Este texto fue leído en la presentación de “El Relato Macrista”, de Marcos Mayer. Un recorrido por las “palabras talismán” del presidente y sus funcionarios, el desinterés por el pasado y el tan mentado como inexistente “diálogo”. (Fotos: Horacio Paone).
Disentir, debatir, discutir con el kirchnerismo es visiblemente más interesante, más exigente y más enriquecedor, que hacerlo con el macrismo. Pueden dar cuenta de ello, según creo, no quienes adhieren con fervor a uno o a otro proyecto, quienes con fervor se posicionan contra uno o contra el otro, sino quienes han sido (y en rigor de verdad, debo decir: hemos sido) opositores al gobierno kirchnerista, en su momento, y ahora lo son (y en rigor de verdad, debo decir: lo somos) del gobierno de Mauricio Macri. En el continuo temporal del desacuerdo político resalta, diría que sin duda alguna, cuánto más estimulante es discrepar con Horacio González, con Ricardo Forster, con María Pía López, con la propia Cristina Kirchner, que hacerlo con Alejandro Rozitchner, con Darío Lopérfido o con Gabriela Michetti.
No se trata, como se advertirá, de la fatigada fórmula del “pensar distinto”, sino de otra cosa, un tanto diferente: del pensar más o del pensar menos, del pensar mucho o poco. Por eso lo que se ha planteado Marcos Mayer con El relato macrista es todo un desafío: producir hondura crítica en un paisaje de planicie estricta, dotar de densidad a lo que se presenta bajo el aspecto de una superficialidad cabal, llenar de contenido lo aparentemente hueco, afrontar la difícil complejidad de lo que, de por sí, se ofrece como sencillo hasta la banalidad. Marcos Mayer va a encarar su análisis del macrismo a contrapelo de su objeto, pero no ya por no ser macrista, sino por las premisas mismas del pensamiento crítico, su ambición de agudeza y filosidad, su desconfiar de la simpleza, su afán de elaboración y pormenor.
Ya desde la portada del libro, se ofrecen las primeras coordenadas del disenso conceptual: “relato”, “construcción”, “mitología”. “Relato”, en efecto, para contrarrestar un proyecto político que pretende no tenerlo, bajo la rudimentaria identificación de la noción de relato con la mentira, con la ficción, con el engaño; como si se pudiese hacer política sin relato, prescindir del dar sentido, de tramar una secuencia de hechos, de contar y de contarse. “Construcción”, en efecto, para rectificar un encuadre penosamente elemental que esgrime su suma de espontaneidades presuntas como prueba de autenticidad garantida. Y “mitología”, por fin, en efecto, para desbaratar la inclinación facilonga a denominar mitología a las creencias de los otros, llamar mitología a toda creencia siempre y cuando sea de otros, para poder pensarse como carentes de ellas.
Marcos Mayer sale a interceptar el culto macriano del hacer, hacer y hacer; ahí donde el hacer se constituye en la refracción del pensar (Mayer sobre Alejandro Rozitchner: “Lo que el filósofo de Cambiemos propone es pensar menos y hacer más”), y aun del premeditar (“pese a lo que digan adherentes u opositores al gobierno, no se da la imagen de un plan que pueda deducirse claramente a partir de las medidas tomadas”); sale a rebatir ese “reino sin discusiones de los hechos”, en el cual las palabras pasan a ser “un estorbo”, a menos que se las reduzca, jibarización verbal mediante, a la chata condición del eslogan, de las fórmulas a repetir a manera de mantra, en un estado de virtual catatonia mental.
“Verdad”, por ejemplo, es señalada por Marcos Mayer como una de esas “palabras talismán”, “permanente muletilla”, “enunciación un tanto circular” (porque Macri dice la verdad, sí, entendiendo por verdad aquello que diga Macri), “verdad sin ética” (se la afirma, pero no se la demuestra). El reino de los hechos, ese imperio de lo concreto (lo inmediato, lo manifiesto) y de una verdad autodeclarada, se impone como “el espacio de una alternativa única”: pese a las invocaciones al diálogo, “la manera de hacer y sentir verdaderamente es una sola” (o mejor: precisamente porque la manera de hacer y de sentir es una sola, y ya está decidida, se puede invocar el diálogo, dejar que los otros hablen. Porque, total, ¿qué importa?).
Tras la declamada atención a los hechos y a lo concreto, Marcos Mayer detecta hasta qué punto el relato del macrismo se resuelve en abstracciones, y lo hace precisamente ahí donde más debería concretizarse y especificar: ¿para quién gobierna? Para “el futuro”. ¿Quién gobierna? “La realidad”. ¿Con qué motor? El de “el entusiasmo” (“el entusiasmo sirve para esconder los intereses en juego detrás de cada medida”). ¿Con qué criterios? Los del “mercado” (“el mercado es la abstracción favorita del mercado”).
Pero El relato macrista no se reduce a ser la descarga catártica de un ensañamiento crítico, haciendo de Macri y del macrismo una troupe extemporánea de entorpecidos envasados al vacío. La clave de su enfoque es que plantea que “hay una sintonía entre la visión oficial de la realidad y las ideas y prácticas que circulan en la sociedad”. En esa correspondencia, en la indagación de esa correspondencia, hay que calibrar el espesor del análisis de Marcos Mayer. Porque en esa correspondencia y en esa sintonía cobran toda su dimensión y su más pleno sentido político la disposición a cortar con el pasado para vivir en un puro presente (cortar con todo el pasado: no sólo el de la historia, del que el macrismo poco parece saber, o el de la última dictadura militar, del que el macrismo poco parece querer saber, sino también con un pasado más reciente, incluso propio, como el de la gestión de Macri en la ciudad de Buenos Aires, de la que se habla relativamente poco); la lógica aplanada del pragmatismo de coyuntura (“todo lo importante se conjuga solamente en tiempo presente”); el culto a la buena onda (y su correlato: los antídotos contra la mala onda, incluyendo la sesión de exorcismo brujeril llevada a cabo en la Casa Rosada a poco de asumir el mando); el ejercicio permanente de una “moral del optimismo”, una política del “estado de ánimo” que constituye al círculo dirigencial de Cambiemos en una especie de “secta de la felicidad”; la combinación ideológica inefable de psicología conductista, autoayuda, berretadas new age y voluntarismo para ejecutivos empresariales, combo letal para cualquier voluntad de pensamiento en serio.
El kirchnerismo aparece por necesidad en el análisis que propone Marcos Mayer, en general como antitesis del macrismo, pero a veces también en correlación, o como marco de referencia (tengo ahí mis mayores diferencias, si se me permite decirlo. Yo no hablaría del “episodio López”, por ejemplo; yo no lo llamaría “episodio”); estableciendo sus diferencias con el gobierno actual (que se centra en la necesidad de deshacerse pronto y por completo de ese pasado inmediato y ominoso, “pesada herencia”), tanto como con ciertos medios periodísticos (que se ocupan del kirchnerismo, porque gobernó, mucho más que del macrismo, aunque gobierna).
Marcos Mayer toca en varios puntos de su trabajo un aspecto del relato macrista que considero revelador: “una postura cool que no logra diferenciarse del todo de la indiferencia”. La indiferencia, la completa indiferencia, como clave de comprensión de una modalidad política peculiar. Macri no sólo no tiene carisma, tampoco se propone tenerlo, no le importa. Ciertas declaraciones insólitas de algunos funcionarios, expresiones consumadas de desconocimiento absoluto, “no son meros lapsus, son desentenderse de problemas a los que no les interesa prestar atención” (esto incluye lo que Macri dijo, o no dijo, sobre los desaparecidos). Mayer habla de una “deliberada ignorancia de los usos y costumbres de la política” (y la palabra a subrayar, a mi entender, es “deliberada”) y destaca que la relación del macrismo con el pasado es más que nada de desinterés (“toda discusión al respecto se considera bastante ociosa y poco interesante”), antes que de supresión (la amnistía/amnesia propulsada por Menem) o de revisión (la “verdad completa” que reclaman Cecilia Pando y sus secuaces).
La indiferencia, ni más ni menos. Que sirve también para comprender a qué se debe tanta disposición inicial al diálogo, tanta apertura al que piensa distinto, tanto ejercicio de tolerancia: qué fácil es dejar que el otro hable, cuando lo que pueda llegar a decir no importará en lo más mínimo. El macrismo no interrumpe, no acalla, no alza la voz; pero tampoco, en general, responde. Son más accesibles tales virtudes republicanas para aquellos a quienes, lo que se diga, les resbalará olímpicamente, les importará redondamente tres belines.
La indiferencia es un componente clave para el relato macrista. Marcos Mayer le interpone este libro, llamado El relato macrista, porque no puede ni quiere caer en ella.