John Lennon y Paul McCartney se encontraron por primera vez el 6 de julio de 1957. Una década más tarde, con The Beatles, ya habían reformulado para siempre la música popular.
Es el sábado 6 de julio de 1957. A las tres de la tarde está previsto que comience en Woolton, un suburbio de Liverpool, un festival de bandas de rock, esa música incipiente que ha llegado desde el otro lado del Atlántico. El lugar es la iglesia de St. Peter. Entre los grupos que están programados figura The Quarrymen, la primera banda que ha formado un adolescente de 17 años. Se llama John Lennon y, a instancias de su madre, toca la guitarra. Pete Shotton, Ivan Vaughan y Nigel Walley son los que completan la formación.
Vaughan tiene un compañero de curso que recién acaba de cumplir 15 años, y lo invita a la jornada musical. El amigo también tiene sus inclinaciones musicales, pero no va porque le interese escuchar a The Quarrymen, sino porque Vaughan lo convence por la afluencia que habrá de chicas. Así que va en plan de conquistador. Se llama Paul McCartney.
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Para junio de 1967, los Beatles han llegado a un punto límite: no quieren saber más nada con giras, han renunciado a salir tras la caótica serie de conciertos del verano del 66 en Estados Unidos, cuando Lennon proclamó “somos más grandes que Jesús”; y el estudio se convierte en su refugio. O algo más: un nuevo instrumento, de un poder que por la pericia de George Martin se va perfeccionando disco tras disco, hasta llegar a la parafernalia sonora de Revolver. Ahora acaban de lanzar Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band. La década que los tiene como protagonistas tocaba el cielo con las manos. Y han pasado, justamente, diez años desde que todo comenzó. Mucho agua corrió bajo el puente. La suficiente como para que hayan cambiado la historia de la música.
Hasta ese momento, la banda funciona como un bloque compacto: todas las decisiones se aprueban por el voto unánime del cuarteto. Paul y John siguen firmando las canciones en dúo, aun cuando ya no componen juntos. Todos se embarcan en el proyecto de no volver a salir de gira, al menos en el corto plazo, lo que pone muy nervioso al padre de la criatura, Brian Epstein, el manager para quien el negocio está en vender entradas en cualquier lugar del mundo. El delicado orden está por estallar en mil pedazos.
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En la Inglaterra de 1957, los adolescentes se forman en escuelas de arte impulsadas por el gobierno laborista de Clement Atlee, el líder opositor que, apenas terminada la Segunda Guerra, ha derrotado a Winston Churchill en las urnas. Precisamente, muchos de esos jóvenes han nacido durante la guerra y crecido con el relato de esos años. La década del 60 está por llegar, y el almanaque señalará, inexorable, que esa generación tendrá su mayoría de edad en esos años. Mientras, viven en la apatía de un gobierno conservador. La aventura militar en el Canal de Suez ha fracasado: Anthony Eden, el delfín de Churchill, cede el cargo a Harold Macmillan.
Mientras tanto, Paul ha ingresado al salón de la iglesia de St. Peter, donde tocarán las bandas. Toma una guitarra e impresiona a los presente, no porque sepa tocar, sino por su notable nivel de afinación. Puede hacer cosas que el resto de los músicos improvisados no puede. Se poner a tocar “Twenty Flight Rock”, una canción que estaba entre las favoritas de los jóvenes. Y demuestra ser un virtuoso. Está mostrando lo que sabe cuando, por detrás, quien él cree que es un borracho, se apoya sobre él y siente aroma de cerveza en su rostro.
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Los años locos del Swinging London habían arrancado a la par de la beatlemania, en 1963. El affaire Profumo le había costado el cargo a Macmillan como premier, y la crisis gubernamental preveía el ascenso al poder del laborista Harold Wilson. En la escena musical tomaban vuelo los Beatles, pero para 1967 eso ya es pasado, sobre todo porque la dupla creativa se desequilibra. Uno de los dos puntales va a tener preeminencia sobre el otro. Y es lo que, entre otros motivos, llevará al 10 de abril de 1970, el día en que Paul McCartney oficializó su salida de la banda.
Para eso falta. Por ahora, ese desequilibrio se empieza a notar en Sgt. Pepper´s…; como nunca antes en un disco de los Beatles, un miembro de la banda ha tomado preeminencia sobre el resto. Es Paul, el cerebro detrás del nuevo disco. Él es quien hegemonía el álbum. A Lennon apenas le queda espacio. Sus aportes no son nada menores: “Lucy in the Sky with diamonds”; “Being for the benefit of Mr. Kite”; “Good morning, good mornirng”; “A day in the life”. Pero son pocos frente a lo que ofrece su socio. Y encima queda a merced a Martin. El productor, que siempre se ha llevado mejor con Paul, es quien que toma decisiones, hace arreglos y mezcla cintas junto al ingeniero Geoff Emerick. El arreglo de un tema de Paul en manos de Martin será siempre del gusto de su autor. Pero Lennon, que no es un rupturista, no comparte afinidades.
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Paul se da vuelta y, para su sorpresa, no tiene encima a un viejo borracho, sino a alguien de su edad. Es John, el cantante de The Quarryme
n. Ivan Vaughan hace las presentaciones. El orgullo del joven Lennon le impide reconocer que está ante un gran músico. Paul, diplomático, se ofrece a darle un par de letras para que se aprenda. Y se despiden.
La genealogía beatle señala el 6 de julio del 57 como el día en que se conocieron Lennon y McCartney. Pero en realidad, lo que cambia todo es la decisión de John de sumar a Paul a The Quarrymen. Paul se enterará varios días después de aquel sábado cuando, yendo en bicicleta se cruzó con Pete Shotton, quien oficializó el ofrecimiento para que se sumara.
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La hegemonía de Paul llegará en plena fiebre Pepper. La última valla de contención, virtualmente sobrepasada desde el momento en que la banda le dice que no quiere más giras, es Epstein. El 27 de agosto de 1967 el manager muere en su casa, tras ingerir barbitúricos. ¿Accidente? ¿Suicidio? La noticia sorprende al grupo en un retiro espiritual propiciado por George Harrison en Bangor, Gales: entra en escena el gurú Maharishi, al que habrán de visitar en la India en 1968.
Entonces, sin Brian, y a las puertas de un descalabro financiero, Paul toma las riendas y hace algo que hubiera sido imposible en vida del manager: hacer una película por fuera de la estructura de United Artists y Richard Lester, los responsables de A Hard Day´s Night y Help!. O sea, un film con control creativo de la banda. Así nace el proyecto de Magical Mystery Tour.
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En The Love You Make. An Insider´s Story of The Beatles, Peter Brown (amigo de la banda y gestor del casamiento de Lennon con Yoko Ono en Gibraltar, lo cual le valió ser mencionado en “The Balld of John and Yoko”) y Steven Gaines recrean los primeros momentos de la dupla musical:
“John descubrió que le era fácil componer la melodía inicial de una canción, pero se quedaba atascado para la transición y el intervalo. Paul tenía una facilidad especial para componer los ocho compases intermedios; a su vez, las melodías suaves y tiernas de Paul complementaban los estridentes fraseos rockeros de John”. Ese primer año compusieron juntos más de cien canciones. Muchas se perdieron cuando Jane Asher, novia de Paul, se puso a hacer limpieza y accidentalmente las destruyó.
Pronto, a instancias de Paul, entraría George Harrison. Habría nuevos cambios hasta que se sumó el baterista Pete Best. The Quarrymen pasaba a ser otra banda: los Beatles.
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Temas de R & B que buscaban el sonido de Sam Perkins. Covers de Chuck Berry. Diez años antes del barroquismo de Sgt. Pepper´s…y Magical Mystery Tour, el sonido beatle era otro. Ahora estaban en otra dimensión. La prueba estaba a los ojos de todos. Please Please Me, el primer LP de la banda, se había grabado en una única sesión de diez horas, en marzo de 1963. El ornamentadísimo sargento que vio la luz el 1º de junio de 1967 había insumido casi seis meses de trabajo, y unas 700 horas de estudio.
Eso se iba a profundizar en la nueva aventura, que además vendría acompañada de la película. Full power to Paul. A Lennon le quedaría espacio para mechar el single de “Strawberry Fields Forever” y aportar un tema mayúsculo de esa etapa en particular y de todo el proyecto beatle en general: “I Am The Walrus”.
Del rodaje salieron como pudieron, en un año traumático. Estaba plantada la semilla de la destrucción del grupo, sin Epstein, haciendo malabares con los números financieros, y un desbalance en el que Paul se adelantaba a su hasta entonces socio, que para peor también perdía la interna con el productor a la hora de tomar decisiones. De allí que, al terminar el incompleto proyecto de Let It Be, optara por Phil Spector a la hora de ver quién se podía hacer cargo de esas cintas.
Y por si quedara alguna duda que el fin se acercaba, allí está “The End”, tema con el que termina la suite del lado B de Abbey Road, pero no sólo el disco, sino también el programa llevado a cabo por el grupo: porque la suite dinamita el concepto de canción de tres minutos que ya está poniendo en entredicho el naciente rock sinfónico. No hay más cabida para un proyecto que cobije intereses comunes.
Pero para llegar al 67, al punto de no retorno de hace medio siglo, y a lo que vino después todavía falta mucho. Tanto como diez años. Ahora atardece en Liverpool, un sábado de verano, y hay chicos que tocan canciones de dos o tres minutos, a lo sumo, buscando sonar como Elvis o San Perkins. The Quarrymen es una de las principales atracciones. John ya ha decidido que ese chico que le presentó Ivan Vaughan se sume al grupo. Algo grande está por comenzar.