El periodista, escritor y presidente del CELS reunió las corcheas, blancas, recuerdos y semifusas que publicó en El Cohete a la Luna debajo de sus notas principales, lo de la música con la que escribe. El resultado es similar al de Hemisferio derecho, es decir, un libro raro y precioso que muestra otra cara luminosa del Perro.

La primera frase de la primera nota recopilada es así de mansa: “Esta semana pasé por un edificio donde fui muy feliz”.

Si casi parece el comienzo de un cuento para chicos, solo que el chico es un hombre grande. Si hasta uno espera ver la ilustración para niños.

Primer párrafo de la segunda nota. Surge como un destello esto otro: “Harto de tantos stornellis y d’alessios…”. Luego el Perro Verbitsky sigue con lo suyo, como el burrito de la zamba. Tranquilo al trotecito/ tranquilo en el andar.

Aníbal Troilo.

En la página 35 destaca uno de tantos voseos. Ese trato tranca, fraterno, bien cercano con el lector, usado en la 35 para hablar de las célebres versiones de Pau Casals (“catalán universal” lo mentan en sus pagos) de las suites para cello de Bach: “Ojalá no te canse nunca, como a mí. Si preferís saltearlas y seguir adelante hacelo sin culpa. Aquí solo vale lo que da placer y cada quien es cada cual”. Se refiere el Perro, claro, a escuchar o ver (o no escuchar ni ver) lo que se le cante al lector de las suites para cello de Bach, el compositor que sonaba entre las no muy paredes de su infancia en Ramos Mejía.

Aquí cito a modo de contexto un párrafo de una entrevista que le hice a mediados del 2000:

“Nació en 1942 y tres años después su familia se fue a vivir al pueblo de Ramos Mejía, pueblo en el sentido de que en los ’40 aquello no era parte del amasijo urbano sino una mancha conectada a la Capital por ferrocarril. Era calle de tierra, tres o cuatro casas en la manzana recién trazada, el lechero pasando con las vacas y el sonido de los cencerros entrando por las ventanas. Verbitsky evoca la imagen campera y eso lo lleva a la afirmación inmediata y rotunda: ‘A mí me resultó totalmente natural ser argentino’”.

Sus padres, tanto por parte de madre como de padre, venían de Ucrania, de la mishiadura y los progromos. Los primeros Verbitskys llegaron a Argentina en 1907. Suficiente tiempo como para que en el descendiente Horacio se produjera ese proceso cultural que hace muchos años, en la comunidad judía, se llamaba con un nombre horrible o al menos dudoso: “judío asimilado”. Tras la derrota de la revolución antizarista de 1905, un hermano de la abuela de Bernardo, el papá escritor del Perro, había sido colgado en la horca.

Cero drama

Prosa sencillita y al pie, sin floreos ni complejidades (pero claro, es Verbitsky, mucho dato, en este caso musical o histórico). Mucha alusión a vivir bien la vida, a disfrutarla, a la infancia y su familia de infancia, a sus amigos, a la belleza no solo de la música sino de las pequeñas cosas, tal como dice citando una canción de Tony Bennet que si no fuera por el Perro uno podría llamar naive.

Así discurren las cosas en ese libro raro, en general ligero (¡El Perro! ¡Ligero!). En ese regalo precioso que es La música del Perro. La música que escucha mientras escribe. Dos veces la palabra música en el título de un libro y cero drama, todo sereno y relajado, casi literalmente dicho a modo de resistencia contra los tiempos macristas. Así quedaron dichas las cosas en el libro, según trabajo de su autor y la editorial Las Cuarenta, en el contexto de una colección llamada “Obra reunida de Horacio Verbitsky”, lo cual sí suena algo solemne.

John Coltrane.

El libro me llegó con otros dos: el cuarto y último tomo de la historia monumental de la Iglesia argenta (854 páginas, por Cristo), escrito por el otro Verbitsky y El Vuelo, del mismo instigador ideológico. Tardaron un toco en llegar los ejemplares, acaso por pandemia, al punto que me había olvidado de que el tercer libro a esperar era El Vuelo y no Hemisferio derecho, el que yo esperaba, equivocado. Espero tenerlo en algún lugar de mi casa.

Como se debe estar notando –es alevoso- esto no va a ser una reseña de libro. Ni siquiera sé bien qué demonios es el género reseña de libros.

Este Perro con sonajero me gusta mucho. Este perro humano. Prolongación del Perro que, hace ya unos cuantos, años se animó con Hemisferio derecho (1998), sensible juntada de textos variados, ayuno de investigación, política, DEA, generales, corrupción, jueces, análisis económicos y otras durezas. Libro de las emocione perrunas.

Horacio Verbitsky es a mi juicio el mejor periodista del país y –como legendario evoca su sobrenombre- no es el más gentil, modesto, ni tan blando por fuera que se diría de algodón. O lo es en dosis controladas, o acaso en la intimidad. O en Hemisferio derecho. Y a veces interrumpiendo alguna de sus notas que deben leerse con la ansiedad controlada, en condiciones de laboratorio. La música del Perro es resultado de “La música que escuché mientras escribía”, en El Cohete a la Luna, esa sección que se convirtió en un fenómeno de lectura y casi que en un ejercicio alternativo del periodismo, sección muy comentada e intervenida por los lectores.

Apenas asomó El Cohete, fui muy sagaz. Entreví alegría en el Perro, mucha mayor soltura, el evidente placer de darse nuevas libertades. Lo mismo que el Perro contó ya varias veces. Las animaciones que abren sus notas, por llamarlas de algún modo, me remitían a un Perro que yo imagino en los 60: el periodista cultural yendo a exposiciones de arte, buena bebida, acaso arte cinético, Instituto Di Tella o no.

Tengo respeto, admiración y agradecimiento al Perro periodista y presidente del CELS. Y un trato muy infrecuente con él y su figura que se parece al de una vieja frase de barrio: “Guarda con el cable, que patea”. El Perro es difícil. Puede que sea por aquella larga entrevista que le hice para la Rolling Stone que además me produce mucha intriga, mucha curiosidad, el Perro menos conocido. Si eso es cholulismo me la banco. Puede que sea porque los libros de su viejo los leían mis viejos. Puede que sea también porque creo recordarle la pinta en los años 80. No recuerdo cuándo ni dónde lo conocí. Creo que antes de Página, y en Página. Pero más en las reuniones de una agrupación gremial que, cómo no, se llamaba Rodolfo Walsh. Aquel Perro, hombre atractivo, aún conservaba una buena cantidad de pelo algo ondulado, castaño, con voluta trasera, como cuando con poco pelo largo a uno en los ‘60 lo acusaban de bítle, por Los Beatles. Le pongo polera de existencialista a la imagen, pero eso debe ser imaginación.

Duke Ellington.

Melancólico como soy por el pasado, suelo evocar al Perro joven que no conocí. Un Perro de los ‘60, zurdo pero banana, periodista cultural en sus inicios. Me lo imagino como un Benson & Hedges, columna Sabino Navarro. Acá se necesitan dos aclaraciones para lectores imberbes: los Benson, 100 milímetros de largo, eran los cigarrillos más emblemáticos y snobs de fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70. En todo el mundo esos cigarrillos se lanzaron con una recordada campaña publicitaria, bien musicalizada, que apuntaba a consumidores no tanto de alto poder adquisitivo como de aquello que se llamaba buen gusto, a bons vivants. La campaña venía con humor inglés, como los cigarrillos mismos. Creo recordar una pieza televisiva en la que el cigarrillo de100 milímetros quedaba atrapado por las puertas de un ascensor. Y encuentro en Doctor Google (como lo llama el Perro en su libro) que había dos afiches de campaña. En uno se veía a un tipo en un museo estrellando el pucho contra un cuadro por mirarlo desde muy cerca. En otro a un director de orquesta estrolando al pucho con su batuta. Media hora estuve con el Doctor Google por esta idiotez hasta que di con un artículo medio académico (a falta de las publicidades que recuerdo, que no están en YouTube) que dice que, caramba, en mayo de 1977, en el marco del Festival Interamericano de Publicidad, en Rosario, se entregó por primera vez el “Premio especial Comando Cuerpo de Ejército 11 Tte. Gral. Juan Carlos Sánchez” a la empresa Massalin y Celasco, la tabacalera fabricante de los Benson, “por sus servicios a la comunidad”, que eran ciertas movidas culturales para gente bien.

El general Juan Carlos Sánchez –muerto en 1972- tiene que ver con la historia de la violencia política en Argentina y si aludo a eso es porque este tipo de digresión la practica varias veces el Perro: intercalar algún que otro horror humano y político en medio de las músicas que lee cuando escribe. Gracias a Dios, en el libro predomina lo plácido.

Ah, perdón, imberbes. Quedó escrito que asocio al Perro joven imaginario como un Benson & Hedges, columna Sabino Navarro. Lo de la columna Sabino Navarro tiene que ver con una escisión que hubo en el amanecer de Montoneros, más o menos para cuando moría el general Sánchez. Tenía aquella columna un algo de clasista y de basista. Antes que monto, el Perro fue FAP. Y basta de esto. El particular placer del libro del que no estamos hablando y de escribir esta nota tiene alguna relación con el hecho de no hacer (otra vez) crítica de periodismo, ni hablar de política, ni mentar montos ni muertos.

Libro con yapa

El libro de marras es un artefacto, se dijo, raro. No existe un nicho editorial para algo así, salvo quizá el impreciso rubro “libro de regalo”. Aunque claro, no es poco rubro el rubro “libro del Perro”. El artefacto es además ingenioso: al abrir cada nota te aparece el cuadrito ese abstracto, en blanco y negro, para que acciones el código QR. Yo estuve media hora metiéndole la cámara del celular al cuadrito hasta que entendí que debía bajar la aplicación. Cada cuadrito y código QR te manda a los infinitos materiales musicales de los que te habla el Perro, incluyendo documentales inhallables y filmaciones caseras. De nuevo: flor de regalo.

Astor Piazzola.

Grosso modo, el conjunto de notas remite a la música que llamamos clásica (no mucho más allá de Brahms), al jazz, al tango, a música de películas, a música de películas musicales, a Caetano y otros brasucas y a muy poco folklore. Anoto excepciones: el remoto y siempre joven Adolfo Ábalos (y familia), Eduardo y Juan Falú, los antecedentes más académicos de Alberto Williams y Carlos Ginastera, al que mucho rockero conoció por Emerson, Lake & Palmer. También música del Perú que acaso Verbitsky conoció de cerca por su paso forzoso por ese país. Defensa y aclaración del Perro acerca de la poca presencia del folklore. Página 138: dice que le pidió colaboración a Liliana Herrero para “aprovisionarse de música de calidad” Así lo hizo la cantante de Villaguay, pero dice el autor que los envíos, aunque buenos, no le gustaban del todo. Y que “La música que escuché mientras escribía” no “es una sección de crítica musical sino de amores compartidos, que es otra cosa”.

Antes de reclamarle al Perro –en chiste- por la ausencia de rock & pop vuelvo a la entrevista no tan viejarda. Luego el Perro se defenderá solito.

La entrevista venía diciendo:

“El entrevistador se había quedado con las ganas de preguntarle al azar sobre su relación con un universo rockero remoto. ¿Qué hacía Verbitsky en el año 1967 cuando apareció Sgt. Pepper’s y él tenía 25 años?

-A mí me gustaban los Rolling Stones- responde, con lo que puede caracterizarse como carcajada. Uno de mis hijos siempre me recuerda: ‘Ese señor tiene tu edad’. Es que Mick Jagger, Muhammad Alí y yo somos del mismo año. Pero no, mis ídolos musicales en esa época eran Troilo y Coltrane”.

Defensa del Perro (a lo largo del libro, si es por rock & pop, solo menciona a Bob Dylan vía su relación con Joan Báez). Página 169, hablando de su relación con muchachos más jóvenes en el programa radial Habrá consecuencias: “Mi absoluta insensibilidad hacia los rocks que a ellxs les apasiona es un serio defecto contra el que ya no estoy a tiempo de luchar (…) Lo digo con vergüenza”.

No le creo lo de la vergüenza.

Cuéntame tu vida

Es algo ridículo pretender reseñar un libro que se la pasa paseándote por músicas y siendo que a los videos, iutubes y demás que placentera y obsesivamente busca y regala el Perro hay que escucharlos. Pero, aunque lo pongas en modo sordo, el libro es bello y placentero, culto, pero no pesado ni erudito. Se parece a unas cuantas cosas. A un abuelo hablándole de su época a los nietos. A un hermano mayor conversando buenamente con el menor. A recordar uno mismo sus propias músicas. A tomarse un café con un amigo, y hablar largamente de música y de puro pelotudo me cuesta no remitirme al bar La Paz (que era el de mi adolescencia). Tiene algo de paternal el libro, puede ser. Tiene mucho de autobiográfico y apuntes, solo trazos, de historia cultural y política argentina. Tiene asomos de debates y escaramuzas que fueron célebres (Piazzolla vs. vieja guardia; la célebre, muy popular y muy opinable versión de la sinfonía 40 de Mozart en versión a Waldo de los Ríos). Tiene el riesgo bien perruno, impiadoso, de poner en debate la figura de Yupanqui. Y a Diego El Cigala por dedicarse, según el Perro, a lo que no debería. Tiene derivas lindas el libro, tipo me importa un joraca si a esto hay que ponerle algún rigor castrense.

Susana Rinaldi.

Página 39: “Me puse a boludear por YouTube”.

Página 193: “Creo que ya te dije que la escritura de estas notas es totalmente distinta a las de información o análisis político. Salen de un saque”. Me encantó lo de “salen de un saque”.

Las músicas del Perro, síntesis posible y previsible, funcionan a lo Proust: manyate una magdalena con té y a recordar. Cita del clásico Proust, solo por placer y per codere:

“Me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior”.

Error del que escribe: porque no solo del pasado habla el Perro, ni de músicas del pasado. Ejemplo: en el prólogo, Mónica Müller, ex compañera del Perro, habla de la casualidad del día en que ella estaba en su casa escuchando la versión de Bewitched de Sinéad O’Connor y el Perro venía de escuchar en su oficina la de Ella Fitzgerald. Casualidad doble: el que escribe solo conoció la hermosísima versión de Sinéad O’Connor hace pocas semanas, gracias a un curso virtual con el bueno de Diego Fischerman. Lamento no poder insertar el QR.

Últimas perlas del cofre

Aquí se viene un punteo arbitrario de cosas que subrayé del libro. De nuevo, por puro divertimento.

Páginas 28 y 36. El Perro habla de unas pianistas que están fortísimas (debería escribirse en porteño: fuertísimas) y hace que abre un debate como quien dice de género acerca de si esas pianistas se hicieron célebres no solo por sus virtudes sino por usar sus cuerpos. Pícaro, el Perro se hace el distraído tras tirar la primera piedra, escribiendo: “A duras penas me dio para hacer la pregunta. Ni sueñes con que la conteste. Eso queda para ustedes”.

Justo para esos días yo había visto y escuchado a una de las pianistas, Lola Astanova. Voy a hacer la Gran Perro. Miren este video:

Tacos aguja altos, brishitos (así lo escribe Caparrós), pintada como una puerta según suele decir CFK, curvando sexy la espalda, a medio kilómetro del teclado. En otro video me pareció que su modo de interpretación era algo mecánico. Las compañeras de LATFEM, que aportan mucho en El Cohete (las quise para Socompa, no pudo ser), me van a putear en mil idiomas: pero lola, a mí me parece que Lola usa su cuerpo. ¿Está en su derecho? Supongo que sí.

Página 42: el Perro se arrepiente de que a los 20 años le gustara el grupo The Swingle Singers. Los volví a escuchar hace un tiempo y no me resultaron desagradables, amén de que los asocio a Buenos Aires 8, que me siguen gustando. Ahí mismo menciona el autor al trío Jacques Loussier, tampoco le gustan. Ahí coincidimos: hace añares yo los ponía y al rato me embolaba.

48: Perro menciona a sus pianistas favoritos Bill Evans, Duke Ellington, luego Chick Corea. ¡Coooorrectoooo!, diría Susana Giménez.

Art Tatum.

62: larga alusión, que no será la única, a la lucidez y valentía de Daniel Baremboim, amigo del Pichicho, por sus posiciones en el conflicto –el drama- entre el estado de Israel y los palestinos. Lo cual me lleva a recordar lo otro: el Perro no es de presentarse asumirse como judío, si es que “asumirse” es necesario o significa algo. En este libro, sin embargo, puede que sea por edad más avanzada, por recuerdos de familia, o por la cantidad de músicos de origen judío que menciona –casi todos provenientes de Europa oriental- casi que el Perro se afilia a la DAIA.

81: Hablando de Bernard Herrman, quien musicalizó unas cuantas películas de Hitchcock, revela el Perro que ese hombre musicalizó la versión original de El día que paralizaron la Tierra, “una de las películas favoritas de mi infancia”. Quiero el QR con la filmación del Perro cachorro viendo esa peli.

  1. Perro citando las letras de canciones de amor, en este caso una de George e Ira Gershwin. Hay bastante de eso, del Perro hablando de amor, de canciones románticas.
  2. Semana de la muerte de Charles Aznavour. Perro citando en distintos idiomas unas letras conmovedoras sobre el genocidio armenio y la emigración forzada.

En aquella entrevista del año 2000 el Perro había dicho, gozoso y juguetón, que cuando fuera grande iba a volver a ser periodista cultural. En El Cohete se dio el gusto, charlando de la música que escucha cuando escribe. Bien merecido que lo tiene. Lo mismo con este libro. Precioso libro, bellísima música, hermosas historias.

Una mancha le encuentro al Perro, o al libro. Hombre grande, curtido, sufrido y a la vez bien vivido, en un libro que es un canto a la belleza –perdón por la fórmula-, el Perro no pudo ni quiso evitar una cosa. Dejó bien visible en el inicio mismo del texto de contratapa y en la dedicatoria su bronca –entendible- contra la censura que le impuso Víctor Santa María (y Mauricio Macri) en Página, origen de su ida del diario y del impulso para la construcción del Cohete. Al cabo del tiempo, estuvo bueno, muy bueno que se fundara El Cohete, entre otras cosas porque Página sigue decayendo, pero eso viene desde antes de Santa María, sindicalista singular y dinámico, político justicialista opinable, sorprendente creador de universidades y espacios culturales y mediáticos, empresario no muy estimado por los compañeros del diario.

El Perro cuenta con muchos medios para hablar feo de Santa María o de Página. ¿Era necesario ventilar un rencor ya ventilado en un libro tan bonito? No, al gusto del autor de esto que no fue una reseña. Pero ese es el gusto de quien escribe, así como bien escribe Verbitsky que si elige tal versión sobre otra de un concierto, tango o canción es mera afición personal. “Aquí solo vale lo que da placer y cada quien es cada cual”.

 

PD: Cuando la editorial Las cuarenta me preguntó si a Socompa le interesaba recibir los libros del Perro pensé en que Marcos Mayer escribiera esta nota. Porque Marcos es más periodista cultural y porque sabe de jazz mucho más que yo. Pero a Marcos lo tenemos medio pachucho. Desde acá, le deseamos pronta recuperación y sale un abrazo enorme.

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?