Alguna vez fue ícono de la modernización de una clase media que se abría a nuevas ideas. Luego iría mutando y sorpresivamente –o no tanto- el creador de Mafalda la pone hoy del lado de Cambiemos. Un personaje que de tan representativo termina por ser lo que se quiere que sea, desde portavoz de la autoayuda a difusora involuntaria de sabidurías banales.

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Al progresismo argentino se le están cayendo los iconos culturales. Hace un par de años, de visita en Argentina, Joan Manuel Serrat se descargó contra la situación del país durante el kirchnerismo. Marcos Mundstock, el líder y la cara de Les Luthiers, en abril dijo que “todavía estoy festejando el infierno del que salimos” mientras sus compañeros asentían. Pero la frutilla del postre es la que puso Joaquín Lavado (Quino) el miércoles 19 de julio, el día en que cumplió 85 años: “Mafalda estaría preocupada por Trump y estaría bien con Macri”, declaró. ¿”Mafalda hippie con OSDE”, como se preguntó el periodista Jack Samu? En las redes florecieron insultos de desengañados contra el dibujante mendocino señalándolo como “títere del establishment”. Y actitudes infantiles al estilo de “voy a tirar todos mis libros de Mafalda”, como si pudiéramos desleer lo ya leído.

Otra fantasía inquietante: ¿qué hubiera sido de Tato Bores si hoy estuviera en la tele? ¿Su hijo Alejandro Borensztein, antikirchnerista perseverante, estaría escribiendo sus libretos como en las últimas temporadas de su programa?

 

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Otra pregunta más: ¿por quién votaría Mafalda en estas elecciones? En la imprescindible Mafalda: historia social y política, Isabella Cosse repasa las distintas lecturas que la tira recibió a lo largo de cinco décadas: la representante de la clase media y su modernización de fines de los 60, la nena contestataria y el emblema antiautoritario del sur en los 70, la celebrante de las nuevas democracias de los 80…

“Mafalda nunca hubiera llegado a ser adulta. Ella estaría entre los 30.000 desaparecidos de la Argentina” confiesa Quino en 1988. Otra lectura posible: ver a Mafalda como la abanderada de una generación de militantes. Cada década se ocupa de leer a su propia Mafalda. En los 90 circuló una “Carta de Miguelito a Mafalda” donde la encuentra en París, en las Naciones Unidas, luchando contra el hambre en el mundo en la FAO.

No es extraño que la Mafalda de esta década sea la que recorre Facebook en memes falsos, haciendo comentarios personales y apócrifos como “Ojalá mi billetera estuviera igual de gorda que yo” o “¿Difícil olvidar un gran amor? Nahh… difícil es andar sin dinero”. Una Mafalda narcisista que protesta por cuestiones individuales (la gordura) y no por cuestiones tan banales como el hambre en el mundo.

 

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Pero tal vez la ucronía más inquietante sea la que hace el humorista Bruno Bauer en su página “Lenin y vos”. La niña Mafalda no quiere elegir entre comunismo y capitalismo. A lo largo de las décadas crece y se va engrosando. Comienza a hablar de la corrupción de los políticos y “recuperar los valores”. En el último cuadro de la historieta, Mafalda y Lilita Carrió son la misma persona.

(Hay una Lilita Carrió ciertamente infantil, la de “republiquita”, sus anteojos azules y sus chistes zonzos en el Congreso. En las últimas semanas, Lilita está defendiendo la idea de una grieta en la Argentina: la que se abre entre los limpios y los corruptos. Solo los niños pueden ser tan tajantes y tan moralistas; en parte, porque no han vivido lo suficiente. Para ellos, solo existe el Bien y el Mal. Es preocupante ver cómo la sociedad se contagia con este juego).

Esta historieta de Bruno Bauer nos muestra la parábola recorrida por los deseos de nuestra clase media en una sola carilla: del “hagamos un mundo mejor” al “metamos en cana a todos los corruptos” (o, mejor, metamos en cana a todos menos a los nuestros). Del deseo de liberación al reclamo de más policías y cárceles más duras. Las tiras de Mafalda son una reliquia de la época en la que la clase media se veía a sí misma como la productora de un mundo mejor, más solidario.

 

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Quino ya debe estar harto de que le pregunten por qué dejó de hacer a Mafalda. Una respuesta posible es esta: la tira duró el tiempo justo y se retiró cuando la liberación empezaba a verse más como una amenaza que como que un deseo. El dibujante empezó a recorrer un camino como “solista”, los chistes de una página en las revistas Siete Días y Clarín. Es un Quino brillante, que discute con humor a la violencia represiva y al sistema capitalista. Cientos de chistes sobre ejecutivos inescrupulosos que despiden gente y policías que reprimen manifestaciones. Es una pena hoy que se muestre conforme con el gobierno de los despedidores seriales y los policías adictos al palito de abollar ideologías. Bueno, no se puede todo.

 

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Hay que escuchar el audio de la entrevista que le hizo María O’Donnell para su programa de radio: cada declaración de Quino (extraída con tirabuzón) es recibida con risitas condescendientes y comentarios admirativos, como si Quino fuera capaz de decir solamente cosas profundas y graciosas. Quino es el Papa Francisco de los dibujantes y todos quieren su bendición. El dibujante Nik lo plagió una vez y lo ofendió; bastó con una declaración de Quino para dejarlo fuera del canon de los dibujantes argentinos. Nik tuvo que construir su iglesia propia, compuesta de niños y adultos de derecha.

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Sombra terrible de Mafalda, acabamos de invocarte para que nos reveles la vida secreta y las convulsiones internas de un noble pueblo. En el camino entre los 70 y esta década, la clase media dejó de ser progresista y Quino había dejado de creer (aunque creía poco) en el mundo. Entre los que éramos cuando te leíamos y los que somos hoy pasó la historia. Sostener que somos los mismos que cuando éramos chicos -que somos el cumplimiento de toda esa promesa, que entre nuestra infancia y el hoy sólo hay una línea recta que une los dos puntos- es negar la vida.

Y Mafalda es más que nuestras lecturas. Más que esta nota, seguramente.