Buenos Aires no dará respiro, pero no importa tanto, si el agua ya nos tapó. Un repaso de los discos y las presentaciones que se vendrán.
Este mes recogeremos los frutos de un árbol que crece por abajo, negado o exagerado por la radio. En este mes presentan disco nuevo Él mató un policía motorizado (Él mató, desde ahora y para siempre), igual que los Espíritus. Hay lugar para todos: entramos al invierno con fechas de Mi Amigo Invencible, Sombrero presentando su segundo disco, Sig Ragga junto a Morbo y Mambo en un novedoso combo a estrenar, etcétera, etcétera. (Imagen destacada: (facebook. com/julietadgfoto/)
Me gusta estar de nuevo acá
“La síntesis O Konnor”, el nuevo disco de Él mató, sale el 22 de junio y ese mismo día lo presentan en Niceto además del 23, 27 y 28. Qué decir de Él mató, el buque insignia, la nave nodriza de este gran Renacimiento del rock que rompió los linajes. Venidos de la Plata, ciudad que desde la capital prejuzgamos juvenil, auténtica, reposada, nos queda cómodo seguir llamándolos under aunque ya subieron de nivel, no está claro a cuál. El disco llega justo para que veamos en qué andan a cinco años del instantáneamente clásico La dinastía Scorpio. Los tres temas que pudimos escuchar en el EP adelanto “El tesoro” dan una impresión fresca que no precisa demostrar nada a nadie. Su sonido creció y va para otro lado, con más teclados y cajas de ritmos, con guitarras que toman la posta melódica, con menos rabia y nuevas formas de expresar la emoción que mejor les sale: esa melancolía tierna, drogona, resignada. ¿Se pincharon? Nooo. ¿Se estancaron? Ni ahí. ¿Se ablandaron? Tampoco. ¿Maduraron? Eso sí, esperable por cierto. Pero sobre todo volvieron auténticos, rozagantes, y haber llegado a la tapa de Rolling Stone no parece haberlos detenido en su marcha a la eternidad.
Estos chicos usan tres acordes, okei, pero de otra manera. No son el rock chabón auto recluido en el ghetto barrial. Su poesía tiene pretensión universal, y por eso la llevan a todos lados, de Europa a Estados Unidos y América Latina todita (incluso el esquivo mercado brasileño). Así que los tres acordes no son una limitación, sino un desafío. Cuántos habrán aprendido sus primeros acordes, con manos torpes y el pecho hinchado de inspiración, gracias a Él mató. Cuántos como yo se desgañitan la garganta un ratito en la semana coreando aquello de “Ey, otra vez todo lo bueno se te fue”. Él mató suena en las salas de ensayo de los pibes que vendrán, los miles que mantienen vivo el fuego para que unos pocos se suban al escenario: “Amigos, formemos una banda de rocanrol, guitarras guardadas en el placard”. Lopérfido y Avelluto me hicieron olvidar qué cosa es la cultura, pero debe venir por ahí.
Él mató suena en juntadas con humo denso de porro y fernet caliente, y llena con “Amigo piedra” esos espacios en que a los hombres nos cuesta sacar la ternura fraternal para afuera. Él mató es catarsis, y sus shows no deben tener nada que envidiarle a los Sex Pistols, pioneros del pogo. En invierno transmiten frío crudo y niebla, madrugadas con el cuerpo cagado a palos, camas heladas sin consuelo; en verano somos todos un gran cuerpo sudoroso plagado de referencias a los diciembres apocalípticos y su versión patética de la Navidad, a la que dedicaron un disco entero (“Estrellas, de verdad, sidra en vasos de metal”: celebración precaria, celebración al fin). Cuando Él mató se va del escenario, la cabeza es un lío, la voz no puede más, el alma está apesadumbrada y el cuerpo tiembla empapado. Y todavía queda volver a casa.
Él mató porta la antorcha y nos da su calor, cree en el poder del rock como canal y expresión de la amistad y la buena leche, gusta del cine clase B, de los diálogos en español neutro, de los Simpsons, de no tomarse demasiado en serio. Cada uno de sus más profundos planteos artísticos tienen su origen en anécdotas del tipo “Un día estábamos viendo la tele y de repente Willy dice…”, incluyendo la que les puso el nombre. Él mató expresa algo que nos tienta tildar de quintaesencialmente argentino con eso de “Más o menos bien”. Una existencia precaria, imprevisible, puro presente, pero feliz. El ir tirando. El vamos viendo. Seguramente todo joven percibe lejos a la muerte y vive en vértigo, pero seguramente también estos rasgos se exacerban en época de trabajo flexible, scrolleo infinito y ninguna opción política medianamente esperanzadora. ¿Qué nos lleva a ponérnosla cada finde en la pera, a meternos drogas que, manos y manos de por medio, a veces terminan en un Time Warp? Pues eso: esta juventud es la primera, al menos desde la victoria del capitalismo o desde el siglo XX, que vive peor que su predecesora. El mensaje de Él mató se reactualiza y llega distinto según la coyuntura y en qué lugar de los veintipico nos agarre. Es un culto al cariño, a la amistad, al momento que vivimos ahora, mañana vemos.
Vienen bajando las multitudes inquietas
Pero quizás todo esto sea una burda idealización. Porque los shows de Él mató no cambiaron en nada de 2015 a 2016. Si teníamos alguna esperanza en poder corear #MacriGato o alguna otra consigna salida del veloz ingenio popular, no viene pasando. Mucho menos #VamosAVolver, claro. El público de Él mató es bien de clase media, y quizás un poquito más también (no hice ninguna encuesta, es cuestión de pispear peinados y ropitas y perfumes en cada show). Adoraríamos que las nuevas células guerrilleras se gestaran en sus shows, que su mensaje fuera tan potente como para salir en caravana de Niceto a tomar la Rosada, pero eso no va a pasar, ni muchísimo menos. Quizás sea esta composición social del público la que les pone un techo de masividad, quizás por eso, más allá del éxito rotundo, sea tan difícil que llenen un estadio o interpelen a las masas como lo hacen míster Solari o La Renga. Quizás esta banda, como las demás que siguieron a su imagen y semejanza, expresen la grieta verdadera que dejaron los 90 y 2001: unos escuchan una cosa, otros escuchan otra, y que sólo se crucen una vez al año en el show del Indio, no más.
Lo que sí hay en estas bandas, cuya genealogía arranca bajo el sello platense Laptra pero que ya se diversificó, es una sensibilidad que podemos situar cerca del kirchnerismo o todo lo que éste decidió representar desde 2003. Será por su origen, en una de las ciudades más castigadas por la dictadura, o por alguna otra razón (basta de uso ilegal de la sociología), pero en sus cuentas de redes sociales bancaron sin ambigüedad, fuerte y claro, el histórico pañuelazo contra el 2×1 o los hitos del movimiento feminista, y denunciaron el afán clausurador del nuevo intendente platense, Julio Garro. Con la distancia de la coyuntura que todo artista debiera conservar, cuando las papas queman, ellos hablan. Y a muchos hombres jopito no les gusta, según traslucen en Facebook, pero qué va a ser.
Por ahí vienen también los Espíritus, que van a presentar su Agua Ardiente con dos fechas en el Teatro de Flores el 23 y 24 de junio acompañados de la Orquesta Típica Fernández Fierro (don Ástor suelta el bandoneón y nos aplaude). Mucho para decir de los Espis. Acá hablamos de una gema más reciente. Quizás LA gema. Aunque Maxi Prietto es un viejo conocido de la escena porteña, los Espíritus son un salto cualitativo en su carrera y en la escena actual. Muchos somos los que seguimos su meteórico ascenso desde Gratitud (2015), sin duda uno de los discos de esta década, con la esperanza de que ellos sí llenen un estadio. ¿Y por qué ellos? Porque, aunque el rock es la base de su lenguaje musical junto con el blues (bello renacer viene viendo este género que acá le puso banda sonora al suburbio), coquetean con esa vaporoso conjunto llamado ritmos latinoamericanos, bajo una estética bien de acá, chamánica, terrosa, indígena. Sus letras van desde esta impronta más mística, con flashes y brillos desencadenados por la sed de un desierto infinito, hasta baldazos de crudeza urbana. El perro viejo, el negro chico, el humo y el tren de la Paternal: la calle se levanta y es relatada con filo. Su disco nuevo deja sentir el influjo de la calle una vez más: en “La mirada”, la primera canción que conocimos, el pibe mira al hombre en un subte, además de que “el pasaje salió el doble y ninguno dijo nada”. Parece que nadie termina de pasar la que nos estamos comiendo desde el 10 de diciembre de 2015. También hay huellas de un rudimentario anti capitalismo en “La rueda”: “Vamos a trabajar y después a comprar y hacer la rueda girar y girar y girar”. Sólo Dios sabe contra qué nos romperemos la cabeza cuando este tema suene en la presentación.
Es que todas las de esta camada son bandas cuya experiencia se completa en vivo. Te puedo hacer el mejor compilado de under nacional, y va a quedar corto por este motivo. La catarsis de Él mató deja paso a otro tipo de conmoción con los Espíritus. Sus shows arrancan tarde, muy tarde, así que hay que ser precavidos con el porro para no dormirse y, en cambio, llegar en un delicioso estado de trance atizado por cumbias chicheras que van llevando la espera. Los temas en vivo se alargan, se deforman, explotan para todos lados, y son una experiencia de otra dimensión, nos atraviesan como las drogas visionarias que acompañan desde siempre a los indios. ¿Será esto ser joven? ¿Podrá durar para siempre?
En fin, que queda mucho por decir, pero pase lo que pase vamos a terminar junio ebrios de rock bien nuevo, bien vivo, en una época en que todo se volvió una baba y las décadas posteriores a los 90 dejaron de tener identidad para tener algunas banditas, prolijamente amuchadas en carísimos festivales apuntalados por el mainstream donde la selfi es obligatoria. Mientras vamos a San Isidro a ver a unos ya cansados Strokes, los Espíritus tocan en Flores y habrá que andar con cuidado a la salida, aunque últimamente Nazca y Rivadavia anda llena de sirenas. El rock argentino, punta de lanza del rock en español y hogar de una de las escenas más prolíficas y geniales del mundo, está más vivo que nunca, y no gracias a la Mega. Nos vemos en el pogo: ahí, en el bardo, se están contando las cosas de otra manera.