Actor, compositor, intérprete, el autor de Venecia sin ti y de La Boheme, entre muchos éxitos, fue un hombre que creyó en el valor de los textos de sus canciones. Se sentía más cerca del tango que del jazz y estaba orgulloso de ser francés y armenio al mismo tiempo.
Charles Aznavour llega a la entrevista rodeado de una comitiva. Es el más bajito de todos, pero se destaca en el amplio grupo que conforman sus dos hijos, su manager, el brasilero Manuel Paladian, un funcionario de la embajada francesa cuya función es despejar cualquier duda idiomática, la encargada de seguridad –cuya mirada mete más miedo que sus músculos, que no disimula- y su agente de prensa. Como para que no queden dudas de que a los 85 años, este francés de origen armenio, autor de éxitos inoxidables como La boheme y Venecia sin ti, que ha compuesto más de seiscientas canciones, sigue siendo una estrella. Y como corresponde, no hace ostentaciones. Se resiste un tanto a quitarse para las fotos un echarpe turquesa, y deja que sean los demás los que se sonríen ante algunas réplicas que mezclan la sabiduría y la distancia irónica que sólo dan la experiencia y los años. Por ejemplo, cuando, ante el segundo recital de despedida que dará en Buenos Aires, el 19 de septiembre, apenas un poco más de un año después de que hubiera cantado aquí presuntamente por última vez, dice con una voz que se parece mucho a la del escenario que “los mejores adioses son los que se demoran”. Y tiene bien claro que se espera de él. “En mi próxima presentación no va a haber grandes novedades. Si no canto las canciones viejas, la gente se enoja.”
El tono irónico se reitera ante la pregunta por el placer de cantar ante el público: “En realidad, el primer placer, que comparte tanta gente en el mundo, es simplemente cantar. Cuando se gana dinero con eso, el placer ya pasa por el dinero y no por cantar.”
-Usted es hoy el mayor representante de lo que se conoce como la “chanson française”. ¿Qué la distingue de otras canciones?
-El texto –la primera réplica es tajante. Los textos franceses son claramente más ricos que los de cualquier otra canción. Conozco las letras de los chilenos, de los franceses, de los españoles. Ninguna llega tan lejos como las letras de los franceses. Aquí tuvieron algo parecido en algún momento. Cuando Horacio Ferrer escribió Balada para un loco, estuvo cerca de esa calidad. Entre los norteamericanos hay algunas canciones, no muchas, que tienen esa fuerza, pero la mayoría proviene de las comedias musicales. En cuanto a la música en sí, puede decirse que la canción francesa es más extranjera que francesa. Tiene cosas de la java, del jazz, del tango, como se ha señalado muchas veces. Los melodistas franceses deben apelar a ritmos que no son nuestros, que no son típicamente franceses. Yo sólo puedo hablar de las canciones francesas, de cierto tipo y calidad de intérpretes y de autores que únicamente dio Francia como es el caso de Georges Brassens, Charles Trenett, por supuesto, que no se encuentran en el extranjero. Los franceses tienen la canción, y puede decirse que los ingleses y los norteamericanos tienen la música.
-¿Por qué ese valor del texto en la canción francesa?
-Creo que, desde el Siglo de las Luces, los franceses tienen una relación especial con la cultura, leen mucho. Se edita muchísimo, y por lo que sé los editores de libros no son gente que invierta para guardarse su producción bajo el colchón. La gente aprecia mucho la cultura y los extranjeros que llegan a Francia, como ha ocurrido con mi familia, suele ser gente que lee mucho. Hay muchos autores extranjeros a los que les gusta mucho escribir en francés. La lengua es rica y tiene enormes posibilidades expresivas. No hay país en el que ocurra algo semejante. Hay muchísimas palabras que no tienen traducción en otros idiomas. Por ejemplo, en portugués existe una de esas palabras intraducibles: saudade. En francés, con pudeur pasa lo mismo. Pudor o vergüenza como dicen ustedes es sólo una traducción muy aproximada. Hay gente que quiere reducir nuestro vocabulario, “simplificarlo”. Y es un error.
-Se dice que hoy el lenguaje está empobrecido. ¿Cree que es así?
-Es normal que todas las lenguas adopten palabras extranjeras, sobre todo cuando no poseen alguna con ese significado. Lamentablemente, en Francia, hemos olvidado muchas palabras bellas y las hemos reemplazado por otras detestables como franchising.
-Usted ha cantado muchas de sus canciones en otros idiomas. ¿Cómo se sintió con eso?
-Cuando me toca pasar mis canciones a otro idioma me siento realmente incómodo. Hago como en el colegio, trabajo con un diccionario al lado de los papeles. Pero aún así, las letras que logro están muy cerca de lo que quiero decir. La traducción no es exacta, por cierto, porque es imposible. Pero a la hora de interpretar esa canción en español, en italiano o en inglés, aunque las palabras sean diferentes, el fondo es el mismo. Y me siento orgulloso de haber logrado llegar en su idioma a los ingleses, a los españoles, a unos pocos alemanes, a los argentinos…. Hacerlo me da mucho placer, hay algunas canciones que me gusta más cantarlas en otro idioma. Me pasó en italiano con Le cabotin, traducida como L’istrione (El histrión). Durante un recital estaba entre el público Mario del Mónaco y la canté. Y él se paró y dijo “L’ Istrione sono io”.
Aznavour ha dejado siempre en claro su origen y luego de los terremotos que asolaron Armenia en 1988, se comprometió con el país de su familia y creó un fondo para ayudar a los niños que sufrieron las consecuencias del sismo. “Mi padre nació en Georgia y mi madre era turca. Y yo me crié en París, por lo tanto mi música es una mezcla internacional: tiene de todo: ritmos españoles, rusos, norteamericanos y también árabes. Si he triunfado creo, es por saber subrayar los textos. No soy el único, por cierto.”
-Las letras de sus canciones son como pequeñas historias. Incluso ha dedicado un tema –Comme ils disent- a un transexual, que suele interpretar su gran amiga Liza Minelli…-Todo puede ser cantado. El mismo tema puede ser tratado de manera vulgar o de manera muy pudorosa. Y el mensaje se transmite de manera diferente. Jamás he escrito una canción vulgar. Aunque al comienzo de mi carrera tuve problemas para que pasaran un tema mío por la radio que se llamaba Après l’amour. Y por cierto hay canciones mías que no se pueden cantar en la iglesia. Pero lo que sigue produciendo escándalo es el amor. Hay una cierta universalidad en mis textos. Lo que hace que mis canciones peguen en el extranjero. Lo que me interesa sobremanera es el sonido de las palabras, así como otros se interesan por el sonido de las notas musicales. Pero no invento, todo lo que canto existe.
-Usted grabó hace unos años Jazznavour un disco totalmente dedicado al jazz. ¿Cómo es su relación con el jazz?
-Yo diría que soy un cantante de tango más que un cantante de jazz. Y hay una razón para eso, el tango fue la música de mi infancia. En las boites pasaban cantantes de tango muy conocidos. Y se los escuchaba en la radio. Pero los músicos de jazz tomaron muchas de mis canciones, aunque no sé cómo escribir un fragmento de jazz, como sí ocurría con Charles Trennett.
-Cuando está en su casa, tranquilo. ¿Qué discos le gusta escuchar?
-No escucho canciones, escucho radio. La radio me da una diversidad musical que no encuentro en mi casa. Cuando uno pone un disco, elige. La radio nos da una enorme variedad, música clásica, jazz, pop, todo. Y ahora la radio, que había perdido un poco el rumbo, vuelve a ser una muy buena opción.
-¿No lo cansan estas giras?
-Sí, enormemente. Sobre todo, cuando los viajes son tan largos como esta gira. No debería haber viajes que durasen más de cuatro o cinco horas.
-No parece posible…
-Bueno, si los aviones fueran más veloces…
-¿Es verdad que sólo come una vez al día?
-Desayuno fuerte a la mañana, apenas como algo al mediodía. Y la mayor parte de las noches no como. He llegado hasta esta edad siguiendo este régimen. No hay que comer tanto, lo suficiente para vivir. Me parece que usted no estaría tan de acuerdo (risas). La gente cree que la salud pasa por comer. La madre le dice al hijo: “come, come”. Vea lo que pasa con la obesidad de los niños en los Estados Unidos.
-¿Qué puede decirse hoy de Edith Piaf?
No, no diría nada, todo lo que pueda decir no aportaría demasiado. Podría hablar del tiempo en que viví en su casa, de los años en que fui parte de su entorno. Creo que su carrera reemplaza todas las palabras que podamos usar para hablar de ella. Pareciera que los ingleses y los norteamericanos me consideran un especialista en Edith Piaf pero no es un lugar que me guste ocupar.