Hay músicos que traen y convocan experiencias a través de sus canciones. El australiano Nick Cave, que se hizo conocido entre nosotros por Las alas del deseo de Wim Wenders, armó en Malvinas Argentinas algo que más que un show. Fue una especie de comunión a medias laica donde le habló a los pesares y las esperanza de quienes entraron, aunque sea por un rato, en su mundo.
Podés sacar tu estómago sangrante de arriba de la mesa, por favor? El miércoles por la noche diste tu recital en el Estadio Malvinas Argentinas y desde entonces no paro de temblar por tu madafaca intensidad.
Medio que agradezco no haber tenido un mango en 1996, cuando estuviste por primera vez en Buenos Aires y yo me quise morir por no haber podido ir. Todos los que conozco que fueron a los dos recitales no hacen otra cosa que compararlos. Dicen que la tragedia que viviste hace unos años te cambió la actitud. Yo no sé nada de eso. Tanto mejor.
Tu show me cambió el ph de la sangre. Hacía mucho tiempo que alguien no me conmovía tanto en escena. Te confieso que antes de ir tenía mis dudas, Nick, porque tus canciones son abismos, son terremotos, son sangre. Y yo sospechaba que ejecutar una y otra vez esos tormentos sobre el escenario te habrían convertido en un actor de tus palabras. Alguien que con extremo profesionalismo grita cada noche cosas como “Nos vimos por la mitad y todas las estrellas están salpicadas” o “la oigo caminar caminando descalza por las tablas del piso a lo largo de esta noche solitaria y la oigo llorar también”. Pero no, che. No actuaste tus canciones. Las escribiste una vez más. Las compusiste ahí arriba y mi estómago latió al ritmo de esa intensidad que salpicaban tus tripas.
A propósito, en “Higgs Boson Blues” agregaste una parte en que nos hacías cantar el ritmo de tu corazón ¿Eso lo improvisaste? Estuve mirando otros recitales recientes y no lo hacés. Puta madre, Nick, ese latido se escuchaba, posta.
Me acordé, en un momento de la noche, de Moris, un pionero del rock en castellano, que compuso un himno nuestro que se llama De nada sirve. Resulta que esa canción, que marcó a muchas generaciones de porteños, fue medio una improvisación en el estudio de un momento muy desgarrador del amigo Moris. Y el tipo no quiso volver a tocar esa canción en sus recitales porque, dice, nadie querría revivir un momento de tal desesperación. Vos sí.
La primera vez que supe de vos fue, como tantos, en la película de Wenders, a finales de los ochenta. Eran épocas en las que, para los pendejos con laburos malpagos como era yo, conseguir tus discos era imposible. De manera que mi único contacto con tu música fue, durante años, un casette que me hice grabar en una disquería muy trucha. Te cuento esto porque uno de los primeros golpes al estómago que recibi el miércoles fue cuando dijiste I wanna tell ya ’bout a girl, aquella frase que escucha el ángel y que, como también escucha tu pensamiento, sabe que no querés contarnos acerca de esa chica. Cantaste “From her to eternity” mil veces en mi pantalla (supongo que es una de las películas que más veces vi en mi vida) y no pude no conmoverme cuando la escuchaba ese día, a los cincuenta años, en un estadio pedorro en un barrio periférico de mi ciudad. Esa canción es la banda de sonido del momento en que Damiel conoce a Marion y ella lo presiente y él toma la única decisión posible. Ser mortal. Por amor, por qué otra cosa.
Tu banda es la banda más heavy de todo el mundo, Nick. Eso también pensé anteanoche cuando explotaban en escena. No es necesario que toquen esos riffs metálicos ni que griten como gallinas. Ese pop con distorsionadores lleno de tilinguería, tachas, calzas y pelos largos no es en modo alguno el rock duro. Solo alguien que tiene una fe en Dios como la tuya puede cantar como seguro canta el Diablo. Gritaste, claro que gritaste. Pero lo conmovedor era que no buscaras conmovernos, sino que estuvieras completamente tomado por lo que decías. Me diste una lección. Así se hace la cosa. Si no hay compromiso que no haya nada.
Justo en estos momentos en que nos visitás, mi hija Sofía está atravesando una angustia existencial muy dolorosa. Sabés, Nick, la vez que te vi cantando “From her to eternity” yo estaba igual. Lo absurdo de la existencia aparece una y otra vez en su charla. A veces como recriminación hacia mi, a veces como súplica, las más como ironía. Que llegues con tu banda a tocar a Buenos Aires justo en este momento me viene como anillo de Saturno al dedo. Porque también sé que ella intuye algo que suele surgir de tus letras. Que lo único realmente importante que sucede en ese período idiota que media entre el nacimiento y la muerte es el amor. Y que, aun así, no tiene sentido.
Mandale un abrazo a Warren Ellis. Decile que lo amé, igual que a vos. Que sus bailes, su violín, sus guitarras y su flauta fueron, durante el show, una necesaria descarga a tierra. Gracias por todo. No te pierdas.