Alain Delon, con una frase infame logra unir, treinta años después del femicidio más famoso de la historia argentina, una genial película de Visconti con un asesinato que el paso del tiempo no logra justificar. La brutalidad del astro francés y la tristeza del film italiano arman una rara trama, donde el cine explica la realidad a la vez que se distancia de ella.
[E]l padre de familia ha muerto y la miseria aprieta en la casa de los Parondi. La matriarca, Rosaria, arma las valijas y se va con sus cuatro hijos varones a Milán, a instalarse allí donde ya vive el mayor, Vincenzo. Los Parondi llegan a la capital lombarda, uno de los motores de la recuperación italiana después de la guerra. Con Rosaria arriban Ciro, Luca, y los protagonistas de la historia que se desarollará, Simone y Rocco.
Como se sabe, Rocco y sus hermanos es el canto del cisne del neorrealismo. Luchino Visconti fue capaz de contar la historia los Parondi en Milán a lo largo de tres horas en las que agrega melodrama a la vieja escuela. Milán, no un pequeño pueblo del sur, es el escenario, la ciudad va a envilecer las relaciones de Simone con el resto de la familia.
A la hora de hacer la película, el aristócrata marxista cuenta con varios colaboradores de lujo. En el guión colaboró Vasco Pratolini, y Nino Rota legó una de las más estremecedoras bandas sonoras de la historia, algo así como si Tchaikovsky hubiera compuesto para el cine. En el elenco hay una jovencísima Claudia Cardinale, Nino Castelnuovo antes de Los paraguas de Cherburgo, Katina Paxinou, más el trío protagonista, el Rocco de Alain Delon, el Simone de Renato Salvatori y quien será la mujer de la discordia, Nadia, en la piel de Annie Girardot. El resultado, al momento de su estreno, en 1960, es una obra maestra, en un annus admirabilis. Vamos, que es el año de Psicosis, de Piso de soltero, de La dolce vita, de Disparen sobre el pianista, de Espartaco, de La fuente de la doncella, de Sin aliento, hasta de la remake hollywoodense de Los siete samurais, que es Los siete magníficos.
Simone y Rocco llegan al mundo del boxeo, y también a Nadia. El personaje de Salvatori va perdiendo humanidad, al tiempo que Rocco es el que conserva los pies sobre la tierra, cierto pathos trágico, expresado en el diálogo con Nadia en los altos de la catedral de Milán. La historia de amor de ambos queda trunca por culpa de Simone. Primero, viola a Nadia delante de Rocco. En el momento culminante de la película, el hermano que ya ha perdido su alma se volverá a encontrar a solas con Nadia. Y allí, Visconti pondrá en escena lo que hoy puede considerarse como el más imponente femicidio de la historia del cine, con una Nadia que, al modo de un Cristo crucificado, extiende los brazos y se ofrenda para el sacrificio.
(Curiosamente, Salvatori y Girardot, que se conocieron en el rodaje de la película, se casaron y vivieron juntos hasta la muerte de él).
El crimen destruye a Simone, y también a la familia. La escena final muestra a Luca junto a Ciro, que planea volver al Sur a rehacer su vida, consciente del escarnio que provocó Simone. Luca, el menor, se queda solo y contempla la portada de un diario deportivo, que anuncia la próxima pelea de la nueva estrella del boxeo italiano, que no es otro que Rocco.
A Rocco/Delon le quedó el gusto por el boxeo. También por trabajar con Visconti, en su siguiente película, El Gatopardo, donde su personaje Tancredi dice la famosa frase de la novela de Lampedusa: “Nada debe cambiar si queremos que todo cambie”. También lo requirieron para algunas grandes obras, como El samurai o El círculo rojo, ambas dirigidas por Jean-Pierre Melville. Y se codeó con la fama y el jet set. Si Simone se obnubiló con las luces de Milán, al actor que hizo de Rocco le pasó algo parecido. Del púgil de la película de Visconti pasó a ser organizador de una pelea por el título mundial de los medianos, en París. La montó en una carpa de circo, y motivó un cuento de Cortázar, La noche de Mantequilla, que en el título alude al apodo de uno de los contendientes. El otro boxeador llegaba a París desde los confines de América del Sur, y en cada pelea escribía la historia de su categoría. Fueron 14 defensas de su título hasta que se retiró invicto. Una hazaña sin parangón en su país, cuando los medianos acaparaban grandes nombres en el mundo.
Pasaron los años. Delon mantuvo la amistad con el campeón al que le organizara una de sus defensas. Llegó el verano de 1988 en la Argentina. Carlos Monzón mató a su esposa Alicia Muñiz. No existía aun el concepto de femicidio. Se hablaba de “crimen pasional”. Las aguas se dividieron ante la fama del asesino. Para muchos, debía pagar por su delito. Otros reivindicaban al campeón de antaño y trataban de buscarle algún atenuante a lo que había pasado. Fue condenado y, en una de sus salidas de la cárcel, un año antes de completar su condena, murió en un accidente de ruta. Lo enterraron como a una celebridad, al grito de “¡Dale, campeón!” Era un asesino convicto que aun no había terminado de pagar por su crimen.
Delon lo visitó en la cárcel. Alguna revista frívola de los años 90 rescató en portada aquel reencuentro. No era el único que lo apoyaba. Nino Benvenuti, el campeón al que Monzón despojó de su corona, también se solidarizaba con el ídolo devenido femicida. Benvenuti había comenzado a descollar en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, el mismo año de Rocco y sus hermanos. Era, si se quiere, un contemporáneo de aquel boxeador interpretado por Delon, pero de carne y hueso. Claro que el boxeador de la vida real y el ficticio coincidían en lamentar un hecho poco menos que accidental y pedían clemencia para Monzón.
En el medio, habían pasado otras mujeres en la vida de Monzón, y los malos tratos estuvieron a la orden del día. Muchos lo sabían y callaban. De allí que se quisiera instalar la muerte de Muñiz como un hecho fortuito y que la condena a once años fuera un exceso de la Justicia, como plantearon Rocco y Nino.
En marzo de 1988 murió Renato Salvatori, el Simone femicida de Visconti. Annie Girardot se quedó sola. Detrás, Salvatori dejaba otras maravillas como Z, Estado de sitio, Queimada, Los compañeros. En esos días estaba en ebullición el caso Monzón, y la defensa que hizo Delon del boxeador quedó en los anales de la infamia. Fue tapa de revista, cuando desde París se olvidó de Simone y, sobre todo, de Nadia, del destino de ella a manos del boxeador hermano del púgil que él interpretó, del femicidio en pantalla que montó Visconti. De todo eso se olvidó, para dejar la frase más perdurable del caso, sólo oscurecida por la presencia del cartonero Báez como testigo. Si los tiempos han cambiado, si los atenuantes ya no son posibles hoy en un femicidio como se le quisieron buscar a Monzón, si hoy no tiene cabida el machismo primitivo de Cacho Castaña y su “Si te agarro con otro te mato, te doy una paliza y después me escapo”, hoy tampoco sería dable que alguien dijese, en forma de pregunta retórica: “¿Qué hombre no le pegó alguna vez a su mujer?”. Un insulto para Alicia Muñiz. También para aquella Nadia que Rocco decía amar.