Notorius condensa como pocas de sus películas toda la maestría del gran director inglés para crear climas y sorprender a un espectador que a la vez teme y disfruta lo que ve. Hitchcock nació un 13 de agosto hace 118 años y sigue siendo un clásico tan insoslayable como placentero.
`Las obras que abarcan el trabajo de una vida pueden reducirse a algunos momentos. Es posible localizar, en un pasaje de ese continuo devenir, la esencia que engloba una extensa producción. Se sabe, cuánto más larga es una trayectoria, tanto más factible es que sea despareja. Hitchcock no es la excepción en sus 53 películas. Hay obras maestras en su producción, hay películas notables, otras buenas, algunas medianamente aceptables y otras decididamente malas, como Topaz (1968) o Pánico en la escena (1950). Subiendo en el nivel, uno podría encontrar films como La dama desaparece (1938), El agente secreto (1936) o Los 39 escalones (1935); todos films de la etapa previa a la Segunda Guerra, girando en torno al tema del espionaje. En un tercer escalón se podría citar a Bajo Capricornio (1949, decididamente, su film maldito), el gótico de Rebeca (1940) o la sorprendente comedia negra ¿Quién mató a Harry? (1955, debut cinematográfico de Shirley McLaine y primera banda sonora de Bernard Hermann para Hitchcock). Antecediendo a las obras cumbres, la saga de inocentes que son acusados de un crimen que no cometieron: Inocencia y juventud (1937, que contiene el más majestuoso travelling de Hitchcock, una panorámica de un salón de baile que culmina sin cortar sobre los ojos de un baterista de jazz), Saboteador (1942), el pequeño gran monumento que es Crimen Perfecto (1953), Intriga internacional (1959), y Frenesí (1972), ese extraordinario canto de cisne del director, a la vez homenaje al Londres de su infancia.
En la cúspide, tras decantar de manera somera y arbitraria la filmografía hithcockiana, estarían aquellas obras donde el director se plantea límites sobre los qué operar: La soga (1948), trabajada en tiempo real, con apenas 8 cortes de cámara; los náufragos en un bote en 8 a la deriva (1944), la subvaloradísima Los pájaros (1963), el gran tratado sobre el arte de filmar que es La ventana indiscreta (1954), con su manejo del sonido ambiente, la reelaboración de la necrofilia en Vertigo (1958), la narración de Psicosis (1960), en base a un tercio del film casi sin diálogos; y la saga de films que elabora a partir de la figura del villano como eje a partir del cual gira la acción: Extraños en un tren (1951), La sombra de una duda (1943) y, la, indudablemente, obra definitiva, rotunda y absoluta, que permite comprender el universo del inglés: Notorious (1946).
En manos de cualquier otro director, el argumento de este auténtico tour-de-force hubiera decantado en algo grosero e irreconocible. Selznick, en la anteúltima película que le produjo a Hitchcock, puso en sus manos un material que, a primera luz, era poco menos que de ciencia ficción. Apenas se había lanzado la bomba atómica sobre Japón cuando empezó el rodaje de un film que planteaba la idea de un grupo de nazis en Río de Janeiro contrabandeando desde Europa elementos para fabricar armas nucleares. Un agente secreto de los Estados Unidos, Devlin (Cary Grant), convence a la alicaída hija de un colaboracionista para que viaje con él a Brasil a frenar semejante movida. La hija, Alicia Huberman, es una impagable Ingrid Bergman, a quien llevan porque el millonario líder nazi en Rio era amigo de su padre. El acaudalado se llama Alexander Sebastian (un genial Claude Rains), que vive en una mansión con su madre (Leopoldine Konstantine).
La película ofrece un triángulo amoroso clásico, de esos que escasa vez exploró Hitchcock: Sebastian está secretamente enamorado de la hija de Huberman, quien inicia a su vez un romance con Devlin. Cuando Grant y la Bergman se besan por primera vez, lo hacen con un erotismo que sorprende en el siempre puritano Hitchcock. Con todo, para que la misión avance, para que se sepa cómo Sebastian contrabandea desde Europa uranio enriquecido, hay que cruzar el Rubicón: “La historia de Notorious es el viejo conflicto entre el amor y el deber. El trabajo de Cary Grant consiste en empujar a Ingrid Bergman al lecho de Claude Rains”, grafica Hitchcock a François Truffaut. Efectivamente, Devlin deja que Alicia seduzca a Sebastian y se termine casando con él.
El triángulo suma un nuevo integrante, que juega para uno de los lados: la señora Sebastian, posesiva madre de Alex. Un viejo cliché hitchcockiano es el factor edípico, el vínculo madre-hijo: se ve en Los pájaros, en Marnie, en La sombra de una duda, en la relación de Jimmy Stewart con su ama de llaves en La ventana indiscreta. Incluso aparece en pocos minutos la madre del personaje de Grant en Intriga Internacional (Jessie Royce Landis, apenas 8 años mayor en la vida real que Grant). La complejidad edípica alcanza su cenit en la obra del inglés en Notorious. Ningún hijo está tan abiertamente dominado por su madre en un film de Hitchcock como Alex por la señora Sebastian. Encima se trata del malo de la película. La madre de Sebastian duda de Alicia y de sus intenciones, él mucho no le cree. Pero cede cuando descubre que Alicia y Devlin entraron a la bodega de la mansión y encontraron el uranio escondido en pequeñas partículas dentro de las botellas de champagne.
El beso apasionado de Grant y Bergman, el travelling de la escalera hacia la mano de ella, que tiene la llave de la bodega; de a poco, como un mago, Hitchcock suma momentos fascinantes que arman un relato extraordinario. Agreguemos un tercer momento, que sirve como transición a lo que se desencadena en la última media hora. Alex, solo en su habitación, comprendiendo la verdad, para terminar refugiado en el regazo de mamá. La señora Sebastian es una versión matriarcal de Lady Macbeth y decide tomar el toro por las astas, convenciendo al hijo de eliminar a la nuera. El plan es sencillo: envenenar a Alicia, pero en cuotas, para que nadie sospeche, con gotitas de veneno en su té, para que se vaya debilitando de a poco y todo parezca una enfermedad que avanzó rápidamente. Además, es una manera de evitar la ira de los demás nazis, que no dudan en eliminar a los elementos débiles de la causa del Tercer Reich.
En medio de todo esto, un nuevo momento sensacional: Alicia despreciando a Devlin, sacrificada ella en pos de la misión. Él la echó a los brazos de Sebastian, y ella asume su rol. Pero habrá un final feliz, para el cual el director montará el momento más sensacional de la película, y el que quizás resuma toda su obra. Si un momento condensa la obra completa de Hitchcock, ése es tal vez el final de Notorious. Todos sus elementos, sus obsesiones; en suma, su idea de qué es el cine, está plasmada en el fantástico descenso de la escalera, desde la habitación hasta la sala de estar en la mansión de Sebastian.
Repasemos: Devlin entra a la casa, Alicia agoniza en su habitación, sabedora ya de que ha sido envenenada de a poco. En la pieza, ambos se reconcilian, y él decide llevársela a un hospital. Abajo Sebastian, más los otros jerarcas nazis, departiendo tras la cena. Devlin sale de la habitación con una desfalleciente Alicia, cuando justo llega Sebastian al último escalón de la escalera. Los encara: Devlin le dice que se la lleva para desintoxicarla, de otra habitación sale la madre de Alex, los cuatro están en el último escalón de la escalera. Abajo, al oír las voces, se acercan, al peldaño inferior, los otros nazis. Comienza el increíble descenso, que Hitchcock monta a partir de un plano general de los nazis, desde la perspectiva de la escalera, con la cámara descendiendo, complementado con el plano de los cuatro bajando más tres primeros planos: Devlin con Alicia agarrada de él, Alex y la madre.
Empiezan a bajar, con Devlin encañonando, solapadamente, a Sebastian. Los nazis sospechan algo, la madre dice en voz alta que Alicia se siente mal y que la llevan al hospital. Sebastian asume una dureza que supera a su madre, que está al borde de perder el control, y le dice a Devlin: “Sepa que no tengo miedo de morir”. Apenas han bajado un par de escalones, y la réplica de Grant es de las más grandes de la historia del cine: “Este es el momento para demostrarlo”. La madre, cuchicheando, le pide al hijo que se vaya con ellos al hospital, ella asume el peligro que se cierne si los otros descubren quién es Alicia. Cuando terminan de bajar, el rostro de ese grandísimo actor que fue Claude Rains habla por sí solo, dilatando la respuesta a la pregunta que le hicieron apenas empezaron a bajar la escalera: “Ella…eh…tuvo un colapso”. Amaga a irse con la pareja de espías. La madre decide sacrificarse cuando los otros nazis le preguntan si no va al hospital. “No, me quedaré a esperar a mi hijo”.
Si Hithcock fragmentó la compleja secuencia de los cuatro personajes bajando la escalera, lo que hace a continuación es exactamente lo opuesto: comprime en un solo plano, y con la cámara elevándose mientras Sebastian, tomado de espaldas, sube los escalones del porche para entrar a la casa luego que Devlin le niega el ingreso al auto. Los nazis sospechan algo, lo llaman: “Alex, ven por favor”, y éste regresa; ya sabemos qué le pasará una vez que se cierre la puerta de la mansión, en lo que representa el final de la cinta.
La idea de suspenso en Hichcock remite a la suspensión del tiempo, esto es, a lo irresoluto de una situación provocando inestabilidad en quienes la atestiguan (los espectadores). Esa inestabilidad es buscada, y solo se supera restaurando el orden temporal, salvando ese salto en el relato, que es el conflicto. En Notorious, el momento de mayor inestabilidad es el clímax, que es la secuencia de la escalera. A eso sumemos la complejidad psicológica de los cuatro personajes: la madre posesiva que intenta sacrificarse por el hijo, el nazi Sebastian que amaga con decir la verdad a riesgo de su vida pero que luego se quiere ir de la mansión, la pareja de espías, que ha pasado las mil y una. Agreguemos la especificidad de la relación entre los Sebastian y la enorme complejidad del montaje. El meter más de un plano por segundo en su última película en blanco y negro, en una ducha, con una mujer apuñalada mientras se baña, es simple efectismo al lado de la alternancia de planos del final de Notorious. Ninguna toma está de más, el orden de los cortes es perfecto, el tempo es inigualable, la tensión se acumula de manera inenarrable durante ese breve lapso, con un tremendo poder de síntesis, y con un guión de Ben Hecht (colaborador fundamental del Hitch de los 40) que ofrece frases justas al compás de los pasos mientras bajan. Hay películas enteras, escenas largas, grandes momentos en Hitchcock, pero ninguno tan breve y a la vez tan intenso como el desenlace de Notorious. Y además, es un momento ciento por ciento cinematográfico. Se puede narrar de muchas maneras: con la palabra escrita, con la música, con la pintura. Pero este momento sólo puede potenciarse a partir de una cámara, de manera inigualable. En los papeles, es una cosa, y he ahí la importancia del story-board, como elemento fundante del Hitchcock teórico; en la práctica es perfecto, y encima dialoga, de manera espejada con la toma final, armada de manera opuesta: cámara que sube, plano general, ascenso de una escalera, toma de espaldas.
Del regordete director se ha dicho todo y a la vez queda todo por decir. Su universo es particular, y entre tantos momentos, éste reluce como el que más. ¿Lo habrá asumido así? Nunca lo sabremos, por más que 30 años más tarde, al filmar la escena final de su última película, Family Plot, la ¿falsa? medium que interpreta Barbara Harris guiña un ojo (¿será Hitch el que nos guiña?) sentada en una escalera.