No solo fue un lugar de libros sino también un sitio que promovía los encuentros más inesperados y que con el tiempo se fue poblando de leyendas. Con el cierre de Clásica y Moderna se pierde una etapa donde lo sorprendente era cosa de todos los días.
Cuenta la leyenda que una noche Sandro fue a escuchar a un amigo al local de Clásica y Moderna. Le encantó el lugar, la mezcla bohemia e intelectual de librería, bar y café concert y se quedó charlando un largo rato. Solo una cosa le “hizo ruido”. El piano. Malo, desafinado, imposible. Poco después un camión llegó a la puerta de la avenida Callao. Un nuevo piano. Regalo de don Roberto. Mito o no, muchos hemos pasado tardes y noches charlando con Natu en el café, en esas tertulias improvisadas con el piano de Sandro como testigo En los noventa, cuando los conciertos de Clásica y Moderna eran un éxito, pasamos un grupo de amigas y entramos a tomar un café. “Tenemos que volver en treinta años”, nos dijimos, y reímos con esa tilinguería propia de veinteañeras que paseaban por Corrientes, el Rojas, el Dorado… Pero volvimos. Y Natu seguía allí, administrando recomendaciones de libros, compartiendo un whisky con sus favoritos, curiosa como siempre. Su amiga Ana regenteaba la música y desde famosos hasta ignotos (como yo misma) pasaban por el minúsculo espacio donde cantaban, tocaban, recitaban o presentaban libros.
Natu, siempre Natu. Nieta del Poblet que llegó de Cataluña en 1917 e hija del que fundó la librería en 1938. Heredera de toda una raza de libreros, lectora incansable. Curiosa, apasionada y mejor amiga de sus amigos, impulsora de una verdadera cofradía. Parece ayer cuando con su hermano Paco se embarcaron en dar el salto, unos años después de la llegada de la democracia a la Argentina, para que las tertulias y los encuentros se multiplicaran y aparecieran espectáculos, el café, la comida y las muestras de arte. Los tiempos dorados. Las noches hermosas.
En 1999 murió Paco y Natu empezó a empujar sola ese barco. Seguía manejando programación y librería, reuniéndose con artistas, escritores, actores. Los visitantes extranjeros incorporaron Clásica y Moderna a sus recorridos porteños. Propios y ajenos adoraban y criticaban su olor a libros mezclado con salmón grillé.
Parece mentira que hace tan poco el Gobierno de la Ciudad creara la Comisión de Bares Notables, que reconoce a 36 bares característicos de la Ciudad, del cual forma parte CLASICA Y MODERNA, que también fue incluida en el grupo de Librerías Notables de Buenos Aires, que en 2004 recibiera la Mención Especial 2004 en las Letras otorgada por la Fundación Konex en mérito a su trayectoria, que en 2006 se la considerara Empresa Pyme del año por la Cámara Española de Comercio en la Argentina. Parece que sucedió hace tan poco que uno pasaba y se encontraba allí con Dalmiro Sáenz, o Lidia Lamayson, con Horacio Molina o Joan Manuel Serrat, o con Amelita Baltar, Raúl Carnota, Marikena Monti, Jorge Schusshein, Horacio Ferrer, Fats Fernández, Lidia Borda, Esteban Morgado, Gabriela Cabezón Cámara o Mariano Roca. Parece mentira Como en esas parejas donde cuando uno se va, el otro se apaga. Clásica no resistió que faltara su capitana Natu, luchadora de todas las tormentas.
El hecho es que quienes fuimos a Clásica y Moderno hoy nos sentimos parte de la historia de Buenos Aires. Como los que fuimos a La Gandhi de Corrientes, al Rojas de los 80, al Bar Baro de los 70… Como si hubiéramos estado en una foto vieja, de esas que mostrarán nuestros nietos a sus nietos. Una postal de Buenos Aires. Y una manera de ser porteño que parece haber modificado nuestra genética para convertirnos en otra cosa