Se las discrimina por ser mujeres, se las acosa, se les paga menos, les dan los peores espacios, las subestiman. Una encuesta con testimonio de diferentes músicas revela el calvario que implica no ser hombre en un universo en el que los prejuicios y el patriarcado suelen poder más que el talento.

 Todavía reverberan los sonidos de ese tumulto del 8 de marzo pasado y que confirma que los paros feministas están atados, indefectiblemente, a la ocupación de las calles, y que además esas manifestaciones son verdaderos acontecimientos culturales.

La consigna de visibilizar las desigualdades de género también se hizo escuchar, y las movilizaciones son cada vez más ruidosas. Se destapó una olla a presión y hace falta mostrarlo, marcar una presencia que se mide en decibeles. Durante el último 8M prácticamente no hubo columna o bandera que no albergara a un grupo de manifestantes expresándose artísticamente. En su mayoría, estos modos expresivos de tomar las calles involucran a la música. El efecto es contundente; la vibración de una masa atravesando avenidas amuralladas de majestuosos edificios de oficinas, proyecta los sonidos esculpidos de una lucha de gestación lenta. El movimiento de mujeres tiene una mística que suena.

Durante el año 2018, distintos colectivos de artistas acompañaron las reivindicaciones feministas transversales, a la vez que generaron actividades y reflexiones de sus entornos. Sobre la actividad profesional, un grupo de músicas impulsó el proyecto de cupo femenino que propone establecer un porcentaje mínimo de artistas mujeres cis y transgénero en festivales o recitales, ciclos y/o programaciones anuales que convoquen a más de tres agrupaciones musicales. Al principio la reacción en redes sociales fue apoyado y criticado por igual. Era el contexto de reciente debate de la ley de la IVE. ¿Hasta dónde van a llegar con el feminismo?; ¿Cuáles son las vías legítimas para profundizar un cambio cultural más democrático?; ¿qué tan libre es el arte en relación a las desigualdades sociales?

Desde entonces pasaron sólo algunos meses, pero vivimos tiempos vertiginosos. Las polémicas sobre la ley de cupo se fueron diluyendo, luego de pasar por las conversaciones espontáneas en bares y reuniones sociales, en charlas en salas y centros culturales, universidades, conservatorios y escuelas de música. Los públicos empezaron a prestar más atención a lo que ocurre en los escenarios respecto a las representaciones de género y sexualidad, y en el ambiente artístico se fue reparando en aspectos de las desigualdades más allá de las grillas de los festivales. Muestra del consenso que se fue gestando es que, en febrero pasado, cuando José Palazzo, el productor de Cosquín Rock, salió a excusarse por la ausencia de mujeres de la última edición diciendo que faltan artistas con el talento suficiente para presentarse en su festival, el rechazo social se sintió fuerte.

Parte de la fundamentación del proyecto de ley está respaldado por el análisis de las grillas artísticas de los 46 festivales más representativos del país durante 2017-2018, mostrando de modo evidente la necesidad de desmontar la desigualdad estructural que existe en la actividad musical. Sobre 1605 agrupaciones musicales que pasaron por esos escenarios durante un año, solo 160 fueron de mujeres o con alguna mujer en su conformación. ¿Cómo es posible que en cada uno de los grandes eventos musicales distribuidos geográficamente las mujeres aparezcan poco? Distintos productores; distintos programadores; en eventos de cualquier estilo musical; la desigualdad es notable en cada uno de los diferentes circuitos sociales y artísticos.

Foto: Lucía Blaugrana

Últimamente las acciones y situaciones cotidianas que sostienen la desigualdad de género en la actividad musical están siendo relatadas. La desnaturalización reciente de los micromachismos que pueblan el ámbito artístico transita el proceso de una bola de nieve. En el acto de presentación del proyecto de ley de cupo en el Congreso de la Nación, Patricia Sosa relató cómo fue su debut en un festival grande con su grupo, La Torre, el conjunto de hard rock en el cual se inició a principios de la década de 1980. Cuando la cantante iba a entrar al escenario para comenzar la presentación el personal a cargo del espacio la empujó hacia el público creyendo que era la novia de algún músico, teniendo que trepar desde el foso nuevamente al escenario para integrarse a la banda. En el acto Patricia decía estar tomando conciencia recién ahora de lo que había significado ese comienzo en el devenir de su carrera, y cómo encontró la manera de sobrellevar los prejuicios cotidianos del ambiente.

Durante el año 2018 se realizaron muchos encuentros, charlas-debate de parte de agrupaciones de músicas, incluso en torno a la discusión del cupo. Varios conjuntos de artistas están generando sus propias iniciativas, como el video difundido en redes de la orquesta de tango La Empoderada el cual va describiendo los comentarios y situaciones permanentes que viven las músicas en el medio profesional. ¿Qué es el talento en un ámbito históricamente regulado por las relaciones personales, profesionales y comerciales entre varones?

En agosto del año pasado, la mesa de artistas y gestoras culturales que impulsa la ley de cupo creó un formulario para que las músicas de todo el país manifiesten su apoyo al proyecto mediante una adhesión formal. Esta herramienta permitió recoger información de la actividad profesional de las artistas, y también de las experiencias individuales de discriminación de género en el ámbito musical. Mientras se espera que el proyecto sea tratado en las comisiones de la Cámara del Senado de la Nación, en el mes de febrero fuimos procesando esta información junto a la cantante Celsa Mel Gowland, ex vicepresidenta del INAMU (Instituto Nacional de la Música), que fue quien generó el proyecto de la ley una vez que finalizó su gestión en el organismo.

Las adhesiones de músicas mujeres, cis y transgénero, llegaron a un total de 641 casos. La muestra es acotada si tenemos en cuenta que el INAMU actualmente cuenta con una base de datos más amplia de las artistas que viven en el país, sin embargo esta muestra es representativa porque tiene un alcance federal, con participantes de un área dispersa geográficamente, de edades variadas, de distintos grados de formación y en distintas etapas de su carrera profesional -desde emergentes hasta artistas de mucha trayectoria-, y con desempeños musicales diversos, que van de la interpretación de distintos instrumentos a la composición, el trabajo técnico-musical en recitales o grabaciones fonográficas profesionales.

A su vez, hacia el final la encuesta formula una pregunta abierta que dice lo siguiente: En tu experiencia con la música, ¿alguna vez sentiste algún tipo de discriminación por tu condición de género? Si la respuesta es «si», ¿podrías contar alguna de las experiencias o situaciones?

Es impactante ver más de 600 testimonios uno al lado del otro. Frases que se repiten casi igual a lo largo y ancho del país; idénticos prejuicios, tonos y estilos de comentarios, reacciones y restricciones. Las similitudes permiten sostener que los ámbitos del hacer musical son espacios de gran hostilidad relacionada con atribuciones de género y sexuales.

 

El 66% de las músicas afirma haber vivido situaciones de discriminación. El porcentaje de artistas que apoya el proyecto pero responde que no vivió situaciones de discriminación es del 11 % y un 23 % no contesta la pregunta. Hay que tener en cuenta que, al ser una encuesta contenida en la firma de adhesión al proyecto, los testimonios no fueron anónimos, y que durante el proceso de visibilización del proyecto de ley hubo temores de las artistas que se manifestaron de distintas maneras: Esto es lo que puedo contar; Les pido por favor que no divulguen esta información porque todavía estoy en ese ensamble, son algunas de las frases que aparecen en la respuestas a esta pregunta. La preocupación por la posibilidad de ser castigadas y complicar aún más la situación de exclusión en los circuitos musicales locales, aún sigue presente en varias de las músicas.

Una parte de quienes afirman haber experimentado esta desigualdad en la música no desarrolla la respuesta, aunque en varios casos aparecen frases como: si, siempre; si, por supuesto; si, innumerables!; muchísimas. Yendo a las respuestas que asienten y describen sus experiencias personales, las artistas de mayor edad y trayectoria relatan sobre todo aspectos vividos durante la actividad profesional, y las más jóvenes tienen más presente situaciones ocurridas durante la formación musical, fundamentalmente en ámbitos institucionales, escuelas o conservatorios de música. Las instancias grupales y mixtas, ya sea en la formación como en la actividad profesional, revelan las desigualdades de modo más evidente, cuestión que se expresa en la elección de las situaciones relatadas.

En casi todos los casos las personas que ejercen el trato desigual son varones, en las funciones de managers, productores, técnicos de sonido, colegas músicos, profesores, periodistas y público. La excepción son unas pocas respuestas que señalan la misma lógica de postergación de parte de mujeres encargadas de la programación de eventos y festivales. Saliendo de estas cuestiones más generales, las respuestas fueron tipificadas en tres grupos delimitados por sus acentos en cuestiones de subestimación artística, en el trato recibido por las músicas en diferentes actividades de gestión de sus proyectos artísticos, y en las situaciones que más puntualmente sexualizan a las artistas, y que van de la objetualización al acoso.

Si hay un varón involucrado, se presupone que el creativo es él.

Trabajé en una casa de música y muchas veces lxs clientes me ignoraban cuando quería atenderlxs, o me decían directamente que preferían hablar con mis compañeros hombres.

Me preguntan si soy la novia o hermana de algún integrante.

Una de las peores fue cuando al finalizar un show con mi banda (3 hombres y yo) estando los cuatro en ronda, vino un tipo a saludarnos y dijo: ¡que trío increíble que hacen!

Que me digan que a pesar de ser mujer sé decir un tango.

En las respuestas referidas a la subestimación artística, los relatos remiten a una desigualdad que se expresa en rasgos y representaciones de lo que hacen las mujeres en y con la música. Una cuestión muy compartida es que los estilos de interpretación de las artistas son evaluados desde el punto de vista de la falta y la inadecuación en términos de fuerza, velocidad y precisión, entre otras. Ejemplo de eso es cómo reiteran que ciertos matices interpretativos se evalúan como signos de debilidad -inferioridad- no aptos para determinados estilos musicales. En el caso de las cantantes aparecen menciones específicas sobre las valoraciones negativas de los registros vocales agudos, que al parecer se apartan de las sonoridades canónicas de varios de los géneros de la música popular definidos por los parámetros vocales masculinos.

La adjetivación música de minita es otra descalificación habitual. Pero la subestimación no se manifiesta solamente en la descalificación sino que aparece de forma recurrente en observaciones y comentarios elogiosos que reafirman la desigualdad: toca como un hombre; se sorprenden al ver que toco bien. Los elogios tienen el mismo efecto: remarcar que el horizonte de valoración artística de una mujer es limitado. Uno de los testimonios grafica: Mi sensación general es que hay todo un sistema creado y manejado históricamente por hombres, que muchas veces no contempla la diversidad ni cierta sensibilidad. A su vez, la subestimación es puesta en relación con el tipo de instrumentos y actividades musicales que las mujeres eligen desarrollar. Un conjunto de descalificaciones se apoya e insiste en la noción de que existen instrumentos más y menos aptos para mujeres;

Los hombres siempre me aclaran que la batería es un instrumento masculino.

-Hola. ¿Está el profesor de guitarra? Yo soy el profesora de guitarra.

Los músicos del grupo me dijieron que tenía que cantar por ser mujer, porque los instrumentistas tenían que ser hombres, sino quedaba rara la formación.

Se sorprenden de que componga.

Zapadas en las que por poco y me daban un shaker para que no moleste teniendo mucha más experiencia y formación que la mayoría de los presentes.

Tocaba en un ensamble de percusión y a mí nunca me daban parte importante y a los hombres sí. Primero pensé que era porque estaba empezando. Fueron pasando los años, estuve cuatro años, y me seguía pasando lo mismo. Después me di cuenta de que a mí sola no me pasaba sino que era con las mujeres que participaban de ese ensamble.

En el fondo, los comentarios halagadores que recibía no se trataban de mi desempeño como percusionista, sino de la sorpresa de que «aún siendo mujer» pudiera tocar bien esos instrumentos.

Pasé por muchos hombres desconfiados por ver una mujer en ese lugar, haciéndose chistes entre hombres como «¿le enseñaste los atajos»?, o preguntando «cuándo viene fulano? (el otro técnico hombre).

Te hacen notar que primero, SOS MINITA, después podés ser lo que quieras.

La elección de determinados instrumentos y tareas establece un desvío, señala algo fuera de lugar. En la encuesta aparece referido por bajistas, guitarristas, bateristas, percusionistas, bandoneonistas, compositoras, sonidistas y productoras de música a través de tecnologías digitales.

Por otro lado, llama la atención la reiterativa mención de bromas que las artistas tienen que escuchar una y otra vez: para ser mujer, tocás bien. La contracara de este recelo son las nociones, de parte de las músicas, de que sobre ellas pesa una exigencia mayor, es decir, que la aceptación ocurre a condición de una solidez artística excepcional.

Nosotras debemos brillar en nuestros instrumentos, tenemos poco margen de fallas, no nos podemos dar el lujo de tocar medio pelo porque eso ya es merecedor de una ninguneada.

Para hacer algo que pertenece al ámbito masculino tenemos que ser las mejores, si no…¡¡a lavar los platos!!

En mi experiencia en escenario, muchas veces fui puesta a prueba por ser mujer.

Las cantantes se sienten particularmente subestimadas; a la subvaloración más o menos generalizada en el ambiente artístico respecto de la interpretación vocal, la cantante mujer refuerza los sentidos de inferioridad frente a los músicos varones que tocan instrumentos. La duda sobre sus conocimientos musicales está puesta recurrentemente en cuestión, habilitando a todo tipo de maltratos. En este sentido es notable la reiteración de los tratos diferenciados de parte de los sonidistas.

Los sonidistas piensan que las mujeres no sabemos nada.

En las pruebas de sonido o grabaciones muchas veces siento que desaprueban mis comentarios y pedidos, pero si después uno de mis compañeros pide lo mismo no lo cuestionan.

Soy parte de una banda de 9 mujeres. los varones de las técnicas muchas veces nos hablan como si fuéramos estúpidas.

Los técnicos en sonido que en su 99 % son varones te hablan como si tuvieras algún tipo de incapacidad de entendimiento.

La miniaturización de los conocimientos de las mujeres se puede ver en un abanico nutrido de comentarios y reacciones en los espacios de realización musical. Las artistas se sienten evaluadas permanentemente, se subestima su manejo técnico a la hora de grabar o probar sonido en las actuaciones en vivo. Las reacciones más comunes de parte de varones son las de ponerse a enseñar cómo hacer las cosas a las artistas en cualquier situación. Con el preconcepto de que las mujeres saben menos, transmitirles sus saberes es, según los testimonios, un gesto constante que no repara ni en las demandas ni deseos de las músicas. En estos casos varias utilizan el término mansplaining, la faceta paternalista de la desigualdad de género:

Me decían todo el tiempo lo que tenía que hacer.

Sentirse todos con derecho a opinar y darnos consejos sobre nuestros toques, repertorios, etc.

Dar por sentado que, por ser mujer, seguro soy cantante y por ser cantante seguro no sé nada de música. Mirarme de arriba. Hablarme con condescendencia.

Me ha pasado incluso que durante una grabación en un famoso estudio con una orquesta pedí tres veces que chequearan el micrófono porque para mi no me estaba tomando, una sola de ellas revisaron por arriba el cablerío y al final de la jornada se dieron cuenta que en los dos primeros temas mi micrófono no grabó absolutamente nada

Que te sugieran con “buena onda” cómo tenés que tocar; cuál debe ser tu sonido.

El análisis fue desmembrando y agrupando temáticamente los testimonios, pero las situaciones de discriminación muchas veces están superpuestas, al punto incluso de interferir de manera gravitante en las actuaciones de las propias artistas:

La que más odio me dió fue en Villa La Angostura, de gira con la banda. Un hombre que estaba sentado en una mesa con su hija (mientras descargabamos equipos, etc) me dice: –¿Son todas mujeres en la banda? Si, le digo. –¿Ustedes no serán esas «feminazis”·, no?, y se ríe. Le contesté educadamente pero me dió mucha bronca y en la misma noche otro grupito de machitos sentados en una mesa preguntándonos si sabíamos usar todos esos pedales. De esas varias en los 3 años que llevamos de banda, desde hacernos tocar primeras por el sólo hecho de ser mujeres, ningunearnos, querer enseñarnos a ecualizar nuestros amplificadores, etc.

La desigualdad también se expresa en el trato que las artistas reciben en bandas o conjuntos de formación mixta, es decir, integradas de varones y mujeres. En las decisiones y los criterios colectivos que se establecen durante el desarrollo profesional y de gestión se expresan claramente contrastes, de mayor evidencia en quienes participan de bandas con y sin músicos varones.

Soy la minita de la banda. Un accesorio. La mujer que canta y no entiende.

He cantado en bandas donde pedir que me cambien la tonalidad era casi imposible.

Tal vez una intérprete nunca tuvo el espacio para componer en su banda.

Me pasó que bandas que invitaron a mi banda insistían en organizarse con uno de los hombres de la banda, cuando yo soy la que maneja ese tipo de comunicaciones.

Que desestimen mis respuestas cuando le preguntan algo a la banda y le repitan la pregunta a alguno de mis colegas varones de banda.

El público masculino también mantiene un trato diferenciado con las artistas. Como las bromas e ironías entre colegas, cuando una banda mayoritariamente integrada de mujeres sube a los escenarios, el clima de respeto y escucha atenta se disipa más, desde prestar menos atención a observar a las músicas con ojo evaluador, cuando no aparecen las declamaciones sobre los rasgos físicos de las artistas de los que hablaremos después.

Se nos reían por estar tocando hard rock, porque es «cosa de machos». Y en otra banda era la única mujer y se sentía mucho la diferencia de tratos.

Es notable cuánta menos agresión, en cantidad y tono, recibo tocando hoy día que toco en formaciones mixtas que la que recibía cuando formaba parte de una banda de mujeres.

Vi abuchear a una compañera que integraba una banda blusera. A finales de los 90.

Ella nunca más cantó en los escenarios del rock jujeño.

Por otro lado, las músicas reciben un trato diferencial a la hora de arreglar presentaciones en vivo con productores de festivales u organizadores de recitales en espacios como centros culturales o pequeñas salas de actuación. Al parecer es más fácil modificarles a las músicas lo acordado para una presentación en vivo, que no hacen valer sus arreglos recurriendo a la presión de la violencia. Esto genera un aprovechamiento; artistas que debían tocar a un horario y terminan tocando muchas horas después, modificando lo programado y dando prioridad a los artistas varones en los ajustes de una grilla. Además, se les pide que lleven público cuando no se les exige lo mismo a las bandas masculinas de la misma capacidad de convocatoria. Incluso, varias de las artistas señalan que el pago, la remuneración que se le ofrece es inferior, cuestión que se filtra en conversaciones con los colegas varones.

Escuché que a muchos les pagan y cuando me planté acordando un arreglo se tiraron para atrás poniéndome de excusa que ya no había más fechas disponibles.

El cachet es mucho menor que el de los solistas masculinos.

Soy técnica en sonido y no consigo trabajo por ser mujer. Fui asistente en algunos lugares pero el trabajo era ad honorem y casi no tenía tareas para hacer, más que conectar y desconectar los mics.

Que elijan a los varones y a ellos les paguen y a mi me pidan que colabore gratis.

La diferencia de trato también aparece a la hora de definir el orden de un recital con varios artistas: las mujeres dicen que se las suele poner al principio por el hecho de ser mujeres, sin evaluar si son una propuesta más consolidada que otra. Esto se suma a cuestiones ya señaladas en el proyecto de ley, que generalmente las artistas, a pesar de insistir año tras año para participar de festivales, son excluidas de los mismos sin ningún tipo de argumentos. Pero los festivales no son las únicas instancias de inclusión de las artistas. Algunas artistas son excluidas de las audiciones para ingresar a bandas o conjuntos: Tener mujeres es para quilombo. Frases similares se reproducen en varias veces de las respuestas, alimentando a noción de que entre varones la dinámica del trabajo creativo fluye mucho mejor, que las mujeres alteran algo del funcionamiento “natural”, complicando el trabajo. La fraternidad masculina expulsa a las artistas, salvo que se aboquen a una función específica y no se involucren en decisiones de conjunto.

Siempre nos cambiaban a último momento lo que habíamos acordado.

Priorizaban las propuestas masculinas por tener “más fuerza”, sin siquiera haber escuchado mi trabajo.

En muchas ocasiones mi banda (compuesta por cuatro mujeres) fue convocada para tocar en fechas con bandas de hombres y se nos hizo tocar primeras, aunque tuviéramos más trayectoria que las demás.

Para este verano 2019 tenemos nuestro primer disco y todavía no conseguimos actuaciones por cuenta propia para salir a defenderlo. Es una lástima y una lucha incansable.

Una vez dijeron: «nooo, son mujeres, llamá a otro grupo»

En jams de rock que me saquen el micrófono de la mano y como si nada se pongan cantar.

En una audición aclaraban que específicamente querían pianistas masculinos, y me pareció injusto no tener ni siquiera la oportunidad de mostrar mi material.

No fui admitida en una orquesta típica de tango por ser mujer.

Otro aspecto lo constituye el periodismo y la instancia de difusión de los trabajos musicales, en cómo se difunde la música que realizan mujeres y el tratamiento periodístico que recibe.

Que vaya a una radio con un colega y que el conductor no me nombre y solo diga ‘pero ¡qué cantora trajiste!’

Que los periodistas siempre te pregunten «qué se siente ser mujer en un ambiente lleno de hombres”

Me dice -¿Qué se siente ser mujer y tocar rock? No lo podía creer, no tenía sentido.

Que en los programas de radio me pregunten cómo compatibilizo vida artística y familiar en lugar de cuestiones de la profesión, cuando a los varones no se les pregunta esto.

Finalmente, la sexualización de las músicas, regida por la seducción heterosexual, también está a la orden del día y abarca todas las instancias ya mencionadas. Por un lado, el momento de formación y el trato con docentes y profesores;

A la hora de estudiar en un Conservatorio. Tener que recibir los intentos de conquista de todos los profesores hombres que una va teniendo a lo largo de la carrera, lo que se hace muy pesado ya que voy a estudiar y necesito y busco profesores que me enseñen música y no, amantes ni novios que los puedo encontrar en otros lugares cuando tengo ganas.

Durante la trayectoria profesional una cuestión habitual refiere a las indicaciones de cómo vestirse para despertar interés de la audiencia. Los compañeros músicos de las artistas también se involucran en estos temas. A estos se le suma el trato profesional diferenciado de los periodistas, que junto a los productores son mencionados en algunos casos como responsables de reclamar favores sexuales solapados durante las comunicaciones profesionales para la concreción de recitales, o la realización de una nota antes de una fecha de presentación y lanzamiento de un álbum, es decir, a cambio de difundir el material musical. Estas situaciones, también cotidianas, perfilan un tipo de trato sexualizado que hay que sostener para llevarse bien con los organizadores de eventos o los críticos musicales. Los relatos mencionan también situaciones de acoso sexual vividos a raíz del desempeño profesional en la música, de parte de músicos, de parte de personas del público, de directores de proyectos artísticos y productores.

Recibir comentarios sobre mi aspecto, el vestuario, mi cuerpo antes que sobre mi performance musical.

Varias veces me pidieron que cante con ropa provocativa y que haga gestos sexuales para que mi trabajo se venda más.

Me ha pasado de propuestas sexuales a modo de intercambio por fechas en los eventos.

Sos la única mujer en la orquesta. -En la milonga garpa una minita. Así que denle algún solo que queda bien, dice el director del grupo.

Muchas veces me han llamado sólo por ser mujer y porque queda bien una piba tocando el bandoneón.

Vengan a mi bar que me encantan las minitas que rockean.

Preguntan a quién me tuve que coger para conseguir tal y otro contrato

Se han referido a mi persona como “número de relleno» entre una actuación masculina y otra.

Tuve que sortear varias situaciones de acoso.

Propuestas sexuales en casi todo ámbito al que acerco un CV o una propuesta musical, por ejemplo, de parte de músicos, programadores, agentes de prensa, periodistas.

Cantaba en una banda de blues y los músicos me decían que me vista sexy y que muestre el escote para llamar más la atención del público.

Fui vocalista de dos bandas de metal. En la última participación, con las expectativas de salir a tocar, mis compañeros me sugerían el vestuario y demás intervenciones sobre mi cuerpo para «atraer al público masculino». Las letras que escribí jamás fueron tomadas en cuenta.

Músicos que abandonen proyectos por querer avanzarme y que no de pié.

Fui despedida de una banda por decidir no usar solo corpiño en una presentación.

Hay un tipo que cuando toco en Buenos Aires ya vino dos veces y me acosa, me persigue mientras se toca, me da pánico que se aparezca y no sé cómo se llama para que no lo dejen ingresar, lo echaron las dos veces pero me da miedo. Una mierda de situación.

Que hombres borrachos quieran subirse al escenario al grito de «¡Una banda de putas!»

El modo en que todas estas situaciones repercuten en las inseguridades de las músicas se vuelve algo predecible. Los micromachismos sostienen buena parte de las jerarquizaciones de la música. Es necesario modificar estos regímenes tácitos del hacer profesional artístico profesional para que las mujeres puedan realizarse, expandir sus potenciales creativos, aportar y enriquecer la actividad musical con sus conocimientos y sensibilidades. Para que esto sea posible hay que desnaturalizar la comunicación, el trato, los preconceptos y juicios de valor.

En el presente cultural actual hay muchas cosas que aún no tienen una forma definida. Lo que sí sabemos es que la rebelión de los géneros tiene mucha música.

Fuente: rgc ediciones

 

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