Hoy se cumplen 88 años de la llegada de Federico García Lorca a Buenos Aires, el 13 de octubre de 1933. Una manera de recordarlo es “Muchacho de luna”, una evocación del rico mundo lorquiano, tan femenino, a través de una selección de textos de sus obras, sus cartas y su música, que arman un rompecabezas dramático.
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,
el hocico del toro, la seta venenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los
rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.
(1910, Intermedio. Poemas de la soledad en Columbia University. Poeta en Nueva York, Federico García Lorca)
En estos días se cumple un nuevo aniversario del desembarco de Federico García Lorca en Buenos Aires. El poeta y dramaturgo español más influyente de nuestro idioma en el siglo veinte había llegado a este puerto el 13 de octubre de 1933 por unas semanas apenas para estrenar la obra Doña Rosita la Soltera, pero terminó enamorado de la ciudad y se quedó durante más de seis meses. Se alojó en el Hotel Castelar (cerrado por la pandemia, donde una placa recuerda ahora la habitación 704 que habitó). En ese tiempo su inquietud lo llevó al Tortoni con frecuencia, conoció al morocho del Abasto que cantó para él y el andaluz devolvió la gentileza tocando el piano, entabló amistad con Norah Lange, Oliverio Girondo, Pablo Neruda y Conrado Nalé Roxlo.
La relación con Buenos Aires continuó más allá de su ausencia física. Luego de su asesinato por la falange española en los primeros días de la guerra civil, muchos de sus libros amanecieron en esta ciudad del sur de América, donde se lo sigue venerando. Romancero Gitano, por ejemplo, fue escrito entre 1924 y 1927 y lo publicó Losada en 1943, acá. Esta editorial, un desprendimiento de la entonces franquista Espasa Calpe, fue el refugio de los republicanos exiliados en la capital argentina, y una fuente de libros variados y exquisitos, además de una formadora de lectores por varias generaciones.
Pero lo que vamos a contar ahora ocurre en una pequeña sala de Palermo-Barrio Norte, El Portón de Sánchez, del actor y director Roberto Castro y la coreógrafa y directora Roxana Grinstein, los domingos durante una hora, entre las 20.30 y las 21.30, apenas traspasar el amplio hall de acceso.
El crimen fue en Granada, lo sabemos. Y cómo fue que en tan pocos años (apenas 38) pudo decir tan bien la muerte, frater de la vida, apólogo de la existencia, nunca negador de su complemento inherente: la Parca como diosa absoluta del cielo y de la Tierra, la que seremos todos y con quien deberíamos amigarnos ya, así el terror no inhibe aún más nuestras potencias plegadas. Silencio y ausencia.
Amó al celebratorio Walt de la democracia del norte, se ovilló felino sin garras con el surrealista Salvador y el cineasta Luis para el desgarro, fue todas las mujeres de su pueblo, no binarie, universal. ¿De dónde surgieron esas voces tan plurales sino fue de su propia carne solita y sola, antes de que el género fuera algo más, tan necesario, que una designación morfológica del verbo o sinónimo de tela, urdimbre y trama?
Generoso Federico, poeta del retablo y de los rascacielos, de las pasiones prohibidas y de la dulce tiranía de la madre. Carmesí menstrual, suma de todos los colores, gramático de la actuación, todo verdor. Aquel 13 de octubre llegó con La Barraca y convirtió esta urbe en su casa flanqueado por los títeres de cachiporra, crepitante e inmortal.
Volvió ahora, como vuelve siempre, sin solución de continuidad, para deslumbrar, despojado e intenso, en el cuerpo del lunático alucinante lunero alucinado Paulo Brunetti, que lo interpreta con maestría, y en la gracia inteligente y sensible del prestidigitador Oscar Barney Finn, cuando la claridad ensueña su descanso hasta el amanecer del lunes otra vez sobre la ciudad.
El espectáculo se llama Muchacho de luna y participa también la actriz colombiana Dayana Bermúdez. Se trata de una evocación del rico mundo lorquiano, tan femenino, a través de una selección de textos de sus obras, sus cartas y su música, que arman un rompecabezas dramático único y llevan de la mano al espectador, suave y por momentos brutalmente, por sus logros artísticos y sus frustraciones personales.
Una mesa de portentosa madera, cuatro sillas con las que el actor juega y apenas unas telas que van marcando distintas etapas de una actuación casi coreográfica, coronada por la proyección de estampas en movimiento que llevan al espectador por antiguas calles empedradas, el Guadalquivir o un parque otoñal donde las hojas se desprenden dejando los árboles expuestos a su desnudez.
El aplauso es prolongado y agradecido, los bravos traspasan los barbijos y el actor agradece y sugiere la recomendación de boca en boca. La maravilla ha sido bordada en forma teatral y se extenderá en punto cadena para celebrar los sentidos, mientras traspasa el lienzo y despierta sus anagramas.
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