El reciente estreno del documental “Barajas”, dirigido por el realizador ecuatoriano Javier Izquierdo, es una oportunidad para revisar la pérdida que implicó para la literatura latinoamericana el accidente aéreo en el que fallecieron en 1983 el crítico uruguayo Ángel Rama, la ensayista y escritora Marta Traba y los novelistas Manuel Scorza y Jorge Ibargüengoitia.

El 27 de noviembre de 1983 un avión de la compañía colombiana Avianca con destino a Bogotá se estrelló en Mejorada del Campo, una pequeña localidad al este de Madrid, cercana al aeropuerto internacional de Barajas. A bordo viajaban cuatro intelectuales latinoamericanos fundamentales: el crítico uruguayo Ángel Rama (56 años), su mujer, la escritora y crítica de arte argentina, Marta Traba (53 años), el novelista peruano Manuel Scorza (55 años) y el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia (55 años). El reciente estreno del documental Barajas, dirigido por el realizador ecuatoriano Javier Izquierdo, es una oportunidad única para revisar la enorme pérdida que supuso esta tragedia para el conjunto de la literatura latinoamericana.

Para comprender mejor la magnitud del desastre y explorar en sus significados simbólicos (cosa que la película hace sólo hasta cierto punto), vamos a comenzar por recorrer las trayectorias de cada uno de ellos.

Ángel Rama era uno de los críticos literarios más renombrados de América Latina. Sus notables trabajos teóricos todavía se leen hoy en las facultades de todo el continente. Editor de la sección literaria del mítico semanario Marcha a partir de 1.959, su trabajo fue fundamental para darle coherencia y trascendencia política al movimiento literario que sería conocido años después como “el boom latinoamericano”. Su compromiso político lo obligó al exilio del Uruguay a comienzos de los 70. Su destino: Caracas, la ciudad donde habría de conocer a su mujer, Marta Traba.

Marta también era una exiliada. Nacida en Argentina, hija de inmigrantes gallegos, había estudiado Historia del Arte en la Sorbona de París entre 1949 y 1950. Luego se radicó en Colombia donde fundó el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Sus columnas en la revista Semana y en el periódico El Tiempo le valieron fama de polemista, por su énfasis en atravesar el análisis del arte con las vanguardias políticas de la época. En 1968 la dictadura de Carlos Restrepo y la ocupación de la Universidad por las fuerzas armadas colombianas, la llevó también al exilio en Caracas, donde conocería a Rama. En 1966 había ganado el premio Casa de las Américas con su novela Las ceremonias del verano, una obra maestra olvidada que ha sido reeditada recientemente por el sello madrileño Firmamento. Dejó un legado compuesto por más de veinte volúmenes de historia y crítica de arte, innumerables artículos, una colección de poemas, siete novelas y dos libros de cuentos.

Manuel Scorza había nacido en Lima y también había sido expulsado al exilio en París en 1948, cuando apenas tenía 20 años, por su militancia en el APRA de Haya de la Torre. Cuando regresa a Perú comienza a publicar su obra cumbre, la pentalogía de La Guerra Silenciosa, un ciclo de cinco novelas que reconstruye la lucha de los campesinos indígenas en los Andes contra la Cerro de Pasco Corporation, una compañía minera con prácticas criminales al mejor estilo del colonialismo salvaje que caracterizó el siglo XX latinoamericano. La mezcla entre una narrativa basada en hechos reales y una estética cercana al realismo mágico hizo de Scorza uno de los escritores más originales de la época.

La serie, que se abre con la publicación en 1970 de Redoble por Rancas, produce un impacto tan fuerte en la opinión pública continental que los dirigentes indígenas detenidos en Perú por orden de la Cerro de Pasco terminan siendo liberados por el gobierno de izquierdas de Velasco Alvarado. El propio Scorza viajó hasta la prisión donde se encontraban “sus personajes” para anunciarles su liberación. La pentalogía permanecía prácticamente en el olvido hasta que el editorial independiente De La Campana la reeditó recientemente. Aún así es muy difícil de encontrar en librerías.

El mexicano Jorge Ibargüengoitia es el único de los cuatro que no experimentó el exilio. Sus novelas, con un fuerte contenido humorístico, son populares hoy en día sólo en su país. Su obra de teatro El Atentado ganó el Premio Casa de las Américas en 1963. Sus novelas, en las que utiliza el humor para realizar una aguda critica de los gobiernos dictatoriales que ensombrecían América Latina, fueron llevadas en más de una ocasión al cine. Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1975), Las muertas (1977) y Los pasos de López (1982) forman parte de su legado más perdurable. Cuando tomó el avión que se estrellaría en Barajas se encontraba viviendo, por elección propia, en París, junto a su mujer, la pintora inglesa Joy Laville.

La película

El documental de Javier Izquierdo usa de un modo muy original los archivos disponibles sobre los cuatro intelectuales, trazando un paralelismo sugestivo que abarca desde los programas televisivos que Marta Traba realizó para la televisión colombiana, en los que llevaba a cabo un trabajo de docencia muy inusual en la época con respecto al arte contemporáneo; las entrevistas que se conservan de Scorza, fragmentos del diario personal de Ángel Rama y escenas de las películas más célebres basadas en libros de Ibargüengoitia.

Más allá de algunos deslices estilísticos, como la inclusión de una entrevista con uno de los hijos de Scorza que no cuadra con la estructura de la película, Barajas cumple con su promesa de situarnos en la gran pérdida que significó para la literatura latinoamericana la tragedia área de 1.983. Aunque el aspecto simbólico más importante, a nuestro juicio, queda fuera del registro del film.

1983

En noviembre de 1983, cuando el avión de Avianca se precipita en Barajas, América Latina vivía un tiempo “bisagra”. En la mayor parte del continente se estaba produciendo un regreso de las democracias y las últimas dictaduras militares entraban en un ocaso que habría de durar hasta la actualidad. Pero los tiempos que se avecinaban estaban signados por la derrota política de los ideales que habían movilizado a los latinoamericanos durante los años sesenta y setenta y en ese terreno fértil habrían de afianzarse las políticas neoliberales que culminarían con la implosión política de comienzos del siglo XXI en toda la región.

La sombra del ocaso de la izquierda pesaba ya sobre los cuatro protagonistas de esta historia. Y la literatura del continente ya no habría de ser nunca más lo que había sido. El más perspicaz a la hora de reconocer el fin de aquellos ideales era Rama. En su diario, sobre todo los fragmentos escritos en su breve estadía en Estados Unidos, de donde sería expulsado por comunista por el gobierno de Ronald Reagan, el crítico uruguayo expresa la enorme amargura que le provoca la derrota de su generación.

La dimensión simbólica más apabullante de la tragedia de Barajas tiene que ver con este parte aguas definitivo entre un periodo que había llegado a su fin y los oscuros tiempos que se avecinaban: las dictaduras habían hecho bien su trabajo, las democracias nacían condicionadas. ¿En qué lugar podía ubicarse Ángel Rama en ese nuevo contexto?

A Marta Traba también cuesta imaginársela viviendo en los años del neoliberalismo. Sus agudas lecturas del arte abstracto, su lucha por politizar desde lo latinoamericano una producción artística signada por los estragos del colonialismo mental y la influencia desmedida de los occidental (europeo y norteamericano), poco tenían ahora que decir en el nuevo contexto. A su manera, Traba también se estaba quedando fuera de la historia. La aparición de un cáncer temprano en su cuerpo es interpretada, dentro del documental de Izquierdo, como parte de esa derrota.

El caso de Scorza es aún más singular. Su narrativa se encontraba en las antípodas de su compatriota más célebre, Mario Vargas Llosa, quien no habría de tener empacho alguno en tirar a la basura sus coqueteo primigenios con la izquierda para abrazar las banderas del neoliberalismo en alza. Cuando narra las desventuras de sus héroes indígenas Scorza recuerda que “esto siempre fue así, el tiempo en los Andes Centrales no pasa, las persecuciones y las matanzas se suceden sin fin desde la Colonia”. Su literatura insubordinada tampoco tenía lugar en la época que se estaba abriendo.

A Jorge Ibergüengoitia también se le había escapado el contexto. Los dictadores de los que se mofaba estaban desapareciendo y el humor ácido de sus obras ya no estaba “de moda”. No eran tiempos para la risa. En un momento del documental el mexicano la emprende contra su compatriota más célebre: “A la gente linda” dice “siempre le va mejor en la vida. Miren a Carlos Fuentes. Él es guapo, yo no. Los lindos siempre tienen más éxito”. Es difícil encontrar un comentario más significativo acerca de la estética que iba a poner en escena el neoliberalismo, donde las apariencias valen más que lo real y el vacío se celebra en un show perpetuo.

Cuatro décadas más tarde no es ocioso recordar cuánto perdimos en Barajas ese 27 de noviembre de 1983.