Autodidacta, crítico literario, observador filoso de su propia clase, productor de interrogantes psicoanalíticos, fue una de las figuras más relevantes – y alejada de los claustros universitarios – de la intelectualidad argentina de los 60.
El espacio que separa a la Argentina de los ’60 de la de hoy no es sólo cronológico, no es sólo medio siglo de distancia. Lo que se ubica entre medio y condiciona al tiempo es una cantidad de acontecimientos que hacen de nuestra historia reciente un sendero agrietado y discontinuo. Una verdadera almazuela en la que proliferan diversos fragmentos culturales que se pierden o retornan de acuerdo a coyunturas precisas. De esta forma la prosecución de determinados proyectos se hace bastante ardua. Esbozar mínimamente los rasgos principales de lo que fue la intelectualidad argentina en los ’60 presenta las dificultades señaladas aunque lo más trágico podría llegar a ser que el espíritu que le diera una marca inconfundible a ese tiempo se haya perdido por completo y que las nuevas generaciones no tengan ya un sentido adecuado para hacer perceptible lo que tuvo vida hace medio siglo.
Si hoy la producción de saber se encuentra circunscripta casi por completo a la Universidad, en los sesenta esto de daba de otra forma. Desde mediados de la década del 50 hasta los primeros años de los 70 la continuidad institucional se encontraba seriamente afectada. A pesar de existir lagunas democráticas, la proscripción de la virtual fuerza mayoritaria no le proporcionaba demasiada seriedad a la vida institucional argentina. Los golpes de Estado se repetían incluso al interior de gobiernos de facto. La dictadura que encabezó Onganía en el 66 tuvo hasta 1973 dos recambios obligados. La vida de un intelectual comprometido no podía pasar por los claustros, ya que desde lo estrictamente académico su labor se iría a ver condicionada cuando no reprimida. La entrada al país de las nuevas tendencias teóricas que se imponían en el viejo continente eran tomadas por diversos intelectuales de forma voluntaria pensando en alguna práctica concreta y no como una imposición correspondiente a un plan de estudios.
Esta muy breve introducción intenta dar cuenta del contexto en el que surgió un intelectual como Oscar Masotta quien si bien no fue una isla en el desierto, representa sí a uno de los más destacados de ese tiempo. Masotta nacido en Buenos Aires en 1930 es recordado principalmente por haber introducido en la Argentina promediando los sesenta al psicoanálisis de Jaques Lacan. Antes de llegar a la enseñanza del analista parisino Masotta fue un formidable autodidacta que había incursionado en diferentes disciplinas: la filosofía de Sartre, la crítica literaria, la semiótica, y el paso del existencialismo y la fenomenología de Merleau Ponty al estructuralismo francés. En el medio sus ensayos sobre la historieta y el comic, el pop art, el happening y un gran protagonismo en el vanguardista Instituto Di Tella. Además su compromiso con una política de transformación social era bastante elocuente.
De Arlt al psicoanálisis
En 1957 Masotta había escrito un extenso trabajo de crítica literaria sobre la prosa de Roberto Arlt. Allí se metió con determinadas conductas propias a ciertos sectores sociales con los que Arlt había trabajado literariamente. Iría a describir por ejemplo la delación como rasgo sobresaliente de los estratos medios de la sociedad argentina. Pero el trabajo de Masotta recién sería publicado en 1965 por el emblemático editor Jorge Álvarez, quien además de la publicación de libros también difundiría al incipiente rock argentino a través del sello discográfico Mandioca, la madre de los chicos. “Yo he escrito este libro, que ahora Jorge Álvarez publica bajo el título de Sexo y traición en Roberto Arlt (título comercialmente atractivo, elegido ex profeso; pero también el más sencillamente descriptivo de su contenido) hace ocho años atrás”, comienza señalando su autor en un prefacio a la obra que llevaría el nombre de Roberto Arlt, yo mismo.
Un texto –el del 65- realmente maravilloso, en el que el autor se describe a sí mismo con una honestidad digna de halago, ya que en el propio raconto autobiográfico puede mostrar la realidad de esos tiempos y los avatares propios de un intelectual sumergido en ella. “Escribir el libro me ayudó, textualmente, a descubrir el sentido de la existencia de la clase a la que pertenecía, la clase media. Una banalidad. Pero esa banalidad me había acompañado desde mi nacimiento. Pensando sobre Arlt descubría el sentido de mis conductas actuales y de mis conductas pasadas: que dura y crudamente habían estado determinadas por mi origen social. Y uso la palabra ‘determinación’ en sentido restringido pero fuerte”, señalaba Masotta en el prefacio agregando luego que: “Arlt y yo habíamos salido de la misma salsa, conocimos los mismos ruidos y los mismos olores de la misma ciudad, caminamos por las mismas calles, soportamos seguramente los mismos miedos económicos…”. Más abajo señalaba: “Cuando Álvarez me invitó a que presentara mi libro, me fue difícil atinar en el primer momento a darme un tema que no fuera banal. Ante todo, porque lo que estoy estudiando en este momento es Freud, y no Arlt”.
El retorno a Freud en el Río de la Plata
Desde mediados de los 60 Masotta junto a otros “sofistas”, como él los llamaba por el hecho de vender saber filosófico. comienzan a realizar grupos de estudios para abordar diferentes temas que la Universidad excluía. Ellos eran Saúl Karsz -quien emigraría luego a Paris para estudiar con Louis Althusser-, Raúl Sciarreta, Gregorio Klimovsky, León Rozitchner y el propio Masotta.
En los Comentarios para la Ecole Freudienne de Paris sobre la Fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires que fuera la presentación que en 1975 realizaría el propio Masotta ante Lacan, dirá: “Pero lo más curioso –los vientos no soplan para muchos lados al mismo tiempo- sería que los cuatro notables terminaríamos en el mismo lugar: Sigmund Freud y el psicoanálisis (cada uno según su talento sin duda, pero a cada uno según su responsabilidad). O Sigmund Freud y los psicoanalistas”. En dicha presentación Masotta dijo que “tenía demasiadas cosas en la cabeza para decidirme por una sola: me atraía entonces el orden y el goce del sentido que prometen los estudios semiológicos y ese manipuleo de signos propio del arte contemporáneo. Antes de los psicoanalistas mis personas cercanas fueron pintores (en el sentido actual del término), arquitectos, semiólogos. Entraba al psicoanálisis caminando por el techo, pero pronto remontaría las paredes hacia el piso: es que tenía alumnos”. La fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires fue en 1974 a pesar de ya haber sostenido Oscar Masotta una estructura de analistas antes de esa fecha. Al poco tiempo se exiliaría en Barcelona ya que la represión social en Buenos Aires se había vuelto intolerable. Si bien España limita con Francia el psicoanálisis lacaniano fue introducido en ese país a través de argentinos. Casualmente por esos años músicos del rock nacional se exiliarían allí y también impondrían su novedad.
Masotta falleció en 1979 en el exilio. Hoy sólo pequeños grupos de psicoanalistas que fueron formados por él reconocen su importancia. Los avatares propios de un intelectual de vanguardia en “un país sin tradición cultural asentada y una capital sobresofisticada, pero sin defensa contra la entrada masiva de información” dirá el propio Masotta a los analistas franceses en 1975.