Cada tanto aparece un rumor que sostiene que Presley sigue vivo en algún rincón del planeta. Hasta se ha nombrado a la Argentina como sede postmortem del hombre que movió la pelvis. Una extraña forma de supervivencia que no pierde adeptos.
Los grandes artistas nunca mueren; así lo consideran, en general, los críticos de obras inmortales; en otros casos, basta que una vehemente minoría de fans sancione su vida eterna. Ha sucedido en muchas ocasiones: jóvenes artistas extraordinarios que, tras su muerte, dejaron tras de sí una legión de aficionados capaces de construir sus propios encuentros con el difunto.
Para poder hacerse de un material legendario maleable es imprescindible negarse a aceptar la muerte física del ídolo. Si se trata de astros famosos, es fácil conseguir medios interesados en difundir sospechas o creencias extremas, por más que carezcan del más mínimo fundamento. En ocasiones es su extravagancia lo que las vuelve más apetecibles.
Elvis Presley (Memphis, Tennessee, 1935) ya era “El Rey”, una estrella indiscutida de la cultura popular y una leyenda antes de su “muerte oficial” (para respetar las expresiones habituales entre los partidarios de la teoría conspirativa), el 16 de agosto de 1977.
Así como décadas más tarde “Michael” sería Michael Jackson o “John” John Lennon, Elvis no necesitaba que nadie recordara su apellido para saber de quién estábamos hablando. Elvis era Presley y Elvis, si cambiábamos el orden de las letras, también era Lives: primer mensaje misterioso del Más Allá.
La noticia de su deceso, hace 40 años, tuvo un impacto enorme. Los cronistas de la época reflejan emociones dispares, desde los que nunca pudieron olvidar qué estaban haciendo exactamente ese día hasta quienes lo compararon con una figura divina, capaz del milagro de la resurrección o con la capacidad de curar con las manos. La idea más fantástica posible fue la que terminó por imponerse: Elvis nunca murió, él mismo hizo los arreglos para fingir su muerte y vivir el resto de su vida lejos de un mundo que le había vuelto la espalda. O del que quiso escapar.
Una teoría incómoda
El germen de las apariciones de Elvis se encuentra en la literatura. En la novela Orion, la escritora norteamericana Gail Brewer-Giorgio contó cómo un famoso cantante, Orion, falsificó su muerte para huir de la fama. Inspirada en la desaparición física de Presley, pronto apareció el proyecto de rodar una película. Una productora recordó a Jimmy Ellis, un cantante que tenía la voz tan parecida a la de “El Rey” que una de sus canciones de 1974 se tituló “No estoy tratando de ser Elvis”.
Lo que resultó un obstáculo para lanzar a Ellis terminó por ser una virtud desde la muerte de Elvis. El hombre nunca hubiera podido desarrollar su propia carrera. Pero era una solución de marketing ideal. La compañía discográfica Sun Records le hizo firmar un contrato para llevar puesta una máscara, la misma actitud y la ropa típica de Elvis cada vez que actuara en público. Jimmy no era un imitador. Pero su voz y la de Elvis eran la misma. Así nació “Orion”, también tema del documental Orion, el hombre que pudo ser rey (Jeanie Finlay, 2015).
Los fans comenzaron a acariciar la ilusión de que a lo mejor Elvis no estaba tan muerto, después de todo. A algunos medios les empezó a gustar la idea. ¿Y si Elvis estuviera vivo? La biografía de Ellis, fallecido en un accidente en 1998, peinó un nuevo rulo de la conspiración: él también había nacido en Mississippi, había sido adoptado y nunca reveló la identidad de sus padres. ¿Sería el hermano gemelo de Elvis? El curioso parecido físico entre Vernon, el padre de Elvis, y Ellis alentó la especulación.
Otro alto momento de la leyenda fue el 14º aniversario de la muerte de Elvis. Se estrenaba The Elvis Files, un especial de dos horas de televisión, presentado por el actor Bill Bixby (coprotagonista con Elvis en dos películas), hecho para satisfacer la demanda de quienes se negaban a aceptar su desaparición. “¿Por qué Elvis cobró su seguro de vida justo antes de su muerte? ¿Por qué nadie más reclamó esas pólizas?”, lanzó el programa, bebiendo de la subcultura que, hasta entonces, solo era patrimonio de los tabloides sensacionalistas.
Encuentros Elvísticos del Tercer Tipo
Durante su funeral ocurrieron dos hechos con suficiente peso para refutar la leyenda de los “avistamientos” de Elvis vivo. La ceremonia, a cajón abierto, fue epicentro de una procesión formada por 80 mil estadounidenses que visitaron Graceland para sellar el duelo. Billy Mann, uno de sus primos, vendió una foto del cadáver al National Enquirer, el mismo pasquín que suele dedicar sus portadas a cazar a Bigfoot o a platillos voladores; Billy recibió por la foto 18 mil dólares, asegurándole a la revista la edición más vendida de todos los tiempos.
Si bien la foto de tapa de un semanario amarillento hubiese debido despejar dudas sobre la muerte del rockstar, salir con esa foto solo dejó fuera del negocio de la “conspiración Elvis” a esa revista: nunca faltaron medios encantados de hacerse eco del rumor, cristalizado en leyenda urbana en tiempos de Internet.
Entre las historias en circulación, al mes de su muerte ya había sido visto comprando un pasaje de avión ¡hacia Buenos Aires! bajo el nombre de coronel John Burrows, al parecer un seudónimo para trabajar de informante del gobierno. Y el dato que prueba la longevidad de la leyenda es la historia más reciente: el video en Youtube de un señor “parecido a Elvis” en el parque de Graceland. En realidad, el tipo parece más joven que los 81 años que tendría Elvis en 2016. La picardía consiste en subrayar sus rasgos y el modo de caminar. Uno de estos videos recibió más de 2 millones de visitas.
Lo asombroso, en realidad, hubiese sido que Presley sobreviviera a la descomunal ración de anfetaminas que le prescribía su médico, George Nichopoulos. Poco antes de morir, el padre de Elvis despidió a tres de sus guardaespaldas; según ellos, porque eran los únicos que se oponían al estilo de vida suicida del ídolo: según los Presley, porque eran poco discretos sobre su dependencia de las drogas.
El entorno de Elvis tenía buenas razones económicas y políticas para cuidar su imagen pública. En 1970, fue a visitar al presidente Richard Nixon. En el curso de la reunión “El Rey” hizo alarde de sus sentimientos patrióticos, despreció la cultura psicodélica hippie y hasta se permitió personalizar ese rechazo con un gesto buchón, citando a los Beatles como malos ejemplos por su “antinorteamericanismo” y su “relación abusiva” con las drogas. Si bien los biógrafos anotaron que Nixon “se sintió incómodo”, le otorgó una insignia de la Oficina de Estupefacientes y Drogas Peligrosas por su compromiso con la causa. Por los mismos años Elvis coqueteó con J. Edgar Hoover, director del FBI, quien aceptó en una carta sus muestras de simpatía por su trabajo.
Curiosamente, Presley ya era un adicto y estaban por llegar los años de mayor deterioro. Supo que sus ex empleados trabajaban en un libro que revelaba su vida secreta como adicto (“Elvis, ¿qué pasó?”) e intentó impedir su salida mediante sobornos a la editorial. Su muerte, el 16 de agosto de 1977, transformó el libro en un best seller.
¿Había en el perfil de Elvis ingredientes que promovieran la creencia en su supervivencia? Su vocación religiosa no era un secreto. Grabó más de 50 canciones cristianas al estilo gospel, leía la Biblia a sus amigos ofreciendo sus propias interpretaciones y su hermanastro, David Stanley, declaró que poco antes de morir dijo: “Muéstrame una salida, Señor, estoy cansado y confuso, te necesito”.
El libro que encontró Ginger Alden, su novia, cuando halló su cuerpo sin vida era “La Búsqueda Científica del Rostro de Jesús” (1972) de Frank O. Adams, que aborda el caso de la Sábana Santa de Turín. En su círculo íntimo era conocido su interés por el misticismo, la numerología, los fenómenos paranormales y la creencia en la vida después de la muerte. Él mismo se creía capaz de curar con las manos y que Dios le había asignado una misión especial, asunto que, pese a su aspecto extravagante, nadie en su sano juicio debería cuestionar de acuerdo a Elvis.
La leyenda aún goza de buena salud
Los peregrinos que le rezan a imágenes o que han llegado a ver llorar un busto de yeso de Elvis, del mismo modo que se le atribuyen llantos de lágrimas de sangre a íconos crísticos o marianos, no son tan persistentes como los avistamientos de personas idénticas al cantante. Estos sujetos a veces son tan parecidos que sorprende, si en verdad se tratase de Elvis, que éste no haga ningún esfuerzo por preservar su anonimato: ha habido testigos oculares de incursiones elvísticas en shoppings, sucursales de Burger King y aeropuertos de todo los EE.UU.
Para apoyar la teoría de una muerte simulada se han invocado desde el testimonio de antiguos vecinos, que juraron haber visto salir un helicóptero de la mansión de Presley el día de su muerte, hasta la espectacularidad de su sepelio, con demasiadas pompas para ser un evento improvisado. Otras “evidencias” esgrimidas han sido una presunta llamada de su novia al National Inquirer horas antes del fallecimiento y el hecho comprobado de que en su lápida no figura su segundo nombre, Aron, sino “Aaron”, como si él estuviera diciendo “Ese no soy yo”, aunque el uso de una sola “a” pudo ser un homenaje al segundo nombre de su hermano gemelo fallecido, Jesse Garon Presley.
Digamos las cosas como son: los argumentos de que Elvis está vivo a veces son tan pueriles que algunos se niegan a creer que existan personas capaces de creer en ellos. Por cierto, existe una generosa porción de folclore satírico en torno a su falsa muerte, como lo prueban las reiteradas apariciones de un Elvis canoso o calvo en la portada de la revista satírica Weekly World News.
Otro aspecto a revisar son los abundantes testimonios de su aparente “manifestación espiritual”, ya sea mediante encuentros astrales, escritura automática o sesiones espiritistas. También es curioso el efecto religioso generado por sus imitadores. Algunos de ellos aún ofician casamientos express en la capilla Graceland Wedding de Las Vegas. “La resistencia emocional de los aficionados a aceptar su muerte es el mismo impulso que ha ayudado a alimentar a la industria de imitadores”, arriesga Joe Nickell, el más escéptico de sus biógrafos.
El giro más radical de los fans tuvo lugar en 1992, cuando Mort Farndu y Karl Edwards convocaron a una manifestación por la libertad de religión ante el edificio de la ONU: “¡Dale la espalda a Elvis y pagarás las consecuencias!”, amenazaban. Habían fundado la Iglesia Presleyteriana de Elvis el Divino, iglesia donde sus fieles deben mirar Las Vegas una vez al día y peregrinar a Graceland al menos una vez en su vida. La conversión de Edwards ocurrió mientras viajaba en avión, donde se le apareció Elvis repartiendo bolsitas de maníes. La experiencia de Farridu fue menos rara: un día se le encendió la radio y empezó a sonar “Don’t be cruel”. Su Anticristo fue Michael Jackson, más cuando quiso hacer caer en sus redes a la Lisa Marie Presley.
¿Cuánto más podrán estirarse las manifestaciones más excéntricas de la devoción? En dos décadas “El Rey” habrá alcanzado 102 abriles. Quizá sus deudos nos sorprendan preparando un segundo velatorio. Aunque la única duda realista es preguntarnos bajo qué formas sobrevivirá el rumor, ya que, como sabemos, las grandes leyendas nunca mueren sino que están en permanente transformación.