud es un acto de violencia. Millones de mujeres abusadas y niños viviendo en el miedo es un acto de violencia. Amontonar a 59 estudiantes como sardinas sin ningún tipo de valor en las salas de clases de Detroit es un acto de violencia.

Mientras los medios de comunicación esperan atentos al próximo tiroteo, a ti, a tus vecinos y a tus colegas, ya les han disparado numerosas veces, con tiros directos a cada uno de sus corazones, esperanzas y sueños. Tu jubilación ya se acabó hace tiempo. Estás endeudado por los próximos treinta años porque cometiste el crimen de educarte. Has llegado a pensar en no tener hijos porque no tienes suficiente corazón como para traerlos a un planeta que está muriendo y en el que 20 años después de nacer tendrán una sentencia de muerte. ¿La violencia en Joker? ¡Alto, deténganse! La mayoría de la violencia en la película es la que se comete contra el mismo Joker, una persona que necesita ayuda, alguien que trata de sobrevivir en una sociedad codiciosa. Su crimen es que no logra conseguir ayuda. Su crimen es que es el centro de un chiste en que los ricos y famosos se ríen de él.

Cuando el Joker ya no lo puede soportar sí te sentirás terrible, pero no por la –poquísima– sangre que se ve en pantalla, sino porque tú estabas alentándolo y –si eres honesto cuando eso pasa– le agradecerás a la película por conectarte con un nuevo deseo de no correr a la salida de emergencia más cercana para salvar tu propio trasero, y en vez de eso, ponerte de pie, pelear y centrar tu atención en el poder no violento que tienes en tus manos todos los días.

Gracias Joaquin Phoenix, Todd Phillips, Warner Bros. y a todos los que hicieron esta importante película en este tiempo importante. Me encantaron los múltiples homenajes a Taxi DriverNetworkContacto y Tarde de Perros. ¿Cuánto ha pasado desde que vimos que una película aspirara al nivel de Stanley Kubrick? Andá a ver esta película, lleva a tus hijos adolescentes. Sacá tus propias conclusiones.

 

Fuente: La Tercera (Chile)

 

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