La palabra “despedida” es elusiva y abusada. Este texto del cineasta Marcelo Schapces, amigo y estrecho colaborador de Coco Blaustein, quizá sea una despedida, pero habla de un Coco más cercano a lo entrañable que a lo épico. (Foto de portada: Horacio Paone).
¿Por qué hay tantos hombres
y tantas mujeres tristes en el país?
¿Por qué a cierta hora del día
parece que un oleaje de tristeza
fuera a arrasar la ciudad?
Juan Gelman
Hoy esta pregunta del poeta la podemos responder nosotros con el susurro, el grito o el estertor de la contraseña cifrada, nombre para nada secreto, que tanto puede ser de él o ella, pero que explica de sobra el porqué del oleaje: “Coco”. Ha partido el Coco, ¿nos ha dejado? ¿o sólo ha partido para acompañarnos para siempre?
Hemos compartido Perisur y Oaxaca. Hace más de cuarenta años, en la calle Miguel Ángel de Quevedo 134 en el DF mejicano, fijamos la mirada al mismo tiempo en la reciente edición de Nueva Imagen de Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti. Desde aquel tiempo a hoy han pasado cines y sobremesas, proyectos y cenas, películas y series realizadas juntos y encuentros culturales y actos políticos y campañas y un sinfín de colaboraciones. Centenares de situaciones juntos, generadas, compartidas, y ahora viene a mi memoria un viaje a finales del 2001, mientras se iniciaba la sucesión récord de cinco presidentes en el país, y con Coco y Paula, enorme amiga común con quien éramos pareja en aquel momento, veníamos de zamparnos un cochinillo delicioso degustado en un mediodía en Segovia, y protagonizamos un tremendo accidente en el auto de regreso por la carretera a Madrid. Él manejaba, hubo un momento de incertidumbre provocado probablemente por su apnea, el inicio del despiste, mi grito desde atrás, alertando con inevitable imprudencia, y el susto de Coco volanteando a 120 km por hora para que el auto diera tres vueltas (una de ellas, la primera, en el aire) y cayera inclinado en una banquina lateral. Íbamos los tres, yo atrás sin cinturón. Golpeado, pero sin ninguna herida, recuerdo mirar a Coco y a Pau arropados por los airbags y yo preguntando si estábamos todos bien. La respuesta afirmativa de ambos hizo que casi enseguida comenzaran las risas y luego las carcajadas por lo absurda de toda la situación. Habían pasado menos de dos minutos cuando ya un servicio de la guardia civil de carretera nos ayudaba a salir y llegaba una ambulancia. Hasta esa situación hemos atravesado juntos. Y la hemos disfrutado.
Caprichos del destino, en aquella escena fundacional en la librería Gandhi entre Coyoacán y San Ángel, estaba conmigo nuestra amiga hermana del alma Silvia, exiliada como Coco, que me lo presenta cuando nuestros brazos se alargaban al unísono en busca de la novela de Conti. Y ahora, en este lunes fatídico, me ha tocado estar desayunando en casa de Silvia, 41 años después, y enterarnos juntos de la partida de Coco. Un círculo perfecto, malditos sean los caprichos del destino. En aquel momento, a poco de ser presentados (él 26 o 27, yo 21 o 22), Coco ya me estaba contando que conocía al Rapi Diego, un ilustrador y cineasta cubano que quería filmar la novela. Así era Coco, un hacedor de relaciones, un constructor de amistades, un ayudador serial, un romántico de novela, pero al mismo tiempo con un cinismo tan moishe con el que me identificaba, implacable con la miseria propia y sutil hasta la carcajada solitaria con la ajena.
Coco era cinco años mayor que yo y fue una especie de tutor, alguien que me abrió caminos. Lo recuerdo ahora rodeado de sus “chicas”, las chicas de Coco, casi un canon mítico, todas amazonas valientes que atravesaron su vida y lo acompañaron siempre: Lili, la Mechuda, la Cordo, Gra, Silvi, Pau, Dolo, Tami, Vir, Noe, Mica, algunas de las que conocí, alguna que le presenté. Lo he visto a Coco desde siempre amar con desmesura: a su madre ingobernable, a sus hermanos, a su historia de judío centroeuropeo, a los compañeros y compañeras, a sus chicas, a las Madres y a las Abuelas, a las melli de su hermano Eduardo, a su historia política en el peronismo setentista, y a todos sus amigos y amigas que eran casi legión. Así rodeado, dando y recibiendo, tutelando y promoviendo como un inclaudicable empujador de las ilusiones de quienes lo hemos rodeado.
Coco gallina, Coco actor
Sin duda Coco es un caso singular, uno de los imprescindibles, como se ha dicho y escrito en estas horas sin él. Como si fuera poco, fana de River, de un Millo de paladar negro que no le gusta que juegue mal aunque gane, de los que disfrutamos de la pose de Amadeo, de la clase de Ermindo y Daniel y de los bombazos de Pinino; de la pelota naranja del Beto y del Enzo, de los equipazos que sufrieron los 18 años sin campeonatos y de la resurrección y la gloria desde Ángel al Pelado, de bancar con dolor orgulloso la caída en 2011 y delirar con el ciclo del Muñeco, apoteosis de Madrid incluida.
Rarezas, en 1988 lo hice actuar a Coco en mi documental sobre Alberto Breccia y sus hijos (Breccia x cuatro). En el viejo bar El Almacén de Palermo, reprodujimos una mesa de truco como la inaugural de El Eternauta y como si fuera Favalli, Coco barajaba y pronunciaba su frase canchera: “…Al mejor de tres chicos, ¿como siempre?…”. Años más tarde, en 1996, yo era asistente de dirección de Luis Barone en su película 24 horas, algo está por explotar y lo convidé nuevamente para que, Itaka en mano asaltara con Martín Adjemián y otros dos “malvivientes”, una estación de servicio, y resistiera a cohetazo limpio la llegada de la policía hasta caer de manera hollywoodense. Nos matábamos de risa y Coco disfrutaba como un chico de la “clase” de manejo del arma que le daba el especialista de efectos especiales.
Han sido fines de semana en su casa del Tigre de la “isla de los periodistas”, encuentros, cenas y proyectos concebidos y ejecutados desde la casa de Julián Álvarez, la de Lafinur, o la de El Salvador, y en las decenas de bares y restaurantes que lo acompañé y compartimos. Fue de los pocos, si no el único, al que siempre le acepté sumarme como sea y en lo que sea que me proponía. Y siempre fueron aventuras que valieron la pena: Cazadores de Utopías, Botín de guerra, Acá estamos, hasta el último proyecto, durante este año y pico de pandemia, junto a Edu, que escribió el guion para un thriller político, una ficción internacional sobre el avión en peligro que rescató a Evo Morales y lo llevó refugiado a México. La interminable red de contactos de Coco nos permitió entrevistarnos con Evo, con García Linera, con el funcionario de la cancillería mejicana que estuvo a cargo de la diplomacia del vuelo, con el presidente Alberto Fernández en la Casa Rosada. Ya veremos como un día, esta historia apasionante se hace realidad en la pantalla como otro homenaje a Coco.
Otra vez, ¿nos dejaste o solamente te fuiste para que estemos juntos? Tu cuaderno de notas de vida da para contar varias. No alcanzaría el tiempo y mejor así. La cámara se aleja mientras el grupo de compañeras y compañeros hechos racimo, te escucha narrar junto al fuego. Invitás a la discusión, a la carcajada rasposa que rompe toda solemnidad y así nos quedamos, disfrutando juntos en un travelling lento que hace eterna la despedida, mientras corren títulos de crédito y ningún espectador quiere irse del cine.
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