Dueño de un estilo ácido, por momentos excesivo e intolerable, con destellos de inesperada genialidad, Fernando Peña dejó su marca en la historia del humor argentino. En esta entrevista, aparecen la muerte, el sentido de la risa, la construcción de sus personajes y sus ideas sobre el humor gay.

Basta asistir a algunos de los espectáculos teatrales de Fernando Peña para darse cuenta de que el público que lo sigue disfruta de su humor pero también de la incomodidad que le provoca. Es que Peña siempre va un poco más allá, dejando de lado cualquier límite. Por sus obras circulan en extraña compañía la muerte, el sexo, la política, la religión, el sarcasmo, la agresión, la furia y la ternura. Todo ese torbellino, al que resume con el nombre de Ezquizoopeña, lo ha alejado de la televisión, que sólo lo busca cuando necesita un poco de aire fresco.

 -Hablando sobre tu trabajo, algunos plantean que lo tuyo es jugar con los límites. Sin embargo, la sensación es que ya traspasaste cualquier límite.

-No creo en el límite. El límite es de cada uno, y entonces no existe. Me parece que es como una raya impuesta por la vergüenza del otro. Tengo mis límites: detesto el chiste, lo aborrezco. Basta que un imbécil tire un chiste para que ya sea una ronda. He visto rondas de una hora y media, dos horas de chistes, y para mí un chiste es el límite, yo me levanto y me voy. No de malhumor, pero me levanto y me voy a otro lado. En cambio, si te burlás de mi madre muerta, me puedo quedar tres horas. El límite es algo muy personal.

-Pero hay límites sociales…

-Lo primero en que no creo es en la sociedad. Creo en cada uno de nosotros, en el grupo de todos nosotros no creo. Creo que ahí es donde nace la estupidez. Yo nunca conocí una persona sola que sea estúpida, pienso que se vuelve estúpida al entrar en compañía de gente. He conocido hasta gente a la que se puede considerar border o down o loca, medio marginales, tarados o estúpidos, con quienes a solas uno puede hablar de cosas muy interesantes, pero la presencia de uno o más individuos hace que esa persona se estupidice. Entonces yo pienso que la sociedad es una masa tarada. Entiendo que hay cosas políticamente correctas y hay cosas que molestan y otras no, pero no es por eso por lo que me guío. Tampoco se trata de una rebeldía deliberada. No es que me diga, ¿a ver qué es lo que molesta más? ¿reírse del aborto?  Entonces voy y me río del aborto. No funciono así. Busco el humor con las cosas que a mí me hacen reír. Nunca pienso si al otro le va a molestar o no. Hay gente que a lo mejor le molesta un chiste o un recurso de humor que a mí me parece muy tonto, muy pavo y de pronto se levanta y se va. El tema es que yo no hago humor liso y llano. Lo mío en el teatro tiene que ver más con el dolor.

-Pero en definitiva se te considera como un generador de humor

-Nunca se sabe por dónde viene el  disparador de la risa.    ¿Cuál es el momento culminante donde vos lográs que todo el teatro se descomponga de la risa? Es difícil saberlo, sobre todo con el tipo de humor que hago yo, que es un humor muy agresivo, muy dramático. Algo así como una cachetada. No soy un experto en humor muy tradicional. Nada que ver con el humor de Guinzburg. Puedo llegar a escuchar un programa de radio de Guinzburg durante dos horas y no se me mueve una comisura. No es que no me guste pero no tiene ese toque infantil que caracteriza por ejemplo al humor de Todo por Dos Pesos, o al menos ciertos giros de humor de Todo por Dos Pesos. Son hiperinfantiles y  eso me da muchísima risa. Creo que lo de  Guinzburg se queda en el medio. Para mí no es humor, es cordialidad.

 

-Llegado un momento de tu espectáculo, decís : “ahora es cuando quince personas se levantan y se van”. Eso pasa cuando entra el tema religioso.

-Me da mucha risa que la gente crea en Dios, porque yo no creo para nada y a mí me parece totalmente disparatado que la gente crea en Dios, tan disparatado como que mañana te despiertes y te encuentres con que la gente seriamente cree, ¿que te puedo decir?, en Ronald Mc Donald .

Y se van…

– Sí, muchos se van, muchísimos….

Te molesta que se vayan? ¿O te da lo mismo?

– No me molesta personalmente, me pone triste que la gente no tolere otra visión de las cosas. Puedo pasarme horas hablando o escuchando hablar de religión. No me cierro a eso, lo que pasa es que me sigue pareciendo ridículo e infantil. Y disparatado, ésa es la palabra, creer en un Dios. Entonces lo que pretendo es que la gente por lo menos me escuche, que después sí, les parezca fuera de lugar, chocante o lo que sea. Pero que se queden a escuchar.

– La sensación es que nunca das ni te das descanso. Al final de “El Río de la Plata”, aparece un sketch sobre la muerte de la madre del protagonista. Se habla de la muerte de Peña.

– Es que es así la vida. Cuando se hace humor se pretende salir de este mundo y entrar a un mundo gracioso, o divertido. Eso a mí no me gusta. Hagamos humor con esta vida que tenemos, donde sí, se te puede morir tu madre a vos ahora, en dos minutos. Y ¿qué?  ¿Vamos a cortar el humor? ¿Somos tan incapaces, tan limitados, que no podemos mezclar el humor en la vida? ¿El humor tiene que ser un momento, como una especie de masaje? No, para mí el humor tiene que estar en todo momento. Y uno tiene que aprender a ir y volver rápido del humor. Es un ejercicio sano, necesario, que ayuda a entender mejor las cosas. Por eso lo integro a la vida. La vida es eso: que te roben hoy, que mañana te ganes un premio, que te avisen que te aumentaron el sueldo, que te avisen que te echaron, que tenés un tumor. Es decir, pueden ser cosas muy bonitas o muy feas, todo el tiempo se mezclan las cosas así en la vida. Tenés un día de mierda, un día bárbaro, dos días bárbaros, dos días de mierda., tres días asquerosos, un día más o menos.  Entonces, no se puede decir, ah bueno, hoy porque tengo un buen día ¡estoy de humor! El humor tiene que estar incorporado siempre. Entonces, trato de que mis espectáculos sean como es la vida.

– ¿Cómo construís tus personajes?

– Nunca terminan de construirse.  Salen de mezclas raras. Pienso que un personaje es algo o alguien que sale de lo normal, que al mismo tiempo puede ser alguien que vende panchos y un presidente. Eso es Porelortis. Yo no puedo hacer un personaje de un presidente, porque ahí caigo en una imitación, que no es lo mío. Siempre se me malentiende esto. No estoy en contra, por ejemplo, de Rolo Villar, pero no es lo que yo quiero hacer, estamos en rutas totalmente diferentes. Él hace la imitación de Monseñor Laguna, y se llama Laguna, y habla como Laguna, y cuenta chistes como Laguna. Yo no, yo parodio a través de Monseñor Lago a toda la religión, con todas sus miserias, y hago humor con eso. Mezclo al Monseñor con una vendedora de duty free: empieza dando un sermón y de pronto interrumpe para recomendar perfumes. La Mega es una  travesti que al mismo tiempo es ama de casa. ¿Dónde está la gracia si hago una travesti de zona roja? Tiene que aparecer lo absurdo, lo inesperado. ¿Cuál es un chiste, si camino por la zona roja y me rompen el culo o me convierto en una mariquita de bunker? Ahí no hay personaje. La imitación es muy limitante, y eso es directamente proporcional, directamente opuesto a lo que yo hago, un camino de encierro. Lo imito a Neustadt, ¿y? ¿adónde voy? En cambio, si no le pongo  nombre, o le cambio el nombre, soy…Bernardo Testa. Puedo hacer una vida de Bernardo Testa y tiene la misma voz o parecida a Bernardo Neustadt, uso sus latiguillos, pero tengo un circo, y tengo problemas con los monos, con los elefantes. Ahí sí viene el personaje y lo gracioso. Si digo “dejémoslo ahí”, estoy muy limitado; el tema es ridiculizar a esa persona que todos conocemos. El tema es que el periodista, establishment y serio y pensador y pseudo intelectual, se convierta en un playero que vende nafta, que en sus ratos libres se va a masturbar al baño, y de pronto habla con mucha intelectualidad de que le gustaría vender escobas. Y ahí viene lo ridículo, lo absurdo, con la misma voz de Neustadt, las mismas convicciones, y la misma lógica, pero hablando de ésos temas.

-Pero pareciera haber algo tuyo en contra de lo bienpensante.

-Es mi manera de buscar el humor como actor. Yo, Peña. sí tengo una ideología definida sobre un montón de temas, pero cuando voy a hacer humor, ¿por qué tengo que mantenerme en Peña? Si no estoy haciendo de Peña ni se me va a juzgar por lo que piense del aborto. Estoy haciendo humor, entonces por eso te decía que para mí no hay límites. Uno está haciendo humor, es un juego, es un juego, entonces no hay límites.

 – Te quería preguntar por el tema del humor negro, la muerte.

– El humor negro es la otra cara de la luna. Uno empieza a entender la vida cuando se da cuenta que la vida no es una circunferencia sino una esfera. Cuando las cosas toman volumen uno entiende más la vida. Esto quiere decir que por ejemplo vos y yo estamos teniendo ésta conversación acá, y al lado hay miles de personas con otras vidas. Porque la vida no es lineal. Para mí la muerte es volumen. Entonces tengo la capacidad de darle la vuelta alrededor y buscarle  otros aspectos.  No la veo plana, como muerte, fin, fatídico, fatal, malo, negro, la parca. Al tomar volumen, y al tener varias caras, me permite recorrerla y mirarla de otros ángulos. Y cuando uno la empieza a recorrer, te das cuenta que hay partes muy graciosas.

-¿Cuando te diste cuenta que la vida era una esfera?

– Cuando era chico y me pasaban cosas muy dramáticas, y los chicos, mis vecinos tenían una vida muy feliz, yo pensaba, creía en la injusticia, ¿por qué a mí? En la adolescencia, me empezaron a pasar cosas muy bonitas y a ellos no, y era la misma vida. Ahí me di cuenta que era la misma vida con distintos tiempos, y con distintas mezclas. La vida es muy vasta como para decir uno debe ser feliz en la infancia, que la adolescencia es problemática, que después uno se recibe, se casa y se muere. La vida es muy vasta para imponerle este tipo de leyes.

-Tuviste un paso fugaz por la televisión.

– No creo que lo mío sea masivo. Ojalá lo mío sea masivo, eso hablaría de una gran apertura social. Me da pena que la gente no tenga la cabeza lo suficientemente abierta como para jugar con estas cosas, porque así uno se da cuenta de lo patético de muchas situaciones. Por ejemplo, si yo en televisión hago un sketch donde aparezca mi personaje de la monja , que tiene algo con el aborto, con comerse bebés, y me ven con muñequitos de gelatina o de plástico, metiéndolos en una licuadora y tomándome el jugo , la gente podría entender lo bestial que es hacer eso, y de pronto una madre, ignorante, del Chaco, mucama, a la hora de meter su bebé en el inodoro, no lo haría. Estoy convencido de que si pudiéramos abrir un poco la cabeza, el corazón, la mente y aceptar la visión del otro, habría una manera nueva de educar, y de reírse.

–  A la vez parece que te gusta que te llamen de la tele, quedar metido en polémicas.

– Sí, me gusta mucho aclarar las cosas, porque a mí no me gusta que me malinterpreten, no me gusta tocar de oído, estoy muy en contra de muchos dichos, por ejemplo “no aclares que oscurece”, me parece un dicho patético, “aclará  que  aclara.”. Esas cosas de abuela gallega que tenemos incorporadas nos han llevado a una sociedad vergonzosa. Si algo se malentendió, me parece ideal la televisión para aclarar las cosas, y la gente me cree.

 – No tenés miedo de quedar como loco, como alguien que se zarpa todo el tiempo?

– Dese que nací quedé como un loco, así que mucho miedo ya no tengo. Aprendí a convivir con eso.

– ¿Cuánto opinás vos a través de tus personajes?

– Te diría que poco. Peña no considera que Cipe Lincovsky es una mala actriz como dice La Mega, aunque tenga sus tics y sus vicios. Y sus sobreactuaciones y su escuela neo rusa, hiperdramática y profunda, pero no considero que sea una mala actriz, pero La Mega, que no entiende de teatro ni sabe  de teatro, sí piensa que es una mala actriz. Ahí es donde viene el problema: la gente no puede creer que mi personaje haya hecho eso y que yo no crea eso. Entonces viene la típica canchereada argentina cuando me dicen: “porque total lo dijo un personaje tuyo, ¿no?”. Y sí, es verdad, lo dijo un personaje mío. No es lo que necesariamente pienso, para nada. Eso me duele tremendamente, porque me hace entender que la gente no entendió nada.

– ¿Qué vendría a ser la esquizopeña con que titulás tus espectáculos? ¿Una patología, una máquina de producir personajes?

-Si fuera una palabra nueva sería la capacidad de la gente en descubrir todos sus monstruos. Y sí, podría llamarse una fábrica de personajes.

-¿Qué pensás del tema del humor gay? ¿Existe tal cosa?

-Como hay humor de judíos, humor de tartamudos, el humor siempre puede estar dirigido a una raza, clase. Lo que pasa es que siempre también dentro del humor, está el humor tonto, el humor inteligente, el humor ácido y el chiste; los chistes de gays me resultan patéticos. El humor si está hecho de una manera inteligente, irónica, ácida, mordaz,  que a me haga decir “mirá vos, de esto no me había dado cuenta”, me parece  válido y no me molestan los encasillamientos, porque si vas a hacer humor gay te tenés que dedicar a investigar ese tipo de gente. Tiene que haber un humor gay, porque hay cosas que hacen los gays que no hacen los heterosexuales, o las lesbianas.

-También se dice que hay un estilo gay del humor, que se nota en la facilidad para los remates.

– Creo que es una manía de perfección. Es un poco como el final de un pas de deux, es la caída del bailarín y el saludo final, muy de torero. El gay es muy vanidoso, y el remate es vanidad. El remate es la cachetada final, entonces puede ser que sí, que el gay sea más meticuloso en los remates que otro tipo de actor. Es probable. De todos modos, el humor hecho por gays es por lo general más ácido, más cruel. Hay maricas tontas también, pero en general es más sufrido, y es más prolijo. Pasa muchas veces que uno va a un lugar, a un asado, a una reunión, y está el putito gracioso que tiene la virtud de tener una especie de ametralladora  de disparar réplicas, una  musicalización  especial para contar, o de recurrir a palabras, formas, frases nuevas y también mechar expresiones demodés, cosas que dicen las viejas. Tengo un amigo que cuando veíamos caminando de la estación acá, me dice “ay, Peña, dame un vaso de agua que tengo las várices hirviendo”. El gay es muy ocurrente, y tiene un humor que por lo general trabaja mucho con lo absurdo de las mujeres. Es muy difícil que el gay encuentre la parte graciosa del hombre. Creo que el gay le tiene miedo al hombre. Por eso yo soy raro, yo no le tengo miedo al hombre. Tengo más personajes masculinos que femeninos, algo es raro en actores gay de café concert,, yo femeninos debo tener cuatro, y masculinos tengo a patadas. Por lo general el gay resalta más la ridiculez de la mujer de una manera muy graciosa.

 

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