Hubo un tiempo en que todo encallaba en los tedios interminables del solfeo. Pero hay otras maneras mucho más placenteras de acercarse y aprender música. Autora de un libro insoslayable sobre la enseñanza del canto y la interpretación, María del Carmen Aguilar sigue disfrutando del placer de ver la alegría de alumnos y colegas cuando descubren que la música no es para nada una ciencia oculta.
[H]ace exactamente 40 años, aparecía la primera edición de un libro que cambió la enseñanza de la música en nuestro país, hasta entonces condenada al árido aprendizaje de teoría y solfeo, disociado de la práctica musical concreta. Se trata del hoy clásico e insoslayable Método para leer y escribir música a partir de la percepción. Su autora, María del Carmen Aguilar, era por entonces una joven arquitecta exiliada en Brasil con conocimientos musicales adquiridos a partir de ásperas clases de piano, su experiencia como integrante del coro de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA, muchísima intuición y un interés indiscriminado por todas las manifestaciones de la música.
Con ese libro, ideado, producido y publicado por ella misma desde el exilio, María del Carmen Aguilar retomó el dictado de sus cursos tras regresar a la Argentina en 1980, y desde entonces no ha cesado de enseñar a leer y escribir música a estudiantes con conocimientos medios y avanzados, y de ofrecer talleres de orientación y formación para docentes de música.
Las necesidades y demandas de los propios cursos y talleres llevaron a María del Carmen Aguilar a publicar otros textos, complementarios del libro original u orientados a cuestiones específicas: El libro del maestro, para gente que enseña con su Método; tres libros con composiciones de alumnos: Melodías atonales, Melodías modales y Escala por tonos; varios libros con enseñanzas y arreglos para coros –esa forma colectiva y solidaria del canto que la tiene como singular cultora–; varios más dedicados al análisis musical: Folklore para armar, Aprender a escuchar y Formas en el tiempo; y once títulos de la colección Formas musicales, con análisis de obras diversas. Todos sus libros pueden conseguirse en las librerías Melos, Paradigma y Música Nuestra.
Además de esa intensa labor docente realizada en forma particular y de participar en el prestigioso Estudio Coral de Buenos Aires que dirige Carlos López Puccio, entre 1988 y 1999, convocada por Ernesto Epstein, por entonces jefe del departamento de la carrera de Artes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, María del Carmen Aguilar dictó allí dos materias: Introducción al lenguaje musical, para todos las alumnos de esa carrera y Taller musical II, una asignatura de análisis musical para los alumnos de la orientación en Historia del arte.
Mientras se dedica a celebrar con los profesores que integran el equipo docente, los alumnos y ex alumnos de sus cursos el aniversario redondo de la publicación original de su Método, María del Carmen Aguilar, con su habitual hospitalidad, accedió a la siguiente entrevista:
-¿Cómo fue que una joven estudiante de Arquitectura devino experta en apreciación y enseñanza de la música?
-Fue de a poco y en parte por casualidad. A los 18 años, al poco tiempo de empezar a cursar Arquitectura, se armó un coro en la facultad y mis compañeros me invitaron a cantar. Yo había estudiado piano de chica con una profesora con poca onda y ya lo había dejado pero, por alguna misteriosa razón, no solo había aprendido a leer música tocando el piano sino también cantando. Entonces, como mis compañeros de coro no leían, el director me puso a enseñarles las respectivas partes.
De ese modo, aprendí un montón sobre cómo percibe la gente la música y desarrollé estrategias para enseñarles (cantábamos cosas difíciles de memorizar). Y con el tiempo, ellos mismos me pidieron que les enseñara a leer música.
Yo no tenía idea de cómo había aprendido. Seguro que no había sido estudiando solfeos de memoria a la manera del conservatorio, así que busqué libros de “didáctica” y no encontré nada que me convenciera: ninguno hablaba de las sensaciones armónicas que tiene uno cuando canta o escucha una melodía, y menos todavía del fraseo, o sea, de que la música está construida en frases y oraciones –no son notas sueltas como se enseña habitualmente– y que para memorizarla hay que entender eso y reproducirlo.
Entonces empecé a inventar ejercicios para que mis conejillos de indias pudieran escuchar una música sencilla, entenderla como frase, desmenuzarla en los dos parámetros básicos: alturas y organización en el tiempo, o sea, ritmo. Busqué canciones simples y fui organizándolas en grados crecientes de dificultad. Y me fue bien, tanto que cuando me recibí de arquitecta ya había decidido que me iba a dedicar a la música.
-¿Cómo fue tu propia formación musical y hasta qué punto tuviste que desaprenderla para llegar a concebir tu método de enseñanza, el enfoque audio perceptivo?
-Además de la profesora de piano mencionada, en mi casa familiar se escuchaba música clásica. Mi papá tenía discos (de 78 rpm, primero y vinilos, después) con las sinfonías de Beethoven y la Pasión según San Mateo de Bach y me encantaba escucharlos. Además, a mediados de los años 50, empezó el boom del folklore. Descubrí a Los Chalchaleros y los escuchaba por radio (cosa que a mi familia no le caía muy bien…) y con una amiga del barrio conseguimos una guitarra y sacábamos los acordes para cantar todas las canciones a dos voces. Eso fue un buen antídoto contra la formación rígida del conservatorio, así que no me costó mucho desaprenderla.
Después, cuando ya estaba metida en la enseñanza y la dirección de coros, estudié armonía en serio con Carlos López Puccio, canto con Daniel Suárez Marzal y Análisis Musical con Francisco Kröpfl.
-Podrías resumir el proceso que siguen los alumnos en tus cursos?
-Primero aprenden a organizar la escucha, acercándose a piezas musicales sencillas y entendiendo cómo están construidas en el fraseo y la forma. Después se hacen trabajos de audición y reconocimiento de ritmos, o sea, de la organización temporal de la música y se discriminan ritmos de diferentes tipos, para luego pasar a escuchar y escribir frases rítmicas asociándolas a la rítmica de la palabra. Eso va avanzando con ritmos cada vez más complicados.
Mientras tanto, se enfoca el problema de la altura de los sonidos y se empieza a estudiar cómo nuestra cultura maneja las relaciones de altura, siempre con canciones o fragmentos que van agregando cada vez más sonidos.
En cuanto esto funciona se estudia la armonía, porque, créase o no, nuestra cultura es armónica: cada vez que escuchamos una melodía imaginamos un acompañamiento de acordes, y es importantísimo hacer consciente eso. Hacemos miles de ejercicios para relacionar los acordes que acompañan la melodía con las notas que tiene y con el fraseo de la canción.
Y mientras tanto, se estudian las relaciones de altura atonales, porque forman parte de la música desde hace más de 100 años.
Con cada tema, tanto de ritmo como de melodía o armonía, se leen partituras, se desgraban canciones y se compone algo. Solamente uno entiende realmente lo que está estudiando cuando puede decir algo propio con esa información.
-¿Cuánto dura el curso en condiciones normales?
-La duración es de cuatro años, considerando a un alumno que ya tenga cierto desarrollo musical previo, es decir, que ya esté haciendo música y necesite realmente ahondar en la lectura y escritura musical. Un buen parámetro es que sea capaz de cantar un mínimo de 25 canciones acompañándose con piano o guitarra.
-Uno de los rasgos distintivos de tu método es que hace de la experiencia personal que cada alumno tiene con la música un punto de partida ineludible. ¿Cómo se aprovecha en términos concretos ese bagaje personal del alumno?
-Los grupos que tenemos con mi equipo son de gente que está metida en la música con intenciones de profesionalizarse, así que viene con mucha experiencia previa de cantar, tocar y componer. Dependiendo del área musical en la que están, tienen más experiencia en una cosa o en otra y eso es muy bueno porque son grupos heterogéneos, donde cada uno aplica lo que va estudiando al tipo de música que conoce. Además ven a otros que llegaron a la música desde lugares completamente distintos y aprenden unos de otros.
Una de las tareas del curso es buscar ejemplos de lo que se está estudiando en música de la vida real. Es genial ver los ejemplos que traen, cosas que nunca se me habrían ocurrido o simplemente que no sé que existen. Es muy enriquecedor para todos.
–Otro de los aspectos diferenciales es dar al canto un papel primordial en el proceso de aprendizaje. ¿Qué tiene el canto que no tiene la ejecución de un instrumento o la composición musical?
-En el canto, no tenés una tecla o una posición de dedos que produzca el sonido que querés escuchar. Es una construcción interna, que un buen instrumentista por supuesto tiene, pero que hay que trabajar para que funcione. Por eso, cuanto más se canta, mejor. Y la composición es algo que bulle dentro de la cabeza y necesita materializarse. Se puede componer probando con un instrumento, pero si uno tiene el hábito de cantar se habilita un canal muy útil.
–En todo caso, tu relación creativa con la música pasa precisamente por el canto: sos integrante de uno de los coros de cámara más importantes de nuestro país, el Estudio Coral de Buenos Aires e incluso de su antecesor, los Nueve de Cámara, ambos dirigidos por Carlos López Puccio. ¿Qué ha significado esa experiencia en tu perspectiva como docente y qué valor le asignás en el terreno de tu trayectoria artística?
-En primer lugar, creo que es muy bueno estar haciendo música para poder enseñar. Uno se encuentra todos los días con cuestiones técnicas y expresivas para resolver y eso da ideas para llevar luego a las clases. Y me considero una privilegiada por haber compartido con Carlos tantos años de trabajo creativo, de haber cantado obras maravillosas y haber conversado largamente con él y con mis compañeros sobre tantas experiencias musicales. Toda una vida…
-¿Cómo es el proceso a través del cual el alumno logra primero identificar y desglosar los diversos aspectos de una música con la que ya estaba familiarizado (ritmo, melodía, armonía) y luego ser capaz de transcribirlos o leerlos en notación?
-Desde el punto de vista práctico: escuchar, entender, escribir, leer, componer. No es muy distinto del aprendizaje de la lectura y escritura de palabras. Primero el chico escucha frases, entiende su significado, aprende que están formadas por palabras, y que las palabras están armadas con fonemas. Le dicen cómo se anotan los fonemas, los escribe, cuando los ve escritos, los reconoce y entonces lee (aunque a veces lee antes de escribir). Mientras tanto, se las arregla para “componer” sus propias frases personales combinando todos esos elementos. Y después se vuelve poeta…
–En tu método, hay una mirada democratizadora de las diferentes manifestaciones musicales, desde una obra de Bach hasta un estribillo de tribuna de fútbol, poniendo énfasis en diversos géneros de la música popular. Sea cual fuere el material utilizado para un ejercicio, nunca es considerado desde una perspectiva valorativa sino en función de su capacidad de servir como ejemplo de la cuestión que se está analizando y ejercitando. Más allá de esta cuestión didáctica, me gustaría conocer tu opinión al respecto: ¿sos de los que afirman que solo existen dos clases de música, la mala y la buena o, mejor aún, la que nos implica sensiblemente y la que nos deja indiferentes?
-No me interesa mucho la perspectiva valorativa a priori. Me importa que se pueda reconocer un elemento técnico en la mayor diversidad posible de géneros y estilos. Como los alumnos vienen desde experiencias muy distintas, se involucran sensiblemente en cuestiones que yo no y viceversa, pero la frecuentación con estilos desconocidos abre puertas a la sensibilidad y permite valorar músicas que no conocíamos. Una de las cosas que agradecen los alumnos es haber sido presentados a músicas que nunca pensaron que podrían gustarles.
Esto también ayuda a establecer jerarquías de complejidad, que no llamaría música “buena o mala” (aunque obviamente hay música que no soporto, sobre todo cuando detecto el tufillo comercial, el yeite vendedor, o la boutade porque sí), sino simplemente mayor grado de elaboración, foco en distintos aspectos del lenguaje, propuestas con cierto grado de contradicción entre parámetros, etc.
-¿El libro original sufrió ampliaciones, correcciones o actualizaciones a lo largo de los años? De ser así, ¿cuáles?
-Casi nada. Solamente agregué algunas explicaciones un poco más detalladas, pero, por ejemplo, mantuve los ejercicios y la numeración de las páginas porque durante mucho tiempo convivieron diferentes ediciones.
-Durante la dictadura, tuviste que exiliarte en Brasil, un país donde la música popular tiene una riqueza y una variedad extraordinarias. ¿De qué manera influyó ese entorno en tu desarrollo como música y docente?
-Más allá de las dificultades y dolores del exilio, traté de conectarme activamente con la música brasileña. La música está por todos lados y hay increíbles artistas. En esa época, salían los discos de Chico Buarque, conocí el samba enredo y el samba de roda, la música nordestina, las canciones infantiles, los cantos a los Orixás (traté de escuchar lo más posible música de candomblé) y a la gente del Cuarteto EmCy. Tuve la suerte de trabajar en una escuela muy buena, la ProArte de Río de Janeiro, con excelentes colegas. Había un grupo de profesores que tenía armado un espectáculo de música para chicos basado en canciones tradicionales de la zona rural de Río. Con ellos salíamos a las escuelas rurales: ellos tocaban para los alumnos y yo trabajaba con los maestros sobre temas posibles para enseñar a partir de las canciones.
Como en esa época estaba escribiendo mi libro, aproveché un montón de canciones para anotarlas como ejercicios. Incluso incorporé el samba enredo que ganó el concurso de Escolas de Samba en 1977.
-¿Trabajaste alguna vez con docentes de música? ¿Cómo fue la experiencia?
-Desde que salió el libro en 1978 me invitaron en numerosas ocasiones a trabajar con docentes de conservatorios y facultades de música, asociaciones de maestros, encuentros de músicos populares, y docentes de orquestas infantiles y otros proyectos sociales. Fue muy bueno interactuar con toda esa gente, aunque en ciertos casos hubo resistencias comprensibles: no es fácil plantearse desaprender algo que se ha hecho rutina y además sentirse observado por los colegas. Pero tengo muy buenos recuerdos de esos talleres y me han llegado comentarios de gente que cambió su modalidad de trabajo y ahora es más feliz.
Además, me sirvió para aclararme un montón de ideas, teóricas y prácticas para poder explicarlas mejor. A raíz de eso, juntando mis respuestas a las preguntas que me hacían, fui armando un repertorio conceptual que terminó siendo otro libro, El libro del maestro, que salió en 2008.
-¿Cualquiera puede acceder a la comprensión audio perceptiva de la música o tu experiencia como docente se ha encontrado con oídos incapaces de asimilar los diferentes aspectos que intervienen en el hecho musical?
-Cualquiera puede acceder, si es correctamente guiado. El mito de “no servís para la música” es nada más que eso, un mito. Yo he trabajado con gente que se consideraba a sí misma “desafinada”, a la que echaron del coro de la escuela primaria en cuarto grado, o con “un hermano que es buen músico, en cambio yo…” y siempre pudieron aprender a cantar. En mis clases de la Facultad de Filosofía y Letras, en la carrera de Artes, tuve más de mil alumnos que aprendieron a escuchar y entender no solo el fraseo y la forma de la música sino también en qué compás está, cuántos temas diferentes aparecen en la obra, qué instrumentos suenan, dónde se escuchan funciones de introducción, exposición de temas, transiciones o conclusión, etc. Es simplemente cuestión de saber cómo es la percepción auditivo-comprensiva de la gente y ofrecerles un plan de trabajo que la tenga en cuenta.
-¿Qué enseñanzas considerás que le deja a una persona, además de las específicamente musicales, comprender qué estructuras, procedimientos y recursos subyacen en una obra musical?
-Es difícil decirlo, pero creo que básicamente se trata del placer. La gente se siente tan feliz cuando empieza a entender que lo agradece muchísimo. Y claro, si además empiezan a hacer música, el placer se multiplica por mil.
Página web: www.mariaguilar.com, donde se suministra una dirección de contacto.