Ricardo Piglia leyó relatos policiales desde la adolescencia, luego teorizó acerca de ellos, dirigió colecciones especializadas, tradujo novelas y cuentos, escribió uno de sus exponentes más originales: “La loca y el relato del crimen”. No debería sorprender que su último libro aborde ese género. Sí pueden asombrar su combinación de rigor y desparpajo, de innovación y fidelidad a un tono, un imaginario, una ética.
El primer tomo de los monumentales Diarios de Emilio Renzi contiene un ensayo acerca de El oficio de vivir, diario del novelista, cuentista, poeta, traductor, ensayista y editor Cesare Pavese. Allí, Piglia propone que, pese a la variedad, cantidad y calidad de la producción del italiano, tales diarios son lo fundamental de su obra. Son su vórtice y su centro neurálgico. Ese texto acerca del diario de un escritor muy admirado, incluido en su propio diario, funciona como espejo y máquina del tiempo, como ejemplo y proyecto. Piglia especula en Los Diarios de Emilio Renzi –y abundan las entradas que así lo refieren- con que esos diarios se constituyan de modo análogo como su gran obra. Y sugiere el deseo de que esa obra se inscriba en una tradición de libros raros, imperfectos, inconclusos, interminables. Una serie maldita que desafía al resto de las tradiciones y que incluiría las novelas de Kafka y de Macedonio Fernández, El hombre sin atributos de Musil, Bouvard y Pecuchet de Flaubert.
Resulta muy significativo un pasaje de ese escrito acerca de Pavese, en el que Piglia plantea: “Para la gloria, se ha dicho, no es indispensable que un escritor se muestre sentimental, pero es indispensable que su obra, o alguna circunstancia biográfica, estimulen el patetismo”. La reflexión alrededor del suicidio, y el suicidio de Pavese como final de la escritura, recortan El oficio de vivir con su luz negra. A un costo durísimo, la enfermedad le brindó a Piglia, en sus últimos tiempos de vida, ese elemento estimulante del patetismo que su ensayo mentaba: una enfermedad que fue privándolo de movimiento. La metáfora del bloqueo del escritor se convirtió en pura literalidad, pero Piglia resistió hasta el fin. Es poderosísima la imagen del hombre encerrado en su estudio, usando para escribir, o para editar los viejos cuadernos escritos a mano de sus diarios, un programa de computación que se activa mediante la mirada. No desentonaría esa imagen leída en Respiración artificial, La ciudad ausente o El viaje de Ida.
Con los tres tomos de los Diarios de Emilio Renzi como antecedente cercano -quizás el gran acontecimiento literario de los últimos años-, la publicación póstuma de un conjunto de relatos policiales podría parecer un anticlímax. Primeras reseñas del libro oscilaron entre el hartazgo por la intertextualidad que supuestamente trabaría el fluir de las acciones, y la apresurada condescendencia. La propia Nota del autor, después de los doce relatos, pareciera no concederle a esta colección otro lugar que el de un divertimento. Sin embargo, la nota inicial, una larga cita de Marx que analiza el rol de la delincuencia como fuerza productiva en el capitalismo se alinea con viejas reflexiones de Piglia que, a partir de Brecht, postulaba el policial como realismo crítico. Funciona como apertura irónica respecto a las normas del género y como alerta para los lectores.
La búsqueda en Los diarios de Emilio Renzi de rastros de escritura policial devela una temprana fascinación por el episodio del asalto en San Fernando que terminó dando origen a la novela Plata quemada, refiere la meditadísima escritura del cuento “La loca y el relato del crimen”, y da cuenta del proyecto de escribir un libro que fuese como el Quijote de la narrativa policial por sus distintos planos de ficción. “La loca y el relato del crimen”, un policial borgeano que se las arregló para dar cuenta elípticamente de la violencia política de su época, fue premiado en un concurso por el mismo Borges y contribuyó a llamar la atención sobre su joven autor. Plata quemada, tras obtener en 1997 el premio Planeta de narrativa, suscitó en el ambiente literario argentino un módico debate (módico por las ideas puestas en juego más que por su extensión y su virulencia). Las críticas llovieron sobre el galardonado, que posó para los fotógrafos con un cheque gigante al recibir el premio. Lo acusaron de participar de la manipulación del concurso (la Cámara en lo Civil falló en su contra y la Corte Suprema ratificó la sentencia), lo señalaron como populista. Cabe pensar que fue la segunda de las diatribas fue la que más pudo afectarlo. Es también la más injusta. Plata quemada no resulta mucho menos compleja que otras novelas de Piglia ni fue menos meditada su composición. Puede rastrearse en los diarios su escritura lenta y obstinada, que incluye reflexiones en torno a la historia de vida y el uso del grabador por parte de los etnógrafos, la novela de non fiction A sangre fría de Truman Capote, la posibilidad de escribir una novela que simulase estar construida a partir de grabar testimonios de los protagonistas.
Una ficcionalización similar a ésa vertebra Los casos del comisario Croce, ya que Emilio Renzi conversa largamente con el comisario Croce y lo graba. Con lo cual podría pensarse que todos los cuentos, aparezca o no Renzi en ellos, podrían estar escritos a partir de esas grabaciones. Con puntos altos como “La música”, “El astrólogo”, “El impenetrable” o “La conferencia” –más pasibles de una lectura independiente- el libro gana considerado una novela articulada a partir de relatos y apuntes. Esa novela, como sostenía Borges acerca de El Quijote, es la historia de una amistad: la que se va consolidando entre el eterno alter ego de Piglia que es Emilio Renzi y un personaje inolvidable como el comisario Croce. Un policía por cierto bastante especial por sus métodos, sus ideas, su conducta. Si Emilio Renzi en los diarios se plantea –a partir de Brecht-, vivir en tercera persona, puede afirmarse que el comisario Croce vive de chanfle: no le saca el cuerpo a los desafíos, pero los ataca de manera lateral. Por supuesto su apellido funciona como un chiste para designar a este pesquisa filósofo, pero es también la traducción de un apellido egregio en la literatura argentina: Cruz, el sargento que se para de manos contra la partida porque no va a permitir que se mate a un valiente. Porque en estos cuentos la gauchesca se imbrica perfectamente con el policial, y no sólo por esos versos del Martín Fierro que Croce recita de memoria, sino también por la presencia de la llanura y por la reivindicación de los de abajo contra esa “tela de araña” que es la ley, para la cual los poderosos son inmunes. Además, el comisario es un descendiente moderno del rastreador de Sarmiento, capaz de saber adónde está por el sabor de un pasto silvestre, pero también capaz de leer entre las palabras o adonde ya no hay palabras.
Aunque Piglia plantee –quizás como provocación- que estos cuentos serían realistas por estar basados en hechos reales, podría plantearse de ellos algo análogo a lo que Jaime Rest planteara sobre el cuento de Borges “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”: el autor le da de comer a a la ficción migajas de realidad por el placer de observar cómo las devora. Así se entreveran personajes de la crónica policial como el marinero yugoeslavo Pesic y el hampón Farnos con otros provenientes de la ficción como el Astrólogo de Roberto Arlt. Y el mismo Borges aparece como personaje en “La conferencia”, un Borges bastante jugado al anarquismo que le canta en la cara al comisario lo esencialmente criminal de los métodos policiales y la ingenuidad del género que pretende policías puros al servicio del bien y de la justicia.
Además de invertir el signo del policial borgiano, de superar las imposibilidades planteadas por Carlos Gamerro para el policial argentino –a la luz de una policía que si no comete ella misma el crimen contribuye a ocultarlo o mantenerlo impune-, y de sortear la tentación del policial levemente paródico, estos cuentos de Piglia logran mantener las tensiones que desde un principio fueron para él objeto de reflexión y de ficcionalización: entre la autonomía relativa de la literatura y las determinaciones sociales, entre vanguardia y legibilidad, entre ficción y ensayo, entre mostrar y contar, entre lo dicho y lo aludido. La ironía abunda en estos cuentos, pero también el humor –por ejemplo la reivindicación de un manochanta por parte del peronismo del 73 por considerarlo manifestación de cultura popular-, e incluso un lirismo desolado (particularmente en el relato inicial: “La música”). Croce, un comisario exonerado por peronista, un resistente, un clandestino, carga el peso de nuestra historia reciente: ¿logra perderse en el Uruguay como quien se refugia en las tolderías? ¿O es uno más de los 30.000? Su amigo Emilio Renzi no lo sabe. Piglia no lo cuenta.