Las “literaturas del yo” –y el cine- son tendencia, a menudo mediocre. Marco Bellochio hizo de eso una obra maestra en la que varios hermanos octogenarios hablan con pena y con culpa del suicidio temprano de uno de ellos. Socompa ordena leer esta nota y ver la peli.
Ahora que están de moda las literaturas del “yo” y que tanto cineastas como escritores se regodean contando lo que creen son “historias verdaderas” sobre sus propias vidas, no parece extraño que un cineasta con la trayectoria del italiano Marco Bellocchio se haya decidido, a los 81 años, a mojar los pies en semejante fuente y nos haya regalado un documental extraordinario basado en un oscuro episodio familiar.
Pero Bellocchio es mucho Bellocchio y de semejante aventura no podía salir otra cosa que una genialidad. El título de la obra ya abre puertas a la sugestión: “Marx puede esperar”. Y desde sus primeros minutos va quedando claro que nos cuenten lo que nos cuenten, todo va a estar “cargado” de suspenso, emociones intensas, historias oscuras y temas tabúes que rondan durante todo el film, haciendo honor a un estilo narrativo que Bellocchio supo cultivar desde sus primeros films.
El epicentro de la historia es, al menos en la superficie, Camillo, uno de los hermanos de Bellocchio que, por razones que se irán deshilvanando poco a poco, se suicidó muy joven, dejando en la familia una huella de dolor y, sobre todo, culpa. ¿Qué pasó con Camillo? Esa es la pregunta que el mismo Bellocchio les hace a los sobrevivientes de su familia y que se hace también a sí mismo frente a las cámaras, dejando expuestas las heridas que el paso del tiempo no han logrado borrar.
Muchos hermanos, uno frágil
El contexto es la Italia de la postguerra y una familia de la alta burguesía que tiene destinado un futuro brillante para todos sus hijos. Pero como sucede a menudo cuando el dinero abunda y los afectos escasean, las cosas empiezan a salir mal. Marco se mete de lleno en el mundo del cine y alcanza la gloria ya con su primera película. Uno de sus hermanos es un intelectual reconocido que publica una de las revistas más influyentes de la época. El otro es un sindicalista de izquierdas con la autoestima un poco baja, pero con la claridad de cuál es el destino que le han asignado y que debe cumplir. Las hermanas mujeres, como no podía ser de otro modo en semejante contexto, no tienen otro perfil que ser féminas en un mundo destinado a los hombres y parecen haber convivido bastante bien con ese mandato familiar. Pero Camillo, el gran ausente, no tuvo esa suerte.
Parrandero incurable, diletante en todo lo que encaraba, frágil emocionalmente, Camillo no encuentra nunca el rumbo y de tanto perderse acabará en el callejón sin salida de la muerte por mano propia. ¿Por qué, Camillo? ¿Por qué lo hiciste? Esa es la pregunta que el clan Bellocchio saca a la luz, frente a las cámaras, con los hermanos sobrevivientes contando lo que cada uno cree que pasó y con los hijos y los nietos cuestionando a ese puñado de octogenarios que tuvo la valentía de compartir con todos nosotros ese nudo de dolor, como si de esa manera pudieran expiar de una vez y para siempre las culpas que cada uno siente por no haber hecho por Camillo lo suficiente.
Hasta aquí uno puede pensar que estamos en un documental bastante tradicional, enmarcado en la moda de las historias familiares autocompasivas o espeluznantes que tanto abundan hoy en las plataformas de streaming. Y cuando ya creemos que tenemos la narración bajo control, Bellocchio mete la cuchara y nos manda a un infierno muy particular, del que sólo podemos salir tan conmocionados como los protagonistas. Porque Camillo no es el único “agujero negro” que tiene la familia Bellocchio en el placard. Hay más, mucho más.
Hay una madre desbordada no sólo por el exceso de hijos (Camillo es el hermano mellizo de Marco), sino también porque uno de ellos “le ha salido loco” y a los locos, en los tiempos del fascismo, se los oculta en la casa y se los soporta como puede. Ese hermano, del que nadie quiere hablar, tiene frecuentes ataques esquizofrénicos, grita, no deja dormir, rompe los adornos caros de la muy burguesa mansión familiar. Y, por sobre todas las cosas, duerme con Camillo, porque así lo dictaminó la familia y ya. Las consecuencias no pueden ser más que catastróficas.
La introducción de este personaje que no parece ser el centro de la historia abre una dimensión oscura en el film, que ya no desaparece. Aunque los hermanos Bellocchio no lo vuelvan a nombrar y nadie se moleste por explicarle a los espectadores qué sucedió finalmente con ese hermano. ¿Por qué contar la historia del suicida y no la del loco? ¿No van acaso de la mano? La respuesta a semejante dilema la resuelve el director italiano de la forma que mejor sabe hacerlo: con arte, con elipsis, con narrativa pura y dura.
No todo cierra, es arte
El resultado es una película ambigua, que deja más preguntas que respuestas. Y a la vez una obra de arte extraordinaria que cierra, de algún modo, una filmografía plagada de historias autorreferenciales, como lo deja de manifiesto el film cuando incorpora, en medio de las entrevistas, fragmentos de las películas más célebres de Bellocchio donde aparecen referencias veladas a la tragedia familiar que lo marcó para siempre.
Para aquellos que se hayan quedado con ganas de disfrutar esta joya, la película está disponible en la plataforma europea Mubi, que es posible contratar en Argentina a precios muy accesibles y en la que se encuentra un enorme y curado archivo que contiene obras clásicas y modernas de lo mejor del cine mundial. ¡Vayan preparando los pochoclos!
Posdata: no explicamos por qué el film se llama así porque ya estaríamos cometiendo un imperdonable spoiler.