Se formaron hace cincuenta años, cuando inventaron una forma distinta de hacer humor y una enorme variedad de instrumentos de nombres inesperados y sonidos insólitos. Hoy se los reconoce en medio mundo y ya son una marca. Medio siglo en que pasaron muchas cosas y  muchas carcajadas.

Ahora se suben al estrado a recibir el Príncipe de Asturias, pero hace medio siglo y después de varios años de experiencia en un coro universitario, en septiembre de 1967, Gerardo Masana fundaba el “Conjunto de instrumentos informales Les Luthiers”. Se trataba de un grupo musical cuyo objetivo era cultivar el “género humor-música”. Un par de años antes Masana había comenzado a construir instrumentos con elementos de la vida cotidiana y, de manera amateur y realizaba presentaciones con un grupo antecesor que se llamó I Musicisti.

Inmersos la escena cultural de innovaciones y de vanguardia que atravesaba a la Argentina, en general, y a  Buenos Aires, en particular, los jóvenes integrantes de Les Luthiers pudieron experimentar desde el comienzo con  fusiones de géneros asociados a la música clásica, el folklore y la música popular, parodiar la actividad musical ofreciendo puestas en escena transgresoras y captar a un público contemporáneo que comenzaba a transformarlos en un grupo cada vez con mayor trascendencia. De a poco esa experiencia se fue transformando en una profesión a tiempo completo. Fue así que cada uno de sus integrantes abandonó la profesión en la que comenzaba a desarrollarse: Masana –con algunos años más que el resto– era arquitecto; Daniel Rabinovich, un reciente escribano; Marcos Mundstock se desempañaba como locutor profesional; Carlos Núñez Cortés como químico, Jorge Maronna como músico acompañante y Carlos López Puccio, el último en ingresar al grupo, era egresado de la carrera de dirección coral.

Las primeras presentaciones fueron en café-concerts y pequeños teatros. Poco tiempo después comenzaron las giras por varias ciudades balnearias y luego por algunos países de Latinoamérica. En 1971, se incorporó al grupo otro arquitecto, Ernesto Acher, quien se desvinculó quince años después. Ese mismo año grabaron su primer disco.

En 1973, a causa de una leucemia, falleció Gerardo Masana y desde entonces, el resto decidió –aunque ya se lo conocería en la versión abreviada de Les Luthiers– que todos los programas de mano se encabezaran con la siguiente inscripción: “Fundado por Gerardo Masana en 1967”. Poco antes de comenzar la década siguiente, se incorporó como colaborador creativo el humorista Roberto Fontanarrosa y ocupó ese rol hasta 2007. Entre 1986 y 2015, Les Luthiers estuvo compuesto por cinco integrantes (Núñez Cortés, Mundstock, Maronna, López Puccio y Rabinovich), año en el que falleció Rabinovich y fue reemplazado, desde entonces, por Horacio Turano y Martín O’Connor.

Hay dos elementos que marcaron y le dieron un tono definitivo a estos cincuenta años: sus instrumentos y la figura de Mastropiero.

Masana ya  había empezado a inventar instrumentos  antes de que se conformara el grupo. Se trata de instrumentos construidos con materiales de uso doméstico, pero que luego de una verdadera obra de ingeniería han logrado una afinación temperada para poder utilizarlos en las composiciones del grupo. Por ejemplo, uno de los primeros fue el Bass-pipe a vara. Consiste en una estructura de cuatro tubos de cartón –que se emplean para dar cuerpo a los rollos de telas– que se deslizan dentro de otros de mayor diámetro. En uno de sus extremos posee cuatro boquillas del mismo tamaño que lo asemeja a un trombón a vara. Todos los tubos están contenidos en uno aún mayor que termina en una campana, que solo cumple una función ornamental. El instrumento está montado en una estructura con dos ruedas que facilita su desplazamiento durante la ejecución.

Junto con el Bass-pipe a vara y con el paso de los años, Les Luthiers logró armar una colección que hoy alcanza los cuarenta y seis tipos de instrumentos. Estos incluyen, entre otros materiales, el mecanismo de una ducha, la tapa de un inodoro, un barril de madera, el cuerpo de un calefón, un conjunto de silbatos de tren, una veintena de pelotas de plástico, diversas “cuerdas” construidas con tubos de neón, una bicicleta, una cámara de la rueda de tractor, latas de distintos tamaños y orígenes, un bidet, sartenes y cacerolas, un par de zapatos, tubos de ensayos, una máquina de escribir, bidones y botellas plásticas, un inflador de bicicleta, tablas de lavar, mangueras plásticas y hasta un robot.

Los instrumentos funcionan como dispositivos que coadyuvan al efecto humorístico que propone el grupo, aunque no sea resultado solo de los elementos con los que están construidos, sino también por los nombres que  tienen, su tímbrica, el tipo de ejecución y la relación del instrumento con la temática de la obra. Producen timbres insólitos e infrecuentes que se utilizan para generar situaciones absurdas. Además, se incluyen sonidos que reproducen situaciones no musicales e imitaciones de voces de animales. La presentación de estos instrumentos es también un momento en el que Les Luthiers busca una alianza con su audiencia. La relación con el humor se manifiesta, asimismo, en cómo estos aparecen en el contexto de las obras, ya sea por las temáticas tratadas o por otras circunstancias. Así, por ejemplo, el correo de un zar ruso llega subido a la Mandocleta –mezcla de mandolina y bicicleta–, las “Loas al cuarto de baño” están interpretadas por un cuarteto conformado por la Desafinaducha, el Nomeolbídet, el Lirodoro y el Calephone; y el Alambique encantador juega un rol fundamental en el hechizo con el que el príncipe Waldemar quiere salvar a la princesa.

La tarea de lutería que implica la fabricación de estos instrumentos no fue exclusiva de Gerardo Masana sino que contó con el apoyo de Carlos Iraldi, un médico psicoanalista que había formado parte del grupo coral de la Facultad de Ingeniería en el que la mayoría se conoció y de donde surgió I Musicisti. Luego de la muerte de Masana, lo nombraron “luthier de Les Luthiers”. Desde ese momento y con la colaboración de Carlos Núñez Cortés, Iraldi fue el responsable de llevar adelante esa tarea, hasta 1995. Un par de años después el grupo organizó un concurso para convocar un nuevo lutier. Fue así que nombraron a Hugo Domínguez para desarrollar esa actividad y es él quien actualmente colabora con la tarea de construcción y restauración de instrumentos informales. La sutileza del humor puede requerir, en algunos casos, de una competencia musical especializada. Lus nombres de algunos instrumentos hacen referencia a enredos más complejos. Por ejemplo, el Clamaneus –leído de derecha a izquierda resulta “suena mal C”– hace referencia a alguna deficiencia en la tonalidad de Do y el Glamocot –también leído a la inversa, “toco mal G”– indica que no suena bien en la tonalidad de Sol.

 

El otro elemento característico Les Luthries fue la invención de un compositor apócrifo que se llama Johann Sebastian Mastropiero. Es un personaje al que se le adjudica más de un tercio de la autoría de las obras del grupo y al que se lo vincula con varios centenares de figuras más (algunas ficticias y otras reales, incluidas personalidades famosas). Las ejecuciones de las obras están antecedidas por una presentación en la que se detallan algunas características de las mismas. Es en esos momentos en los que aparece la figura de Mastropiero, la cual ha permitido establecer una complicidad con su audiencia en la que se manifiesta una reflexión irónica acerca de nuestros comportamientos y de la sociedad en la que vivimos. Esos parlamentos, que en algunos casos funcionan como separadores entre las obras, están repletos de diversos juegos de palabras y figuras retóricas que provocan la risa del público. Los títulos de sus espectáculos, de las obras y los géneros musicales son chanzas lingüísticas dentro de toda la conformación humorística que se propone en la situación escénica. Ello se complementa también con la actuación de los integrantes en diversos papeles y la inclusión del baile y coreografía en algunas de las obras. En diversos espectáculos se advierten juegos de roles en los que entremezclan los personajes creados, sus personalidades como músicos y sus identidades reales. Un rastreo minucioso por la biografía del famoso compositor permite advertir que nació un 7 de febrero de un año y siglo desconocidos, y en un lugar que tampoco se conoce. Se le adjudican seis hijos “dignos de su madre”, que al parecer tuvo con la condesa de Shortshot, aunque, según cuentan, no quiso reconocer a ninguno. Todos sus nombres significan “tiro o golpe corto” en distintos idiomas: Giovanni Colpocorto, Patrick Mc Kleinshuss, Johnny Littlebang, Mario Abraham Kortzclap, Rafael Brevetiro y Anatole Tirecourt. A Mastropiero se lo describe como alguien falto de todo buen gusto, carente de inspiración para la composición musical, monotemático en sus óperas, alcohólico, asiduo concurrente a lugares pecaminosos y plagiador. Así, Les Luthiers pone manifiesto, a través de Mastropiero, ridiculizaciones paródicas de las figuras de compositores, críticos y musicólogos.

Les Luthiers ha estrenado treinta y cinco espectáculos –y este año lo festejará con una nueva antología– en los que ha ejecutado casi doscientas obras propias. En ellas los temas abordados que se destacan son el amor, la política, la religión y las actividades referidas al mundo musical. Sus espectáculos permiten mostrar exageraciones, burlas e ironías de estereotipos, imágenes y lugares comunes, que el grupo emplea para develar, de manera crítica y a partir de contradicciones, disparates y absurdos, la naturaleza humana y su accionar en el mundo. Por todo ello, la extensa producción de Les Luthiers a lo largo de sus cincuenta años de historia nos permite suscribir a lo que afirmó el sociólogo Michael Mulkay: el humor es un asunto serio.

 

 

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