Charles Manson se convirtió de serial killer a objeto de culto y no paran de venderse objetos y remeras con su rostro. Y es alguien a quiene una zona de rock rinde raro homenaje. Una historia donde el horror convive con la música y que de alguna manera le puso el peor final a una época que creía en la paz y el amor.
Paseándose por Internet uno encuentra sitios que venden, por ejemplo, fotos autografiadas de Charles Manson a 500 dólares y donde una carta de puño y letra cotiza a 800. Es probable que desde ahora los precios se vayan disparando. También hay otro tipo de souvenirs, remeras, tazas, objetos de arte (o algo por el estilo). Lo mismo sucede con otros famosos serial killers como Ted Bundy o Jeffrey Dahmer aunque, hay que admitirlo, los precios son más económicos que los de Manson. Hasta hay otros sitios que venden muñecos y figuritas (carísimos) del doctor Hannibal Lecter que, por lo que se sabe, nunca existió. Como sea, estos cuentapropistas de la muerte (reales o de ficción) tienen sus adeptos y sus historias de crímenes se entrecruzan con otras en las que queda claro, y la memorabilia alrededor de ellos lo demuestra, que algo los vincula con el mundo que los rodea. La historia de Manson está pegada a un momento del rock.
Estando preso, Manson grabó Lie. The Love and Terror cult, un disco con baladas folk compuestas por él y a las que interpretaba como si fuera un cantante country, acompañado de su guitarra. Algo del disco se puede escuchar en You Tube. Nada que valga la pena pero que le permitió recaudar el dinero necesario para pagarse un buen abogado. Al pie de las canciones hay comentarios que se entusiasman con su voz y hacen la salvedad de que era un monstruo.
De no haber llenado su historia de sangre, sería una nota al pie en la historia de la psicodelia californiana. Uno del montón, pero con pretensiones. Aunque la brutal masacre de la que fue ideólogo lo quita de toda consideración en el terreno del arte, su vocación fue al principio otra y quiso ser un roquero y llegó a componer un tema con Dennis Wilson, baterista y uno de los fundadores del exitoso grupo The Beach Boys.
Wilson conoció a Manson a mediados de 1968. Iba conduciendo por la carretera que bordea el Pacífico cuando dos chicas hicieron dedo y las subió a su coche. Las muchachas eran parte del clan Manson y se la pasaron todo el viaje hablando de “Charlie”, lo que picó la curiosidad de Dennis. Un día se le apareció en la puerta de su casa un hombrecito de barba. Por el aspecto, pensó que iba a atacarlo. Pero lo que vio fue alguien de rodillas que le besaba los zapatos, un ritual acostumbrado en Manson cuando conocía a alguien. De a poco, con el correr de los días, el clan fue instalándose en la casa de Wilson, y los huéspedes iban en aumento, en una época calificada por Manson como “el período Sunset Boulevard” y que, según Dennis, le costó alrededor de 100.000 dólares. Fue el costo por gonorrea más alto de la historia, graficaría luego Wilson.
Manson pretendía que Dennis fuera el escalón para su consagración como cantante y este le presentó al productor Terry Melcher, hijo de Doris Day, quien no se interesó en su probable carrera. El episodio dejó una siniestra marca en la historia del clan. Al salir de la mansión en la que asesinaron a Sharon Tate, lo hicieron cantando uno de los mayores hits de Doris Day, “O, qué será, será”, a lo que se agrega que acababan de matar a una embarazada y que la canción había sido compuesta para que una madre se la cantara a su hijo.
Manson y Wilson hicieron algo de música juntos y Charles juraba que Dennis le robó el tema “Cease to Exist” (“Deja de existir”, un título bien mansoniano), algo que fue rechazado luego de que la canción se publicara en el mismo año de los asesinatos en el álbum 20/20 rebautizado de modo bastante opuesto como “Never learn not to love” (“Nunca aprendas a no amar”, que, de ser un consejo, llegaba un poco tarde).
Charles Milles Manson nace el 11 de noviembre de 1934. Su primera historia infantil es bastante típica: “Cuentan que mamá estaba en un café una tarde. Yo estaba en su regazo. La mesera entre bromas dijo que me compraría. ‘Una jarra de cerveza y es tuyo’, dijo mamá. La mesera trajo la cerveza y mamá salió del lugar sin mí. Días después, mi tío tuvo que buscar a la mesera por todo el pueblo para traerme de regreso.” Después seguiría una módica carrera delictiva, en la que mostró poca capacidad para eludir a la policía. Pasó varios años en prisión, acusado de hurto y de estafa con cheques.
La música puso un paréntesis en esto que parece ser la trayectoria de un ladroncito de poca monta. Tal vez haya servido, lamentablemente, para darle energías y la mística para emprender un crimen brutal y absolutamente inexplicable: el asesinato de Sharon Tate –la esposa de Roman Polanski– y de otras personas más. Es resultado de una constelación de causas en las cuales la música juega un papel indeseado.
En 1967, se traslada a San Francisco, donde reúne a un grupo de seguidores a los que bautiza como La Familia. Poco después, se marcha a Los Ángeles con ellos. Forman una extraña comuna hippie que no predica amor sino resentimiento. Entre sus integrantes están, aparte de Dennis Wilson, Susan Atkins (alias Sadie Mae), Charles Tex Watson, Linda Kasabian y Patricia Krenwinkel.
Todo parece haberse disparado por una canción incluida en el Álbum Blanco de los Beatles: “Helter Skelter” (“Descontrol”), cuyo título apareció escrito con sangre humana en una de las paredes de la casa de Sharon Tate.
Se cuenta que esta composición de Paul McCartney pretendía reflejar en letra y música lo que era el desorden y el caos. Como fuere, Manson se las arregló para leer allí la profecía de una próxima guerra entre negros y blancos. Y cree que es un mensaje destinado a él y a su grupo enviado por una figuración (los Beatles) de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Para la misma época comienzan las denuncias de que pasados al revés los discos de varios grupos de rock transmiten mensajes satánicos. Manson convirtió esta denuncia ridícula en realidad.
Manson toma el tema “Revolution 9” como un mensaje. En la canción, podemos oír a John Lennon y Yoko Ono decir “right” (correcto), pero Manson lo interpreta como “rise” (levantarse), una palabra que aparece repetidamente en la escena de sus crímenes. También lo toma como “Revelación 9”; esto es, el noveno capítulo del Apocalipsis bíblico. Otras canciones del disco detonan en su mente: “Piggies”, de George Harrison, es para él una burla a la clase política y empresarial, así como la incitación a degollarlos como a cerdos; “Sexy Sadie” es una suerte de himno para una de sus amantes, la joven Sadie Mae (Susan Atkins); “Blackbird”, una incitación al levantamiento de los negros y una consigna para los Black Panthers; “Happiness is a warm gun”, una exhortación a la masacre y el acribillamiento, el homicidio y la revolución; y “Helter Skelter”, la metáfora del derrumbe de la sociedad tras el cual surgirá un nuevo orden donde Manson será Rey del Mundo. Cuando la interpretación se transforma en delirio pero no deja de razonar (si este es el verbo adecuado).
El 27 de julio de 1969, con el sacrificio ritual del músico Gary Hinman en Malibú, La Familia inicia su serie de asesinatos. A Hinman lo torturan durante horas; lo golpean, le cortan las orejas con una espada, le cosen las heridas con hilo dental, lo apuñalan y luego lo dejan morir desangrado. Con la sangre, Manson escribe en la puerta la palabra “Piggies” (“Cerditos”) y dibuja el símbolo de los Black Panthers.
A la medianoche del 8 de agosto de 1969, Charles “Tex” Watson, Patricia Krenwinkel, Katie y Sadie Mae entran en la casa de Cielo Drive 10050, en Beverly Hills, California. Manson les ha dado indicaciones precisas: “La sociedad ha sido injusta conmigo. Mataremos a cualquier cerdo que esté en la casa. Entren y atrápenlos”. La casa pertenece a Roman Polanski, uno de los mejores amigos de Ringo Starr. Vive allí con su esposa, la actriz Sharon Tate.
En el momento de la incursión, Polanski se encuentra en Europa, dando los toques finales a su película El bebé de Rosemary, filmada en el Edificio Dakota de Nueva York, donde once años más tarde será asesinado John Lennon. En cierto sentido, el clan Manson inaugura una serie de maldiciones que vinculan de la manera más retorcida el arte contemporáneo y el crimen. Mark Chapman, el asesino de Lennon, dice haberse inspirado en El guardián entre el centeno, la novela de J. D. Salinger. Ya hemos visto que Manson encuentra su desquiciada inspiración en las letras de los Beatles. El fin sangriento de la psicodelia puso a cierta zona del rock en entredicho, al menos desde los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana, que encontraron allí nuevas razones para su demonización del rock y de toda forma de cultura juvenil.
En una noche de sangre y locura, primero cortan los cables del teléfono para que la casa quede incomunicada. Luego asesinan a tiros a Steven Parent, un joven de dieciocho años que va saliendo de la mansión conduciendo un auto. Empujan el coche a unos arbustos. Entran entonces a la casa. Al primero que encuentran es a Voytek Frykowski, un amigo de la familia, quien está dormitando en un sillón. Cuando lo despiertan y él inquiere qué desean de él, Tex responde: “Soy el Diablo. Estoy aquí para ocuparme de los negocios del Diablo”.
La Familia inicia entonces la masacre. Tras someter a todos los que están en la casa y llevarlos a la sala, primero asesinan a Abigail Anne Folger, una rica heredera de veinticinco años, a quien le cortan el cuello y la apuñalan en repetidas ocasiones. Luego sigue Jay Sebring, peluquero y amigo de Sharon Tate, a quien le asestan cuatro puñaladas y dos balazos. Sigue Voytek Frykowski, quien opone resistencia y lucha por su vida como una fiera: se libera y huye hacia la puerta de la casa. Son necesarios varios balazos, golpes con la culata del revólver y más de cincuenta puñaladas para poder detenerlo. Sharon Tate, aún ilesa, atada al cadáver de Jay Sebring, ruega por su vida y por la de su bebé. Como respuesta, Sadie Mae y Katie la sujetan de los brazos, mientras Tex la asesina apuñalándola en el vientre dieciocho veces. Luego, Sadie Mae empapa una toalla con la sangre del vientre de Tate y escribe la palabra “Piggies” en la pared, destruyendo después todo lo que hay dentro de la casa antes de retirarse. Más tarde, Charles Manson y otro miembro de La Familia regresan a la mansión para tratar de borrar las huellas.
Al declarar tiempo después su impresión sobre lo ocurrido esa noche en casa de Polanski, Sadie Mae afirma: “Queríamos cometer un crimen para que el mundo reaccionara y nos hiciera caso. Me sentía satisfecha, cansada pero en paz con el mundo. Sabía que esto era el principio del caos. Ahora el mundo escucharía”. Susan Atkins aporta además la lista de celebridades pensadas para los próximos tramos de la macabra carnicería: Richard Burton, Elizabeth Taylor, Steve McQueen, Frank Sinatra y Tom Jones.
Algo que forma parte de la mitología del serial killer contemporáneo: aspirar a la celebridad, de hecho Manson lo ha logrado, al punto que el cantante Marilyn Manson ha reunido en su nombre dos íconos de la cultura pop. Y como para seguir el extraño hilo de esta historia, la música de Marilyn fue acusada de promover la masacre de Columbine, donde alumnos de un colegio secundario asesinaron a varios de sus compañeros.
El 9 de agosto, al otro día de la masacre en casa de Roman Polanski, varios miembros de La Familia asesinan en su domicilio al empresario Leno LaBianca y a su esposa, Rosemary, en cuyo vientre graban la palabra “Guerra” con la hoja de un cuchillo. Con su sangre escriben en la pared “Muerte a los cerdos” y “Sublévense”. Y en la puerta de la heladera escriben el título de la célebre canción de Paul McCartney: “Helter Skelter”.
Manson y sus seguidores armaron una trama donde sometieron a torsión el mensaje de paz y amor de aquellos años y lo transformaron en un baño de sangre. Como si hubieran hecho nacer algo imprevisiblemente espantoso donde se suponía que todo era buenas intenciones. Así terminó por ser el catalizador desquiciado de una época que creyó que podía hacer convivir el descubrimiento de las posibilidades de nuestra mente, desplegada a partir del consumo de marihuana y sobre todo del LSD, con un estado permanente de rebelión. El clan armó con todo esto una mezcla letal que tiene algo de profundamente conservador. Como si las masacres que desató vinieran de un mundo que impugnara las nuevas realidades por medio de la tergiversación y de la sangre.
Tal vez sea este desajuste horroroso lo que convoca a los coleccionistas que disfrutan de acumular memorias de asesinatos terribles. De todos modos, pareciera que el serial killer es una figura del pasado donde crimen y ritual estaban entrelazados. Hoy los francotiradores parecen haber tomado la posta del asesinato a mansalva. Y no tienen cara, ni historia, ni construyen mitologías para justificarse, ni nadie los celebra (es más ni siquiera los execra). En ellos todo es mecánico. En este universo, el horror del presente parece llevar a la nostalgia del horror pasado. Como un cierto regusto por la pesadilla ajena a la que hay que celebrar de algún modo. Manson es parte de una saga con seguidores (al punto que el grupo de rock británico Kasabian tomó su nombre de una de las integrantes de La Familia), lo que no deja de sorprender. Es para muchos un héroe de la desmesura, alguien que hizo historia a partir del desquicio. Que desarregló (tal vez para siempre) un mundo que pensaba la felicidad como horizonte. En cada foto comprada hay un gesto de celebración del final de ese mundo y la promesa de que ya nunca será posible volver a pensarlo.
Manson se fue dejando su marca escrita en la pared.