El discurso del autor de “Cámara Gessel” y “El buen dolor” fue tomado como un panfleto infantil y hasta oportunista por escribas suficientes de la derecha mediática, pero cuestionado también desde otros espacios. También obtuvo festejos y apoyos vastos. El debate que generó es bienvenido.

El adjetivo panfletario tiene, con buenas razones, muy mala prensa. Pero de eso no tiene la culpa el sustantivo original: panfleto. Aunque algunas definiciones reducen al panfleto a un pobre volante difamatorio, en el panfleto puede haber no solo potencia sino nobleza y belleza. De los antiguos panfletos anarquistas a Un fantasma recorre Europa, desde el Yo acuso de Emile Zola (que fue a su vez una carta dirigida al presidente Félix Fauré con una delicada introducción: “Me permettez vous”) al extraordinario panfleto literario que es el Facundo o la Carta a las Juntas de Walsh, que fusionó lucidez, desesperación y contundencia.

Sí, el discurso de Guillermo Saccomanno* en la apertura de la Feria del Libro tuvo un toque de panfleto, pero no de panfletario. Sí, simplificó alguna cosa, pero tuvo potencia (en esta época que contiene opacidades, falsas mieles de corrección política y también odios a lo pavo) y contuvo también no pocas líneas muy exactas, bellas, más que oportunas y hasta conmovedoras, particularmente el final.

Puede arriesgarse que quizá porque el discurso tuvo algo de panfleto -que no panfletario-, de panfleto bien redactado, aun con sus simplificaciones, fue que obtuvo una repercusión inusitada, mucho más que cualquier otro bello discursete de apertura de Feria que hablara maravillas de la literatura y el libro para el buen batir de palmitas bien educadas. Repercusiones airadas en los medios de derecha, adhesiones entusiastas, pero también críticas desde la tropa cercana. También hubo llamados periodísticos urgidos a Saccomanno, como él mismo contó después, de Alberto Fontevecchia a Jorge Rial. Muchos dijeron: armó quilombo Saccomanno, bienvenido sea, hay que discutir estas cosas. Adhesión del que escribe y agradecimiento.

Que vayan pasando

“Insólito discurso de apertura en la Feria”, tituló Clarín, nada menos que en portada. Complicadito lo del adjetivo “insólito” pero es lo que se hace cuando se dice sin decir del todo (controvertido, polémico, etc.). El título franco debió ser este: “Discurso del orto del puto de Saccomanno en la apertura de la Feria”.

Federico Andahazi, escritor muy mediocre y bien figurón, muy trepa, que supo cobrar buenos dineros mercenizando su antikirchnerismo de presuntos modos banana, fue sintético: “aburrido, remanido, adolescente”. “Son cosas que decía yo a los 16 años”. También le reprochó a Saccomanno no hablar de la Tercera Guerra Mundial que se viene por la guerra en Ucrania. Muy cierto: Saccomanno tampoco compartió recetas de escalope a la Marsala ni enseñó a cambiar el cuerito de la canilla. Y si habló de cosas sabidas -como le reprocharon- esas cosas no son sabidas fuera del mundo de los libros, la industria cultural y los escritores de lo que sea.

Fernando Iglesias: “Al discurso de Guillermo Saccomanno en la Feria del Libro solo le falta la parte en que decide pasar a la clandestinidad”. Originalísimo, muy gracioso, descacharrante, decían en el programa Telecataplum. El recurso conocido de mofarse de lo que atrasan las ideas de izquierda (la versión Menem era quedarse en el ’45), de lo ridículas que son. Y es cierto que hay izquierdas que atrasan y hasta izquierdas conservadoras. Pero el asunto es más complejo: lo que se ataca y pretende clausurar es todo pensamiento crítico, distinto, todo planteo transformador, toda apelación a un horizonte mejor hasta que coreemos con Mendieta, el pichicho de Inodoro Pereyra, que estamos mal, pero acostumbrados, de modo que a no cambiar nada, por favor, no seamos ñoños ni niños.

Gustavo Noriega, desde La Nación, dueño de una inteligencia y prosa superior a la de muchos escribas y escritores antikirchneristas planos, pero en general tan maliciosamente sesgado como sus colegas, comparó la atención convocada por Saccomanno con Bart Simpson golpeando una cacerola. Golpe bajo, chicana, tanto como la siguiente: como Saccomanno dijo “árbol” y dijo “bosque” Noriega lo tildó de “módico Thoreau”. La típica de distorsionar piecitas aisladas de un texto para de ese modo arrasar con el todo. Es cierto que del discurso como pieza general, como otros Noriega dijo “infantil”. Luego hizo lo de tantos más: insinuar que, si el discurseante publica en editoriales de peso, comercialmente importantes como Planeta, entonces, por Dios, tomátelas. no te nos hagas el Che Guevara. Se lo criticó en el mismo sentido por cobrar 250 lucas por su trabajo. Es buena guita, pero ya que como bien dijo Saccomanno circula mucho dinero en la Feria, es su derecho el que le garpen.

Según contó en Facebook nuestro amigo socompero Juan Pablo Csipka, otro prócer de La Nación, Jorge Fernández Díaz, se preguntó o le preguntó a la Fundación El Libro si el discurso inaugural no lo debería haber pronunciado algún escritor crítico del kirchnerismo. JP Csipka escribió: “Qué cosa: pone un parámetro político cuando, amén de lo que se diga en el discurso, se elige a quien da el discurso en función de cierta calidad literaria. Vale decir, ¿por qué será que incluso en los años del gobierno macrista no hubo una convocatoria a autores que dijeran lo contrario de Guillermo Saccomanno? ¿No fueron acaso años de devastación de la industria editorial argentina y del país en general?”.

Saccomanno dijo cuando le preguntaron por las repercusiones de su discurso: “Era previsible. No me cabía duda que esto iba a pasar. Porque ese lugar tiene una repercusión que no tiene ningún otro. Si yo lo digo en Izquierda Unida no pasa nada; si lo digo desde una revista literaria tampoco pasa nada; si lo digo desde una revista K tampoco pasa nada; y si lo decía en la revista Sudestada tampoco pasaba nada. De alguna manera fue nombrar la soga en casa del ahorcado”.

En cuanto a dónde publica Saccomanno, los escritores a menudo más o menos caen donde pueden tras insufribles amansadoras. A menudo pueden publicar según los contactos, la trayectoria, la edad, o según pesen arcanas razones comerciales de las editoriales. Razones que -en el par de editoriales mainstream- suelen ser poco audaces, poco generosas, cambiantes, salvo que se trate de nichos de temporada: la autoayuda (la más extensa en el tiempo en las últimas décadas), la divulgación histórica de superficie, la novela histórica convertida en telenovela, la Patagonia, los ‘70. De lo raro, lo extraordinario, lo muy original, lo transgresor, lo intenso, lo marginal, lo todavía experimental si es que eso aún existe, se ocupan en general las editoriales independientes, medianas y pequeñas.

Y sin embargo, se publica

En general es cierto que los escritores son/ somos un poco llorones, tanto como ninguneados pero esto según sea la persona o empresa que edita. Si es por publicar, contra todas las oleadas de crisis económicas y de las industrias editoriales que aun atravesamos, se sigue publicando mucho en Argentina si se considera qué país somos, o más bien cómo andamos como país. Milagro argentino en la pobreza, aún más devaluado en los años macristas, cuando todas, absolutamente todas las editoriales se vieron obligadas a bajar títulos previstos para la publicación, rechazar originales de un saque, achicar agendas de producción, acortar tiradas. En general también es cierto que el lugar de poder del escritor ante la editorial (grande, mediana o chica) es escaso. Y aunque eso sea relativamente conocido no está nada mal que Saccomanno lo cuente y recuerde y que de algún modo intente empoderar -seguramente con poco éxito- a los escritores, o hacer alguna fuerza para que estos puedan salir del lugar de méndigos en la desesperación por publicar.

Algunas cosas que me gustaron mucho de la intervención de Saccomanno: que haya intentado desnaturalizar cosas que están naturalizadas. El poderosísimo hecho simbólico de que la Feria se realice en la Rural (hay que construir el lugar alternativo, no es fácil solo si se tiene en cuenta dónde está la Feria actual y cuántos metros de superficie ocupa) y que para peor se haga en el pabellón Martínez de Hoz. Con el diario del lunes el que escribe hubiera agregado la enorme visibilidad inmediata que tienen los mega stands del Grupo Clarín y La Nación. Me gustaron también sus críticas al macrismo, a cierta holgazanería del Estado, a políticas culturales más simbólicas y comunicacionales que consistentes. Coincido también en que el Estado debería tener algún rol superador en la fabricación de papel y más me gustaría que lo tuviera creando grandes laboratorios medicinales propios o brindado Internet gratarola con contenidos maravillosos para todo el país.

Una de las frases exactas y cuestionadas de Saccomanno fue sencilla: “Decir feria implica comercio”. Lo que no solo es evidente y cierto, sino que no equivale necesariamente a “decir feria es solo y exclusivamente hablar de capitalismo salvaje, chancho burgués explotador, opresión de la humanidad, esclavización del escritor”. Además, diferenció bancando -en una limitada descripción del mundo editorial- a las editoriales chicas y medianas. No fue tan psicobolche ni tan reduccionista como le espetaron desde varios flancos. Subrayó: “Tengo amigos editores” (que no fue “Tengo un amigo judío”) y dijo también: “La literatura que me gusta no baja línea”, como sí la bajaron sus críticos por derecha.

El párrafo anterior viene a cuento de lo que le cuestionó no solo la derecha a la hora de hablar de industrias culturales. También en Facebook, alguien a quien el que escribe le tiene cariño, el ensayista y sociólogo Guillermo Korn, escribió esto a mi gusto con algún exceso de melancolía y acritud pero cierto: “Hay mediaciones mercantiles: chocolate por la noticia, mermelada por la pavada. Los que le damos un lugar importante en nuestras existencias a los libros, sabemos que el libro tampoco es un objeto puro, impoluto de esa mediación. Y que vírgenes en las ferias no abundan (…) Eso no obtura reconocer que mucho de lo que hacen editores, escritores, libreros, y todo aquellos que están en este mundillo no hacen lo que hacen por una retribución. Centenares de revistas, de colaboraciones en medios donde nos gusta sentirnos parte, de emprendimientos comunes pasan por esos esfuerzos”.

Tiene su cuota de razón y lo mismo cabe para Juan Carlos Coco Manoukian, de la editorial CICCUS (sigla que dice esto: Centro de Integración, Comunicación, Cultura y Sociedad). CICCUS existe por lo menos desde los 90 y muy buena parte de lo que publica -además de ficción- tiene que ver con políticas y acciones e industrias culturales. Manloukian le respondió a Saccomanno con visible bronca pero con buenos argumentos.

“Considero -escribió Manoukian en La Señal Medios– a nuestra feria un “hecho social total” en la que, la movilización general de la comunidad, hace que confluyan una multiplicidad de elementos no solo materiales, sino, y sobre todo, espirituales, emocionales, ideológicos, políticos, pedagógicos, de transmisión, afectivos, de disfrute (…) Comerciar es una de ellas pero no la única. Casi un millar de actos culturales con presentaciones de libros, conciertos, mesas redondas, maratones de lecturas, capacitaciones y conferencias sobre los más diversos temas. Darle solamente a la escritura el carácter de hecho cultural, es no entender que el libro necesita de múltiples actos culturales para llegar a ser”.

Agregó luego Manoukian: “¿Hace falta explicarle a Saccomanno el concepto de ‘industria cultural’ y su trascendencia en la vida de los pueblos? ¿La emoción que deviene de sus contenidos, estéticas, mensajes, deben minimizarse porque hubo compra/venta de por medio?”. Y luego: “El pobre autor, está en desventaja frente al voraz y despiadado todopoderoso editor. Somos una enorme mayoría los editores que nos asumimos como articuladores de saberes, talentos, oficios y obviamente recursos materiales y financieros para hacer libros. Y aunque Saccomanno no lo crea, esta mayoría forja lazos fraternales entre las partes, más allá del microcosmos comercial que lo desvela como escritor profesional. No todo se compra o se vende”.

Establecer si efectivamente la mayoría de las editoriales forja lazos fraternales con los escritores es una tarea ociosa. Es tan cierto que pueden crearse vínculos de afecto y complicidad entre editor y escritor como que de pronto el autor se queda con las bolas colgadas de una palmera porque la editorial fue comprada por otra mayor o una multinacional en la que las decisiones empresarias y de publicación se toman cruzando océanos. Y no necesariamente editoriales que presumen de nacionales y también de populares no dejan de maltratar a lo pavo a los escritores.

En una recopilación de opiniones que hizo Clarín a propósito del discurso de Saccomanno, la escritora Esther Cross dijo: “Me pareció admirable. Celebro que haya hablado de la escritura como trabajo, y como una forma de vida que no está aislada de la realidad. También habló de la literatura como vocación”. El que escribe en ese punto se pierde. Uno se hizo escritor de novelas o más o menos ensayista sin habérselo propuesto en los años mozos, viniendo del periodismo, sus lógicas y sus escalas.
Yo tardé mucho en adaptarme a las reglas cambiantes de la industria cultural. Una sola vez fui best-seller y cobré chauchas por eso. Otras veces, tiempos de crisis económica y editorial, casi que recé para que me publicaran (y cuidaran) alguna novela. Otras me pregunté -como el 90% de los escritores- para que me publican sino se esfuerzan en difundir “mi” libro. Otras veces me dije me cago en la nada de guita que voy a cobrar, si total esto lo escribo por pura vocación, porque me gusta escribir, por amor al arte, por ganas de compartir emociones y una visión del mundo. Escribí ficción incluso amarga sorprendido por cagarme del disfrute y de la risa al hacerlo. Otras veces expresé tristeza o cansancio del mundo con tristeza y cansancio del mundo, remándola. Repito: a veces, supongo que como muchos escritores, me pierdo y acaso someto al libro que hago a algún tipo de destrato editorial, a veces comprensible, otras veces no.

En ese sentido, según cómo y cuándo en mi vida de escriba, me sentí identificado con uno de los párrafos finales de lo que escribió y dijo Saccomanno: “La vida es breve, uno escribe contra la fugacidad. Escribir es el intento muchas veces frustrado de capturar instantes de belleza, registrarlos para que sobrevivan a pesar de la finitud. Se escribe en soledad, pero no ajeno a las contradicciones de lo social. Hace falta una gran tolerancia al fracaso para este oficio. ‘Escribo porque sufro’, dice John Berger. Y lo dice ‘con la esperanza entre los dientes’. Y esta es una verdad que no se transa”.

*El discurso completo de Guillermo Saccomanno puede leerse acá o escucharse acá.