Tan prolífico como genial, excéntrico y comprometido, dejó un legado de más de cincuenta álbumes. Una conversación sincera con uno de los más originales e inteligentes creadores de la música y la contracultura. Un Frank Zappa en estado puro, honesto, frontal e irónico, entrevistado por la revista PlayBoy cuatro meses antes de fallecer en Los Ángeles. De yapa: “Muffin Man”, en vivo, del año 1977.

-En cierta ocasión usted dijo que su trabajo consiste en “extrapolarlo todo hasta su extremo más absurdo.” ¿Todavía mantiene sus palabras?

-Ese es, sin duda, uno de mis trabajos. Seguramente lo era el día que lo dije. Pero sí, bueno, me gusta llevar las cosas hasta sus extremos más ridículos, porque allí, en el límite, se encuentra el tipo de entretenimiento que me gusta, el que más me divierte.

-¿Se siente frustrado cuando la gente anda lenta de reflejos y no le capta?

-La cuestión es sencilla: si te divierte, estupendo. Si no te divierte, mándalo todo a la mierda, sin más. Yo lo hago, sobre todo, porque me divierto. Si de paso le gusta a alguien más es como una bonificación extra. ¡Premio!

-¿Hasta qué punto es importante para usted provocar continuamente y ofender a la gente?

-Yo no hago eso. Ya no escribo canciones como antes, pero la gente sigue ofendiéndose con mi sola música. Me limito a poner una serie de acordes, pero la gente quiere ritmo con el que poder bailar. Se tropiezan al tratar de bailar mis canciones, es así de simple. A algunos no les gustan nada en absoluto, lo que me tiene sin cuidado.

-Usted ofendió a mucha gente con el poster de Phi Zappa Krappa.

-Es posible. ¿Y qué?

-Y con algunas de sus bufonadas de la época de Mothers of Invention, como el famoso concurso de vulgaridades.

-Nunca hubo tal concurso. Fue un rumor. De uno al que se le cruzaron los cables. Se le disparó la imaginación. Dijo que yo llegué a comer mierda en el escenario y otras tonterías por el estilo. Muchos sufrieron una gran decepción al saber que no lo hice. No hay ni una palabra de verdad en ese concurso de vulgaridades.

-Otro rumor dice que se meó usted sobre el público.

-Nunca he sacado el pito en la escena, ni lo ha hecho ninguno de mi grupo. Lo único que tuvimos en el escenario fue una jirafa de trapo equipada con una manguera y un surtidor automático de crema chantilly. Debajo de este surtidor teníamos una bomba de aguardiente de cereza. Así es como celebramos el 4 de Julio de 1967. Alguien ondeó la bandera y encendió la bomba, que reventó el culo de la jirafa. Otro del grupo puso en marcha el disparador de crema chantilly y la crema bañó al público. No sé, a mí me parece divertido.

-Usted se sirve de sus canciones para llevar a cabo ataques políticos. Escribió usted Rhymin’ Man sobre Jesse Jackson. ¿Qué le hizo a usted Jesse Jackson?

-A raíz de un artículo que decía que Martin Luther King había muerto en los brazos de Jesse. También se decía que Jackson mojó sus manos en la sangre de King o que usó sangre de pollo para manchar una camisa que llevó durante días, cuando se dirigió a los medios de información. Así que hice esa canción acerca de la posibilidad de comunicarse a través de canciones de cuna, como se jactaba de hacer el pastor Jackson. Me irritaron sus declaraciones. No estoy diciendo que todo lo de Jackson es negativo, pues estoy de acuerdo con él en algunas cosas; pero esa, concretamente, me parece repugnante

-También atacó usted en una de sus canciones a C. Everett Koop, ex inspector general de la Sanidad estadounidense.

-Una revista llevaba un artículo que decía más o menos: “El doctor Koops responde a sus preguntas sobre el Sida.” Y ese señor explicaba que el sida había pasado del mono verde al ser humano. Especulaba con la posibilidad de un nativo que, al desollar a un mono verde para comérselo, se cortó. Y así fue como se transmitió el sida del mono al hombre. ¡Valiente estupidez! Parece sacado de uno de los cuentos de Grimm, pero en versión para subnormales profundos. Tiene pinta de personaje de cómic con su uniforme y todo. Antes de Ronald Reagan, ¿quién había visto a un inspector general de sanidad vestido como el ridículo protagonista de Katzenjammer Kids?

-Por canciones como Dinah Moe Humm, He’s So Gay y muchas otras, se le ha acusado de ser sexista, misógeno y misántropo.

-Hay quien no sabe apreciar las bromas, quien carece de humor y va por la vida con cara de amargado. En general, más de uno me ha atacado para llamar la atención. Pero no soy antigay, ni mucho menos. Cuando Ross Perot hizo saber que se presentaba a las elecciones, quería que escogiera a Barney Frank como candidato a vicepresidente. Es uno de los hombres más notables del Congreso. Es todo un ejemplo para los jóvenes gays, y también para los otros, por supuesto.

-A usted se le criticó por canciones como Bobby Brown Goes Down y He’s So Gay.

-Mire, soy una suerte de periodista. Tengo derecho a decir lo que quiero, decir acerca de cualquier tema. Si el otro no tiene sentido del humor, mala suerte.

-Es lo que usted dijo cuando fue atacado por la Liga Andifamatoria por Jewish Princess?

-Se empeñan en convencer al mundo de que no hay princesas judías, cuando en realidad las ha habido. Exigieron que me retractara y me negué. Todavía tengo su carta clavada en la pared. Armaron una buena, pero era una tormenta en un vaso de agua. Querían demostrar que aquí, en el mundo del rock, había un movimiento antisemita que estaba socavando la fe judía. Pero el caso es que yo no me inventé lo de la princesa judía. Las hay y me limité a escribir sobre ellas. ¿No les hizo gracia? ¡Allá ellos!. A mí me da igual. También los italianos tienen princesas y no pasa nada.

-¿Qué motiva sus ataques? ¿Es cuestión de rima o de razón?

-Me revuelvo contra lo que me molesta. Me gustan las cosas que funcionan. Si algo no funciona, lo primero que hay que preguntarse es el por qué, hay que preguntarse cómo es que nadie hace nada al respecto. El gobierno, por ejemplo. La mayoría de las instituciones. El sistema educacional es una mierda.

-¿Cómo es eso?

-Las escuelas no valen nada porque los libros no valen nada. Del tiempo de George Washington, los cerezos y el “yo no sé mentir”. Unos comités, presionados por movimientos de derechas, han expurgado los libros, de manera que su contenido sea coherente con el punto de vista criptofascista. Cuando mandás a tus hijo a la escuela se encuentran con esos documentos, que forman parte de una industria multibillonaria, de índole fraudulenta. A los estudiantes se les atiborra de tantas falsedades que cuando dejan la escuela no están preparados para nada. No sabe leer, ni escribir, ni pensar. ¡Para que luego hablen del abuso de menores!

-¿Ha encontrado usted una escuela alternativa para sus hijos?

-En California puedes sacar a tus hijos del colegio a los quince años, si es que pasan el examen de equivalencia. Y los tres primeros lo han pasado. A Diva le faltan un par de años.

-¿Dónde estudiaron antes de que escaparan?

-Los llevamos de la escuela pública a la privada, de la una a la otra, intentando siempre que tuvieran a su disposición la mejor educación posible.

-Al margen de lo que aprendieron en la escuela, supongo que en su casa recibieron una educación.

-No es fácil aprender en casa. Eso sí, han conocido a gente del mundo entero, de todas las nacionalidades, de todas las razas y de todos los niveles sociales. Los chicos no están confinados en su cuarto.

-¿Qué les ha dicho usted acerca de la droga?

-Me limité a decirles: “Tienen en la televisión ejemplos de drogadictos y de las burradas que llegan a hacer esos tontos.” Lo entendieron muy bien. Lo mejor que puedes hacer por los chicos es darles la posibilidad de que decidan por su cuenta. Empleo un programa de riesgo y recompensa. Uno de mis chicos viene para decirme que quiere hacer algo determinado. Le digo que no me parece bien. Si él o ella sabe convencerme, con un razonamiento lógico, de que estoy equivocado, entonces pueden hacer eso que quieren. Me parece que es lo más justo que se puede hacer.

-¿Cómo conoció usted a su mujer, a Gail, su compañera inseparable?

-Ella trabajaba en Whiskey-a-Go-Go en Los Angeles. En cuanto la vi, me enamoré.

-¿Es verdad que no le compró un anillo de boda?

-No tenía así que cuando nos casamos le prendí en el vestido un bolígrafo. Era un vestido de premamá, pues ella estaba de nueve meses el día de la ceremonia.

-Hoy día, y sobre todo dentro de su profesión, un matrimonio que dura veinticinco años es algo poco frecuente. ¿Cómo lo explica?

-Cada cual está contento con lo que hace. A ella le va bien con lo suyo. Por otro lado, paso tanto tiempo de gira, que a mi vuelta siempre nos alegramos de vernos y es como volver a empezar. Y luego está el que nos gustamos el uno al otro, nos sentimos cómodos juntos y sería una estupidez el romper.

-A raíz de su última gira, dijo usted que ya no volvería a salir, que aquélla había sido definitivamente la última.

-Bueno, es que me salió muy cara. Perdí 400 mil dólares, y naturalmente no quiero volver a pasar por eso…

-¿No extraña…

-¿…la vida del rock-and-roll? No.

-¿Y la actuación ante un público?

-Un poquito. De vez en cuando me digo que voy a tocar la guitarra, pero cuando pienso en todo lo que debo hacer para conseguirlo, se me van las ganas.

-¿Seguro que tiene usted alguna teoría de por qué su música gusta más en Europa que en Estados Unidos?

-Por lo general, los alemanes siempre han apoyado a los nuevos compositores. Y han contado siempre con una tradición musical sólida y bien promocionada.

-¿Era la música clásica su intención desde un principio?

-Así es como empecé. No escribí rock and roll hasta después de cumplir los veinte años, pero escribí todo tipo de música. No podía tocarla, pero sí escribirla.

-¿Tocaban música sus padres?

-No. A mis padres no les interesaba.

-Su padre se ganaba la vida trabajando con gas venenoso. ¿Fue usted consciente de lo que eso significaba?

-Sí. No me quedaba otro remedio. Donde vivíamos, nos veíamos obligados a tener máscaras de gas colgando de la pared en caso de que se rompiesen unos depósitos de gas venenoso que estaban cerca. Pero mirando hacia atrás, me digo a mí mismo que si esos depósitos se hubieran estropeado, las máscaras de gas no nos habrían salvado la vida. Era una auténtica chapuza.

-¿A qué distancia estaban esos depósitos de donde vivían ustedes?

-Eran depósitos de gas mostaza, y estaban en una zona acuartelada. Nosotros vivíamos a una manzana de distancia de esa mierda. Teníamos una percha en la entrada, donde colgaban las máscaras. Yo usaba la mía como escafandra espacial, como un juego.

-¿Sus padres eran religiosos?

-Bastante.

-¿De misa y confesión?

-Oh, sí. A mí me obligaban a ir. También me obligaron a ir a la iglesia católica. Pero duré muy poco. En cuanto el pingüino salió tras de mí con la regla en alto, ya no volvieron a verme el pelo.

-Era usted muy cabeza dura.

-Sí. A pesar de todo, seguí yendo a la iglesia con cierta regularidad hasta los dieciocho años. Entonces se me encendió la lucecita. Toda la morbosidad insensata y la disciplina eran muy enfermizas… Sangre por aquí, dolor por allá, y nada de carne los viernes. ¡Valiente mierda!

-¿Le tentaron las drogas?

-Me bastó con mirar a la gente que las tomaba, y que eran capaces de hacer barbaridades y pensar que eran cosas fantásticas. Probé la marihuana a ver qué pasaba con ella. Me dio dolor de garganta y ganas de dormir. Pero bueno, no voy a ser como Bill Clinton, que niega haber fumado. Lo que pasó es que no me hizo gracia. El tabaco me gusta mucho más.

-¿Es cierto que Mick Jagger le quitó una astilla del dedo gordo del pie?

-Sí. Se presentó en casa cuando yo daba saltos a la pata coja, debido a la astilla que me había clavado. Y él me la sacó. Buena historia, ¿eh? Me gustó su comportamiento y también el de los Stone. Aunque últimamente su música era floja y como desganada, porque era un mero producto. Era música pop hecha para cubrir un encargo de una compañía de discos.

-¿Le sorprendió saber que tenía fans detrás del Telón de Acero?

-Sí. Y mucha gente a la que yo no gustaba nada… como la policía secreta.

-¿Qué tenía contra usted la policía secreta?

-En Praga me informaron de que los mayores enemigos del partido comunista checo éramos Jimmy Carter y yo. Un estudiante que conocí me dijo que la policía le había arrestado y golpeado, que le dijeron que le iban a sacar de dentro y a golpes la música de Zappa.

-¿Siguió usted con interés la caída del Muro de Berlín y el descalabro del comunismo?

-Sí, aunque me sentí decepcionado por lo ocurrido desde entonces. Mirá, en esa parte del mundo, el tipo corriente es igual al tipo corriente de cualquier otro sitio. Tiene los mismos deseos. Quiere tener algo que comer, un techo bajo el que guarecerse. No quiere pasar frío. Si tiene un arte o una habilidad, quiere poder desarrollarlo. Por desgracia, esta gente tan normal está representada por unos estúpidos, gente mala, igual que pasa aquí. Pero quieren lo que quieren. El tipo de allí es como el de aquí.

-Usted ha dicho que no puede hacer cosas que le gustaría hacer, como lo de presentarse a presidente, debido a su enfermedad. ¿Cómo afecta el cáncer a su vida?

-Cuando te dicen que tenés cáncer, la vida te cambia dramáticamente. Es como si te hubieran marcado al rojo vivo. Para la profesión médica estadounidense, sos un trozo de carne. Se te complica la vida, pues al margen de vivir y hacer cosas, tenés que combatir la enfermedad. Ya el hacer música es complicado, pero si a eso le añadís el tener que viajar y el esfuerzo físico que eso implica, se te cae el mundo encima. Por otro lado, la medicación que tomás, sea la que sea, te jode en cantidad.

-¿Sigue usted una medicación específica?

-He engordado casi veinte kilos, porque la medicación que sigo me llena de agua. Soy un globo andante. No podés tomar una Advil o un Nuprin y olvidarte sin más. Es una guerra jodida.

-¿Puede usted viajar y hacer una vida normal o, por el contrario, debe permanecer cerca de sus médicos?

-Hombre, tengo que pasar pruebas cada dos meses. Y conviene tener a mano un médico que te inspire confianza. No me gustaría tener que ir a un hospital ruso. En un sitio así te podés morir en seguida. Una amiga mía sufrió un accidente de coche en Rusia y le llevaron a un hospital para curarla. No tenían anestesia ni jeringas disponibles. Cuando el médico le estaba haciendo la cura sin anestesia, se limitó a decirle: “No se preocupe. Nadie se nos ha muerto de dolor”.

-¿Cuándo se enteró usted de que tenía un cáncer?

-Me enteré en la primavera de 1990.

-¿Así, de sopetón?

-Llevaba enfermo varios años, pero no me habían diagnosticado nada. Y en un momento dado me puse tan mal que tuvieron que llevarme al hospital a toda prisa. Una vez internado, me hicieron varias pruebas y descubrieron que tenía un cáncer desde hacía ocho o diez años. Pero para cuando lo descubrieron, ya no cabía el remedio de operar.

-Le sometieron a otros tratamientos?

-Me sometí a un tratamiento de radiación que me jodió mucho. Tenía que haberme sometido a doce sesiones, pero al llegar a la once, grité ¡basta!. Me sentí tan mal que desistí de seguir adelante con esa terapia.

-Pese a todo, parece ser que usted es capaz de seguir adelante a pesar de la enfermedad. Sigue usted en activo, componiendo, por ejemplo…

-Hay días mejores que otros. Lo malo es que hay días que no podés estar sentado, y claro, estar sentado es muy importante a la hora de trabajar. Yo solía trabajar dieciséis y hasta dieciocho horas al día. Me iba a la cama y luego me levantaba y me ponía a trabajar, y estaba estupendamente. Pero ahora hay días en que no puedo trabajar. Otros, en que consigo trabajar un par de horas. Algunos, afortunadamente, todavía consigo trabajar diez y me siento feliz por ello.

-¿Cómo afecta su enfermedad a su vida familiar?

-Bueno, en mi casa no es ningún secreto. Se portan todos muy bien conmigo. Me cuidan mucho.

-¿Y usted?

-Me duelen más las drogas que tomo que el saberme enfermo. ¿Qué puede hacer uno? La gente enferma. A veces los pueden curar y a veces no. Pero la quimioterapia que te hacen tomar para combatir la enfermedad, te pasa factura. La semana antepasada acabé en el hospital durante tres días, atiborrado de morfina. Fue una verdadera pesadilla, una situación horrible. Esa es una experiencia negativa por la que no quiero volver a pasar. Cuando salí, me llevó diez días el quitarme de encima los residuos de todas las drogas que me metieron en el cuerpo.

-En su lugar, hay gente que se retiraría, que se iría a vivir junto a la playa, que se tomaría unas bien ganadas vacaciones y se apartaría del mundo real.

-Pero yo no lo voy a hacer. No me gusta mucho viajar, ni me gusta irme de mi casa así, sin más. Me gusta vivir aquí, rodeado de los míos. Además, uno ha de ser coherente con su propia historia y creo que ese no es el fin que yo habría escrito en mis canciones.