Un almuerzo con Mario Firmenich, estirado hasta el paroxismo, es la columna vertebral de “Aramburu”, el último trabajo de María O’Donnell publicado por Editorial Planeta. Prejuicios, omisiones y revelaciones en un libro bien escrito pero que queda en deuda.

En alguno de los interminables cierres de Miradas al Sur– cuando se nos caía el sistema, se atrasaban las notas, algo siempre fallaba – ese gran periodista que es Ricardo “Patán” Ragendorfer (a quien cito, pero no tiene responsabilidad alguna sobre lo que se dice en esta nota) se despachó con una frase que nos hizo reír pero que no deja de ser cierta. Hablábamos de cortar o estirar una crónica cuando dijo, con ese tono teatral que a veces cultiva:

-De cualquier cosa se pueden escribir setecientos, siete mil, setenta mil o setecientos mil caracteres, lo que haga falta.

El Aramburu de María O’Donnell que acaba de publicar Editorial Planeta es quizás la prueba más reciente de esa afirmación. Sobre la columna vertebral de una charla de dos o tres horas, durante un almuerzo frente a dos platos de pescado con Mario Eduardo Firmenich en las afueras de Barcelona, la autora construye un relato de poco menos de cuatrocientas páginas donde hay otras dos fuentes que algo revelan -Eugenio Aramburu, el hijo del dictador de la “Libertadora”, e Ignacio Vélez, el otro sobreviviente del grupo primigenio de Montoneros -, pero que después consiste solo en la repetición bien escrita de los ya conocidos orígenes y primeros pasos de la organización, el secuestro y la muerte de Aramburu, la sucesión de mandos en Montoneros hasta la llegada de Firmenich a la cabeza de la conducción y algunos aderezos que bien podrían haberse obviado si no fuera por la necesidad de rellenar para tener un libro.

En los subtítulos del libro – tal vez decididos por la autora, quizás una decisión de marketing de la editorial – ya aparece un dato no desdeñable sobre su concepción. El segundo dice “El origen de Montoneros” y es incuestionable, ya que en parte se trata de eso, pero el primero y más importante perpetra un corte histórico que destila ideología: “El crimen político que dividió al país”.

Para O’Donnell – ya que la autoría la hace responsable también el título y los subtítulos – la sociedad argentina se dividió el 29 de mayo de 1970 con el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu, o quizás pocos días después, con su muerte a manos de un comando de Montoneros. No se le reprocha aquí omitir esa división estructural que plantea la lucha de clases, ya que es ajena a su ideología, pero sí la omisión o la desestimación de otras divisiones –“grietas”, las llamaría hoy nuestro inefable periodismo “independiente” – que marcaron a fuego la historia del país, como el golpe de 1930, el proceso político y social que llevó a Juan Domingo Perón a la presidencia del país en 1946 o la llamada “Revolución Libertadora”.

Más aún: el secuestro seguido de muerte de un solo hombre – aún de un expresidente o un dictador, según quiera llamárselo desde uno y otro lado – dividió más para O’Donnell que los bombardeos de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, cuando la aviación naval atacó a miles de personas indefensas y causó centenares de muertes, o que los fusilamientos ilegales de junio de 1956.

Hay una matriz ideológica allí que no puede pasarse por alto, sobre todo porque en el desarrollo de Aramburu O’Donnell pretende instalarse en el sacrosanto lugar de la “objetividad periodística” para relatar los hechos, pero no puede evitar que sus no confesados prejuicios aparezcan aquí y allá en la prosa.

Un ejemplo sencillo y que no tiene que ver con el centro de la cuestión es lo que muestra u omite cuando “pinta” a sus fuentes, sobre todo si se trata de exguerrilleros. Sobre uno de ellos, radicado en Barcelona, escribe (las bastardillas son mías): “A Ricardo Rodrigo, otro excombatiente del grupo de los guevaristas de la primera hora, lo entrevisté en su hermosa casa, con pileta, en una de las siete colinas e la ciudad. En el exilio había logrado desarrollar una importante carrera de editor empresario, y aunque en 2016 había perdido un juicio impositivo, su nivel de vida no parecía haberse afectado. Conversamos en la sala, de ventanales enormes, y en el jardín; la charla fluía. El recuerdo de su entrenamiento en La Habana no parecía dolerle, como si no tuviera cuentas pendientes con ese pasado”.

En cambio, cuando se refiere a otros exguerrilleros que entrevistó, como Ignacio Vélez, Cacho Sorati y Luis Losada, no dice nada de cómo viven hoy, ni qué hacen. Quizás – sólo quizás – no tenían nada relevante para mostrar un nivel de vida supuestamente contradictorio con sus antiguas militancias revolucionarias.

Entre sus cuatro premisas para escribir una crónica – y el Aramburu de O’Donnell es, de alguna manera, una larga crónica – Tom Wolfe incluye la de “concentrarse en los detalles para definir a los personajes”. Queda preguntarse las razones que llevaron a la autora a explayarse en detalles sobre unos y a omitirlos en otros. Más aun teniendo en cuenta que en la historia que relata el papel de Ignacio Vélez es inmensamente más importante que el de Rodrigo.

Sí lo hace con Firmenich, en tanto que es el personaje vivo central del relato, pero ahí llama también la atención la reiteración en el texto de las preocupaciones económicas del exlíder montonero ante su inminente jubilación. Y lo hace de una manera que apunta a la importancia del dinero en su vida por encima del hecho real de que no lo tiene porque, evidentemente, no se ha quedado con ningún botín guerrillero.

La crónica estirada hasta el límite de la entrevista con Firmenich en Cataluña es, por supuesto, una de las partes más interesantes del libro. Aun en su reticencia, durante el almuerzo y en un café posterior revela unos pocos datos desconocidos y hasta una imagen fuerte. Cuando O’Donnell le pregunta cómo es posible que, estando amordazado, en el momento previo a su ejecución, Aramburu haya podido decir, según el relato oficial de Montoneros sobre el hecho:

-Proceda.

Como respuesta, Firmenich dobló en cuatro una de las servilletas de tela del café, se la llevó a la boca y pronunció inteligiblemente:

-Pro-ce-da.

Repasando el contenido de la entrevista, desplegado y estirado al extremo a lo largo de todo el libro, la conclusión es que con ese material María O’Donnell podría haber escrito un muy buen reportaje de quince o veinte mil caracteres.

Quizás uno de los pasajes más interesantes de Aramburu sea el intento que hace su autora – apelando a varias fuentes confiables – de reconstruir la composición del grupo de Montoneros que estuvo en el casco de la estancia “La Celma” en el momento de la ejecución de Aramburu. El relato oficial de Montoneros nombra a Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus y Mario Firmenich. En base a las fuentes consultadas, O’Donnell desarrolla la muy posible hipótesis de la presencia de otros dos guerrilleros y que uno de ellos pudo ser Emilio “El Gordo” Maza.

Dicho todo esto, el Aramburu de María O’Donnell se lee muy bien. Su autora escribe bastante por encima de la mediocre capacidad de redacción de la mayoría los periodistas argentinos.

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