Todo el mundo tiene secretos pero no parece ser esa la mejor pista cuando de contar vidas ajenas se trata. Un breve recorrido por el género que a veces tropieza con la decepción que acarrean los libros que prometen revelaciones que nadie esperaba y otras ocasiones con el raro placer que surge de la lectura de aquellas biografías que se han escrito como una forma de estar más cerca del biografiado, de entablar una amistad con él.
Henry James solía armar piras periódicas en su jardín en las cuales quemaba, en una suerte de ceremonia desatendida, las cartas y papeles que pudieran comprometer su posteridad. Se trataba tal vez -y es un tema recurrente en sus relatos- de ocultar un secreto que en definitiva no es tal, aunque muchos hayan especulado que en esos documentos destinados a la hoguera estaban las pruebas de su muy discutida ambigüedad sexual. James se limitó a contarle a su sobrino y albacea literario que: “mi único deseo es frustrar tanto como pueda al posible explotador post mortem”.
En Los papeles de Aspern, una novela breve publicada por entregas en 1888, trata de los subterfugios de un aprendiz de editor quien trata de convencer a la viuda del tal Aspern de que le entregue los manuscritos del escritor, donde supuestamente estarían revelados los enigmas de su obra. El relato está basado en un episodio real acontecido a la amante de Lord Byron a quien acechó un norteamericano a la caza de los escritos de Shelley.
Como sea, el pobre Henry James no logró poner su fama a salvo por medio del fuego. La versión reducida de su biografía, escrita por León Edel en 1983, alcanza casi 800 páginas en su traducción al español.
Un año después Edel publicará su Vidas ajenas, un intento de establecer una ética de la biografía, a la que califica de un arte incipiente y cuya tarea es “moldear a un hombre o a una mujer a partir de documentos y palabras”.
Oficio no siempre valorado, pariente pobre de la historia, sin embargo la biografía tiene derecho a ser apreciada por sí misma. Y siempre aparece quien la defienda y trate de convertirla en un arte mayor. Y lo hace de la mano de la amistad como lo preconiza en Michael Holroyd en Cómo se escribe una vida, un libro delicioso, –aparecido hace unos años y que no me merece su olvido actual-, dedicado a ese oficio tan difícil de “darles a nuestros amigos los muertos la oportunidad de colaborar con el mundo de los vivos; les da empleo durante una muy provechosa inmortalidad.”
El autor es obviamente británico, los grandes especialistas en el género (se puede sumar al podio a Richard Ellman autor de un notable libro sobre James Joyce y a Anthony Burguess, más famoso como autor de La naranja mecánica pero inteligente biógrafo en sus libros sobre Shakespeare, Ernest Hemingway y hasta Jesús de Nazaret) y sus mayores éxitos son las biografías de dos escritores, Litton Strachey y George Bernard Shaw. Seguimos con el problema de James, ¿puede la posteridad afectar una obra que ya ha sido escrita? Las pequeñeces y miserias que hay en la vida de todos, ¿hace que valoremos menos su legado?
La pregunta no siempre es fácil de contestar. La biografía de Groucho Marx escrita por su hijo es una larga letanía resentida, donde pocas veces aparece el entrañable personaje de tantas películas y el autor de frases memorables como “Conocí a Doris Day antes de que fuera virgen”.
La vida de Lacan contada por Elisabeth Roudinesco es un luminoso acercamiento al mundo de un hombre oscuro en sus actitudes y en su producción intelectual. Leerla abre nuevas perspectivas y suma en vez de restar, ayuda a comprender. En el primer caso la posteridad se estropea, en el segundo funciona como un espacio fructífero y vigente.
Así como los británicos eligen muchas veces contar la vida de alguien cuya obra merece perdurar, hay otras líneas que se centran en el valor del personaje por sí mismo. Es el caso del prefacio a las Vidas imaginarias del francés Marcel Schwob. En este libro, cuya influencia en Historia universal de la Infamia Borges tardaría mucho en reconocer, se plantea que “el ideal del biógrafo debería ser poder diferenciar ínfimamente el aspecto de dos filósofos que hayan inventado, más o menos, la misma metafísica”. Todos nos parecemos, presupone Schwob, salvo por ese detalle, muchas veces casi imperceptible, que nos hace únicos. Idea bastante literaria de la biografía propia de un libro que trata sobre vidas que nunca ocurrieron. Lo que Borges toma de Schwob es que la realidad no es otra cosa que el relato aceptado de una ficción. Por eso puede hacer coincidir a un personaje de existencia comprobada, Billy the Kid, con una creación como Rosendo Juárez, uno de los protagonistas de “Hombre de la esquina rosada”
Si pensamos en la gran biografía de la literatura argentina, el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, vemos que también puede el biógrafo poner al biografiado a su servicio. Quiroga terminó en la visión sarmientina por ser aquel hombre que resumía los pesares y hasta cierto punto los destinos venturosos de la patria.
También puede ocurrir el efecto contrario. En la muy buena biografía de Christian Ferrer dedicada a Raúl Barón Biza, el autor termina absorbido por su personaje y busca en el desprecio de sus contemporáneos y en el olvido que hoy cubre su obra una clave para que valga la pena volver a él para recuperarlo.
También en el mercado de los libros hay una especie –la biografía levemente autorizada, que muchas veces trapichea información proporcionada por el propio biografiado- que cree que todas las acciones de una persona han estado destinadas a llegar a ese punto por el que se lo conoce, a esos hechos a los que debe su celebridad, se trate de un cantante, un jefe guerrillero o un actor.
Las divertidas y agudas reflexiones de Holroyd van por otros senderos. Tiene claro que la vida ajena es un territorio litigioso y un tanto incomprensible, pero que se relaciona inevitablemente con otras personas. La biografía habla del autor, y también de sus lectores.
En un breve pero luminoso ensayo de su libro, “Dos tipos de ambigüedad”, cuenta que “probablemente mi carrera de biógrafo surgió de la necesidad de escapar de mis relaciones familiares y sumergirme en la vida de los otros”. Siempre estamos huyendo de algún sitio y a veces meterse en las peripecias ajenas puede ser un plácido refugio, aunque siempre un tanto provisorio. Y en relación con esto trae una frase que si bien no le pertenece, es todo un descubrimiento. “Los amigos son las disculpas de Dios por las familias”. Una buena biografía que ilumine tantas vidas además de la del biografiado puede aspirar a ese lugar reparador de la amistad.