Fue el canto del cisne de una banda al borde de la extinción. En 1969, la música, por no decir el mundo, había cambiado y el rumbo a seguir implicaba apartarse del destino Beatle. Abbey road, junto con la portada más comentada de su historia como grupo, es  una talentosa despedida en un  fondo de  canciones con destino de eternidad.

Foto 1. Mediodía del viernes 8 de agosto de 1969.  El fotógrafo Ian Macmillan tiene diez minutos para una sesión de fotos. Objetivo: lograr la imagen perfecta para la tapa de un disco. El lugar: el número 3 de Abbey Road, en el distrito londinense de St. John´s Wood. Macmillan se para en una escalera, a metros del cruce de peatones de Abbey Road y Grove End Road. Los fotografiados comienzan a cruzar la calle. John Lennon, vestido todo de blanco; le sigue Ringo Starr, de traje oscuro; luego, con un traje claro, Paul McCartney, que lleva unas sandalias; cierra George Harrison, todo de jean. Cruzan de modo despreocupado, como si fueran unos transeúntes más. Es la primera toma. Habrá unos minutos para otras fotos. Macmillan sabe que puede lograr una imagen mejor.

Parecía el peor final: Let It Be había quedado incompleto y los Beatles en estado de virtual destrucción. Solamente faltaba hacerlo oficial. El intento de McCartney de hacer un sonido a la vieja usanza, desprovisto de todo artilugio sonoro, chocaba con la descomposición de la banda, era un paso atrás en un programa estético que ya había dado lo mejor de sí. Antes de aquel terrible comienzo del año 69, habían ocupado todo un año para el doble Álbum Blanco, en el que habían tratado de desandar el camino del barroquismo y la psicodelia del 67. Lo más lógico era tomar bríos para un disco que no fuera lo que resultó siendo Let It Be. El paso en falso quedaba coronado por metros de película y cintas sonoras que nadie tenía muchas ganas de editar. George Martin se había apartado en pleno caos, durante el desastre, cuando el clima tremendo que captaron las cámaras.

Por eso no dejó de ser sorpresivo para el productor el llamado de Paul: “Hagamos otro disco”, le pidió el bajista. Martin consultó si había quórum con los otros tres. Lo había. “Hagámoslo, pero como en los viejos tiempos”, pidió el productor. Esto es: desterrar el mal clima imperante en todo 1968 y volver a la disciplina en el estudio.

Foto 2: Macmillan propone fotografiarlos cruzando del otro lado. Ahora deben caminar en fila desde la vereda de enfrente de los estudios de EMI. Siempre en el orden establecido: John, Ringo, Paul y George. Es casi un calco de la foto anterior, salvo que ahora cruzan del otro lado. Harrison es el único que amaga con mirar a la cámara. No parece una buena foto.

El reencuentro en Abbey Road para hacer lo que en el ambiente se respiraba como el último disco de los Beatles en estudio implicó recuperar descartes de Let It Be. Concretamente un tema que Lennon y Harrison odiarían, que suena en la película del disco trunco, y que tal vez sea el único ¿punto flojo? de Abbey Road. Quizás hayan grabado “Maxwell´s Silver Hammer” a regañadientes. La canción no deja de ser novedosa: un sintetizador sonaba por primera vez en un disco de los Beatles.

El mal clima aun imperaba desde aquel invierno tormentoso de Let It Be. Lennon no quiso participar de la grabación y se quejó porque la producción del tema fue la más cara del disco. Muchos años más tarde, fue Starr el que sumó sus críticas a la canción.

Como fuese, Abbey Road no dejó de ser un disco con hegemonía de Paul, tal cual sucedía desde Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band. Su extraordinaria calidad de melodista se haría sentir en “Oh! Darling” y en el lado B del disco, el que iba a coronar la carrera de los Beatles.

Foto 3: Los Beatles vuelven a cruzar desde la vereda del estudio. Paul ahora va descalzo. Cuando cruzan, se ve detrás un Rolls-Royce y un típico colectivo rojo de dos pisos. Solamente Harrison camina a desgano, como en las dos fotos previas. Los otros tres miran al frente. Mientras el guitarrita es captado cuando flexiona su pierna derecha para dar otro paso, John, Ringo y Paul son tomados dando pasos largos. Es una señal de cómo debería ser la imagen que Macmillan busca.

El rock ya era un arte mayor para 1969. Y los meses de grabación de Abbey Road vieron el lanzamiento de varias obras maestras, como Let It Bleed, de los Rolling Stones, In The Court Of The Crimson King, de King Crimson; Led Zeppelin II, de Led Zeppelin; y Tommy, de los Who. El espíritu de los 60 iba a encontrar su cara más espantosa apenas 24 horas después de la sesión de fotos de Abbey Road, cuando la “familia” de Charles Manson cometió su raid criminal en Hollywood, con Sharon Tate como su víctima más famosa. Una semana después de la sesión de fotos, iba a suceder otro episodio que iba a definir el futuro inmediato.

En Bethel, en las afueras de Nueva York, un festival convocaba el 15 de agosto a cientos de miles jóvenes. Durante cuatro jornadas, tocaron artistas como Joe Cocker, Joan Baez, The Band, Creedence, Johnny Winter, Janis Joplin, Santana, Jimi Hendrix, Grateful Dead y Neil Young. Woodstock cambiaba las reglas del juego. No solamente por la masividad, con casi 400 mil asistentes, sino también porque ahora sí que no cabía duda que el rock tenía identidad propia por fuera del universo beatle y porque la estética consagrada en esas 96 horas anunciaba los años por venir: el mundo cerrado de la canción de tres minutos daba paso a otra cosa, a la improvisación, al jam, a la libre experimentación, al cruce con el jazz y el soul, a un nuevo lenguaje que no había tenido cabida en el huracán surgido en Liverpool.

De forma quizás premonitoria, como anticipando lo que vendría, y como modo de adelantar su propio final, los Beatles iban a hacer su aporte en Abbey Road. En el lado B, después de “Here Comes The Sun” y “Because”.

Foto 4: Macmillan vuelve a propone un cruce desde la vereda opuesta a los estudios de EMI. La foto es casi un calco de la segunda imagen, salvo que la distancia entre los cuatro músicos no es tan pronunciada y otro colectivo rojo espera para pasar. Aparte que McCartney no tiene puestas las sandalias.

El “medley” o “popurrí” de Abbey Road es el corazón del disco. Lennon y McCartney pegaron fragmentos inconexos de canciones para una suite que sirve como la despedida del grupo. La idea amplifica de alguna manera lo hecho en el cierre de Pepper, cuando Martin intercaló un fragmento compuesto por Paul entre dos secciones de una canción de John para dar a luz “A Day In The Life”. Salvo que aquí tenemos no seis minutos, sino quince, prácticamente un tercio del disco. Starr lo ponderó como lo mejor jamás hecho por la banda en Abbey Road (no hacía referencia solamente al disco: remitía más bien a la carrera del grupo).

Para llegar al medley primero había que pasar por cosas como los anuncios del Lennon solista en “Come together”, un tema que tranquilamente entronca con la línea de “Yer Blues” en el Álbum Blanco,  y “I Want You (She´s So Heavy)”, acaso el gran momento de zapada de la banda en su historia; la extraordinaria “Something” (único single cara A de Harrison en los Beatles y “la mejor canción de amor jamás escrita”, según Frank Sinatra, que la versionó); el revival al mundo marino de “Yellow Submarine” que es “Octopus´s Garden”;  y la enajenante “Because”, último experimento vocal con armonías a tres voces, algo antes escuchado en 1965 con “Yes It Is” y “Nowhere Man”.

Foto 5: El tiempo se acaba y Macmillan sabe que todavía no consiguió la imagen deseada. Los cuatro Beatles vuelven a cruzar desde la vereda de los estudios, de izquierda a derecha. Bajo un cielo totalmente despejado, la banda atraviesa el paso peatonal. Cuando Ringo está por cruzar en la mitad (la referencia del fotógrafo para tener cierta proporción), Macmillan hace click. No lo sabe todavía, pero ya tiene la foto. Y cuando la revele no quedarán dudas. La simetría es de una perfección casi total. Apenas hay elementos que desentonen, en un cruce en el que, para mejor, no se ven autos de fondo. Lo perfecto es enemigo de lo bueno: Lennon está ligeramente inclinado hacia la derecha; detrás suyo, los otros tres caminan en fila recta. La apertura de piernas en el paso es casi idéntica. El único que distorsiona es Paul: lleva la pierna derecha por delante; mientras que sus compañeros dan el paso adelante con la izquierda. Además, va con un cigarrillo en la mano derecha, cuando es zurdo, lo que alimentará cierta paranoia acerca de si está vivo. Sobre la cabeza de Lennon se ve a un extraño; el turista norteamericano Paul Cole alegará ser ese hombre; por encima de Paul se ve a tres hombres: son empleados de los estudios, están en la puerta de entrada. Un Volkswagen mal estacionado sobre la acera completa la panorámica.

Abbey Road se lanzó el 26 de septiembre de 1969. Habían pasado diez meses desde la salida del Álbum Blanco. Entre medio, había aparecido la banda sonora de Yellow Submarine. Los intereses de la banda ya no eran grupales. Lennon se casó en marzo con Yoko Ono en Gibraltar y pasaron su luna de miel en la cama, mientras él devolvía su condecoración a la Reina. Paul también pasaba por el registro civil para casarse con Linda Eastman, responsable de las fotos que se ven del cruce del 8 agosto por fuera de las de Macmillan. Ringo ya probaba suerte con la actuación y filmaba con Peter Sellers The Magic Christian, sobre una novela de Terry Southern, uno de los inmortalizados en la portada de Pepper. Y Harrison seguía componiendo sin posibilidad de meter más de dos temas suyos por disco, a la sombra de Lennon y McCartney.

El final se avizoraba y Abbey Road funcionaba como canto de cisne. Lennon pasaba su peor época con la heroína y los problemas financieros por los manejos de Allen Klein seguían a la orden del día. La grabación del disco significaba, de manera implícita, darle un cierre a los Beatles, en un momento en que nadie pensaba que las cintas de Let It Be verían la luz. No había mejor despedida posible, y con ese medley que a su modo anunciaba que no había más nada que hacer después de “The End”, por más que Paul regalara los acordes de “Her Majesty” en el cierre del LP.

 

Foto 6: Hay tiempo para una toma más. Paul se vuelve a calzar las sandalias para un nuevo cruce, por tercera vez de derecha a izquierda según la posición de Macmillan. Otra vez se ve un colectivo rojo de fondo. No es una buena foto, apenas tan discreta como las primeras. No cabe duda que la quinta de las seis fotos que saca Macmillan es la que tiene destino de portada.

La simbología sobre la presunta muerte de Paul sumó un nuevo capítulo con Abbey Road. El “one and one and one is three” de Lennon en “Come Together” era el aporte lírico a la tapa del disco. Si Pepper mostraba en portada el cortejo fúnebre de los Beatles, acá el muerto era Paul, supuestamente muerto desde 1966 por un accidente de moto.

Repasemos: Lennon va de blanco, como en la liturgia anglicana; Ringo viste de traje, como un sepulturero; Paul marcha descalzo, como los muertos rumbo al cementerio; y George, vestido de manera informal, es el deudo, el que cierra el cortejo.

El significado es, probablemente, mucho más simple, máxime cuando el cruce es desde la vereda del estudio de grabación: los Beatles salen de Abbey Road, dejan la casa que cobijó cada canción, cada disco, desde 1962.

Pero para eso todavía falta, primero hay que definir la portada del disco. La idea es llamarlo Everest, no por la montaña más alta del mundo, sino por la marca de cigarrillos que fuma Geoff Emerick, el ingeniero de grabación. Alguien sugiere sacarle una foto al Everest. ¿Vale la pena ir hasta el Himalaya? Entonces surge la idea de sacarse una foto en la puerta del estudio. Paul boceta con lápiz: la foto podría ser de ellos cruzando la calle en fila. Hay acuerdo. Llaman a Ian Macmillan y agendan el 8 de agosto al mediodía.

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