La cosa se convirtió en acontecimiento cultural –político también- por lo que merece discutirse a varias puntas y voces. Una interpretación: estamos tan mal que necesitamos desesperadamente de un pasado mejor en el que anclar. Lo que sigue está escrito a muchas manos.

Duda, gran duda. Iba a hacer de esto –como ya hicimos en Socompa más de una vez, incluida la peli 1985– un texto escrito meramente en base a posteos ajenos. ¿No es lindeeee que haya notas en portales escritas democráticamente y en asamblea? El asunto este necesitaba de una introducción mínima que puede que se alargue. Eje de la intro: el hecho de que la exhibición, consumo, charla y discusión sobre El amor después del amor, por masiva e intensa, constituye un hecho cultural súper interesante y significativo. Un hecho político, además, porque buena parte no de la serie en sí misma sino del modo en que se la consume, discute, se disfruta o se padece tiene que ver con nuestra biografía colectiva. Y sucede con la serie –se deduce a veces literalmente de los comentarios- que se la rescata como muestrario de una época argentina más copada, más alegre, más confiada en sí misma y acaso más idealista. Caramba, qué coincidencia: el director de 1985, Santiago Mitre, dijo algo parecidísimo sobre su película: “Quería mostrar algo que se hizo bien en Argentina”.

Literalmente: hay muchos que rescatan la serie no tanto por sus valores sino por el hecho de que nos traslada a tiempos colectivos y personales mejores. Como si la serie fuera una suerte de faro triste y el pasado una fuente –luz, luz, luz del alma– de la que rescatar rumbos mejores. Así de mal estamos, así de caídos. Y eso no es responsabilidad de la serie sino del cómo estamos hoy, ¿eh? (Los Súper Ratones, año 2000 según Wikipedia).

Está hecha la intro. Ya podríamos pasar a los comentarios ajenos sobre la serie, la visión seudo coral (para afirmar lo de “coral” en serio debería mediar alguna Inteligencia Artificial y la IA fallaría) que propone esta nota. Pero sucede que acabo de ver –dando pasos gigantescos con la teclita del forward en el control remoto- los capítulos 4,5 y 6 de la serie. Y hasta ahí llegué. Confirmé a lo pavo mi impresión inicial de los primeros dos episodios: la serie a mí no me gustó un pomo. Por desabrida, tonta, falta de vida, creatividad y potencia. Le llenaría la cara no de dedos sino de adjetivos y otras calamidades a la serie: morosa, lenta, aburrida, inocentona, vacía, al pedo. Los diálogos son de fallidos a pésimos, no hay guion.

¿No conocemos todos a un Fito que se mueve y habla como un hiperkinético? ¿No lo hemos visto un millón de veces en entrevistas y recitales agitando el cuerpo como un mono descosido? ¿Por qué el Fito de la serie es tan lánguido, tan pasivo tirando a lelo? ¿Por qué casi que habla con monosílabos, como cargando con toneladas de clonazepán en el bocho? ¿Por qué tan caído, pobre Fito de la ficción? ¿El Fito de la realidad, curador o vigilador o vigilante de la serie, quiso mostrar por alguna razón suya a ese Fito tan sufrido y a la vez tan inane? Juaaaa: en Google, al buscar sinónimos, de “inane” me aparece: “Preguntas relacionadas. ¿Cómo decir inútil con otras palabras?”).

Volvemos al acontecimiento cultural y político. La serie lidera lo que se consume a lo pavo en estos días en Netflix. En los medios y acaso en las redes hay un cierto cuidado/pudor con meterse en la vida/producción de una serie vigilada por el propio Fito, una actitud entendible pero acaso excesivamente perdona vidas. En lo del viaje al propio pasado colectivo se prenden todos.

Que cante el coro

Fito I, Fito II, Fito III versión niño, o viceversa.

Ahora sí, las miradas ajenas, no las de quien escribe y edita. Tratando, apenas tratando, de mixturar los posteos a favor con los más críticos. Agradeciendo de paso al contacto de Facebook Juan Mascaró (periodista y realizador), que rescató algunos de los posteos que se sucederán. Buena parte de las intervenciones son de personas ligadas al cine, a la música, al periodismo.

A modo de segunda introducción va esta otra escrita justamente por Juan Mascaró:

“(Aclaración. Estoy compartiendo lecturas interesantes, no siempre coincidentes, de gente que se tomó el laburo de observar con detalle ese cruce entre el lenguaje y el mundo histórico que nos propone el cine. Me interesa el debate. Me interesa la crítica de la que vemos. Me preocupa la pasividad ante el dispositivo de uniformidad y homogeneización que están proponiendo las plataformas, en particular Netflix produciendo en nuestro país y Latinoamérica. Me preocupa, no tanto que eso exista, sino que sea lo único que veamos, creyendo que estamos viéndolo todo)”.

Comentario extemporáneo: quizá más importante que los posteos sobre la serie de/sobre Fito sea este cartel que Juan Mascaró levantó de alguna red social de Fernando Martín Peña: “Me pregunto si la comunidad audiovisual es consciente de que el INCAA desaparece en cuatro o cinco años si no se grava la exhibición del cine en las plataformas. Pero mejor no me contesto”. A lo que el editor de esta recopilación agrega: no se trata solo del debate, importante, sobre lo que formatee o no, mercantilice o no Netflix, en nuestras cabecitas y en las culturas (a veces prima en esa discusión una mirada que el amigo Umberto Eco llamó hace larguísimas décadas “apocalíptica”). Si no del hecho de que –tal como vendíamos lana barata a Manchester, Inglaterra, para que volviera en forma de ponchos engomados sin flecos, y hoy litio- de la guita que generan las plataformas con producciones hechas acá, nos dejan pocas migajas. En cuanto a Netflix, no todo lo que allí sucede es tan desgraciado.

Vamos a las opiniones ajenas.

Nahuel Scherma (cineasta).

Terminé de ver la serie de Fito Páez en Netflix y supongo que esto funciona a manera de vómito de la resaca espantosa que me quedó, un sabor de boca realmente amargo, ya que Fito es un artista con el cual tantísimos de mi generación crecimos.

Lo primero y más abstracto para decir es que en los ocho capítulos que dura no se cae una sola idea audiovisual. Uno no va a pretender a esta altura la cámara de Spielberg o un plano secuencia de Brian de Palma, pero la realidad es que hay más ideas visuales en cualquier telenovela de PolKa.

Ahora, sin el gamulán de nostalgia y la pátina de barniz de las Peperinas lloronas, digamos que una sucesión caótica de anécdotas no cuenta una historia. Todo el relato descansa (más bien hace la plancha) sobre el supuesto de que el espectador ya más o menos sabe lo que le van a contar, el espectador ya está esperando el Big Mac. Pero qué sucedería si contáramos con un espectador neutral, supongamos canadiense, que no sabe quién es Fito Páez, o un espectador coreano que no conoce a Charly. Lo que sucedería es que no entenderían prácticamente nada y no llegarían al capítulo tres. ¿Por qué cantan todo el tiempo si no es un musical? ¿Por qué entran y salen personajes diciendo diálogos inconexos?

¿Cuál es el sentido de intentar calcar escenas que ya existen como material documental? (Los programas de TV, las entrevistas, la grabación de Piano Bar) ¿Cuál es el miedo fatal de mezclar imágenes de archivo con material ficcionalizado? ¿Que nos demos cuenta que el actor que hace de Fito no tiene swing? ¿No hubiera sido acaso mucho mejor integrar todos esos materiales y contextualizarlos además con las décadas de la Argentina donde transcurre la historia?

Toda la serie va muriendo lentamente de una larga y dolorosa enfermedad llamada Literalidad: “La bola sobre el piano”, “Vos buscando el polvo de dios”, “Quién puso la yerba en el viejo cajón”.

A modo de ejemplo de la confusión que se genera en el espectador: después de supuestamente poner el broche a la subtrama de los crímenes, se vuelve a flashbacks de la infancia de Fito que no tienen ningún sentido y no aportan nada al relato. Tras cartón de eso, aparece de vuelta la escena de los asesinatos (los mismos planos) esta vez utilizados como recurso para que el personaje de Fito recuerde momentos en los que no estuvo, sembrando a esta altura ya directamente el caos narrativo.

La romantización absurda de todo lo que sucede llega al punto de intentar hacernos creer que las canciones se componen como si una impresora estuviera cagando, todas las letras y las músicas salen al mismo tiempo, las canciones no se trabajan, se escupen como si dios tocara a Fito con la varita de la creatividad. Y lo peor es que ese recurso está usado muchas veces, demasiadas.

Una lástima haber elegido esa forma de contar las cosas como si el espectador estuviera esperando la cuchara catódica de Nestum para poder conciliar el sueño de los idiotas. Creo que Fito, y sobre todo esa parte de la historia de Fito que se intenta contar, era un personaje muchísimo más magnético e interesante, autor de enormes canciones que trascendieron en el tiempo y no esa caricatura llorona y confundida que se muestra todo el tiempo.

Yo me quedo con el Fito atorrante ese del bandoneón con Pugliese, el que, por ahora, en Netflix no se consigue.

Mica Riera haciendo de Fabiana Cantilo (la mejor actuación de la serie), seguida de algo que se parece a un Charly y un Fito.

María Fiorentino (actriz de las buenas y mega defensora de la ficción nacional, aguante)

Por un post de Mariana Baranchuk me anoticio de que hay opiniones acerca de que Fito Páez no se merece una serie o algo así. No cito literal, pero parecido. Bueno, dale a los que opinan así la oportunidad de dirigir (además de escribir) una serie sobre las/los que sí creen que se la merecen, además de opinar. Es hermosa, los actores están de la recontrareputamadre que los reparió TODOS, y la única crítica que tengo para hacer es que el padre de Fito, en el primer capítulo, sale obligado a cenar porque está retrasado y cena en El Globo, restaurante histórico de Baires, cosa que es imposible de creer. Imposible de creer la ignorancia de la producción en ese detalle, y es que está Netflixada, como todas las argentinas que produjo Netflix. Pero está Fito, está Charly, están Spinetta y Baglietto, está nuestra música y trabajaron muchas personas argentinas en esta creación que habla de un músico argentino.

Salú.

A la Identidad, a la Propiedad Intelectual-

A todos y todas los y las demás les digo:

-¿Qué viste, bobo? Andá payá.

¡No hagan eso con Spinetta!

Oscar Alberto Cuervo (licenciado en Filosofía y hacedor de múltiples cosas)

Lo notorio es que la serie no puede lidiar con la música de Fito, mucho menos con la de Charly y Spinetta. No se trata de fidelidad presunta a los hechos históricos ni tampoco de memorias privadas. Se trata de un artefacto de la industria cultural cuyo consumo se promueve compulsivamente para participar de la conversación pública. Pero tratándose de la autobiografía de un músico producida por el propio músico, lo llamativo es que carezca de pensamiento acerca de cómo una narración audiovisual puede lidiar con la música. Y la serie cae en la peor banalización, convirtiendo al autor de esa gran música popular en el más trivial intérprete de la literalidad de lo que en la canción era sugestivo y audaz y en la serie se vuelve idiota: la bola brillante que inspira “Brillante sobre el mic” o la pelea que desemboca en “Un vestido y una flor” muestran que las canciones tienen un sentido estúpido en términos meramente biográficos. Eso no arruina las canciones, pero muestran que el autor es capaz de degradarlas. (Fito ya lo había hecho cuando usó “Te vi” como jingle de unas cámaras de vigilancia). Diríamos que en términos de negocio él puede darse el lujo de banalizar su obra porque el mérito de haberlas hecho lo habilita a convertirlas en mercancías degradadas. Pero se vuelve grave cuando hace mierda en versiones infames la obra de Charly (su época más gloriosa: Clics Modernos y Piano Bar) afeadas hasta la ofensa por un pelele Andy Chango que se convierte en un imitador de cuarta del artista que convirtió su vida en una performance constante: acá Charly aparece como un flaco idiota que hace versiones horrendas de las mejores canciones del último medio siglo. En el caso de Spinetta es más grotesco: aparece un actor que imita a Cerati y canta para el orto las melodías más sutiles que haya dado la música popular argentina. Y su canción aparece en un montaje alterno con el velorio de un familiar de Fito. La distancia entre la calidad de la música citada y el tratamiento berretísimo que le da la serie es escandaloso porque el autohomenajeado es un músico y las versiones que pone para no pagar los derechos de los originales son desastrosas.

El problema no es entonces de fidelidad histórica o de sentimentalismo privado sino de ausencia de concepto de la relación entre música y narración audiovisual. Un detalle curioso es que cuando el personaje está componiendo las canciones en primeros planos el actor que imita a Fito desafina como un perro y se muestra totalmente ajeno a la posibilidad de concebir esa música, pero mediante cortes de alejamiento la banda de sonido remplaza la voz del actor por la de Fito que todos conocemos. El efecto chirriante de esta sustitución podría justificarse en un cineasta palurdo (y Páez muestra que lo es) pero es escandaloso en un músico talentoso: ¿cómo soporta arruinar su obra y la de sus dos maestros? ¿Para ahorrar costos de producción? ¿Considera que el público no tiene sensibilidad musical y puede soportar este pastiche porque está enganchado con la trama melodramática?

Finalmente, Paez no tiene pruritos en incluir en el final de su autocelebración que se convirtió en uno de los músicos más importantes de habla hispana. Y miente que después de El amor después del amor hizo 20 discos más que lograron una consagración universal, cosa que sabemos que es falsa, porque lo que viene después es una larga decadencia artística: Fito nunca pudo volver a componer algo de la calidad de Tres Agujas o Instantáneas de la calle o Petalo de sal y los 20 discos siguientes fueron en gran parte fiascos artísticos y comerciales, razón por la cual desde hace 20 años viene exhumando El amor después del amor, porque no pudo hacer luego un disco entero que sea perdurable. Entonces las vivencias privadas de cada uno que evoca la época en que escuchó estas canciones no están puestas en riesgo.

El Páez de la realidad real a los 60. Bastante más power que el Fito II al que bancó Fito I (Foto: Télam).

Sergio Pujol (periodista cultural capo, escritor)

La biopic de Fito Páez -producción de Juan Pablo Kolodziej y Mariano Chihade, plataforma Netflix- parece completar el ciclo celebratorio que el músico inició el año pasado con la seguidilla de presentaciones en el Arena Movistar, y que siguió con la edición del libro de memorias “Infancia & Juventud” y los recientes shows en Vélez. Estos últimos fueron – ahora lo comprendemos mejor – un déjà vu del de 1993 con el que cierra “El amor después del amor”.

En la época de las auto-ficciones, el propio artista escribe la narrativa de su épica personal, sin duda atrayente y culturalmente valiosa. Lo que está claro es que Páez no se deja narrar por otros, o al menos prefiere hacerlo él mismo, como si todos los dispositivos narrativos a su alcance convergieran en un solo propósito. De hecho, en una de las promociones se lo ve a Páez, en línea de perfil, junto a Iván Hochman y Gaspar Offenhenden. Para que no haya dudas, sin falsos pudores. Tres “Fitos” conforman así la constelación del músico memorioso: el “verdadero” y sus avatares. Esto le otorga a la serie de Netflix un aura de verdad que la similitud física de los actores y actrices (especialmente las de Hochman como Páez y Micalea Riera como Fabiana Cantilo) certifica de modo inapelable.

Por supuesto, quién narra, como quién canta, elige cómo hacerlo y con qué insumos nutrir su auto-ficción. Al menos en el arte, no existe “toda la verdad”; menos aún, versiones autorizadas. Sucede con los biógrafos y más aun con quienes vuelcan sus memorias al papel o a donde sea. Sin embargo, el público sigue la serie como si una nave del tiempo nos transportara a los pasados de Fito, que en gran medida son los nuestros, activados por las canciones, esos inductores de memoria involuntaria.

Desconozco el efecto que la serie puede producir en los millones de personas que han tenido la osadía de nacer después de 1993 y que obviamente crecieron al compás de otras músicas. En ese sentido, el éxito de la serie se recuesta en la complicidad generacional. Los dardos de emoción están nostálgicamente destinados a quienes cursaron parte de su educación sentimental con las canciones creadas por Páez (sigue en comentarios)

Gustavo Postiglione (director de cine, teatro y TV. Guionista, a veces escritor)

Reencontrarnos con la memoria y la reconstrucción de las historias. Acerca de biopics y otros temas. He leído tantas cosas por ahí que ¿por qué no escribir y responderme a mis propias preguntas?

Creo que para los que nacimos en el 63 o por ahí cerca y vivimos nuestra adolescencia en Rosario entre los 70 y principio de los 80, la serie sobre Fito Páez nos llega más del lado de un viaje en el tiempo y el espacio emocional que desde lo estético o narrativo. Es interesante como una serie o algunas películas lleva a hablar de cosas que no son de las que estrictamente habla una serie o una peli. Debatir acerca de la reconstrucción de lo real, de la reconstrucción de la Historia o de las historias, que, al ser contemporáneas y estar cerca en el tiempo, nos creemos con la autoridad para juzgarlas con más o menos severidad. Y eso es lo que sucede hoy cada vez que se trabaja sobre una realidad que nos toca muy de cerca.

Cuando una producción aborda un tema histórico trascendente o toma como objeto narrativo una personalidad relevante es inevitable que se dividan las aguas, porque por suerte la unanimidad no existe. Y cuando el hecho histórico es más relevante o cuando el protagonista es una figura de gran incidencia popular, todo se magnifica, para un lado y para otro. Es así que en estos días he leído (a partir de la serie EDDEA) desde comentarios elogiosos al borde de las lágrimas hasta otros que señalan que en Rosario no se conseguía en 1979 discos de Prince (debo decir que yo todavía guardo un vinilo de Prince comprado en Rosario en aquellos tiempos) o si para recrear Rosario es necesario filmar en Rosario. Y se mezclan los temas, aquellos que tienen que ver con el rescate de ciertos hechos y preocupaciones relacionadas con la reconstrucción en términos “literales” y otras vinculadas con lo que la industria cultural nos propone como parte de la producción, en este caso, audiovisual.

Y en el debate por momentos, paradójicamente, queda afuera la música que es la que hace posible que una biopic (como la de Fito) sea filmada. Y queda afuera porque no hay duda que es un tema que no puede ser debatido. A nadie se le ocurre cuestionar hoy el valor artístico y el aporte a la cultura popular de Páez, su música trasciende a su propia historia por más que sea producto de su historia. Y es así que entramos en otro debate que ya deja de lado la vida particular del músico y que se centra en cuál es la manera de reconstruir en la ficción un tiempo del que fuimos testigos pero que a su vez creamos que esa reconstrucción responde a la verdad que cada uno lleva a cuestas. En definitiva ¿cuán necesario es acercarme a la literalidad de los hechos? O ¿se deben imitar esos hechos y después corroborar en YouTube cuan fieles son a lo que sucedió? (…)

Hace más de diez años hice una serie donde Gardel era uno de los protagonistas, en una trama que, estaba claro, se trataba de ficción con uno o varios personajes reales. Mi Gardel tenía poco pelo y la voz, cuando cantaba, no era la del actor sino la de Jorge Fandermole. No sé qué habrán pensado los tangueros (me gustaría saberlo), pero era mi versión o la versión que yo imaginé para la serie La Nieta de Gardel. Algunas escenas transcurrían en New York, otras en Buenos Aires, en Los Ángeles y en Colombia. Sin embargo, se filmó todo en Rosario, incluyendo la salida bajo la nieve de un restaurante en Manhattan y una reversión del clip Rubias de New York con loops de audio e imagen con rascacielos de fondo. Esta serie se hizo para la TV Pública por lo que tal vez hubiera sido diferente si se planteaba para una plataforma global o multinacional, pero no lo sabemos.

Sostengo desde hace tiempo que Netflix, Amazon, HBO y demás, tienden a homogeneizar y uniformar sus producciones, aunque a veces encontramos pequeñas grietas por donde se pueden escapar otras ideas. Para los parámetros actuales una serie o una película dejaron de ser obras para ser productos resultados de algoritmos y tendencias. Dentro de esto las películas biográficas o biopics de músicos son una tendencia porque tienen una base de sustentación muy fuerte que le da origen y que es la obra de un artista, en definitiva, la música. Entonces la potencia de la obra musical tendrá una incidencia difícil de contrarrestar y muchas veces pelea palmo a palmo contra las imposiciones de los algoritmos que suponen una dramaturgia basada en los clicks por sobre el arte.

Yo me quedo con una imagen que me pertenece: estoy sentado en al auditorio de la escuela Dante Alighieri, en Rosario, yo debo tener 15 o 16 años. Es el día de la primavera y un grupo de alumnos (muy buenos músicos) tocan sobre el escenario. Un flaco desgarbado de 15 o 16 años canta “La vida es una moneda” que escucho por primera vez antes de que se transformara en el germen de mucho de lo que vendría después. Esa escena no está en la serie de Fito, pero la serie me trasladó a ese momento, quizás fundacional y que pervive en alguna parte mía. Esos acordes como los que vendrían después, me han resonado en estos días luego de ver la serie, y creo que eso me sucedió porque la música no es solo armonía, melodía y ritmo. La música se transforma en la memoria y en las imágenes de los recuerdos, de aquellos que creemos reales o de los que nos gusta pensar que han sucedido pero que guardamos al lado de un puñado de canciones inoxidables, la música permanece, nos narra y nos traslada como una máquina del tiempo hacia el pasado pero también hacia el futuro y desactiva cualquier debate estéril que se quiera dar y que no contemple a la obra como núcleo esencial del relato (el de ficción y los otros).

Eduardo Blaustein (el nabo de Socompa que aparece de nuevo acá de parte de Santaolalla)

Es cierto, solo voy por el segundo episodio y no soy a big fan de Fito. Sí mucho respeto, incluyendo los primeros discos que arregló para Liliana Herrero. No pretendo aguar la fiesta de la mucha gente que está bancando la serie sobre Fito y leí con cariño muchos posteos. No sucedió como con 1985 donde sobró la agriedad y la cerrazón. La serie está siendo muy mayoritariamente querida, entre otras obvias razones porque están allí nuestras biografías. Pero a mí no me va gustando, me resulta terriblemente inexpresiva, sosa, ayuna de guion. No hay fiesta en la música, en las escenas de ensayos, en los diálogos que no terminan de conformar diálogos. Nuestros músicos de rock, nuestros rockeros, nosotros, somos mucho más afectuosos, zafados, intensos, loquitos que lo que expresa la serie. No está eso de hermoso o intenso que tiene nuestro ser rockeros nacionales en comunidad. Creo, hago una hipótesis: las generaciones jóvenes -¿los hacedores de la serie?- tienen un problema con la emocionalidad, le temen, neutralizan, acaso por temor a caer en la cursilería, acaso por no poder expresar mejor las emociones. Puritita opinión personal y me parece precioso que los que gusten de la serie la disfruten. Lo intentaremos con más capítulos.

Y mando este link de Peluca Telefónica por ser un tema singularísimo (equiparable con el “raro”, jodón y maravilloso “You know my name” de Los Beatles) que, siempre a mi gusto, expresa como pocos temas de nuestro rock la parte de la alegría y la zafadura de nuestra transición democrática. Un tema que siempre me emocionó y alegró un montón por partes iguales. Le falta Peluca Telefónica a la serie, qué sé sho, le falta libertad, potencia, locura”.

Para comunicarse con Peluca Telefónica clickeen acá, camaradas

Conrado Yasenza (periodista, La Tecla Eñe).

Cuánto imposibilitado emocional con complejo de superioridad analítica, anda dando vueltas por este espacio. No entienden la elipsis como elemento narrativo del arte pero además no pueden reconocerse – vaya uno a saber por qué – en el complejo mundo poético y amoroso, con lo problemático que puede ser el amor, en las escenas de la serie de Fito. Más aún, no pueden hacer el link con las canciones y lo que nos ocurría y ocurre con ellas, que además dan una dimensión de lo sociocultural que va del despertar ingenuo y alegre a la vida al encuentro existencial de la muerte y la decepción política. Muchachos y muchachas, Fito puso sus canciones en nuestros wolkmans y esas canciones nos pusieron en sintonía con su vida, la nuestra y la del país.

Disfruten un poco, y tómense un whisky o un vino.

Gloria Guerrero (que no Gaynor. Guerrero, comandante de la nave Enterprise)

Hay que dejar de ver biopics al menos por dos años.