No le gustaban los homenajes, pero para que su palabra poética sea recuperada por aquellos que no lo conocieron, sobre todo los más jóvenes, es necesario evocarlo. Y la biografía será inevitablemente arbitraria, recortada, pero plena de emoción. A un año de la muerte de Alberto Szpunberg, música y palabras que lo recuerdan.

Mañana, 13 de noviembre, Poetas de la Calle y Pista Urbana cortarán el tramo de Chacabuco al 800, en pleno San Telmo, barrio de poesía y candombe, para rendirle homenaje a Alberto Szpunberg, a un año de su partida por Covid 19, ocurrida en Barcelona, España. El tributo, organizado por Lido Iacomini, fundador de Poetas de la calle, contará con textos del poeta que serán leídos por la gran Diana Bellessi, el escritor salteño Carlos Aldazábal, la locutora Liliana Daunes y la periodista que suscribe esta nota.

También será de la partida el músico, compositor, director e intérprete de guitarra Juan Tata Cedrón. El periodista y locutor Víctor Hugo Morales comprometió su asistencia.

Szpunberg había nacido en 1940 y ya a los veintidós años publicó su primer libro. Durante la presidencia de Cámpora fue director de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires y también se desempeñó como docente de Literatura Argentina y Medios de Comunicación en esa casa de altos estudios. Entre 1975 y 1976 dirigió el legendario suplemento cultural del diario La Opinión.

Para Juan Gelman, la obra de Szpunberg “muestra cómo su poesía se ha desplegado tal un árbol de espléndido follaje y de hallazgos constantes. Logra abrir los lados más oscuros de la palabra que viene del real y la devuelve cargada de belleza y de verdad”

Alberto Szpunberg templó con delicadeza sutil textos que dicen, por ejemplo:

La palabra palabra como quien da la palabra,

es la moneda en el puño como si sólo mía fuera:

también la limosna es codicia, controversias

en un tartamudeo que todo lo confunde:

por amor o por espanto, pega lo mismo

la brutalidad que borra lo que iba a decir:

sin punto final, sin puntos suspensivos,

y aunque parezca que todo comienza de nuevo,

pena es el grito, gemido el adiós, pronto el silencio. (Laberinto, en El nombre revelado, 2016))

O escribió estos otros que hoy disfrutan sus lectores:

Habito esta casa,

pero vivo a la sombra

del otro lado.

¿Quién llama a la puerta

si no la propia espera

de mí mismo,

el apremio de las vigas,

el crujido de la madera?

Lo sé:

aunque nunca hubiera

ocurrido,

yo entreabrí una vez

unos párpados que aún me

miran y la clara pupila, como

un pequeño charco,

ya reflejaba un cielo

inexistente.

¿Por qué ojos miro ahora

cuando no veo?

Contaba Bellessi, autodefinida como “una goy errante y después, aferrada a esta país como lo hace un hornerito”,  en ocasión de la publicación de la obra completa de Szpunberg: “leer los quince libros del poeta, día a día, me ha llevado a las lomadas del dolor y del ensueño, de la risa y la irónica sonrisa, del corazón agarrado fuertemente y escapándose a cada rato por las bellas melodías, por las frases que cierran pero no terminan, por la armonía musical que suena desde el principio hasta el final de este largo libro de los libros donde viven todos los compañeros, todas las amadas, todas las esperanzas y la fe en la vida”.

El poeta Alberto Szpunberg en su departamento de San Telmo.

El psicoanalista Abel Langer, que fuera su representante ocasionalmente pero siempre su amigo, desde los tiempos de estudios compartidos en el Nacional Mariano Moreno, señala que el poeta tenía muy claro que el pasaje de la vida a la muerte “es tan un instante, que ni entra en la dimensión temporal. Alberto era muy aristotélico y Kierkegardiano cuando era un muchacho. De hecho, se inclinó por la orientación clásica de Letras, llegó a hablar griego antiguo y durante el camporismo dirigió la carrera”. Después del secundario, ellos se reencontraron en la facultad, junto a otros compañeros del Moreno: los poetas Eduardo Romano y Andrés Avellaneda, Mauricio Schuster que cursó Psicología y Marcos Szlachter, cuyo apellido era tema de discusión y risas permanentes porque nadie nunca acertaba la forma correcta de escribirlo. Marquitos, con quien primero compartieron militancia en la juventud comunista y luego la alternativa guevarista, murió combatiendo en Orán, Salta, en 1964, como integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), que creó Jorge Ricardo Masetti. A él y a Diego Magliano, otro compañero universitario, Alberto les dedicó algunos poemas de ” El Che Amor”, su libro bisagra premiado en Cuba.

Él se veía con las manos la cabeza

los pies ambos codos todos caídos

es decir, miraba pasar las nubes

los pájaros las hojas y era hermoso

vinieron los compañeros a decirle

tiemblen que soplan vientos fuertes

entonces él tomó la tarea

de reincorporarse armarse componerse

apiló la cabeza las manos ambos codos

los pies y desde arriba

barría los pájaros ajugereaba las nubes

bajaba las hojas y era hermoso

entre todos sostenían los sueños

y él tiraba tiraba fortificado.

Y estos enfurecidos buenos aires llevaban volvían

revolvían esas sílabas tan íntimas

con que ellos convocaban al amor.

Acaso el foquismo y el voluntarismo de los sesenta, la muerte y la brújula a destiempo, pero ese era el tiempo y no sólo acá, en casi todo el mundo, por otro mundo. Parece fácil cuestionar con el diario del lunes. Aunque aún se sigue imponiendo revisar la historia con amorosa mirada crítica. Y es necesario hacerlo, con afecto y con dolor, dulce y rigurosamente, para no reiterar errores, por el amor, el pequeño y el grande, para evitar la compulsión a la (errónea) repetición, para abrazar las transformaciones de una manera amplia, es decir con las mayorías y junto a las minorías maltratadas, única garantía de que sea posible, vencer a las fuerzas del mal, las ajenas, las peores, y las propias, las pequeñas miserias y traiciones.

Langer guarda como si fuera un tesoro la colección completa del suplemento cultural del diario dirigido por Jacobo Timerman (con quien siempre discutía) y la reseña de su primer libro, “Poemas de la mano mayor”, publicada por el antiguo suplemento literario del diario Clarín, a mediados del 63. Hay otros poetas, periodistas y artistas que recuerdan con calidez al escritor y periodista radicado forzosamente fuera del país, en Barcelona, España.

El poeta Alberto Szpunberg en su departamento de San Telmo.

La memoria de la poeta italiana residente en Rosario, María Lanese, trae ahora una postal del día que se conocieron en Belgrado “y nos pasamos una mañana entera caminando y buscando hasta encontrar una librería de viejo donde él sabía que había un antiguo y bellísimo libro en hebreo. Alberto hablaba el idioma bíblico del pueblo judío y era capaz también de encontrar los helados más ricos del mundo. Eran su pasión”.

Para el músico Marcelo Moguilevsky, el poeta era el tío Pichi. “Así le decíamos en familia, él es alguien muy hermoso para mi corazón. Fue mi tío político durante muchísimos años. Lo pienso y se me llena la garganta de luz. Algunos lo disfrutaron como el poeta enorme que unió el amor por un sueño de país al que dedicó toda su vida, un tipo de izquierda sensible como pocos”.  El compositor, cantante y multi instrumentista lo evoca “vestido con la misma sencillez con la que hablaba, era de esos tipos que te hacen sentir cercanía de un modo inmediato. Lo conocí mucho antes como tío queridísimo que como poeta. En él se olía cada rincón de Buenos Aires mezclado con la rambla de Barcelona, París, el tango, su acordeón de juventud, el jasidismo, la Rusia de sus padres, Berdichev en Ucrania. Lo tengo siempre conmigo y hasta me atreví a escribir una canción que grabamos en un disco (disponible en Spotify) con el conjunto musical Puente Celeste, sobre su poema No hay después: Cartas que no llegan y agitan las cortinas cerradas a la tarde como si todo siempre recomenzara. La verdad es que agradezco haberlo conocido”.

Tomo un extracto de la hermosa y larga elegía que le hiciera de puño y letra el Pájaro Juan José Salinas, gran amigo de Szpunberg, (no dejen de leerla: es una hermosura su escritura, está muy completa la biografía y se la encuentra en la red de redes). El fragmento es una reproducción de las palabras de adiós que escribió un gran amigo de Alberto, Henry Lerner, con quien se conocían desde su adscripción al EGP. Fue leído durante su funeral. Y dice:

“Los tres, vos, Héctor (Jouvé) y yo, en lo único que jamás discrepamos era en el rechazo, el desagrado por los homenajes. No te preocupes, este no lo es, sólo se trata de mi despedida.
Resulta imposible querer hablar de Alberto al margen de su condición, de su notoriedad, de su ser esencial como poeta. Lo intentaré hablando del hombre, del padre, del compañero cercano, del fraternal y entrañable amigo, del compinche insustituible. No habían pasado más de 48 horas de mi llegada a Cosquín, recién cumplidos los 4 años de condena en la cárcel de Salta, que vino a abrazarme. Nos fuimos caminando hasta la orilla del río. Encendimos nuestros cigarrillos y, terminado el intercambio de rigor de aquel esperado reencuentro, lo primero que se le ocurrió plantear, fue que debíamos empezar a planificar un proyecto de fuga para Héctor y Federico (Méndez), que habían quedado encarcelados con cadena perpetua. La actividad clandestina mandaba elegir un seudónimo, un nom de guerre. ‘A mí me gusta Pedro’, me dijo. Lo miré respondiéndole: ‘si vos sos San Pedro, yo seré San Pablo’.Allí estaba, la inevitable veta irónica judaica nunca ausente en nuestros encuentros. Así fue como, por esas fechas, a mi hijo mayor Jorge, que entonces tenía 3 añitos y apodábamos Tunte, el Tío Pedro lo había rebautizado ‘militunte’. Jorge, al no poder pronunciar bien Tío Pedro, le empezó a llamar ‘Tío Perro’. Y a él, más encantado que nunca, le brillaban los ojos y los bigotes con ese nuevo nombre tan divertido.
Llamaba ‘tesoritos’ a sus hijas, ignorando que el tesoro, la verdadera fortuna, era él, para quienes tuvimos el privilegio de recorrer y compartir más de medio siglo en esta aventura de la vida, entregándonos, sin proponérselo, un invalorable regalo: el milagro de su ternura -en ocasiones llena de socarronería-, o sus ironías y bromas, impregnadas de ternura. “Mejor que hablar de Alberto es darle a él la palabra. Se trata de tres perlas que les dejó, a lo largo de su entrañable relación con nuestros hijos e hijas”.
“La primera: ‘La poesía es la intemperie sin fin’.
La segunda: ante la pregunta de uno de ellos ‘¿Cómo y cuándo se hizo poeta?’ la respuesta: ‘Un día me di cuenta de que no sabía hacer nada. Ese día me autoproclamé poeta’.
“La tercera: ya en la residencia geriátrica, una tarde, entre mate y mate, visitándolo con Jorge, le hace señas para que se acerque y le dice al oído: ‘Tengo preparado un plan de fuga, solo me falta organizar como llegar hasta el ropero’.”
“Tal vez en los inescrutables ‘Senderos de los nidos de araña’, como tantas veces me gustaba repetir evocando a Ítalo Calvino al ritmo de nuestras charlas, divagando a dúo, así elegimos y así nos tocó recorrer nuestras difíciles sendas, tan lejos y tan cerca. Yendo sin saber si volveríamos. Ya nos dejaste tu respuesta. Por eso siempre repetiré: Los hermanos son amigos obligados, los amigos son hermanos elegidos”.
“Buen viaje, Tío Perro. No te olvidaremos, Compañero Pedro, ni se borrará tu nombre querido Albertito, mientras recorres tu camino rumbo a la Tierra Prometida por la que tanto luchamos, montado sobre una nube de palabras y protones hacia la Ierushalaim soñada.”

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?

¨