Paciente en diván -¿diván, todavía?- es para estar alerta. Y más cuando la analista anota un lapsus. Ohhhh, qué revelación, un lapsus. ¿Podrán ambos con el desafío de desatar el nudo?

Entrar al consultorio de mi analista, como todo ritual, es ocasión para que se repitan puntualmente las palabras y los gestos acostumbrados. Que sean los últimos días de diciembre no cambia nada.

Esta vez, sin embargo, ella me recibe adelantándome que es posible que durante la sesión reciba un llamado importante que no puede dejar de atender, de lo cual se disculpa usando palabras desmedidamente formales. Le digo que no hay ningún problema, que entiendo perfectamente.

Dejo mis cosas y tomo posesión del diván, tratando de que mi cuerpo encuentre su punto de mayor comodidad. Como en las últimas veces que trato este bendito asunto del nudo que me tiene bloqueado, no se me ocurre nada. Lo cual sé, es peligroso.

Uno durante la sesión no está obligado a hablar ni a declarar en su contra, pero en ese hablar generoso e ingenuo uno va involuntariamente delatándose ante la mirada y la escucha del analista, sin evaluar las consecuencias. Es que lo que uno cree que es una caja negra, herméticamente cerrada, inescrutable y vedada a los demás, acaba siendo, por efecto de la verborragia autoimpuesta, una pecera a través de cuyos vidrios transparentes se dejan ver claramente nuestros peces interiores, cuyo conjunto (un cardumen en este caso) no es otra cosa que nuestro Inconsciente. Visto así, es terrible.

Como no puedo hablar del nudo, ni por el momento de otra cosa, pienso en lo primero que se me viene a la cabeza; por ejemplo, que para cada año nuevo la gente pide cosas del estilo de ponerse a dieta para bajar de peso, empezar de una vez a hacer algo de actividad física, que se solucionen los conflictos familiares o que le suban el sueldo. Todos pobres triunfos pasajeros, como dice el tango. Yo no. Yo solo pido poder vivir un año entero sin aparato psíquico para experimentar, durante 365 días seguidos, el placer de existir. Sentir y dejarme llevar por la indescriptible y esponjosa levedad del ser.

Olvidarme durante todos y cada uno de esos días de este nudo que me tiene atascado en un embotellamiento emocional, sin poder ir para atrás ni para adelante. Olvidarme definitivamente, al punto tal que al regresar de esa suerte de licencia este nudo me resulte por completo extraño; casi ajeno, si fuera posible.

Estoy, yo y mis pensamientos, girando alrededor de estas consideraciones, cuando suena el celular de mi analista. Se disculpa y se dirige a la cocina, donde se encierra. Aprovecho para sentarme, posición privilegiada que me permite ver que dejó olvidado sobre el escritorio su cuaderno de anotaciones. Se me empieza a ocurrir una cosa, una cosa que no se debe hacer. Que no debo hacer, pero que finalmente hago, alentado por mi infatigable curiosidad y también autorizado por el tono de la conversación que viene de la cocina, y que me da a entender que el llamado se va a extender por unos minutos.

La letra, afortunadamente para mi propósito, es clara. Se diría, muy clara. Hay en el cuaderno comentarios de la sesión anterior. El primero dice: “Otra vez con eso de si hizo bien o mal en separarse. Ya cansa” Más cansado estoy yo, vea.

Sigue: “Dijo fifar la atención en lugar de fijar la atención. No me sorprende” ¿Yo dije eso? Me parece que no. Tampoco había necesidad de subrayarlo.

Hay en los márgenes, además, garabatos, como florcitas. También “acordarse de llamar a Humberto, el plomero, por la pérdida del bidet” Se ve que no soy yo el único que se distrae…

De pronto, unos saludos de ocasión que llegan desde la cocina me dicen que la conversación telefónica está por terminar. La última frase que alcanzo a leer antes de volver rápidamente al diván es, para mi modesta interpretación, misteriosa: “Corta el hilo en lugar de desatar, pacientemente, el nudo”

 

Volví a quedarme callado, un poco pensando en lo que leí en su cuaderno y otro tanto en cuestiones insignificantes, olvidables. Y así, sin gloria y dando un poco de pena, se fue yendo la sesión.

Antes de despedirme le digo que estuve pensando en que debo tratar de, pacientemente, desatar el nudo y no…“y no cortar el hilo”, dice ella completando la frase.

Sí, eso: desatar y no cortar.

¿Nos vemos la próxima semana, antes de las vacaciones?

Sí, claro.