Falleció el miércoles pasado a los 78 años producto de un cáncer, alcanzó al cielo en los 60 con The Ronettes cantando “Be My Baby” y, pese a atravesar un calvario por culpa de Phil Spector, se mantuvo durante medio siglo en los escenarios. Socompa rescata esta entrevista publicada por Vanity Fair (2018) donde habla de su infancia en el Harlem hispano, del rock, de la rebeldía, la fama y de la admiración de fans incondicionales como John Lennon, Bruce Springsteen, Eric Clapton, David Bowie y Joey Ramone, entre otros.

Sus grandes éxitos, entre los que destacan Be My Baby y Walking in the Rain, sobrevivieron cincuenta años. Incluso sobrevivió a Phil Spector, el hombre que los compuso para que los cantara junto a su hermana Estelle y su prima Nedra. Juntas eran The Ronettes. Hoy, sigue cantando esas canciones y conserva el apellido artístico tomado del que fuera su productor y marido, aunque no tiene la menor intención de hablar de él. Mucho menos de cómo huyo en 1972, descalza y ayudada por su madre, de la mansión californiana en la que su marido de entonces la mantenía encerrada. Era una ápoca en que se celebraban las excentricidades del creador del Wall of Sound, al que acudían Beatles y Beach Boys como a un gurú. No fue hasta 2009, cuando un tribunal sentenció que Phil Spector había matado con una de sus pistolas de colección a la actriz Lana Clarkson, que el mundo dio la razón a Ronnie.

-¿Viaja usted con un séquito muy numeroso?

-No demasiado. Siempre me dicen que debería llevar más gente, como hacen los grandes artistas, pero soy una chica muy reservada y sencilla. Aparte de los músicos y mi marido, vienen conmigo un asistente que me ayuda con el vestuario, el técnico de los videos y el tour mánager. En los viajes sólo quiero un asiento cómodo en el avión y que me dejen hacer pis antes de despegar. Soy fácil de contentar. Para los conciertos también: un té o un café en el camerino y nada más. Nunca como antes de actuar. Sería horrible que se me escapase un eructo en una canción, ¿no? Para arreglarme soy de la vieja escuela, lo hago prácticamente todo yo, y sólo necesito que me ayude a peinarme mi asistente cuando casi he terminado. Eso sí, tardo dos horas y tengo que parar un par de veces para fumar.

-¿Recuerda cuando se peinó así por primera vez?

-Perfectamente. Tenía once años. A esa edad empecé a cardarme el pelo, a pintarme la raya del ojo tipo Cleopatra y también los labios. Cuando me vio mi madre comenzó a gritarme: “¡No podés ir así al colegio! ¡Los chicos se volverán locos! Ya con The Ronettes hacíamos seis funciones diarias en un teatro de Brooklyn y nos pasábamos horas y horas en el camerino. Ahí es cuando de verdad comenzamos a pintarnos la raya cada vez más larga y a cardarnos el pelo hasta hacernos unas colmenas gigantes. Competíamos entre mi hermana, mi prima y yo para ver quién se lo hacía más grande. El mío atravesaba la capa de ozono.

-Usted creció en el Harlem hispano de Nueva York durante los 40 y 50, un lugar especialmente conflictivo. ¿Cómo era la vida entonces allí?

-Me encantaba mi barrio. Había un montón de gente de todas partes y siempre estaba sonando música. Te encontrabas a grupos cantando en las esquinas y se oía música latina saliendo de las ventanas de los apartamentos. Iba a las cafeterías y bailaba los éxitos del momento de Little Richard o Chuck Berry. ¡Adoraba el rock and roll! No se me ocurre un sitio mejor para ser una adolescente entonces.

-¿Qué le atraía más del rock, la rebeldía o la fama?

-Creo que las dos cosas. Mis amigas en el colegio y el barrio eran todas hispanas, lo lógico sería que hubiera escogido en el colegio clases de español, pero me anoté en francés. ¡Quería ser diferente! Fue una idiotez, hoy sólo sé decir “je m’apelle Veronique”. La cuestión es que entonces estaba tan convencida de que sería una actriz famosa en el mundo entero, que viajaría a Europa para hacer películas glamorosas y que el público me adoraría. Tenía una imaginación muy viva de niña. En algo acerté, porque me he dedicado durante más de cincuenta años al negocio del espectáculo. Me quedé con la espinita clavada de ser actriz, un sueño que todavía deseo cumplir algún día.

-Su padre era de origen irlandés y su madre una afroamericana con sangre cherokee. ¿Sintió en aquella época algún tipo de discriminación racial?

-No donde vivía. Básicamente porque allí éramos todos de razas diferentes, había mucho mestizaje. Alguna vez vivimos algún problema por el color de piel de mi madre, pero fue una excepción. Aunque es verdad que no era sencillo ser una chica mestiza cuando era joven. Fuera de Nueva York existía mucha discriminación, especialmente cuando viajábamos al sur, o incluso en el medio oeste. Algunas cosas han cambiado para mejor. Ahora ves todo tipo de razas en la televisión y las revistas, e incluso hemos tenido un presidente negro.

-En los 60, el rock and roll era un espacio dominado por hombres, en el que a las mujeres se les reservaba el papel de groupies en la mayoría de las ocasiones. Sin embargo usted logró hacerse un hueco en ese mundo y sus colegas la trataban como a una igual.

-Nosotras nos llevábamos genial con los chicos de todos aquellos grupos maravillosos y pasábamos más tiempo con ellos que cualquier otra banda formada por chicas. A la única a la que recuerdo en esos años actuando en el Brooklyn Fox es a Dusty Springfield. Yo la ayudaba a hacerse el cardado. En nuestra primera gira por Inglaterra, en 1964, éramos el único grupo femenino de un cartel compuesto junto a otros seis masculinos, pero la verdad es que nos divertimos muchísimo. Todos eran muy educados y respetuosos con nosotras y nos encantaba tocar juntos, compartir esa experiencia. Eran tiempos más sencillos, estábamos descubriendo el mundo y lo único que nos importaba era disfrutar haciendo música.

-Hubo un momento en el que se rebeló contra la percepción de que The Ronettes era un grupo de productor, en el que las cantantes eran intercambiables y sólo importaba la labor de Phil Spector. ¿Sintió que se le hacía de menos por no ser la autora de las canciones que interpretaba?

-No presto atención a esas cosas. Podría hablarte de cómo contribuí decisivamente en las letras y señalarte los títulos de canciones que se me ocurrieron a mí sin recibir crédito alguno por ello, pero ahora me da igual. Además, así eran las cosas entonces y, aunque no estaba bien, los primeros 60 fueron una época extraordinaria si te dedicabas al rock and roll. Por otra parte, creo que una vez que daba con la canción adecuada siempre la he hecho tan mía como si la hubiera compuesto yo.

-Sus mayores éxitos son canciones sobre el amor adolescente. ¿Cómo se defienden estos temas siendo ya una mujer adulta?

-¿Quién dijo que yo haya crecido? ¡Sigo siendo una chica en mi interior! Además, cada vez que me subo a un escenario hay gente en el público que me ve cantarlas por primera vez, así que yo también me contagio de esa sensación. Una de las claves de que siga aquí después de tanto tiempo es que mi voz no ha perdido la honestidad e inocencia de los inicios. De hecho, Be My Baby la canto todavía en el mismo tono: mi.

-Y eso que es fumadora habitual desde hace décadas. ¿Cuál es el secreto para para mantener su voz?

-Hago ejercicios vocales antes de cada concierto, pero poco más. Supongo que lo fundamental es que mi casa está rodeada de árboles, llevo una vida muy tranquila y feliz, y, salvo contigo esta mañana, hablo muy, muy poco.

-En agosto cumplirá 75 años, su carrera abarca más de medio siglo y ha conseguido todo lo que una cantante puede aspirar a lograr. ¿Qué le empuja a salir de gira?

-Me encanta el escenario. Minutos antes de salir me pongo muy nerviosa, el corazón se me sale del pecho cuando anuncian mi nombre, pero una vez que salgo siento que es mi lugar, el sitio en el que más cómoda me encuentro. Es como si tuviera una enfermedad y el contacto directo con el público es mi cura. Si paso más de dos semanas en casa, mis hijos y mi marido no me soportan. Me paso el día dando vueltas con mi cochecito por la ciudad o yendo de compras. ¡Necesito hacer rock and roll!

-¿Qué ha cambiado en sus giras?

-Después de estos últimos años, que han sido los más felices de mi carrera, intento ponerme las cosas lo más fáciles que puedo, aunque una gira nunca es algo sencillo. No podés evitar las partes malas, como las esperas en los aeropuertos, los viajes en autobús, llegar cada día a un hotel distinto… Todo eso es agotador. Es un desgaste de energía que solo lo recupero cuando me encuentro frente al público, que vuelve a recargarme. A lo que sí que he tenido que renunciar es las fiestas post concierto. Ahora toda la diversión se limita al escenario, donde no escatimo ni canciones ni fuerzas.

-¿Sigue escuchando música? ¿Hay alguien que le llame la atención?

-Pongo discos todos los días, pero ya no enciendo la radio. No entiendo qué quieren contar ahora y tampoco logro que me interesen esas letras. Bueno, cierto, está Bruno Mars, que es muy bueno, y ese chico pelirrojo… ¿Cómo se llama? Sí, Ed Sheeran. Tienen mi respeto. Un artista que se planta él solo, sin artificios, con su guitarra delante de miles de personas y canta así de bien siempre tendrá mi respeto. Lo que está claro es que no hay nadie que haga lo mismo que yo.

-Brian Wilson, George Harrison, Bruce Springsteen, Eric Clapton, David Bowie y Joey Ramone entre otros se declararon fans incondicionales de Ronnie Spector. John Lennon directamente se enamoró de usted.

-Lo divertido es que fueron ellos los que se acercaban a mí. Todos me conocieron antes de que yo supiera quiénes eran. Eso debía sorprenderles, porque la mayoría de la gente con la que trataban solían sentirse intimidados. Habría dado igual, a mí nunca me ha pasado eso, nadie me intimida. Por suerte tampoco he experimentado celos ni envidias en este mundillo. Lo único que me importa es la música, lo demás da absolutamente igual.

-De todos los músicos que ha conocido, ¿quién diría que es el de mayor talento?

-Sin duda, Brian Wilson, de los Beach Boys. Diría que es el artista más importante surgido en los 60 y probablemente uno de los mejores de todos los tiempos. Ha sido capaz de cantar, componer, producir, escribir arreglos y tocar más y mejor que nadie, a un nivel inalcanzable. He tenido la oportunidad de verle en concierto con su banda en los últimos años y sus canciones me siguen emocionando.

-Hace poco publicó en su Instagram una foto junto a Keith Richards , el otro rockero ilustre que además de usted que vive en Connecticut.

-¡Eso sí que fue divertido! Coincidimos en el dentista. Cuando éramos jóvenes solíamos vernos en mi hamburguesería favorita de Londres y ahora con la edad nos encontramos en los médicos, ¿qué te parece? Hay cosas, sin embargo, que no han cambiado nada. Keith sigue siendo un chico muy tímido. ¡Todavía se sonroja al verme el escote! Tuve que abrocharme un par de botones de la camisa para que no lo pasara mal. ¿Qué le voy a hacer si tengo las tetas tan grandes?

-Uno de los sonidos característicos de las canciones de The Ronettes era el de las castañuelas, que ustedes introdujeron en el pop. ¿Sabía entonces que era un instrumento de tradición española?

-¡Por supuesto! Cuando salíamos a bailar música latina siembre había alguna mujer tocándolas en la banda. De ahí tomamos la idea. Yo no fui capaz jamás de hacerlas sonar así de bien. Nunca he sabido tocar ningún instrumento. Tampoco leo música. Sin embargo, las incorporamos a nuestra coreografía, imitando con un gesto que las usábamos. Lo curioso es que se convirtió en nuestro paso de baile más conocido.